La desamortización española

Autor: EDMUNDO FAYANAS ESCUER

Fuente: Nueva Tribuna 18/12/2020

La Real Academia de la Lengua defines el término desamortización como Proceso por el cual se liberalizan los bienes que estaban en las llamadas manos muertas, por lo que no podían ser enajenados, bien por estar vinculados a un linaje (mayorazgo) o a instituciones (Iglesia, ayuntamientos, Estado, hospitales, etc.).

La desamortización fue un largo proceso histórico, económico y social iniciado a finales del siglo XVIII con la denominada “desamortización de Godoy” en el año 1798, aunque ya hubo un antecedente en el reinado de Carlos III.

Consistió en poner en el mercado, previa expropiación forzosa y mediante una subasta pública, las tierras y bienes que hasta entonces no se podían vender, hipotecar o ceder y se encontraban en poder de las llamadas “manos muertas”, es decir, la iglesia católica y las órdenes religiosas que los habían acumulado como habituales beneficiarias de donaciones, testamentos y abintestatos (1) y los llamados baldíos (2) y las tierras comunales de los municipios, que servían de complemento para la precaria economía de los campesinos.

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Como dice Francisco Tomás y Valiente, la desamortización española presentó las características siguientes: apropiación por parte del Estado y por decisión unilateral suya de bienes inmuebles pertenecientes a “manos muertasventa de los mismos y asignación del importe obtenido con las ventas a la amortización de los títulos de la deuda”.

Sucedió un fenómeno de características más o menos parecidas en otros países. La finalidad prioritaria de las desamortizaciones realizadas en España fue conseguir unos ingresos extraordinarios para amortizar los títulos de Deuda Pública fundamentalmente los vales reales (3) que expedía el Estado para financiarse o extinguirlos, porque en alguna ocasión también se admitieron como pago en las subastas.

Persiguió acrecentar la riqueza nacional y crear una burguesía y clase media de labradores que fuesen propietarios de las parcelas, para que cultivaran y crearan las condiciones capitalistas y de esta forma el Estado pudiera recaudar más y mejores impuestos.

La desamortización fue una de las armas políticas con la que los liberales intentaron modificar el sistema de la propiedad del Antiguo Régimen con la finalidad de implantar el nuevo “estado liberal” durante la primera mitad del siglo XIX.

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LAS PRIMERAS DESAMORTIZACIONES

Los ilustrados mostraron una gran preocupación por el atraso de la agricultura española. Todos coincidían en que una de las causas principales del problema agrario del país era la enorme extensión que alcanzaba en España la propiedad amortizada en poder de la Iglesia y de los municipios.

Las tierras que detentaban estaban en general mal cultivadas, además de que quedaban al margen del mercado, pues no se podían enajenar, ni vender, ni hipotecar, ni ceder, con el consiguiente aumento del precio de la tierra libre, y además no tributaban a la Hacienda Real por los privilegios de sus propietarios. Se calcula que un tercio de las tierras agrícolas pertenecían a la Iglesia.

El conde de Floridablanca, que era ministro de Carlos III, en su famoso “Informe reservado” del año 1787 se quejaba de los perjuicios principales que provoca la propiedad de la tierra de la iglesia. Así dice:

“El principal problema es que estos bienes de la iglesia no pagan impuestos. Pero también hay otros dos problemas como es la recarga que sufren los demás vasallos y quedar estos bienes expuestos a deteriorarse y perderse luego que los poseedores no puedan cultivarlos o sean desaplicados o pobres, como se experimenta y ve con dolor en todas partes, pues no hay tierras, casas ni bienes raíces más abandonados y destruidos que los de capellanías(4) y otras fundaciones perpetuas, con perjuicio imponderable del Estado”.

Una de las propuestas que hicieron los ilustrados, especialmente Pablo de Olavide y Gaspar Melchor de Jovellanos, fue poner en venta los bienes llamados baldíos. Se trataba de tierras incultas y despobladas que pertenecían a los Ayuntamientos y que se solían destinar a pastos para el ganado.

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Para Olavide la protección que se había dado hasta entonces a la ganadería era una de las causas del atraso agrario, por lo que propugnaba que todas las tierras deben producir y por eso los baldíos debían venderse en primer lugar a los ricos, porque disponen de medios para cultivarlas, aunque una parte debía reservarse a los campesinos que tuvieran dos pares de bueyes.

Se constituiría con el dinero obtenido una Caja provincial que serviría para la construcción de obras públicas. De esta forma se conseguirían “vecinos útiles, arraigados y contribuyentes, logrando al mismo tiempo la extensión de la labranza, el aumento de la población y la abundancia de los frutos”.

La propuesta de Jovellanos respecto de los bienes de los municipios era mucho más radical, ya que a diferencia de Olavide, que solo proponía la venta de los baldíos respetando con ello la parte más importante de los recursos de los Ayuntamientos, también incluía en la privatización las tierras concejiles, por lo que se incluía los bienes propios, que eran las tierras que procuraban más rentas a las arcas municipales.

Jovellanos era partidario ferviente del liberalismo económico y decía: “el oficio de las leyes… no debe ser excitar ni dirigir, sino solamente proteger el interés de sus agentes, naturalmente activo y bien dirigido a su objeto”.

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Defendió la venta libre y absoluta de estos bienes, sin hacer distinciones entre los posibles compradores, porque para Jovellanos: “la liberación de baldíos y tierras concejiles es un bien en sí mismo, pues al dejar de estar tales tierras amortizadas, pasan a depender del interés individual y pueden ser inmediatamente puestas en cultivo”.

Los ilustrados no defendieron la desamortización de las tierras de la iglesia, sino que propugnaron que se limitara la adquisición de más tierras por parte de las instituciones eclesiásticas, aunque esta propuesta tan moderada fue rechazada por la Iglesia y también por la mayoría de los miembros del Consejo Real cuando se sometió a votación en junio del año 1766.

Los dos folletos donde se argumentaba la propuesta fueron incluidos en el Índice de libros prohibidos de la Inquisición:

  • “El Tratado de la regalía de Amortización” de Pedro de Campomanes, que fue publicado en el año 1765.
  •  “El Informe sobre la ley agraria” de Jovellanos, publicado en el año 1795.

La moderación del reformismo ilustrado se pone muy claramente de manifiesto cuando solo defiendan la limitación o paralización en el futuro de la amortización eclesiástica y la resistencia de la Iglesia a hacer concesiones en el terreno económico.

Carlos III

Las tímidas medidas desamortizadoras acordadas durante el reinado de Carlos III hay que situarlas en el contexto de los motines que tuvieron lugar en la primavera del año 1766 y que son conocidos con el nombre del motín de Esquilache.

La medida más importante fue una iniciativa del corregidor intendente de Badajoz que para aplacar la revuelta ordenó entregar en arrendamiento las tierras municipales a los “vecinos más necesitados, atendiendo en primer lugar a los senareros(5) y braceros que por sí o a jornal puedan labrarlas, y después de ellos a los que tengan una canga de burros, y labradores de una yunta, y por este orden a los de dos yuntas(6) con preferencia a los de tres, y así respectivamente”.

El conde de Aranda, recién nombrado ministro por Carlos III, extendió la medida a toda Extremadura mediante la Real Provisión del dos de mayo del año 1766. A partir del año 1767 se extendió a todo el Reino. Esta medida fue desarrollada por una Orden Real a lo largo del año 1768, donde se explicaba que la medida estaba destinada a atender a los jornaleros y campesinos más pobres, pues buscaba el común beneficio.

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Sin embargo, esta medida que no era una desamortización, porque las tierras eran arrendadas y seguían siendo propiedad de los municipios, estuvo vigente apenas tres años, pues fue derogada el veintiséis de mayo del año 1770.

Se justifica diciendo: “los inconvenientes que se han seguido en la práctica de las diferentes provisiones expedidas anteriormente sobre repartimiento de tierras”. Se dice esto como consecuencia de que muchos jornaleros y campesinos pobres que habían recibido lotes de tierras, no las habían podido cultivar adecuadamente, dejando de pagar los censos, porque carecían de los medios necesarios para ello, ya que las concesiones no fueron acompañadas de créditos que les permitieran adquirirlos.

Las tierras de los municipios pasaron a manos de las oligarquías de los municipios. Eran los mismos que habían criticado abiertamente las primeras medidas, porque estimaban que los braceros carecían de medios para poner en plena explotación las tierras que se les entregasen.

Para Francisco Tomás y Valiente, los políticos de Carlos III “actuaron movidos más por razones económicas que por otras de índole social, que o no aparecen en sus planes y en los preceptos legales, o cuando surgieron en éstos se vieron sofocadas en primer lugar por la falta de medios adecuados para su aplicación real, y en segundo término, por la resistencia que la plutocracia provinciana opuso a cualquier reforma social… con todo… las medidas desamortizadoras de Carlos III e incluso los correlativos planes de quienes entonces se ocuparon de esta cuestión poseen en común una característica importante y positiva: su conexión con un más amplio plan de reforma o regulación de la economía agraria”.

