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15. 3. Arte del siglo XX y XXI (1951-…). Pintura

Bienvenido (de nuevo), Mr. Warhol

Para hacerse una idea más o menos concreta de lo que supuso Andy Warhol en el arte contemporáneo podría valer esta escena: cuando cierran la cárcel de Alcatraz, uno de sus ayudantes en la Factory de Nueva York (Séptima Avenida con la Calle 47…

Yoko Ono instala una escalera para subir al cielo de Córdoba

«Que acabe la guerra en Siria. Ke todo SEAN rikos. Que acaben las desigualdades. Que las dictaduras desaparezcan. Paz para todo el mundo. Que todo el mundo pueda tener un techo y un plato de comida durante todos los años. Quiero tener el…

Andy Warhol: el mago de la transgresión

El artista y cineasta Andy Warhol. GETTY IMAGES
El artista y cineasta Andy Warhol. GETTY IMAGES
Para muchos ese retrato sensual y pop que es la Marilyn de Andy Warhol (hecho después del suicidio de la estrella) es uno de los iconos del siglo XX. Otros -más críticos con el llamado «Papa del pop»- dudan de si una pintura basada en una foto y en medios casi totalmente mecánicos de coloración es un logro de la pintura o del consumo. Todos creen que Andy fue un genio visionario de su época (aquello de los 15 minutos de fama que todos tendríamos) pero las valoraciones profesionales distan mucho… Andrew Warhol nació en agosto de 1928, hijo de una familia católica de emigrantes eslovacos. Su madre, llegada a América en 1921, tardó en hablar bien inglés, y el propio Andy en el colegio sufrió aún de esa deficiencia. Mucho quiere decir de ese país que hoy se resiente de la emigración, que una de las figuras arquetípicas de su modernidad fuera hijo de emigrantes centroeuropeos…
Hay dos sesgos fundamentales en Andy Warhol al llegar a los 30 años de su muerte (el 22 de febrero de 1987): uno es su lado de pintor y cineasta avanzado, que se desarrolla sobre todo en los años 60, y otro -complementario pero distinto- su exitoso papel de jefe de la Factory neoyorquina, padre de todas las transgresiones y novedades que abren esos años malditos que he querido retratar en mi libro Nueva York/ Babilonia.
El arte pop (no olvidemos que pop es de popular) se resuelve en el triunfo absoluto de sus retratos de figuras icónicas, de Elvis Presley a Mao. Warhol escoge la foto, los colores, el modo de disponerlos y una máquina hace el resto, con leves retoques manuales -como máximo- al fin del proceso. Así surgen las botellas de Coca-Cola o las series dedicadas a Marilyn a partir de un fotograma muy glamuroso de la película Niágara. De 1962 a 1972 (cuando retrata doble a la esposa del dueño de la Fiat, Marella Agnelli), desde Jackie Kennedy y Marlon Brandon hasta Liz Taylor, Warhol pone brillos, colores y duplicidades a todo el panteón de las divinidades contemporáneas.
Se valore como se valore su calidad de arte, lo cierto es que Warhol se convirtió en una absoluta celebridad, con su peluca, su mala piel y su aire muy informal que se tornará, a la postre, en la moda del dirty chic, o sea la elegancia desgalichada… Warhol crea la revista Interview –todo lo moderno pasará por ella– o hace tediosas películas de seis horas (como SleepSueño, de 1963) en la que sólo vemos interminablemente dormir a un hombre. Pero eso era un rasgo nuevo. Por supuesto Chelsea girls (1966), rodada en torno a las chicas y travestis que vivían en ese hotel neoyorquino, es mejor, pero ¿vale más la modernidad y su patente de corso o el cine en sí? Todas estas preguntas sobre Andy no se han contestado satisfactoriamente y siguen ahí.
Warhol (así me pareció al conocerlo en enero de 1983) era un personaje enigmático, de aire imperturbable o que tal parecía. Pidió en Madrid ir rodeado por cuatro modelos muy guapos. Nadie pensó que se acostara con ellos, eran puro atrezo. Dicen que Warhol era frígido, y, aunque obviamente homosexual, no se le conocen historias. Le encantaba ver cómo los demás transgredían, bajo su bendición, pero él sólo les sacaba fotos. En la discoteca Studio 54 -ya en los 70 finales- Andy pasa las noches con Truman Capote, al que siempre admiró. Truman se pone ciego de coca. Andy, a su lado, la encarga pero no la prueba… ¿Era la, según algunos, terrible influencia de su madre Julia, muy católica y fallecida en 1972? Andy vivía en la verdadera bohemia, pero, al morir, muchos descubrieron que tenía una casa, elegante y convencional, en el centro de Manhattan. La Factory estaba abierta a todo: transgresiones o belleza o ambas. A aquella casa aburguesada (que, creo, compró después Elena Benarroch) casi nadie había ido.
Andy Warhol (en sombra y con gafas de sol). Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison, Maureen Tucker, Nico, Paul Morrissey y Gerard Malanga, en 1966. EL MUNDO
Andy Warhol (en sombra y con gafas de sol). Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison, Maureen Tucker, Nico, Paul Morrissey y Gerard Malanga, en 1966. EL MUNDO
Con esto llegamos al segundo plano de Andy que, a lo mejor, es el primero o el que en buena medida sigue más vivo: el de padre y promotor de las transgresiones artísticas y humanas. Dejamos de lado -no es del todo posible- al pintor y cineasta pop, y nos hallamos con el gran valedor de la Factory, el que expide los carnés de «moderno» desde Nueva York. Sin el carnet firmado por Andy es imposible ser moderno. Por ello apadrinó (no sé si dándose plena cuenta) la Movida Madrileña, desde el palacete de los March.
Warhol está detrás del cine transgresor de Paul Morrissey, especialmente de la trilogía que se abre con Flesh -Carne- de 1969 y que presenta a un bello Joe Dallesandro haciendo de chapero, con toda normalidad, en Nueva York. Warhol está detrás del lanzamiento como grupo de rock de Velvet Underground con un Lou Reed que se convierte en estrella y en el creador del himno de la época, la canción Take a walk on the wild side.
También inventa a la modelo alemana Nico, cantando en inglés. Nico como la mujer moderna, diferente. Después, Warhol descubre a un chico mulato y grafitero de origen haitiano, Jean Michel Basquiat (atractivo, además) al que convierte en un pintor renovador, caro y revolucionario en un tiempo récord. Muchos volverán a preguntarse si Basquiat fue un gran pintor o sólo un truco seductor de Andy. Como fuese, Jean Michel apenas sobrevivió un año a su descubridor, pues murió de sobredosis en 1988. Muchos eran jóvenes y casi todos -una buena temporada- yonquis. Pagaron su precio. Ya hemos dicho que Warhol jamás se pinchó aunque estuvo delante y sacó fotos como quiso hacerlo con el cuerpo de un chico de la Factory que se suicidó. Qué pena que no lo advirtiera -comentó al enterarse- habríamos tomado fotos… Las frases de sus libros (especialmente Mi filosofía de A a B y de B a A) casi siempre sugerentes u ocurrentes pasan del ingenio al atrevimiento, como él mismo: «Todo el mundo tiene una idea distinta del amor. Una chica que conozco dijo: Supe que me amaba porque no se corría en mi boca». Dandi con playeras, peluca platino y un cutis decididamente malo, Andy fue el inicio de lo que aún somos. Todavía no se le juzga bien. El mito es absoluto y ya está servido.
Luis Antonio de Villena: Andy Warhol: el mago de la transgresión, EL MUNDO, 21 de febrero de 2017
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Andy Warhol: el mago de la transgresión