La desamortización de Godoy

Carlos IV obtuvo permiso de la Santa Sede, en el año 1798, para expropiar los bienes de los jesuitas y de obras pías (7) que, en conjunto, venían a ser una sexta parte de los bienes eclesiásticos. Se desamortizaron bienes de los jesuitas, sus hospitales, hospicios, Casas de Misericordia y de Colegios mayores universitarios e incluía también bienes no explotados de particulares.

Tomás y Valiente dice que con la desamortización de Godoy se da un giro decisivo al vincular la desamortización a los problemas de la Deuda Pública, a diferencia de lo ocurrido con las medidas desamortizadoras de Carlos III que buscaban, aunque de forma muy limitada, la reforma de la economía agraria.

Las desamortizaciones liberales del siglo XIX seguirán el planteamiento de la desamortización de Godoy y no el de las medidas de Carlos III.

LAS DESAMORTIZACIONES LIBERALES

José Bonaparte decretó, el dieciocho de agosto del año 1809, la supresión de todas las Órdenes regulares, monacales, mendicantes y clericales. Sus bienes pasarían automáticamente a propiedad de la nación.

Muchas instituciones religiosas quedaron de esta forma disueltas de hecho. La guerra de la Independencia produjo con frecuencia idénticos efectos en muchos conventos y monasterios.

José Bonaparte realizó también una pequeña desamortización que no implicó la supresión de la propiedad, sino la confiscación de sus rentas para el avituallamiento y gastos de guerra de las tropas francesas, de forma que se devolvieron en el año 1814.

Las Cortes de Cádiz

Los diputados de las Cortes de Cádiz reconocieron después de un intenso debate que tuvo lugar en marzo del año 1811, la enorme deuda acumulada en forma de Vales Reales producido durante el reinado de Carlos IV y que el Secretario de Hacienda interino, José Canga Argüelles calculó en unos 7.000 millones de reales.

Tras rechazar que los vales reales solo fueran reconocidos por su valor en el mercado, muy por debajo de su valor nominal, lo que significaba la ruina de sus detentadores y la imposibilidad de obtener nuevos créditos.

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José Argüelles presentó una Memoria Económica que proponía desamortizar determinados bienes que estuviesen en las llamadas manos muertas para que se pusiesen a la venta, siendo esta propuesta aprobada.

Se realizaron las subastas por el importe de los dos tercios del precio que había de pagarse mediante “títulos de la deuda nacional”, lo que incluía los vales reales de Carlos IV y los nuevos “billetes de crédito liquidados” que se habían emitido desde el año 1808 para sufragar los gastos de la guerra de la Independencia.

El dinero en efectivo obtenido en las subastas también se dedicaría al pago de los intereses y de los capitales de la Deuda del Estado.

La propuesta de Argüelles quedó realizada en el Decreto, de trece de septiembre, y por la cual se consideraban bienes nacionales a las propiedades que iban a ser incautadas por el Estado para venderlas en pública subasta.

Se trataba de los bienes confiscados o por confiscar a Manuel Godoy, a sus partidarios y a los denominados afrancesados. Además, los bienes de las Ordenes militares de San Juan de Jerusalén, Santiago, Alcántara, Calatrava y Montesa. Fueron vendidos los conventos y monasterios suprimidos o destruidos durante la guerra, las fincas de la Corona, salvo los Reales Sitios destinados a servicio y recreo del rey y la mitad de los baldíos y realengos (8) de los municipios.

Tomás y Valiente valora que “este decreto de 13 de septiembre de 1813, que en cierto modo constituye la primera norma legal general desamortizadora del siglo XIX, apenas pudo aplicarse debido al inmediato retorno de Fernando VII y del Estado absolutista. Pero junto con la Memoria de Canga Argüelles encierra todos los principios y mecanismos jurídicos de la posterior legislación desamortizadora”.

Para alcanzar estos tres fines a la vez se dividirían los bienes a desamortizar en dos mitades. La primera estaría vinculada al pago de la Deuda Nacional, por lo que serían vendidas en pública subasta, admitiéndose el pago por todo su valor en títulos de créditos pendientes desde el año 1808 o subsidiariamente en vales reales.

La segunda mitad se repartiría en lotes de tierras gratuitas en favor de los que hubiesen prestado servicios en la guerra y a los vecinos sin tierras, aunque estos últimos debían pagar un canon y si dejaban de hacerlo, perdían el lote asignado definitivamente, lo que invalidaba en gran parte la finalidad social proclamada en el Decreto.

Esto daba la razón a aquellos diputados como José María Calatrava y Vicente Terrero que se habían opuesto al Decreto, especialmente a la venta de los bienes de propios, patrimonio sobre el que descansa el gobierno económico y la política rural de los pueblos.

Terrero afirmó durante uno de los debates:

“Me opongo a la venta de propios y baldíos…¿para quién será el fruto de semejantes ventas? Acabo de oírlo: para tres o cuatro poderosos, que con harto poco estipendio engrasarían con perjuicio común sus propios intereses”.

El Trienio Liberal

Los gobiernos liberales del Trienio tuvieron que hacer frente de nuevo al problema de la deuda que durante el sexenio absolutista, entre los años 1814 y 1820 no se había resuelto.

Las nuevas Cortes revalidaron el Decreto de las Cortes de Cádiz, del trece de septiembre del año 1813, mediante un nuevo Decreto del nueve de agosto del año 1820 que añadió a los bienes a desamortizar las propiedades de la Inquisición recién extinguida.

La diferencia del Decreto del año 1820 sobre el del año 1813 era, que en el pago de los remates de las subastas no se admitiría dinero en efectivo sino solo por medio de vales reales y otros títulos de crédito público, y por su valor nominal a pesar de que su valor en el mercado era muy inferior. Tomás y Valiente lo consideró como el Decreto más radical de los que vinculaban desamortización con Deuda Pública.

A causa del bajísimo valor de mercado de los títulos de la deuda respecto de su valor nominal, el desembolso efectivo realizado por los compradores fue muy inferior al importe del precio de tasación. Sirva como ejemplo, que en alguna ocasión no pasó del 15 % de este valor. Ante tales ventas escandalosas, hubo diputados, en el año 1823, que propusieron su suspensión y la entrega de los bienes en propiedad a los arrendatarios de los mismos.

Uno de estos diputados declaró: “que por defecto de la enajenación, las fincas han pasado a manos de ricos capitalistas, y éstos, inmediatamente que han tomado posesión de ellas, han hecho un nuevo arriendo, generalmente aumentando la renta al pobre labrador, amenazándole con el despojo en el caso de que no la pague puntualmente”. No obstante de aquellos resultados y estas críticas, el proceso desamortizador siguió adelante, sin modificar su planteamiento.

Por una Orden, de ocho de noviembre del año 1820, que sería sustituida por un Decreto de veintinueve de junio del año 1822, las Cortes del Trienio también restablecieron el Decreto, del cuatro de enero del año 1813 de las Cortes de Cádiz, sobre la venta de baldíos y bienes de propios de los municipios.

La desamortización eclesiástica, a diferencia de las Cortes de Cádiz que no legisló nada al respecto, sí fue abordada por las Cortes del Trienio en relación con los bienes del clero regular.

El Decreto, del uno de octubre del año 1820. suprimió: “todos los monasterios de las Órdenes Monacales, los canónigos regulares de San Benito, de la congregación claustral tarraconense y cesaraugustana, los de San Agustín y los premonstratenses, los conventos y colegios de las Órdenes Militares de Santiago, Calatrava, Montesa y Alcántara, de la Orden de San Juan de Jerusalén, los de la de San Juan de Dios y los betlemitas, y todos los demás hospitales de cualquier clase”.

Sus bienes muebles e inmuebles quedaron sujetos al crédito público, por lo que fueron declarados bienes nacionales sujetos a su inmediata desamortización. Unos días después, por la Ley del once de octubre del año 1820, se prohibía adquirir bienes inmuebles a todo tipo de las denominadas “manos muertas” con lo que se hacía realidad la medida propugnada por los ilustrados del siglo XVIII, como Campomanes o Jovellanos.

Desamortización de Mendizábal

Durante la primera guerra carlista, que enfrentó a los partidarios de la reina Isabel II con los defensores de Carlos María Isidro como aspirante al trono español, Mendizábal debía encontrar recursos financieros para hacer frente a los gastos de la contienda.

El ministro decide aplicar y desarrollar un plan que había sido diseñado con anterioridad por el conde de Toreno: expropiar y vender los bienes eclesiásticos, tanto de órdenes regulares como seculares.