El artista y cineasta Andy Warhol. GETTY IMAGES
El artista y cineasta Andy Warhol. GETTY IMAGES
Para muchos ese retrato sensual y pop que es la Marilyn de Andy Warhol (hecho después del suicidio de la estrella) es uno de los iconos del siglo XX. Otros -más críticos con el llamado «Papa del pop»- dudan de si una pintura basada en una foto y en medios casi totalmente mecánicos de coloración es un logro de la pintura o del consumo. Todos creen que Andy fue un genio visionario de su época (aquello de los 15 minutos de fama que todos tendríamos) pero las valoraciones profesionales distan mucho… Andrew Warhol nació en agosto de 1928, hijo de una familia católica de emigrantes eslovacos. Su madre, llegada a América en 1921, tardó en hablar bien inglés, y el propio Andy en el colegio sufrió aún de esa deficiencia. Mucho quiere decir de ese país que hoy se resiente de la emigración, que una de las figuras arquetípicas de su modernidad fuera hijo de emigrantes centroeuropeos…
Hay dos sesgos fundamentales en Andy Warhol al llegar a los 30 años de su muerte (el 22 de febrero de 1987): uno es su lado de pintor y cineasta avanzado, que se desarrolla sobre todo en los años 60, y otro -complementario pero distinto- su exitoso papel de jefe de la Factory neoyorquina, padre de todas las transgresiones y novedades que abren esos años malditos que he querido retratar en mi libro Nueva York/ Babilonia.
El arte pop (no olvidemos que pop es de popular) se resuelve en el triunfo absoluto de sus retratos de figuras icónicas, de Elvis Presley a Mao. Warhol escoge la foto, los colores, el modo de disponerlos y una máquina hace el resto, con leves retoques manuales -como máximo- al fin del proceso. Así surgen las botellas de Coca-Cola o las series dedicadas a Marilyn a partir de un fotograma muy glamuroso de la película Niágara. De 1962 a 1972 (cuando retrata doble a la esposa del dueño de la Fiat, Marella Agnelli), desde Jackie Kennedy y Marlon Brandon hasta Liz Taylor, Warhol pone brillos, colores y duplicidades a todo el panteón de las divinidades contemporáneas.
Se valore como se valore su calidad de arte, lo cierto es que Warhol se convirtió en una absoluta celebridad, con su peluca, su mala piel y su aire muy informal que se tornará, a la postre, en la moda del dirty chic, o sea la elegancia desgalichada… Warhol crea la revista Interview –todo lo moderno pasará por ella– o hace tediosas películas de seis horas (como SleepSueño, de 1963) en la que sólo vemos interminablemente dormir a un hombre. Pero eso era un rasgo nuevo. Por supuesto Chelsea girls (1966), rodada en torno a las chicas y travestis que vivían en ese hotel neoyorquino, es mejor, pero ¿vale más la modernidad y su patente de corso o el cine en sí? Todas estas preguntas sobre Andy no se han contestado satisfactoriamente y siguen ahí.
Warhol (así me pareció al conocerlo en enero de 1983) era un personaje enigmático, de aire imperturbable o que tal parecía. Pidió en Madrid ir rodeado por cuatro modelos muy guapos. Nadie pensó que se acostara con ellos, eran puro atrezo. Dicen que Warhol era frígido, y, aunque obviamente homosexual, no se le conocen historias. Le encantaba ver cómo los demás transgredían, bajo su bendición, pero él sólo les sacaba fotos. En la discoteca Studio 54 -ya en los 70 finales- Andy pasa las noches con Truman Capote, al que siempre admiró. Truman se pone ciego de coca. Andy, a su lado, la encarga pero no la prueba… ¿Era la, según algunos, terrible influencia de su madre Julia, muy católica y fallecida en 1972? Andy vivía en la verdadera bohemia, pero, al morir, muchos descubrieron que tenía una casa, elegante y convencional, en el centro de Manhattan. La Factory estaba abierta a todo: transgresiones o belleza o ambas. A aquella casa aburguesada (que, creo, compró después Elena Benarroch) casi nadie había ido.
Andy Warhol (en sombra y con gafas de sol). Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison, Maureen Tucker, Nico, Paul Morrissey y Gerard Malanga, en 1966. EL MUNDO
Andy Warhol (en sombra y con gafas de sol). Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison, Maureen Tucker, Nico, Paul Morrissey y Gerard Malanga, en 1966. EL MUNDO
Con esto llegamos al segundo plano de Andy que, a lo mejor, es el primero o el que en buena medida sigue más vivo: el de padre y promotor de las transgresiones artísticas y humanas. Dejamos de lado -no es del todo posible- al pintor y cineasta pop, y nos hallamos con el gran valedor de la Factory, el que expide los carnés de «moderno» desde Nueva York. Sin el carnet firmado por Andy es imposible ser moderno. Por ello apadrinó (no sé si dándose plena cuenta) la Movida Madrileña, desde el palacete de los March.
Warhol está detrás del cine transgresor de Paul Morrissey, especialmente de la trilogía que se abre con Flesh -Carne- de 1969 y que presenta a un bello Joe Dallesandro haciendo de chapero, con toda normalidad, en Nueva York. Warhol está detrás del lanzamiento como grupo de rock de Velvet Underground con un Lou Reed que se convierte en estrella y en el creador del himno de la época, la canción Take a walk on the wild side.
También inventa a la modelo alemana Nico, cantando en inglés. Nico como la mujer moderna, diferente. Después, Warhol descubre a un chico mulato y grafitero de origen haitiano, Jean Michel Basquiat (atractivo, además) al que convierte en un pintor renovador, caro y revolucionario en un tiempo récord. Muchos volverán a preguntarse si Basquiat fue un gran pintor o sólo un truco seductor de Andy. Como fuese, Jean Michel apenas sobrevivió un año a su descubridor, pues murió de sobredosis en 1988. Muchos eran jóvenes y casi todos -una buena temporada- yonquis. Pagaron su precio. Ya hemos dicho que Warhol jamás se pinchó aunque estuvo delante y sacó fotos como quiso hacerlo con el cuerpo de un chico de la Factory que se suicidó. Qué pena que no lo advirtiera -comentó al enterarse- habríamos tomado fotos… Las frases de sus libros (especialmente Mi filosofía de A a B y de B a A) casi siempre sugerentes u ocurrentes pasan del ingenio al atrevimiento, como él mismo: «Todo el mundo tiene una idea distinta del amor. Una chica que conozco dijo: Supe que me amaba porque no se corría en mi boca». Dandi con playeras, peluca platino y un cutis decididamente malo, Andy fue el inicio de lo que aún somos. Todavía no se le juzga bien. El mito es absoluto y ya está servido.
Luis Antonio de Villena: Andy Warhol: el mago de la transgresión, EL MUNDO, 21 de febrero de 2017
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Louise Bourgeois en el Guggenheim Bilbao: donde habitan la memoria y el olvido