El gobierno presidido por el conde de Toreno aprobó la Real Orden de Exclaustración Eclesiástica, del veinticinco de julio del año 1835 por la que se suprimían todos los conventos en los que no hubiera al menos doce religiosos profesos. Tras la dimisión del conde de Toreno, Mendizábal pasó a ser presidente del Consejo de Ministros. Inmediatamente decretó, el once septiembre del año 1835, la supresión de todos los monasterios de órdenes monacales y militares. Los siguientes Decretos serían:

  • Desarrollo del Decreto del once de octubre del año 1835.
  • El diecinueve de febrero del año 1836 se decretó la venta de los bienes inmuebles de esos monasterios.
  • Se amplió, el ocho de marzo del año 1836, la supresión a todos los monasterios y congregaciones de varones.
  • El Reglamento, del veinticuatro de marzo del año 1836, especificaba todos los cometidos de las juntas diocesanas encargadas de cerrar los conventos y monasterios y, en general, de todo lo necesario para la aplicación del Decreto del ocho de marzo.

Los pequeños labradores no pudieron entrar en las pujas y las tierras fueron compradas por nobles y burgueses urbanos adinerados, de forma que no pudo crearse una verdadera burguesía o clase media en España que sacase al país de su marasmo.

Los terrenos desamortizados por el gobierno fueron únicamente los pertenecientes al clero regular. Por esto, la Iglesia tomó la decisión de excomulgar tanto a los expropiadores como a los compradores de las tierras, lo que hizo que muchos no se decidieran a comprar directamente las tierras y lo hicieron a través de intermediarios o testaferros.

No podemos entender este proceso sin la Real Orden, de diecinueve de octubre de 1836, que dice:

Conformándose S.M…. se ha servido resolver, que el término para los plazos de pago de las cuatro quintas partes del importe en subasta de las fincas Nacionales que se enajenan, principie a contarse desde el día en que satisfecha la primera quinta parte, se le de posesión de ellas, extendiéndose con la misma fecha las obligaciones que deben firmar los compradores, a fin de evitar que éstos hagan suyos simultáneamente en el intermedio desde la toma de posesión hasta el día de la fecha de las obligaciones, los rendimientos de las fincas y los intereses del papel… y que sirva de rectificación a lo dispuesto por el artículo 14 de…”.

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La desamortización tuvo tres objetivos:

  • El objetivo principal fue financiero. Buscar ingresos para pagar la Deuda Pública del Estado, además de conseguir fondos para financiar la guerra carlista.
  • Había también un objetivo político: ampliar la base social del liberalismo con los compradores de bienes desamortizados. Además, buena parte del clero regular apoyaba a los carlistas.
  • Finalmente, se planteó de forma muy tímida un objetivo social: crear una clase media agraria de campesinos propietarios.

Los resultados no fueron todo lo positivos que se podría haber esperado:

  • No solucionó el grave problema de la Deuda Pública.
  • En el terreno político, el liberalismo ganó adeptos, pero también se creó una serie de enemigos que perduró largo tiempo entre el liberalismo y el cristianismo católico.
  • En el terreno social, la mayor parte de los bienes desamortizados fueron comprados por nobles y burgueses urbanos adinerados. Los campesinos pobres no pudieron pujar en las subastas.
  • La desamortización no sirvió para mitigar la desigualdad social, de hecho, muchos campesinos pobres vieron como los nuevos propietarios burgueses subieron los alquileres.

Los resultados de la desamortización explican por qué la nobleza, en general, apoyó al liberalismo, y por qué muchos campesinos se hicieron antiliberales (carlistas) al verse perjudicados por las reformas.

La Iglesia vio desmanteladas las bases económicas de su poder. A cambio de la expropiación, el Estado se comprometió a subvencionar económicamente al clero. El primer ejemplo presupuestario fue la Dotación de Culto y Clero del año 1841.

Mendizábal expresó con toda claridad que su objetivo primordial estribaba en extinguir el mayor número posible de títulos de la deuda y en ello puso todo su afán. No creemos que sea correcto calificar de fracaso el planteamiento de Mendizábal que era restablecer el crédito público, porque no persiguió otros fines o porque la deuda no sólo no se redujo sino que fue aumentando en años posteriores como resultado de la gestión de los gobiernos que le sucedieron.

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No se puede atribuir a Mendizábal esa responsabilidad, ni mucho menos considerarle el responsable material del estado de bancarrota en que se encontraba la Bolsa de Madrid a fines del año 1836.

La Desamortización de Espartero

El dos de septiembre del año 1841 el recién nombrado Regente del Reino, Baldomero Espartero, impuso la desamortización de bienes del clero secular, proyecto que elaboró Pedro Surra Rull. Esta ley durará escasamente tres años y al hundirse el partido progresista, la ley fue derogada.

En el año 1845, bajo la llamada Década Moderada, el Gobierno intentó restablecer las relaciones con la Iglesia, lo que lleva a la firma del Concordato del año 1851.

La Desamortización de Madoz

Durante el bienio progresista que coincidió con el gobierno de los generales Espartero y O’Donnell, el ministro de Hacienda, Pascual Madoz realiza una nueva desamortización en el año 1855 que fue ejecutada con mayor control que la realizada por Mendizábal.

Se publicaba en La Gaceta de Madrid, el tres de mayo del año 1855 y el tres de junio la Instrucción para desarrollarla y llevarla a la práctica.

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Se declaraban en venta todas las propiedades principalmente comunales del ayuntamiento, del Estado, del clero, de las cinco Órdenes Militares, cofradías, obras pías, santuarios, del ex infante Don Carlos, de los propios y comunes de los pueblos, de la beneficencia y de la instrucción pública, con las excepciones de las Escuelas Pías y los hospitalarios de San Juan de Dios, dedicados a la enseñanza y atención médica respectivamente, puesto que con estas actividades se reducían el gasto del Estado en estos ámbitos. Igualmente se permitía la desamortización de los censos pertenecientes a las mismas organizaciones.

Fue ésta la desamortización que alcanzó un mayor volumen de ventas y tuvo una importancia superior a todas las anteriores. Sin embargo, los historiadores se han ocupado tradicionalmente mucho más de la de Mendizábal, cuya importancia reside en su duración, el gran volumen de bienes movilizados y las grandes repercusiones que tuvo en la sociedad española.

Tras haber sido motivo de enfrentamiento entre conservadores y liberales, llegó un momento en que todos los partidos políticos reconocieron la necesidad de rescatar aquellos bienes inactivos, a fin de incorporarlos al mayor desarrollo económico del país.

Se habían vendido en total 198.523 fincas rústicas y 27.442 urbanas en el año 1867. El Estado ingresó 7.856.000.000 de reales entre los años 1855 y 1895, casi el doble de lo obtenido con la desamortización de Mendizábal.

Este dinero se dedicó fundamentalmente a cubrir el déficit del presupuesto del Estado, amortización de deuda pública y obras públicas, reservándose treinta millones de reales anuales para la reedificación y reparación de las iglesias de España.

La ley Madoz del año 1855 supone la fusión de las normas desvinculadoras, tanto en el campo de la desamortización civil como en el religioso y representa la última disposición que va a regir y mantener en vigor, a lo largo del siglo XIX, estas políticas expropiadoras.

Se calcula que de todo lo desamortizado en su conjunto, el 35% pertenecía a la iglesia, el 15% a beneficencia y un 50% a las propiedades municipales, fundamentalmente de los pueblos.

Afectó esencialmente a las tierras de los municipios y supuso la liquidación definitiva de la propiedad amortizada en España.

Sus resultados tampoco fueron muy positivos:

  • Empobreció a los Ayuntamientos, que, entre otras cosas, estaban al cargo de la instrucción pública.
  • No solucionó el sempiterno problema de la Deuda Pública.
  • Perjudicó a los vecinos más pobres que se vieron privados del aprovechamiento libre de las tierras comunales.

El Estatuto Municipal de José Calvo Sotelo del año 1924, bajo la dictadura del general Primo de Rivera derogó definitivamente las leyes sobre desamortización de los bienes de los pueblos y con ello la desamortización de Madoz.

La ley General de Desamortización del uno de mayo de 1855, conocida como la Ley Madoz, decía:

“Se declaran en estado de venta, con arreglo a las prescripciones de la presente ley, y sin perjuicio de cargas y servidumbres a que legítimamente estén sujetos, todos los predios rústicos y urbanos, censos y foros pertenecientes al Estado, al clero, a las órdenes militares de Santiago, Alcántara, Montesa y San Juan de Jerusalén, a cofradías, obras pías y santuarios, al secuestro del ex infante Don Carlos, a los propios y comunes de los pueblos, a la beneficencia, a la instrucción pública. Y cualesquiera otros pertenecientes a manos muertas, ya estén o no mandados vender por leyes anteriores”.

Consecuencias sociales de la desamortización

Pese a sus insuficiencias y errores, las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz cambiaron de forma radical la situación del campo español. Baste con señalar que afectaron a una quinta parte del conjunto del suelo. Lamentablemente, el atraso técnico y el desigual reparto de la propiedad de la tierra siguieron siendo problemas clave de la sociedad y de la economía española.

Tomás y Valiente considera: “Personalmente, creo que la desamortización eclesiástica era necesaria por razones económicas y sociales, y, por lo tanto, justa”.

Si seguimos los trabajos de Richard Herr, veremos como si dividimos España en una zona sur con predominio del latifundismo y una franja norte en la cual existe una mayoría de explotaciones medias y pequeñas, podemos extraer, que el resultado de la desamortización fue concentrar la propiedad en cada región en proporción al tamaño existente previamente, por lo que no se produjo un cambio radical en la estructura de la propiedad.

Las parcelas pequeñas que se subastaron fueron compradas por los habitantes de localidades próximas, mientras que las de mayor tamaño las adquirieron personas más ricas que vivían generalmente en ciudades a mayor distancia de la propiedad.

En la zona sur del país, de predominio latifundista, no existían pequeños agricultores que tuvieran recursos económicos suficientes para pujar en las subastas de grandes propiedades, con lo cual se reforzó el latifundismo. Sin embargo, esto no ocurrió en términos generales en la franja norte del país.

Otra cuestión diferente es la privatización de los bienes comunales que pertenecían a los municipios. Muchos campesinos se vieron afectados al verse privados de unos recursos que contribuían a su subsistencia pues empleaban los terrenos comunales para la obtención de la leña para calentar sus casas y el uso de los pastos comunales para sus ganados, etc. por lo cual se acentuó la tendencia emigratoria de la población rural, que se dirigió a zonas industrializadas del país o a América. Este fenómeno migratorio alcanzó niveles muy altos a finales del siglo XIX y principios del XX.

Otra de las consecuencias sociales fue la exclaustración de miles de religiosos que fue iniciada por el gobierno del conde de Toreno que aprobó la Real Orden de Exclaustración Eclesiástica, del veinticinco de julio del año 1835, por la que se suprimían todos los conventos en los que no hubiera al menos doce religiosos profesos. Bajo el gobierno presidido por Mendizábal se precisó por Real Orden del once de octubre de 1835 que sólo subsistirían ocho monasterios en toda España.

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Finalmente, el ocho de marzo del año 1836, se publica el Decreto que suprimía todos los conventos de religiosos con las excepciones de las órdenes de los escolapios y los hospitalarios. Se publica, el veintinueve de julio del año 1837, un nuevo Decreto que suprime los conventos femeninos con la excepción de las Hermanas de la Caridad.

Así relató A. Fernández de los Ríos veinte años después la exclaustración, que fue dirigida en Madrid por Salustiano de Olózaga:

“La operación se hizo con suma facilidad: la mayor parte de los frailes estaban provistos de vestidos profanos, y pocos pidieron compañía para salir de los conventos, de los cuales se marcharon con la presteza de quien anticipadamente tuviera dispuesta y organizada la mudanza. A las once de la mañana, todos los alcaldes habían dado parte de haber cumplido el primer extremo de su misión, el de desocupar los conventos: Don Manuel Cantero, que ejercía las funciones de alcalde, era el único de quien nada se sabía.

 Olózaga le escribió estas líneas:”Todos han dado ya parte de haber despachado menos usted”. Cantero contesto: “Los demás solo han tenido que vestirlos; yo tengo que afeitarlos”. Cantero tenía razón: en su distrito había ciento y tantos capuchinos de la Paciencia”.

Julio Caro Baroja se fija en la figura del viejo fraile exclaustrado pues, a diferencia del joven que trabajó donde pudo o se sumó a las filas carlistas o la de los milicianos nacionales, pero estos frailes vivieron “soportando su miseria, escuálido, enlevitado, dando clases de latín en los colegios, o realizando otros trabajillos mal pagados”.

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Como nos indica Caro Baroja, además de las económicas, la supresión de las órdenes religiosas, tuvo unas “consecuencias enormes en la historia social de España”. Caro Baroja cita al liberal progresista Fermín Caballero quien en el año 1837, poco después de la exclaustración, escribió lo siguiente:

“La extinción total de las órdenes religiosas es el paso más gigantesco que hemos dado en la época presente; es el verdadero acto de reforma y de revolución. A la generación actual le sorprende no hallar por parte alguna las capillas y hábitos que viera desde la niñez, de tan variadas formas y matices como eran multiplicados los nombres de benitos, gerónimos, mostenses, basilios, franciscos, capuchinos, gilitos, etc., ¡pero no admirarán menos nuestros sucesores la transformación, cuando tradicionalmente solo por los libros sepan lo que eran los frailes y cómo acabaron, y cuando para enterarse de sus trajes tengan que acudir a las estampas o a los museos! ¡Entonces sí que ofrecerán novedad e interés en las tablas El diablo predicador, La fuerza del sino y otras composiciones dramáticas en que median frailes!”.

Estos cambios sociales debidos a la desamortización se dejan notar en el cambio del aspecto exterior de las ciudades. Por ejemplo, Madrid gracias a Salustiano de Olózaga, que era el gobernador de la capital, mandó derribar diecisiete conventos, dejando de estar “ahogada por una cadena de conventos”.

LA ECONOMÍA

Las principales consecuencias económicas fueron:

  • Saneamiento de la Hacienda Pública, que ingresó más de 14. 000 millones de reales procedentes de las subastas.
  • Se produjo un aumento de la superficie cultivada y de la productividad agrícola; asimismo se mejoraron y especializaron los cultivos gracias a nuevas inversiones de los propietarios.
  • Se extendió considerablemente el olivar y la vid en Andalucía. Todo ello sin embargo influyó negativamente en el aumento de la deforestación.
  • La mayoría de los pueblos sufrieron un revés económico que afectó negativamente a la economía de subsistencia, pues las tierras comunales que eran utilizadas fundamentalmente para pastos pasaron a manos privadas.
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DESASTRE CULTURAL

Muchos cuadros y libros de monasterios fueron vendidos a precios bajos y acabaron en otros países, aunque gran parte de los libros fueron a engrosar los fondos de las bibliotecas públicas o universidades.

Muchos fueron a parar a manos de particulares, que sin tener noción del valor real de los mismos, se perdieron para siempre.

Quedaron abandonados numerosos edificios de interés artístico, como iglesias y monasterios, con la subsecuente ruina de los mismos, pero otros en cambio se transformaron en edificios públicos y fueron conservados para museos u otras instituciones

Consecuencias Políticas

Uno de los objetivos de la desamortización fue permitir la consolidación del régimen liberal y que todos aquellos que compraran tierras formaran una nueva clase de pequeños y medianos propietarios adeptos al régimen.

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Sin embargo, no se consiguió este objetivo, al adquirir la mayor parte de las tierras desamortizadas, particularmente en el sur de España, los grandes propietarios, como ya se ha comentado.

La mitad de las tierras que se vendían habían formado parte del comunal, las tierras comunes a los campesinos y gente rural. Las zonas rurales aún hoy suponen el 90 % del territorio de España. Las tierras comunales completaban la precaria economía de los campesinos, ya que suponían recolección de frutos o pasto y eran mantenidas y gestionadas por toda la comunidad.

Su desamortización significaba la destrucción de sistemas de vida y organizaciones populares de autogestión centenarias.

AFECCIONES AL MEDIO AMBIENTE

La desamortización supuso el paso a manos privadas de millones de hectáreas de montes, que acabaron siendo talados y roturados, causando un inmenso daño al patrimonio natural español, lo cual aún hoy es perceptible. En efecto, el coste de las reforestaciones, en curso desde hace setenta años, supera en mucho a lo que entonces se obtuviera de las ventas.

Las desamortizaciones del siglo XIX fueron seguramente la mayor catástrofe ecológica sufrida por la Península Ibérica durante los últimos siglos, particularmente la llamada desamortización de Madoz. Enormes extensiones de bosques de titularidad pública fueron privatizadas en esta desamortización.

Las clases poderosas compraron las tierras, en su mayor parte, pagaron las tierras haciendo carbón vegetal del bosque mediterráneo adquirido. Así esquilmaron todos los recursos de esos montes inmediatamente después de adquirirlos, y buena parte de la deforestación ibérica se originó en esa época, causando la extinción de gran número de especies vegetales y animales en esas regiones.

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Las ciudades

La desamortización de los conventos contribuyó a la modernización de las ciudades en el aspecto urbanístico. Se pasó de la ciudad conventual, con grandes edificios religiosos, a la ciudad burguesa, con construcciones de más altura, ensanches y nuevos espacios públicos.