Aunque no le interesaba la nostalgia, porque no era productiva, fue prisionera de sus recuerdos. «Tienes que contar tu historia y tienes que olvidarla. Olvidas y perdonas. Eso te libera», decía. Pero ella nunca lo consiguió. Louise Bourgeois (1911-2010) narró su historia, plagada deculpas, miedos, traumas y fantasmas, a través de su trabajo durante su longeva carrera. Murió a los 98 años. Entre 1986 y 2008 creó 62 Celdas, sus obras más innovadoras y revolucionarias. Le gustaban los lugares claustrofóbicos porque te permiten conocer tus límites. Estos espacios arquitectónicos singulares, a caballo entre los relicarios medievales, los gabinetes de curiosidades del XIX, la instalación, la escultura y la escenografía teatral, contienen una gran carga psicológica y emocional: encerró en ellos sus sentimientos, sus vivencias y recuerdos más íntimos. Y no tiró la llave para que nadie pudiera entrar. Todo lo contrario: nos invita a que husmeemos en su interior, convirtiéndonos en voyeurs.
La artista Louise Bourgeois, dentro de su obra «Guarida articulada» (1986) - PETER BELLAMY / COLECCIÓN MOMA
La artista Louise Bourgeois, dentro de su obra «Guarida articulada» (1986) – PETER BELLAMY / COLECCIÓN MOMA
Padecía un Síndrome de Diógenes artístico agudo: no tiraba nada, guardaba todo tipo de cachivaches (puertas de madera desvencijadas, mallas metálicas, ventanas rotas, espejos, vestidos, una pierna ortopédica de su vecina, frascos de perfume Shalimar, una trituradora de carne, hilos y agujas), metáforas de los estados emocionales de una mujer atormentada, con los que reconstruye su memoria. Pequeña de estatura, pero con un carácter de armas tomar, era una gran narradora. No le gustaba la gente feliz, porque era aburrida y no tenía historias que contar.
El Museo Guggenheim de Bilbao, en colaboración con el Haus der Kunst de Múnich, ha reunido la mitad de sus Celdas en la exposición «Estructuras de la existencia», la más completa hasta la fecha centrada en las jaulas autobiográficas de la mujer araña, que se miden con el acero retorcido de Richard Serra, uno de sus escultores favoritos, y el titanio aún más retorcido de Frank Gehry. Patrocinada por la Fundación BBVA, esta exposición nos invita a recorrer las Celdas de Bourgeois, que es como entrar en su compleja mente. Para ella representan diferentes tipos de dolor: el físico, el emocional, el psicológico, el mental e intelectual… «Cada Celda trata del miedo. El miedo es dolor».
Ansiedad y psicoanálisis
Con sus Celdas la artista quiso exorcizar sus demonios. Que no eran pocos. Como la muerte de su madre, a quien asocia con la araña, protectora y tejedora. Comenzó a hacer sus celebérrimas y cotizadísimas esculturas arácnidas en 1994. Sus padres tenían un negocio familiar de restauración de tapices en Choisy-le-Roi, cerca de París, donde la artista pasó su infancia. La madre los restauraba y el padre los vendía en una galería del bulevar Saint-Germain de la capital gala. «¿Por qué nos había abandonado? ¿Por qué sufro tanto esta pérdida? ¿Por qué me afecta tanto su desaparición? ¿Me siento culpable?», se preguntaba tras perder a su madre. Ésta le hizo ocultar su enfermedad a su padre, quien le había sido infiel con su niñera británica, Sadie Gordon Richmond, otro episodio traumático para ella. Las muertes de su padre, primero, y de su marido (un historiador del arte norteamericano con quien se fue a vivir a Nueva York), después, hicieron crecer en ella un miedo atroz al abandono. Llegaron la ansiedad, la depresión, el dolor, la angustia y las sesiones de psicoanálisis (como buena neoyorquina) con el Dr. Lowenfeld desde 1952 hasta 1967.
Había abandonado Louise Bourgeois sus estudios de Filosofía y Matemáticas en La Sorbona para dedicarse al arte, que fue el que la salvó. Alumna de Fernand Léger, amiga de Duchamp, Miró y Breton, el reconocimiento internacional le llegó a los 71 años, edad a la que el común de los mortales están jubilados o incluso muertos. En 1982 el MoMA le dedicó la primera monográfica a una mujer artista. En 2000 inauguró la Sala de Turbinas de la Tate Modern con una gigantesca araña y tres imponentes estructuras arquitectónicas. Estas han sido adquiridas por un hombre de negocios y coleccionista irlandés, Patrick McKillen, para su Châteaux La Coste, en la Provenza francesa. Ha encargado a Jean Nouvel un edificio que las acoja.
Arte y cordura
El estudio que Louise Bourgeois alquiló en 1980 en Brooklyn (una antigua fábrica de pantalones vaqueros) le permitió aumentar cada vez más la escala de sus creaciones. Tuvo que abandonarlo en 2005. Pero se quedó con el depósito de agua de la azotea, con el que creó «Líquidos preciosos», una de las Celdas más espectaculares de la exposición, que se presentó en la Documenta 9 de Kassel. En ella puede leerse: «El arte es garantía de cordura». Lema que se repite, bordado en hilo rojo en un saco postal, en otra Celda. Pero borda más aforismos: «Necesito mis recuerdos. Son mis documentos».

En 1986 Bourgeois creó «Guarida articulada», que anticipa sus Celdas, al igual que otras obras como «Mujer- casa», «No hay salida»… No surgieron como tales hasta 1991, cuando se expusieron con este nombre (de la I a la VI) en el Carnegie International de Pittsburg. No habían vuelto a reunirse hasta ahora. La última, de 2008, incluye en su interior la escalera de caracol de su estudio, rodeada de esferas azules. En las paredes de la sala cuelgan obras sobre papel, las últimas que hizo tan sólo unas semanas antes de morir: «I Give Everything Away» (Todo lo regalo). Bien podría ser su epitafio.