Los antiguos conventos se transformaron en edificios públicos, museos, hospitales, oficinas, cuarteles, otros se derribaron para ensanches y nuevas calles y plazas, y algunos se convirtieron en parroquias o tras subasta pasaron a manos privadas.


BIBLIOGRAFIA

Caro Baroja, Julio. “Historia del anticlericalismo español”. 2008. Caro Raggio. Madrid.
Giménez López, Enrique (1996). “El fin del Antiguo Régimen. El reinado de Carlos IV”. 1996. Historia 16-Temas de Hoy. Madrid.
Tomás y Valiente, Francisco. “El marco político de la desamortización en España”. 1972. Ariel. Barcelona.
Martín Martín, Teodoro. “La desamortización Textos político-jurídicos”. 1973. Editorial Narcea. Madrid.


NOTAS

(1) Es un término jurídico procedente del latín ab intestato (sin testamento), que se refiere al procedimiento judicial sobre la herencia y la adjudicación de los bienes del que muere sin testar o con un testamento nulo, pasando entonces la herencia, por ministerio de la ley, a los parientes más próximos.
(2) Se denomina bien baldío o terreno baldío al terreno urbano o rural sin edificar o cultivar que forma parte de los bienes del Estado porque se encuentra dentro de los límites territoriales y carece de otro dueño.
(3) El vale real fue un título de deuda pública de la Monarquía de España creado en el año 1780 bajo el reinado de Carlos III y con valor de papel moneda, aunque no de curso forzoso, para hacer frente al grave déficit de la Real Hacienda provocado por la intervención de España en favor de los colonos rebeldes durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos.
(4) La capellanía o beneficio eclesiástico es una «institución hecha con autoridad de Juez Ordinario y fundación de rentas competente con obligación de Misas y algunas con asistencia a la Horas Canónicas. Las hay colativas, perpetuas y otras ad nutum amovibles.
(5) Senareros son los que cultivaban una “senara”: un pedazo de tierra pequeño que le cedía el dueño de la tierra a su capataz o a sus jornaleros para que la cultivaran en provecho propio. Casi siempre se consideraba como una parte del pago del jornal.
(6) Pareja de bueyes, mulas o cualquier otro animal que trabajan unidos, por medio de un yugo, con el fin de realizar labores en el campo.
(7) Las obras pías eran fundaciones que implicaban la donación de un capital, destinado a apoyar a los sectores desprotegidos de la sociedad, como huérfanos, viudas, doncellas sin dote y pobres.
(8) Realengo es la calificación jurisdiccional que tienen los lugares dependientes directamente del rey, es decir, cuyo señor jurisdiccional es el mismo rey. Se utiliza como término opuesto a señorío. Es propia del Antiguo Régimen en España, pero similar a la situación del resto de Europa Occidental.

La Belle Époque no era tan “belle”

El asesinato en un atentado del archiduque Francisco Fernando de Austria y su mujer desencadenó la Primera Guerra Mundial.
 Dominio público

Autor: FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

Fuente: La Vanguardia 18/12/2020

El terrorismo internacional no es un invento de nuestra época. A finales del siglo XIX, el mundo se vio sacudido por una sucesión espectacular de atentados, en aquel momento de signo anarquista. Tendemos a pensar en la Belle Époque como un tiempo feliz lleno de arte y glamur. En realidad, el esplendor de esta época legendaria tenía el reverso de las espantosas desigualdades sociales que se vivían en ciudades como Londres o París.

En la capital del Sena, los trabajadores vivían en barrios insalubres en los que el impacto de las enfermedades era muy superior al que sufrían las zonas más ricas. En el caso de la tuberculosis, esta desproporción era de 5 a 1 entre el distrito XX y el de la Ópera. La salud de los proletarios era mucho más frágil, algo lógico, puesto que para ellos conseguir una alimentación digna suponía una aventura épica.

Vivían inmersos en una constante incertidumbre, sin perspectivas de futuro. No había suficientes escuelas para sus hijos, pero contaban, eso sí, con infinito número de tabernas en que ahogar su desesperación con la bebida. Cuando no había manera de llegar a fin de mes, algunas mujeres no veían otro camino que el de la prostitución esporádica.

La vivienda constituía otro problema grave. En los suburbios de las grandes urbes, la gente se amontonaba en chabolas que edificaban de un día para otro.

'Al alba', cuadro de Charles Hermans.
‘Al alba’, cuadro de Charles Hermans. Dominio público

La brecha social se muestra bien en A l’aube (“Al alba”), el impactante lienzo de Charles Hermans, de 1875, conservado en el Museo de Bellas Artes de Bruselas. Un hombre con frac y sombrero de copa, ostensiblemente borracho, sale de un local. Le acompañan dos mujeres, atraídas no tanto por él como por su cartera. A la izquierda de la pintura, una familia proletaria les contempla en silencio. El mensaje del artista no puede ser más claro: mientras a unos les sobra el dinero, otros no tienen qué comer.

“Propaganda por el hecho”

Ante la magnitud de las injusticias, un sector del movimiento anarquista vio en la violencia una solución. La revolución iba a llegar, supuestamente, a través de la denominada “propaganda por el hecho”. Determinados periódicos libertarios apostaron por una apología directa de los métodos más contundentes.

Los trabajadores protestan al dueño de la fábrica, en el cuadro 'La huelga', por Robert Koehler, 1886.
Los trabajadores protestan al dueño de la fábrica en el cuadro ‘La huelga’, por Robert Koehler, 1886. Dominio público

Fue en este ambiente de crispación cuando un joven de apenas veintiún años, Émile Henry (1872-1894), lanzó un explosivo en el café Terminus de París. Era la primera vez que un libertario atacaba a personas corrientes, que no eran representantes del poder político militar. Para Henry, solo contaba su pertenencia a la burguesía. Pensaba que ningún miembro de esta clase social era inocente de la explotación de los trabajadores.

Henry buscaba rebelarse contra la tiranía del capitalismo, pero también quería asegurarse un lugar en la posteridad revolucionaria. De ahí que en ningún momento intentara defenderse para escapar a la pena de muerte.

Estado de psicosis

La sucesión de atentados anarquistas, con la muerte de políticos como el presidente francés Sadi Carnot o el español Cánovas del Castillo, generó una psicosis mundial. Los gobiernos y los periódicos supusieron que existía una organización internacional que decidía los atentados, el denominado “club de la dinamita”, que solo existía en la mente de los creadores de teorías conspiratorias.

Los poderosos veían por todas partes a escurridizos anarquistas portadores de explosivos, un estereotipo como el que utilizaría Joseph Conrad en su novela El agente secreto (1907). La prensa, con sus exageraciones sensacionalistas, contribuyó poderosamente a la propagación del pánico.

Ilustración del asesinato de Cánovas del Castillo en un libro de la época.
Ilustración del asesinato de Cánovas del Castillo en un libro de la época. Terceros

En Francia llegó un momento en que los más acomodados se lo pensaban dos veces antes de acudir al teatro o a un restaurante caro. Nadie sabía cuándo los “dinamiteros” podían entrar en acción.Lee también

En realidad, los militantes libertarios funcionaban a través de pequeños grupos sin conexión entre sí. No poseían, como señala el historiador John Merriman en su reciente libro El club de la dinamita (Siglo XXI), “una organización real ni unos líderes capaces de controlar a sus fieles”. Esta forma de proceder era coherente con sus principios filosóficos, en los que la autonomía del individuo constituía una prioridad.

En París, las fuerzas de orden tuvieron prácticamente carta blanca para actuar según su criterio y capricho

Los datos objetivos daban igual: la maquinaria represiva de los Estados no tardó en ponerse en marcha. La policía multiplicó a sus agentes encubiertos, incrementó los fondos para delatores, detuvo a gente con razón o sin ella. Se promulgaron leyes que limitaban las libertades en nombre de la seguridad pública, con lo que se desencadenaron todo tipo de abusos. Hasta contar un chiste se volvió peligroso. En París, las fuerzas de orden público tuvieron prácticamente carta blanca para actuar según su criterio y capricho.

Tantas medidas de excepción, pensadas para combatir una amenaza formidable, contrastan con el carácter muy modesto de la violencia anarquista, apenas un arañazo en la dura piel del capitalismo. En la década de 1890, un máximo de 60 personas murió en todo el mundo a consecuencia del terrorismo libertario.

Dibujo del anarquista Auguste Vaillant, quien atentó contra la Cámara de los Diputados francesa en 1893.
Retrato del anarquista Auguste Vaillant, que atentó contra la Cámara de los Diputados francesa en 1893. Dominio público

El promovido por el Estado resultaba incomparablemente más letal, en una proporción de 260 a 1, tal como relata Merriman. Así, además de contribuir a alimentar el odio, la brutalidad de las autoridades favorecía una espiral de acción-reacción que solo contribuía a multiplicar los atentados.

No faltaron, desde luego, los que vieron como héroes a Émile Henry y otras figuras similares. Sin embargo, una inmensa mayoría de anarquistas condenó su recurso a la violencia ciega: matar a inocentes no era el mejor camino para cambiar el mundo.

No obstante, de forma previsible, eso no impidió que las clases acomodadas redujeran el pensamiento libertario, sin el más mínimo matiz, a una simple apología del asesinato y del robo. Satisfecha de sí misma, la burguesía biempensante no contemplaba reformas, sino cárceles y ejecuciones para los disidentes.

Estados Unidos en el Sáhara: 45 años de favores a Marruecos

Henry Kissinger durante una audiencia con Franco en 1973 Biblioteca de la Universidad de Alcalá

Autor: Carlos Hernández-Echevarría

Fuente: eldiario.es 11/12/2020

“Hubo una época de mi vida en la que no sabía dónde estaba el Sáhara español y era igual de feliz que ahora”. Era 9 de octubre de 1974 y Henry Kissinger intentaba explicarle al ministro franquista Pedro Cortina lo poco que le importaba a EEUU el conflicto con Marruecos a cuenta de la descolonización. Cortina estaba inquieto porque había leído en el Washington Post que EEUU estaba a favor de un acuerdo para que España cediera el territorio a Hassan II y quería comprobar que EEUU mantendría su neutralidad. “Nunca leo el Washington Post, salvo la sección de deportes”, respondió Kissinger, “es un disparate”. 

Por supuesto, un año después, España salió huyendo de su colonia y EEUU torpedeó en la ONU cualquier acción internacional contra la ocupación marroquí. Los documentos desclasificados muestran que a Kissinger, efectivamente, no le importaba lo más mínimo la suerte de “40.000 personas que probablemente ni saben que viven en el Sáhara español”, pero lo que menos quería era una guerra entre dos aliados fundamentales. Tampoco a Donald Trump le importan ahora los saharauis pero, reconociendo por sorpresa esta semana la soberanía marroquí sobre el territorio, ha conseguido que otro país árabe normalice relaciones con Israel. Una vez más, los saharauis son peones en el tablero internacional.

Peones en la Guerra Fría

Cada vez que se habla de la relación Washington y Rabat, se cuenta que fue el sultán de Marruecos el primer monarca del mundo en reconocer la independencia de EEUU cuando abrió sus puertos al nuevo país en 1777. Sin embargo, cuando “la marcha verde” marroquí ocupó el Sáhara 200 años después, el vínculo entre ambos países era menos romántico y mucho más estratégico.

En 1975, Marruecos quería hacerse con el Sáhara, España quería salir de allí sin hacer el ridículo ni romper sus promesas y EEUU estaba entre medias de los dos. Por un lado, tenía una profunda relación militar con la España franquista y, con el dictador gravemente enfermo, no quería que una guerra colonial desestabilizara el país en un momento de cambios fundamentales. Por otro lado, EEUU tenía que proteger a Hassan II. 

En la Guerra Fría Marruecos era oficialmente un país neutral o “no alineado”, pero durante el reinado de Hassan II el país se había acercado a EEUU. El monarca presumía de anticomunismo y había reprimido con fuerza protestas de izquierdas en la década anterior. Durante la marcha verde, el propio Kissinger le dijo al presidente Ford que si Hassan no lograba ocupar el Sáhara español “estaba acabado” y corría el riesgo de perder la corona. Por tanto, añadió, “debemos trabajar para que lo consiga” a través de una votación “amañada” en la ONU. 

Hay debate sobre si EEUU presionó a España para que aceptara las demandas marroquíes y abandonara Marruecos, pero la mayoría de los historiadores creen que, con Franco en coma, el gobierno español necesitó poca motivación para firmar los acuerdos de Madrid y entregar de forma efectiva el Sáhara a Marruecos. El número dos de la CIA en aquel momento, Vernon Walters, era amigo personal del rey Hassan y ha sido acusado de haber presionado a las autoridades españolas, pero él nunca quiso dar detalles: “parecería que el rey de Marruecos y el Rey de España son peones de EEUU y eso interesa a nadie”. 

Lo que sí hizo EEUU fue asegurarse de que Marruecos no era castigado internacionalmente por haber ocupado el territorio. Cuando arrancó la marcha verde, pactó una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU que “deploraba” la invasión marroquí y pedía su retirada, pero que no incluía ninguna sanción ni nada parecido. El consejo no volvió a pronunciarse sobre tema y el entonces embajador de EEUU ante Naciones Unidas, Daniel Patrick Moynihan, escribió en sus memorias que su tarea había sido que la ONU “se mostrara tremendamente inefectiva” y que lo logró. 

El embajador cantaba victoria porque consideraba al Frente Polisario un “peón” de la Unión Soviética, aunque lo cierto es que la URSS nunca ayudó directamente a la lucha saharaui. Hassan II había intentado convencer a Kissinger del peligro de que en el Sáhara se creara un nuevo estado que cayera bajo la influencia de Moscú y, aunque no está muy claro que el diplomático se lo creyera, tras la retirada española el argumento sirvió para justificar las ayudas militares y de inteligencia de EEUU a Marruecos en los siguientes 15 años de guerra contra el Polisario. 

Marruecos, siempre clave

Mientras la Guerra Fría avanzó paralela a la guerra entre Marruecos y el Polisario, todos los gobiernos estadounidenses apoyaron económica y materialmente el esfuerzo militar de Rabat. Tanto los presidentes demócratas como los republicanos mantuvieron las ayudas. La Administración Carter argumentó increíblemente que la venta de armas a Marruecos “podía contribuir a la negociación de una solución que refleje los derechos” de los habitantes del Sáhara. El equipo de Ronald Regan fue más claro al declarar en sede parlamentaria que “las decisiones sobre la venta de material militar no se condicionarán a los intentos marroquíes de mostrar progreso hacia una paz negociada”.

Sin embargo, a principios de los 90, con la URSS en agonía y el fin de la Guerra Fría a la vista, se abrió la posibilidad de que EEUU pudiera ser algo más exigente con Marruecos. La ONU logró impulsar un alto el fuego y una misión internacional para celebrar un referéndum, y la administración Bush advirtió a Rabat de que la relación entre ambos países se vería “seriamente afectada” si no cooperaba. El gobierno estadounidense incluso entró en contactos directos con los saharauis mediante un encuentro entre el secretario de Estado y el presidente de la República Árabe Saharaui Democrática.

A pesar de todo esto, el rey Hassan II consiguió anular cualquier distancia que se hubiera creado EEUU gracias a una decisión audaz: cuando Bush padre anunció en 1990 que iba a atacar al Irak de Saddam Husseín tras su conquista de Kuwait, Marruecos no solo apoyó la operación sino que envió a 1.700 de sus soldados a contribuir a la campaña contra el que había sido un histórico aliado. Aunque parte de su propia población rechazó el movimiento con multitudinarias manifestaciones, lo cierto es que la relación con EEUU mejoró.

Desde el alto el fuego con el Polisario en 1990, Marruecos lleva 30 años alargando plazos y torpedeando la celebración de un referéndum de autodeterminación, mientras que EEUU cada vez toma posiciones más favorables a su causa. Si el apoyo de Rabat a la primera Guerra del Golfo solucionó algunas tensiones surgidas por el final de la Guerra Fría, en el mundo posterior al 11-S Washington no se podía permitir estar a malas con uno de sus grandes aliados en el mundo musulmán. Cuando Bush hijo ordenó ocupar Irak en 2003, el rey Mohammed VI no mostró el entusiasmo de su padre durante la primera invasión, pero sí que se cuidó muy mucho de criticar a EEUU a pesar de las protestas en las calles de Marruecos.

Conforme Marruecos ha ido consolidándose aún más como uno de los grandes aliados musulmanes de EEUU, la tibieza de Washington con respecto a la autodeterminación del Sáhara se ha ido acrecentando más y más. Desde 2001, Washington apuesta por una autonomía saharaui dentro del reino de Mohammed VI, negando la posibilidad de un estado propio, pero ahora Trump ha dado un paso más y uno que es difícilmente reversible. Con el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental solo no se acerca la paz y sino que se reduce la capacidad estadounidense de presionar a Rabat.

Unas semanas antes de dejar la Casa Blanca, Trump se apunta un tanto en la que considera su gran contribución a la política exterior de EEUU: la normalización internacional de Israel. Está por ver si Joe Biden mantiene la apuesta o da marcha atrás enfureciendo a Marruecos pero, de momento y como tantas otras veces, son los saharauis los que pagan el precio de que un líder estadounidense tenga prioridades mayores que el destino de “40.000 personas que probablemente ni saben que viven en el Sáhara español”.