Sus Celdas -«suponen la culminación de su carrera artística», según Julienne Lorz, comisaria de la muestra junto a Petra Joos- repiten siempre la misma iconografía: arañas, conejos, hilos, tapices, espejos -le gustaban porque la realidad cambia con cada ángulo-, una guillotina, una silla eléctrica, cuerpos arqueados por la histeria… y hasta un banquete caníbal que haría las delicias de Hannibal Lecter: la madre y los hijos devorando al padre. Así es el mundo de Louise Bourgeois: oscuro, secreto, tormentoso... Tan inquietante como fascinante.
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Louise Bourgeois en el Guggenheim Bilbao: donde habitan la memoria y el olvido

Aunque no le interesaba la nostalgia, porque no era productiva, fue prisionera de sus recuerdos. «Tienes que contar tu historia y tienes que olvidarla. Olvidas y perdonas. Eso te libera», decía. Pero ella nunca lo consiguió. Louise Bourgeois (1911-2010) narró su historia, plagada deculpas, miedos, traumas y fantasmas, a través de su trabajo durante su longeva carrera. Murió a los 98 años. Entre 1986 y 2008 creó 62 Celdas, sus obras más innovadoras y revolucionarias. Le gustaban los lugares claustrofóbicos porque te permiten conocer tus límites. Estos espacios arquitectónicos singulares, a caballo entre los relicarios medievales, los gabinetes de curiosidades del XIX, la instalación, la escultura y la escenografía teatral, contienen una gran carga psicológica y emocional: encerró en ellos sus sentimientos, sus vivencias y recuerdos más íntimos. Y no tiró la llave para que nadie pudiera entrar. Todo lo contrario: nos invita a que husmeemos en su interior, convirtiéndonos en voyeurs.
La artista Louise Bourgeois, dentro de su obra «Guarida articulada» (1986) - PETER BELLAMY / COLECCIÓN MOMA
La artista Louise Bourgeois, dentro de su obra «Guarida articulada» (1986) – PETER BELLAMY / COLECCIÓN MOMA
Padecía un Síndrome de Diógenes artístico agudo: no tiraba nada, guardaba todo tipo de cachivaches (puertas de madera desvencijadas, mallas metálicas, ventanas rotas, espejos, vestidos, una pierna ortopédica de su vecina, frascos de perfume Shalimar, una trituradora de carne, hilos y agujas), metáforas de los estados emocionales de una mujer atormentada, con los que reconstruye su memoria. Pequeña de estatura, pero con un carácter de armas tomar, era una gran narradora. No le gustaba la gente feliz, porque era aburrida y no tenía historias que contar.
El Museo Guggenheim de Bilbao, en colaboración con el Haus der Kunst de Múnich, ha reunido la mitad de sus Celdas en la exposición «Estructuras de la existencia», la más completa hasta la fecha centrada en las jaulas autobiográficas de la mujer araña, que se miden con el acero retorcido de Richard Serra, uno de sus escultores favoritos, y el titanio aún más retorcido de Frank Gehry. Patrocinada por la Fundación BBVA, esta exposición nos invita a recorrer las Celdas de Bourgeois, que es como entrar en su compleja mente. Para ella representan diferentes tipos de dolor: el físico, el emocional, el psicológico, el mental e intelectual… «Cada Celda trata del miedo. El miedo es dolor».
Ansiedad y psicoanálisis
Con sus Celdas la artista quiso exorcizar sus demonios. Que no eran pocos. Como la muerte de su madre, a quien asocia con la araña, protectora y tejedora. Comenzó a hacer sus celebérrimas y cotizadísimas esculturas arácnidas en 1994. Sus padres tenían un negocio familiar de restauración de tapices en Choisy-le-Roi, cerca de París, donde la artista pasó su infancia. La madre los restauraba y el padre los vendía en una galería del bulevar Saint-Germain de la capital gala. «¿Por qué nos había abandonado? ¿Por qué sufro tanto esta pérdida? ¿Por qué me afecta tanto su desaparición? ¿Me siento culpable?», se preguntaba tras perder a su madre. Ésta le hizo ocultar su enfermedad a su padre, quien le había sido infiel con su niñera británica, Sadie Gordon Richmond, otro episodio traumático para ella. Las muertes de su padre, primero, y de su marido (un historiador del arte norteamericano con quien se fue a vivir a Nueva York), después, hicieron crecer en ella un miedo atroz al abandono. Llegaron la ansiedad, la depresión, el dolor, la angustia y las sesiones de psicoanálisis (como buena neoyorquina) con el Dr. Lowenfeld desde 1952 hasta 1967.
Había abandonado Louise Bourgeois sus estudios de Filosofía y Matemáticas en La Sorbona para dedicarse al arte, que fue el que la salvó. Alumna de Fernand Léger, amiga de Duchamp, Miró y Breton, el reconocimiento internacional le llegó a los 71 años, edad a la que el común de los mortales están jubilados o incluso muertos. En 1982 el MoMA le dedicó la primera monográfica a una mujer artista. En 2000 inauguró la Sala de Turbinas de la Tate Modern con una gigantesca araña y tres imponentes estructuras arquitectónicas. Estas han sido adquiridas por un hombre de negocios y coleccionista irlandés, Patrick McKillen, para su Châteaux La Coste, en la Provenza francesa. Ha encargado a Jean Nouvel un edificio que las acoja.
Arte y cordura
El estudio que Louise Bourgeois alquiló en 1980 en Brooklyn (una antigua fábrica de pantalones vaqueros) le permitió aumentar cada vez más la escala de sus creaciones. Tuvo que abandonarlo en 2005. Pero se quedó con el depósito de agua de la azotea, con el que creó «Líquidos preciosos», una de las Celdas más espectaculares de la exposición, que se presentó en la Documenta 9 de Kassel. En ella puede leerse: «El arte es garantía de cordura». Lema que se repite, bordado en hilo rojo en un saco postal, en otra Celda. Pero borda más aforismos: «Necesito mis recuerdos. Son mis documentos».

En 1986 Bourgeois creó «Guarida articulada», que anticipa sus Celdas, al igual que otras obras como «Mujer- casa», «No hay salida»… No surgieron como tales hasta 1991, cuando se expusieron con este nombre (de la I a la VI) en el Carnegie International de Pittsburg. No habían vuelto a reunirse hasta ahora. La última, de 2008, incluye en su interior la escalera de caracol de su estudio, rodeada de esferas azules. En las paredes de la sala cuelgan obras sobre papel, las últimas que hizo tan sólo unas semanas antes de morir: «I Give Everything Away» (Todo lo regalo). Bien podría ser su epitafio.

Sus Celdas -«suponen la culminación de su carrera artística», según Julienne Lorz, comisaria de la muestra junto a Petra Joos- repiten siempre la misma iconografía: arañas, conejos, hilos, tapices, espejos -le gustaban porque la realidad cambia con cada ángulo-, una guillotina, una silla eléctrica, cuerpos arqueados por la histeria… y hasta un banquete caníbal que haría las delicias de Hannibal Lecter: la madre y los hijos devorando al padre. Así es el mundo de Louise Bourgeois: oscuro, secreto, tormentoso... Tan inquietante como fascinante.
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Púberes angelicales desnudas de Balthus

La pintura 'Thérèse dreaming' de Balthus.
La pintura ‘Thérèse dreaming‘ de Balthus
En la Rossinière, una casona de cincuenta habitaciones y más de cien ventanas, situada en el cantón suizo de Vaud, donde vivió Balthus los últimos años de su vida, se habían hospedado también Víctor Hugo, Goethe y Voltaire cuando era el hotel Grand Chalet. El pintor la había adquirido a cambio de unos cuadros después de casarse en 1967 con Setsuko, una estudiante japonesa que conservaba todos los ritos de la nobleza de su antigua familia de samuráis. La mansión se parecía a un templo taoísta, envuelta en el aire trasparente de los altos valles y en su interior se hallaba extasiado un silencio neumático que se acrecentaba con el crujido de los pasos sobre el viejo entarimado, con el maullido de alguno de los treinta gatos que reinaban sobre los almohadones y a veces con el sonido de Mozart. Esta quietud religiosa permitía oír el roce del pincel de Balthus sobre el lienzo y el leve batido en el mortero con que Setsuko mezclaba los pigmentos delicadamente como una geisha.
Basculando siempre entre la pobreza y los delirios de grandeza Balthus había habitado también el château de Chassy, de cuatro torres, destartalado, casi en ruinas, lleno de goteras, en compañía de su sobrina adolescente Frédérique, a la que había convertido en su modelo y amante. El pintor presumía del título nobiliario de conde de Rola, tal vez falso, extraído de un pasado oscuro aristocrático heredado en Polonia de su padre Erich, crítico de arte, pintor e investigador, amigo de los famosos artistas del momento.
Balthasar Klossowski de Rola había nacido el 29 de febrero del año bisiesto de 1908, en París. Tuvo una infancia feliz, rodeado de seres singulares, en un ambiente culto y refinado. Su madre, Elisabeth Dorothea Spiro, llamada Baladine, era una judía de clase media, de la que el hijo se avergonzaba, pero fue amante de Rilke, quien se constituyó en el protector del muchacho y le prologó una historieta sobre su gato Mitsou, que el niño había dibujado a los diez años. A Balthus siempre le subyugó la gracia esquiva de estos felinos. En uno de sus más famosos cuadros aparece una adolescente morbosamente sentada con las piernas abiertas enseñando las bragas y a sus pies un gato, que no es sino un trasunto del propio Balthus, da lengüetazos a un plato de leche.

Este pintor gatuno y esquivo había conseguido enamorar a una aristócrata de verdad, Antoinette de Wateville, de rancia nobleza suiza. Se casó con ella, tuvo dos hijos, pero la mujer lo abandonó escandalizada al verse desnuda en los cuadros en casa de los amigos. Este falso aristócrata con aires de vampiro solitario, elegante, orgulloso y lunático estaba obsesionado en pintar la angélica inocencia de las niñas desnudas, que parecían soñar con los ojos abiertos y captarlas en el punto culminante anterior a la masturbación. Balthus trataba de imitar a Lewis Carroll, que había sabido extraer el secreto profundo y primitivo, inocente y desconocido, la esencia del ángel, del alma de las niñas. Contra los ataques que le acusaban de saciarse con el erotismo de esas adolescentes desnudas afirmaba que pretendía justamente lo contrario, rodearlas de un aura de silencio y de profundidad, creando un vértigo a su alrededor. Por eso las consideraba ángeles, seres llegados de fuera, del cielo, de un ideal, de un lugar que se entreabría de repente, atravesaba el tiempo y dejaba su huella imantada en el aire.
“Solo una vez pinté un cuadro a modo de provocación. En 1934 expuse en la galería Pierre Loeb, entre bastidores, La lección de guitarra, que se consideró demasiado atrevida en una época de provocaciones cubistas y surrealistas”. Se trata de una escena lésbica muy tórrida entre dos adolescentes en la que ambas se percuten el sexo como si se tratara de las cuerdas de un instrumento musical. Por mucho que Balthus afirmara que solo buscaba extraerles la dulzura del alma, el cuadro causó un gran escándalo en un tiempo en que lo elegante era no sorprenderse de nada. Aun hoy está vetado en muchas exposiciones.
André Malraux le encargó la restauración y dirección de Villa Médicis, la casa de la cultura de Francia en Roma. Balthus abandonó el castillo destartalado de Chassy, se llevó consigo a Frédérique y se paseó con ella por toda Italia. Encontró otra residencia fastuosa cerca de Viterbo llamada Castello di Monte Savello, vivieron allí un tiempo hasta que Frédérique lo abandonó al quedar embarazada por uno de los becarios residentes de Villa Médicis.
Picasso le dijo un día: “Eres el único pintor de tu generación que me interesa. Los demás quieren ser como Picasso. Tú no”. Balthus solo estaba interesado en descubrir el secreto de la pintura en Poussin, en Masaccio, en Piero della Francesca, en Courbet. Aunque era amigo de Giacometti, de Bonnard y de Dora Maar, había rodeado su vida de un misterio enclaustrado.
Llegó a la vejez alto y flaco. Y al final mientras la condesa Setsuko, vestida con kimono, ejercía la ceremonia del té a madia tarde frente a la alta montaña como una geisha en la mansión de la Rossinière, las adolescentes que habían pasado por sus cuadros, Michelina, Katia, Natalie de Noailles, Anna, Sabine y Frédérique puede que le perturbaran la memoria, tal vez de forma diabólica. La profundidad de su obra está fuera de dudas, pero se trata de saber si Balthus era en realidad un místico o un pedófilo, un Príncipe de las Tinieblas o un pintor religioso, un conde Drácula que bebía en los cuellos de las niñas angelicales o un artista que pintaba aquellos cuerpos púberes desnudos a modo de una oración que le llevaba a Dios a través de su belleza.
Manuel Vicent: Púberes angelicales desnudas de Balthus, EL PAÍS, 1 de marzo de 2015
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Barceló: «La angustia es un pincel más, una herramienta, va con mi obra»