Cómo occidente se repartió África en un par de décadas

Fuente: eulixe.com 10/12/2020

En 1884, 13 naciones europeas se reunieron en Berlín con un curioso objetivo: repartirse un continente entero. Como si de una jugosa tarta se tratara, los allí presentes negociaron para decidir qué parte se quedaba cada uno, obviando claro está a los pobladores de dicho continente, sus naciones, historia, raíces o cultura. El resultado fue un siglo entero de saqueo de los recursos naturales y guerras sin fin que provocaron millones de muertos. Hoy esos mismos países que se repartieron y destrozaron África, levantan muros para que sus empobrecidos habitantes no puedan escapar de la ruina que provocaron. 

La conferencia de Berlín, celebrada entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885 en la ciudad de Berlín (Imperio alemán), fue convocada por Francia y el Reino Unido,​ y organizada por el canciller de Alemania, Otto von Bismarck, con el fin de solventar los «problemas» que implicaba la expansión colonial en África y resolver su repartición.

Bismarck convocó a las principales potencias a una conferencia en Berlín, capital del Imperio alemán. La convocatoria se hacía, en palabras de Bismarck, para «establecer las condiciones del desarrollo del comercio, la civilización y el bienestar moral y material africanos», pero también buscaba una norma internacional para las futuras ocupaciones del territorio africano.

La conferencia se inauguró el 15 de noviembre de 1884 y continuó hasta su cierre el 26 de febrero de 1885. Se convocaron a doce países europeos más el Imperio turco y los Estados Unidos. Aunque algunos no tenían intereses en África, se buscaba un reconocimiento internacional a los resultados de la conferencia, aunque excepcionalmente, los Estados Unidos se reservaron el derecho de rechazar o aceptar las conclusiones de la Conferencia. Ningún estado africano estaba representado.

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Fuente y más info: wikipedia.org

¿Cómo perdió el trono el último emperador de Brasil?

Pedro II, con 49 años, en 1875.  Dominio público

Autor: Javier Martín

Fuente: La Vanguardia. Historia y Vida 02/12/2020

Pedro II es todavía hoy para muchos brasileños un ejemplo político y moral. Cuesta entender cómo pudo dejar ir la corona tan fácilmente

Pedro II reunió cualidades asombrosas: culto, paciente, respetuoso con las leyes, intelectual (le llamaban “O rei filosofo”), pero con dotes para la guerra cuando la veía necesaria para mantener la unidad de Brasil, moderado, casi monógamo, lector extraordinario, modesto… ¿Se podía pedir más a un gobernante?

Para los brasileños, Pedro II ha venido a representar con el tiempo lo más próximo a un ideal político y el envés de su padre, un hombre sexualmente fogoso e irritable al que nunca perdonaron que maltratara a su mujer, la inteligente y culta Leopoldina de Habsburgo. Pedro I lideró la independencia de la nación, liberándola de su estatuto colonial respecto de Portugal. Pero allí no se olvida que perdió la cabeza por una atractiva joven de São Paulo que resultó tan ardiente como él.

Tuvo la inconsciencia de imponer la presencia de la joven de la que estaba enamorado a su esposa, al nombrarla dama de su corte. Leopoldina murió de tristeza y soledad, abandonada, a los 29 años, y ese fue el principio del fin del reinado de Pedro I.

Leopoldina y sus hijos (de izquierda a derecha: Paula Mariana, María de la Gloria, Francisca, Pedro —en los brazos de su madre— y Januaria) poco antes de su muerte (1826).
Leopoldina y sus hijos (de izda. a dcha.: Paula Mariana, María de la Gloria, Francisca, Pedro –en brazos de su madre– y Januaria) poco antes de su muerte, 1826 Dominio público

Al percibir la consternación del pueblo ante lo ocurrido, el monarca quiso combatir su inesperada caída en desgracia alejando a la marquesa y casándose con otra noble europea, Amelia de Beauharnais. Pero ya nada pudo ser como antes. Se vio obligado a abdicar a favor de su hijo Pedro II, quien solo tenía cinco años en 1831, partiendo a Europa. Nunca volverían a verse. Pedro I murió en Lisboa en 1834, a los 35 años. Una vida intensa y corta, como la llama que inspira una hoja de papel.

Un niño solitario

La infancia de Pedro II fue triste, y sobre todo solitaria. Se hizo retraído, y solo en los libros encontraría un refugio a su infelicidad. A los 15 años fue coronado emperador, ante la inestabilidad política que se vivía en Brasil a causa de la larga regencia.

En 1843, dos años después de ser coronado, se casaba, sin conocerla, con Teresa Cristina de Borbón, princesa de las Dos Sicilias. La intención de la camarilla que se valía de su inexperiencia para gobernar era ver si el matrimonio le daba la seguridad necesaria como monarca y lo hacía madurar emocionalmente. Le habían prometido una belleza, y Pedro II se desilusionó tanto al verla que sufrió un leve desvanecimiento: la princesa era baja, cojeaba al andar, carecía de cintura y su rostro tenía un aspecto severo.

El falso retrato de Teresa Cristina que fue enviado a Pedro II para alentar el matrimonio imperial.
El falso retrato de Teresa Cristina que fue enviado a Pedro II para alentar el matrimonio imperial. Dominio público

En un primer momento quiso deshacer el matrimonio, pero la situación pudo reconducirse gracias a la discreción de Teresa Cristina, quien, sin ser una intelectual, encontró temas de conversación que la aproximaron a su marido. Él acabó aceptando a una mujer por la que no se sabe muy bien lo que sintió, pero a la que siempre fue fiel.

Decenios después, en 1889, cuando ella murió, fruto del shock que le supuso ver a la familia abocada al exilio, él anotó en su Diario: “No sé cómo escribo. Murió hace media hora la emperatriz, esa santa […]. Nunca imaginé mi aflicción”.

Reinado en auge

A mediados de siglo, el emperador, lejos ya de la adolescencia y con una familia en la que apoyarse, se siente cada vez más seguro de sí mismo, y con ello crece su popularidad. La economía consigue estabilizarse gracias a la consolidación del café en los mercados internacionalesel fin del tráfico de esclavos y la liberación de grandes capitales, listos para invertir en el nuevo mercado industrial que potencia de forma entusiasta el emperador, liberal y demócrata. Además, de acuerdo con su talante intelectual, se preocupó de otorgarle una base cultural con la que pudiera identificarse.

La coronación de Pedro II, con quince años, el 18 de julio de 1841.
La coronación de Pedro II, con quince años, el 18 de julio de 1841. Dominio público

Brasil carece de la rica variedad de culturas indígenas propia de los países hispanos, pues la colonización portuguesa fue menos cuidadosa, mucho más abrasiva. Pedro II comprendió que era preciso no solo afianzar la monarquía creada por su padre, sino proporcionarle una memoria, una tradición cultural propia, a fin de mantener la unidad política. Eso le ganó la imagen de “sabio emperador” que todavía conserva.

Potenció una literatura nacional que incluyera una rehabilitación ética y poética de lo indio (nativismo). Aprendió el tupí (el idioma indígena más hablado en Brasil) y propició la elaboración de diccionarios y gramáticas de ambas lenguas. Si lo africano evocaba la esclavitud y su presencia era incómoda en las artes, lo selvático aparecía como noble y auténtico, libre de reproches morales y, por ello, capaz de soportar la construcción de un pasado mítico. Lo mismo hizo con la pintura y la música: en ambos casos mostró el camino para valorizar lo pintoresco, la presencia del trópico.

De modo que el Romanticismo brasileño, más tardío que el europeo, fue un proyecto oficial, con un objetivo político. Pero lo cierto es que aquel mecenazgo imperial tuvo efectos deslumbrantes a corto plazo y atrajo a artistas y científicos europeos que darían a conocer Brasil al mundo.

Pedro II (c. 1858). En la década de 1850, los libros empezaron a aparecer de manera prominente en sus retratos.
Pedro II hacia 1858. En la década de 1850, los libros empezaron a aparecer de manera recurrente en sus retratos. Dominio público

“La ciencia soy yo”, recuerda la historiadora Lilia Schwarcz que dijo en una de las reuniones del Instituto Histórico y Geográfico Brasileiro, que él mismo había fundado. Y el mismo espíritu latió en la construcción de Petrópolis (“ciudad de Pedro”): unas tierras compradas por su padre en la parte más alta de Río de Janeiro fueron aprovechadas por el emperador para edificar un palacio de verano, inspirándose en Versalles. Y es que el modelo de Pedro II era Luis XIV, con su capacidad de dotar a su reinado de una enorme brillantez cultural y artística.

Asimismo, el emperador facilitó a los campesinos alemanes la posibilidad de que se instalaran cerca de Petrópolis, para conferir a los alrededores un patrón de civilización. Y muchos alemanes viajaron hasta allí, fundando con el tiempo ciudades como Novo Hamburgo, Santa Caterina, Joinville o Gramado.