La Isla de Mallorca y las circunstancias me han llevado a un encuentro con Miquel Barceló donde he podido conversar sobre su vida y su obra. La visita empezó en su taller de cerámicas La Taulera, y terminó en su casa y taller de Farrutx. «¿Has visto estas piezas negras? Están ahumadas -dice el artista mientras me muestra el estudio- con el humo que sale de la alfarería, las pongo ahí, en la chimenea, para que se queden con el hollín y después lo fijamos con las telarañas y todo. Me gusta mucho. Es arcilla de aquí al lado, se vuelve así de este color de pan, es el color de los pueblos de Mallorca».
El taller es empinado con cierta inclinación: «La tierra entraba por ahí y salía en forma de teja o lo que sea por aquí. Hay una teoría de los años 60 de un arquitecto francés que se llama Claude Parent sobre la arquitectura oblicua, porque lo oblicuo te obliga siempre a estar en acción, si es horizontal estás parado, si es oblicuo es dinámico. Es divertido vivir en una casa oblicua porque si se te cae algo de la mesa se va rodando. Es muy interesante como concepto filosófico».
El artista, junto a una de las cerámicas recientes. JAIME GARCÍA
El artista, junto a una de las cerámicas recientes. JAIME GARCÍA
-¿Esta pieza de cerámica será negra?
-Nunca sé qué serán.
-¿Cuándo empezaste a hacer las cerámicas negras?
-En África, las cerámicas. Las negras hace menos tiempo; primero empecé haciendo los cuadros ahumados, porque una forma de destruir la obra que desecho es quemarla, porque la cerámica no se puede quemar, entonces la machacamos para hacer chamota, que es polvo de cerámica, y lo transformamos en otra cosa. Con los cuadros es curioso, porque los que quería destruir ahumándolos, de repente empezaba a rascarlos y se convertían en otra cosa. Y con la cerámica lo mismo, se convierten en objetos. Mira, esta negra cortada parece leña… Odio estas cerámicas brillantes y de colorines. Me gustan las cerámicas de hace dos mil años, las andalusíes, pero en general casi nada me gusta en cerámica, me gusta la que hacían Miró y Fontana, algunos, pero la cerámica contemporánea me parece horrible.
-Visité las Cuevas del Drach…
-Las cuevas del Drach, la Catedral de Mallorca y el fondo del mar seguramente es lo que más me gusta de aquí.
-¿Has visto la mano de una niña que se ha descubierto recientemente?
-Sí, salen cosas continuamente. Analizan un coprolito y dicen, «tiene 50.000 años». Es una carrera a ver quién tiene la cueva más antigua; es una insensatez. Altamira es una maravilla pero no hay nada ni remotamente parecido a Chauvet. Es una joya absoluta, la más antigua y la mejor, es irónico.
-Recuerdo que comentaste que Chauvet había sido una de las impresiones estéticas más impactantes de tu vida.
-Esta cueva tiene algo más que Altamira, Lascaux, o ninguna otra. Yo las he visto todas muchas veces, es casi una profesión. Y hay algo ahí que no somos capaces ni de entender. Entendemos no solo cómo se hizo Altamira sino también bastante por qué. En cambio en Chauvet hay algo que se nos escapa, una relación de los hombres con lo que pintan que también se nos escapa, esa especie de empatía tan profunda con el animal. La diferencia de morfología de los animales es alucinante. En Lascaux, un bisonte son todos los bisontes, incluso utilizaban una plantilla, lo que es muy moderno: tenían un pedazo de piel para hacer el contorno. Cuando pintan un bisonte, es un bisonte genérico. En cambio, en Chauvet un caballo o una leona es esta leona específicamente y no ninguna otra ni antes ni después, y le podías poner incluso nombre y apellido. Es como un cuadro de grupo de Rembrandt, que cada personaje tiene una vida y unos padres y unos hijos, es asombroso. Chauvet es la obra cumbre de una cultura de la que no conocemos nada. Y seguramente en las cuevas de Altamira estuvieron sus epígonos.
-¿Por qué esa obsesión por las grutas?
-Aquí hay muchas, para mí es como ir por debajo del agua. Es también donde se hace la luz. La cueva genera cosas, siempre es fascinante. También es lugar de entierros y de reflexión. Donde yo vivo hay una cueva, algo que fue bastante determinante para que adquiriera la casa.
-Observo que tus últimos cuadros no son tan matéricos.
-Tampoco me gusta que mi obra tenga que ser matérica. Me gusta mucho Velázquez, él lo era, no es tanto por la cantidad de la materia empleada sino por la percepción. En Goya o Velázquez no es la cantidad de pasta sino la evidencia de la pasta, es decir, que es importante la materia en cada pincelada, no es una abstracción, es un hecho físico, eso es lo que hace diferente a Velázquez de Goya. La pintura española se caracteriza por eso, por esa especie de físicidad de las cosas hasta en Meléndez o en pintores que parecen planos. Rembrandt empezó pintando como pintaba Meléndez toda su vida y poco a poco fue como depurando y concentrando… Como Giacometti, llegó a la conclusión de que todas las figuras humanas convergen hacia la nariz. Es como una pirámide, le decían que sus cuadros los podían colgar por la nariz porque ponía mucha pasta en ella, el pobre Rembrandt. Y Meléndez fue un pintor de figuras frustrado, que siempre quiso ser pintor real, retratista, lo entrenaron para eso. Era hijo de pintores y lo entrenaron para ser un figura. Pero el pobre nunca consiguió ser pintor real y tuvo que pintar esos bodegones toda su vida. Son figuras escondidas, cada tomate es como un retrato y en el borde de la mesa empieza su vida. Cada uno de sus cuadros está subrayado por este borde y al principio es limpio y al final pinta golpes, muescas. Como si fueran todas las heridas que la vida le había hecho a él.
-Qué interesante…
-He leído mucho sobre la vida de pintores, me gusta. Y el único lugar donde siempre siento afinidad con gente es en el Museo del Prado, viendo pinturas, siento que hay cosas que sí compartimos. Voy muy a menudo, siempre que puedo. Es mi museo favorito. Es el gran museo de pintura. Me gusta también el Museo de El Cairo, es fabuloso, pero el El Prado es el mejor museo de pintura del mundo. El Museo del Louvre es un gran museo universal, pero el Prado es el museo de pintura y de pintura barroca. De tradición, de una cultura privada.
-Hay otra África más bella pero escoges uno de los países más pobres del mundo, Malí (País Dogón); tierra árida, llena de polvo, desierto, termitas, enfermedad, muerte… ¿Por qué?
-No escogí, me escogió. Primero iba a atravesar el desierto, porque había estado viviendo en Nueva York y había estado pintado estos cuadros blancos que no sabía muy bien por qué, una especie de necesidad, de limpieza, de regenerar algo, y también quería quitarme muchas cosas de encima. Entonces fui al desierto sin saber muy bien dónde iba, un viaje con Mariscal, y entonces fuimos a pedir consejo a uno de los que hacía el París-Dakar porque yo no tenía ni carnet de conducir.
-Pura aventura.
-Fíjate qué osadía, en un Land Rover que acababa de comprar. Yo suelo hacer así las cosas… Me dijeron que tuviera cuidado con el polvo, que entraba hasta en las latas de sardinas, y yo pensé que era una especie de metáfora, pero no, era un hecho, una realidad. El polvo se metía en todo, en los papeles, la pintura… Al principio yo luchaba contra esto, como las termitas, pero al final lo incorporé, era como un regalo, mejoraba todo. Y mi obra tenía sentido ahí. Llegamos a Gao, a Tombuctú, al lado del río, de una gran belleza, con una duna rosa, que es una montaña de arena donde van las parejas al atardecer. Y empecé a pintar, no como en Nueva York, París, ni en ninguna otra parte. Eso de pintar el cuadro grande en el suelo allí no tenía ningún sentido. Y empecé a dibujar en el mercado, como cuando tenía 12 años, empecé a dibujar a la gente, la arena. Es como estar en el espacio pintando sin gravedad, es como dibujar la nada. Espacios, sin siquiera horizonte, es pura la luz. Empecé el cuaderno y las acuarelas y entonces llegué al país Dogon y quedé fascinado. Al principio sólo conocía su estatuaria porque está en los museos, pero ni siquiera me interesaba particularmente, me empezó a interesar después, cuando lo conocí. Luego me hicieron una casa los dogón en 1991, pero hubo un golpe de Estado y una revolución y entonces me fui en piragua un mes por el río Níger.
-¿Era peligroso?
-Bueno, había soldados, Tuareg armados… Se notaba que la piragua no era como las demás, porque la había hecho para pintar. Tenía una mesa con bordes. La barca estaba pintada por delante y por detrás por mí y la vendimos después allí por 300 euros, el precio normal de una piragua. Cuando la vendí pensé que si había algún listo que conocía mi obra igual después me la iba a encontrar en París. Pero acabó en Gao, vieja, y me alegro, estuvo bien eso, ningún coleccionista la encontró. Bueno, y después los Dogón me hicieron otra casa en el mejor lugar, al lado de una fuente de agua, de unas cuevas, un sitio fabuloso, que es mi casa todavía.
-Escuchando tantas experiencias me viene a la cabeza una frase tuya que dice mucho: «Pintamos porque la vida no basta. En cualquier caso, aquí la vida sí basta. Es casi excesiva». ¿El tiempo se ralentizaba allí y la vida era tan cruel que llega a ser excesiva?
-Todo es extremo en Gao, la felicidad es extrema y el dolor es extremo, el aburrimiento, todo es extremo. Todo se vive intensamente. Estás enfermo y casi te mueres, todo es muy intenso. Por eso luego todo lo echas tanto de menos. Pero también con grandes momentos de espera porque hace tanto calor, a veces se alcanzan 50 grados, que hay que esperar que baje la temperatura. Yo no soy nada paciente por naturaleza, pero creo que en África aprendí mucho de esta especie de paciencia.
-¿Qué hacías en esa espera?
-Escribía, dibujaba, podía leer, pensar o nada. Pero me acuerdo cuando los típicos policías te paran para sacarte pasta, cuando ven a un blanco, al principio negociaba pero luego aprendí las reglas, aprendí que si no tiene armas, ni móvil, le saludo y sigo. En África son tan educados que tú le dices «Salam Aleikum» y te responden y luego te pitan pero tú ya estás a cien metros. «Para, para», pero ya estás lejos. Entonces pensaba: si tiene un arma me paro; si no, no.
-¿Lo tomabas con paciencia?
-La primera vez que me pasé de una raya que pintaban a traición detrás de una curva, bajé del coche con mis amigos, saqué la tetera, las esteras y empecé a hacer un té. Nos echaron inmediatamente a patadas. Cuando ven que no tienes prisa, te echan. Ellos saben negociar con blancos con prisas que es lo que somos casi todos. Los blancos dicen tengo un avión mañana y dicen pues qué bien, aquí sacaré mucho. Es que somos transparentes.
-¿Qué es lo que más echas de menos de Malí?
-Creo que lo que más echo de menos es la risa, entre todo. Con mis amigos cada día nos podía doler la tripa de reír porque a mi casa venían como cincuenta personas a beber té o cerveza y a contar historias, hombres y mujeres.
-¿Y cómo eran esas historias?
-Historias suyas. Te vuelven a contar la misma historia que te han contado cincuenta veces, pero mejorada, se trata de ir mejorando. Yo esto lo aprendí de Paul Bowles en Tánger, porque él transcribía las historias del mercado, de los contadores de historias analfabetos. Las historias se publicaron en Anagrama.
-¿No tienes tú su biblioteca?
-Sí, yo tengo su biblioteca. Era amigo mío de viejo, tenía 80 años. Era el único europeo que había venido a vivir a África en esa época, para mí era un modelo de comportamiento, no era el típico que se va a vivir a Bora Bora. Como yo, que me fui a vivir al país Dogon… ¿Quién se va a vivir allí? Un tío con éxito y con dinero se va a vivir a otros lugares. Francesco Clemente se fue al sur de la India, cerca de Goa, era más chic. País Dogón era como lo más pobre.
¿Yo pensaba que era más bien como una búsqueda de purificación?
-Yo no buscaba eso, me gustó tanto que me quedé. Creo que necesitaba encontrar un equilibrio.
-¿Te vas a lo extremo para buscar el equilibrio?
-Sí, tengo tendencia a esto. Pero también allí encontré algo que no estaba en ninguna otra parte, esta sabiduría dogon y esta manera de estar en armonía con las cosas. Todo cobra sentido ahí, nunca sabes si lo han hecho los hombres o la naturaleza, tiene una armonía perfecta que es muy difícil de encontrar. Y las relaciones con la gente me gustaban. Lo mismo la comida, que es de lo más sobrio y de una simplicidad absoluta. Es una comida muy dura la de Malí, no hay más que grano, es como comida neolítica, pero te adaptas a todo. Creo que me vino bien, porque tenía miedo de convertirme en un cretino y no darme cuenta por haber alcanzado el éxito muy joven. Los cretinos se dan cuenta los últimos. En el arte es fácil perder tensión y mis amigos se morían todos en estos años, Basquiat y los que eran pintores de mi generación.
-Tú también tienes mucho mérito porque estuviste metido…
-En cosas que no son muy saludables.
-Sí, pero tiene más mérito que cortaras con todo, amigos incluidos…
-Eran los años 70. Y además, de un día para otro. Creo que me di cuenta de que tenía este poder para hacer eso. Antes no sabía si sería capaz de hacerlo. Lo supe cuando lo hice. Es igual que la capilla de la Catedral, que supe que podía haciéndolo. Creo que se parece a eso, que las cosas las sabes cuando las haces. Cada cuadro es así. Por eso si fracasas no pasa nada porque empiezas otra vez. Ahora que lo pienso, cuando iba a trabajar en la Catedral no sabía muy bien cómo lo iba a hacer, sé que quería hacer una gran cerámica que se cuarteara, que se dividiera por su propia naturaleza, que no fueran baldosas cortadas pero yo sabía que quería hacer eso y sabía de alguna forma que tenía la necesidad de hacerlo, tenía la confianza en que lo haría.
-Esta experiencia fue parecida a la de la Cúpula de las Naciones Unidas, ya que tardaste muchos meses en encontrar el material adecuado.
-Fue doloroso. De septiembre a febrero. Tuvimos que tirarlo todo, y tuve que despedir a un equipo completo.
-¿Y los estudiantes franceses?
-Los tuve que despedir también y todavía no me hablo con alguno. Uno me vino con una especie de propuesta de papel maché, como una decoración. Le dije: «Que no, que quiero hacer una cueva de pintura, no quiero hacer un decorado…» Entonces empecé de nuevo pero fue muy complicado y tuve suerte de que no me echaran. Trabajando con la presión de que se acababa el contrato y con penalización por retraso. Me tranquilizaron, pero es que Naciones Unidas necesitaba esta sala.
-¿Lo entendieron?
-Un día quería explicarles bien «a los responsables», por no dar nombres, lo que estaba pasando. Entonces utilicé una metáfora muy poco afortunada con el suicidio y decía, por ejemplo: «Mira, para alguien como mi abuelo el suicidio no era una opción, estaba prohibido por la Iglesia, por su filosofía, era cualquier cosa menos eso». Para mí y para nuestra generación desde Nietzsche el suicidio es una opción. Para un artista el fracaso es una opción, es decir, yo nunca tengo la garantía de que una obra va a llegar a buen puerto, porque si la tuviera nunca la haría. Tú has visto hoy las piezas derrumbadas en el taller, que cada una era un día de trabajo entero y ahí fue el fracaso, y este otro fue un fracaso técnico, por humedad. Entonces, quien lo contó, hizo un resumen de lo del suicidio. Tal vez creía que había un riesgo de que me suicidara y me dijo: «No, tranquilo, tómate el tiempo que quieras». Creía que me iba a colgar de una estalactita, fue muy divertido.
-¿El arte, cuánto de placer y cuánto de angustia, de agonía?
-La angustia es una herramienta de trabajo, va con mi obra. La angustia es como una herramienta, es como un pincel más, lo lleva implícito. Yo no encuentro manera de evitarla, a veces la trasciendes, más allá. Y también hay gran placer, claro. La gracia perversa es que nunca eres capaz de repetir el mismo esquema. A veces me sale muy bien, y vuelvo a mi taller pensando, si piso las mismas piedras, si hago lo mismo exactamente, me saldrá bien. No. Nunca.
-¿Por qué?
-Es un milagro que nunca se podrá repetir de la misma manera, se repetirá de otra, paradójicamente, totalmente contraria. Se trata siempre de aceptar, de ir aceptando lo bueno y lo malo así como viene. Las banalidades que siempre se dicen son ciertas.
-Malí, Nepal, Japón, Sicilia, París… Eres un hombre cosmopolita, una especie de peregrino en tierras extrañas. ¿Por qué esa necesidad de vida nómada?
-Debe ser consecuencia de la insularidad. La primera vez que entendí que vivía rodeado de agua, me entró claustrofobia. Siempre he visto los barcos con ganas de estar dentro, y eso que los pintores son muy sedentarios.

-¿También como búsqueda de inspiración?
-Sí, después de Malí necesitaba algo que estuviera a este nivel. Por eso fui al Himalaya, porque me pareció que allí había algo que estaba al nivel espiritual de Mali, algo que no había visto en otra parte. Recorrí toda la cordillera y voy a volver este verano. También porque aquí el verano me gusta menos y aprovecho agosto para irme. Siempre he pensado que los pintores tenemos que inventar continuamente la técnica, las herramientas, no dar nada por supuesto sino replantearlo. En el Himalaya tienes que reinventar cómo trabajar. La última vez trabajaba con pergaminos y me llevé algunos de aquí y los estaba trabajando en monasterios. Es gracioso porque los monjes me decían que yo me hacía cargo del animal, porque cada pergamino es la piel de un animal. No es un pecado, tú te haces cargo. Es bonito: yo tenía un pequeño rebaño conmigo. Ahora lo pienso con cualquier trozo de tela, que te haces cargo, es una responsabilidad poner algo nuevo en el mundo, aunque sea una maceta.
-Es triste la situación de Malí…
-Lo de Malí ha dejado una marca en mí para siempre, sin duda; en mi obra y en mí. Pero ya sabía que acabaría mal, porque lo veía venir, aunque no pensaba que acabaría tan mal… Bueno, pensé que mis hijos seguirán yendo porque tenían muchos amigos allí. Ojalá esto continúe también para ellos. Allí se juntan para hacer trabajos colectivos. Como ya no participo con estos temas intento ayudar con otras cosas. Está bien si mis hijos heredan esta responsabilidad de intentar mejorar, son cosas que uno no puede decir, se hacen pero no se dicen.
-Me suscita curiosidad conocer qué es lo que sucede en el interior del artista desde el inicio del proceso creativo. La transformación del impulso vital en capacidad de sublimación. Has comentado que tu pintura es una actividad, en cierta medida, sexual.

-Sí, sí, todo es muy sexual. Está claro. Cuando veo las cerámicas, a mí me parece tan evidente que a veces casi me hacía gracia subrayarlo, como en estas vasijas que son sexos femeninos. En la Catedral de Palma lo miraba con una amiga psicoanalista y le explicaba que algunos peces son como sexos masculinos, y los peces abiertos como vaginas y anos. Nuestra mirada al mundo es muy así.
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5 exposiciones imprescindibles para primavera

Vanguardias, pintura académica, maestros antiguos, artistas multidisciplinares y grandes colecciones. En lo expositivo, los primeros meses de 2015 vienen marcados por el eclecticismo y la reivindicación de artistas poco frecuentados. A continuación, cinco propuestas imprescindibles para apuntar en la agenda.

Rogier van der Weyden. El autor de El descendimiento, una de las grandes joyas de la colección del Museo del Prado, protagoniza una exposición con motivo de la restauración del gran Calvario del monasterioo de El Escorial. Sin duda, una ocasión única para contextualizar la obra de un maestro flamenco cuya influencia fue decisiva para el arte español y que vivió entre los años 1399 y 1464. En el Museo Nacional del Prado desde el 24 de marzo hasta el 28 de junio.
'El descendimiento' (1435), de Rogier van der Weyden.
El descendimiento‘ (1435), de Rogier van der Weyden.

Raoul Dufy. Entre el fauvismo y el costumbrismo cotidiano, la obra de Raoul Dufy se resiste a las catalogaciones y sigue sorprendiendo a los entendidos. Esta retrospectiva de casi un centenar de obras da cabida a su faceta hedonista, pero también a registros más íntimos que permiten recuperar la obra de un artista con escasa presencia en nuestro país. En el Museo Thyssen del 17 de febrero al 17 de mayo.
'Niza' (1927-28), de Raoul Dufy.
Niza‘ (1927-28), de Raoul Dufy.
La colección del Kunstmuseum Basel. La exposición de un centenar de obras maestras pertenecientes a la colección contemporánea del primer museo público municipal del mundo es, por pleno derecho, un acontecimiento cultural de gran calado. Munch, Braque, Klee, Mondrian, Kandinsky, Giacometti, Tinguely, Arp o Nauman son sólo algunos de los artistas representados en ella. En el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía del 18 de marzo al 14 de septiembre.
'Mujer acostada que sueña' (1929), de Alberto Giacometti.
Mujer acostada que sueña‘ (1929), de Alberto Giacometti.
Jeremy Deller. El británico Jeremy Deller ha sabido reflejar como pocos las contradicciones de su país. Su trabajo, basado en la cultura popular, el pop, el fenómeno fan y los medios de comunicación, se expone por primera vez en España de manera conjunta a través de fotografías, instalaciones, vídeos y pósteres que demuestran las razones que le valieron el Premio Turner en 2004. En el Centro de Arte Dos de Mayo desde el 13 de febrero.
English Magic' (2013), de Jeremy Deller.
English Magic‘ (2013), de Jeremy Deller.
El canto del cisne. Pinturas académicas del Salón de París. Cabanel, Bouguereau, Moreau, Ingres o Sargent: los nombres de los artistas académicos franceses del siglo XIX han pasado de tener connotaciones peyorativas a adquirir un valor propio entre el público. Esta exposición toma como punto de partida las colecciones del Musée d’Orsay de París y plantea una revisión crítica de su conjunto que ayuda a entender el papel del academicismo en la configuración de la Modernidad. En la Fundación Mapfre desde el 14 de febrero hasta el 17 de mayo.

Carlos Primo: 5 exposiciones imprescindibles para primavera, EL MUNDO-Metrópoli, 2 de enero de 2015
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