De la guerra y el amor

Pero a su actividad a favor de la cultura y el progreso debemos contraponer su creciente desinterés por la política nacional. El punto de inflexión de su reinado lo marca la guerra con Paraguay, cuando este país invade el Mato Grosso en 1864 de la mano de Francisco Solano López, quien sale al paso de la alianza que Brasil había establecido con Argentina en contra de su enemigo natural, Paraguay, por la eterna discusión de los límites de cada uno y por otros intereses añadidos de la importante colonia de británicos en la región.

Mato Grosso era territorio paraguayo sobre el papel, pero estaba ocupado por brasileños cuando el mariscal Solano López decidió recuperarlo. Fue una guerra costosísima para ambas partes: en el caso de Brasil, en vidas humanas y pérdidas económicas, pues el conflicto duró algo más de cinco años, mientras que Paraguay quedó tan diezmado en personas y bienes que para algunos historiadores fue el comienzo de su bancarrota nacional.

La muerte del mariscal Solano puso fin al conflicto, y, aunque la victoria fue para Brasil, se dice que la preocupación ocasionó el envejecimiento precoz del emperador: su larga barba blanca y el aspecto cansado y pesaroso proceden de esa época y de una guerra que se le hizo inacabable. Pero solo tenía 45 años…

Pedro II con uniforme de almirante a los 44 años, los años de guerra le envejecieron de forma prematura.
Pedro II con uniforme de almirante a los 44 años, los años de guerra le envejecieron de forma prematura. Dominio público

Pedro II aprovechó la triste noticia de la muerte de su hija Leopoldina en Viena a causa del tifus para emprender su primer viaje a Europa, dejando como regente a su hija primogénita, Isabel. El emperador escribe en su Diario todo lo que ve, pero echa de menos a una mujer que con el tiempo se ha convertido en su confidente y amiga, la condesa de Barral, aya de sus hijas desde 1854.

No hay duda de que fue el gran amor del monarca. “Nunca conocí una inteligencia como la suya”, escribiría él al morir la condesa. No está claro que llegaran a tener relaciones carnales, pero la correspondencia entre ambos da fe de una relación singularmente íntima y confidencial que despertó los celos de Teresa Cristina.

Camino al exilio

Al primer viaje, que duró diez meses, le seguirían dos más. El segundo, a Estados Unidos, duró un año y medio, y el tercero, en 1887, a Italia, otros quince meses. El contacto con otras culturas le iba alejando de la dureza de la política practicada en Brasil, pero también su figura iba disolviéndose entre las nuevas generaciones. El emperador se había convertido en motivo de muchas caricaturas en los periódicos: no se comprendía su modestia, el hecho de que viajara con un séquito reducido y sin visitas oficiales, que vistiera como un burgués corriente, con un sencillo frac.

Pedro II (sentado, a la derecha) visitando la necrópolis de Giza a finales de 1871.
Pedro II (sentado, a la derecha) visitando la necrópolis de Giza a finales de 1871. Dominio público

Hay que decir que él no confiaba en el reinado de su hija Isabel. Creía que solo un hombre podía ser capaz de llevar las difíciles riendas de la Corona brasileña, y sus hijos habían muerto tempranamente. De modo que se le planteó una duda que acabó por engullirle: ¿por qué seguir, si tampoco tendría continuación la dinastía de los Braganza? Y, sin embargo, fue Isabel quien, en sus períodos de regencia, aprobó la llamada “ley del vientre libre”, por la cual los nacidos de mujeres esclavas podían permanecer con la madre, y quien, más adelante, en 1888, sancionó la ley que abolía definitivamente la esclavitud.Lee también

Pedro II no luchó por la herencia de su hija. Llevaba casi cincuenta años al frente del imperio de Brasil, y la intriga de quienes más perjudicados se sentían por la pérdida del trabajo esclavo condujo a la declaración de la república el 15 de noviembre de 1889. Era una declaración que apenas contaba con apoyos. Pedro podía haberse impuesto, pero no lo hizo.

A los pocos días, la familia imperial partía para Europa. En el poco tiempo de vida que le quedaba comprendería claramente su error. Demasiado tarde. En el exilio soñará con que sus antiguos súbditos le reclamen. Nunca sucedió. Pedro moría en París el 5 de diciembre de 1891.

Benedict Arnold, el traidor norteamericano

Autor: EDMUNDO FAYANAS ESCUER

Fuente: Nueva Tribuna 4/12/2020

Arnold nació en Norwich, el catorce de enero del año 1741, en el estado de Connecticut, como súbdito británico. Era el segundo de los seis hijos de Benedict Arnold y de Hannah Waterman King.

Su nombre fue elegido en honor a su bisabuelo Benedict Arnold, uno de los primeros gobernadores de la Colonia de Rhode Island. El padre de Arnold era un exitoso hombre de negocios y la familia se cambió a los barrios ricos de Norwich. Fue inscrito en una escuela privada en las cercanías de Canterbury, con el objetivo de que eventualmente asistiera a la Universidad de Yale.

Sin embargo, la muerte de sus hermanos dos años después puede haber contribuido a un declive en la fortuna familiar, ya que su padre comenzó a beber. Cuando tenía catorce años, no tenía dinero para pagar su educación privada.

En Norwich, en el estado de Connecticut, la ciudad natal de Arnold, alguien escribió “el traidor” junto a su registro de nacimiento en el ayuntamiento, y todas las lápidas de su familia han sido destruidas excepto la de su madre

SUS PRIMEROS AÑOS DE VIDA

El alcoholismo y la mala salud de su padre le impidieron enseñarle a Arnold en el negocio mercantil familiar. Sin embargo, las conexiones familiares de su madre le aseguraron un aprendizaje con sus primos Daniel y Joshua Lathrop, quienes operaban un exitoso boticario y comercio de mercancías en general en Norwich. Su aprendizaje con los Lathrops duró siete años.

Arnold estaba muy unido a su madre, que murió en el año 1759. El alcoholismo de su padre empeoró después de su muerte, y el joven asumió la responsabilidad de mantener a su padre y a su hermana menor. Su padre fue arrestado en varias ocasiones por embriaguez pública, su iglesia le negó la comunión y murió en el año 1761.


Arnold se sintió atraído por el sonido de las baterías de artillería en el año 1755 e intentó alistarse en la milicia provincial durante la guerra francesa e india, pero su madre se negó al permiso.

Cuando tenía dieciséis años, se alistó en la milicia de Connecticut. Se dirigió hacia Alban, Nueva York y Lake George. Los franceses habían sitiado Fort William Henry en el noreste de Nueva York, y sus aliados indios habían cometido atrocidades después de su victoria. La noticia del desastroso resultado del asedio llevó a la compañía a cambiar y Arnold sirvió solo durante trece días.

SUS NEGOCIOS

Arnold se estableció como farmacéutico y librero en New Haven, Connecticut, en el año 1762 con la ayuda de los Lathrops. Trabajó duro y tuvo éxito, y pudo expandir rápidamente su negocio.

Se asoció con Adam Babcock en el año 1764, que era otro joven comerciante de New Haven. Compraron tres barcos comerciales, utilizando las ganancias de la venta de su propiedad y establecieron un lucrativo comercio en las Indias Occidentales.

Durante este tiempo, Arnold llevó a su hermana Hannah a New Haven y la estableció en su botica para administrar el negocio en su ausencia. Viajó extensamente a través de Nueva Inglaterra y desde Quebec hasta las Indias Occidentales, a menudo al mando de uno de sus propios barcos.

En uno de sus viajes, se batió en duelo en Honduras con el capitán de un barco británico, que lo había llamado “maldito yanqui, desprovisto de buenos modales o de los de un caballero”. El capitán resultó herido en el primer tiroteo, y se disculpó cuando Arnold amenazó con apuntar a matar en el segundo.


La Ley del Azúcar del año 1764 y la Ley del Sello del año 1765 restringieron severamente el comercio mercantil en las colonias. La Ley del Timbre impulsó a Arnold a unirse al coro de voces de la oposición y también lo llevó a unirse a los Hijos de la Libertad, una organización secreta que abogaba por la resistencia a esas y otras medidas parlamentarias restrictivas.

Arnold inicialmente no participó en ninguna manifestación pública pero, como muchos comerciantes, continuó haciendo negocios abiertamente desafiando las leyes parlamentarias que legalmente equivalían al contrabando.

Se enfrentó la ruina financiera, endeudado con acreedores, que difundieron rumores de su insolvencia, hasta el punto de que emprendió acciones legales contra ellos.

Arnold y miembros de su tripulación dieron una paliza a un hombre sospechoso de intentar informar a las autoridades en la noche del veintiocho de enero del año 1767, sobre el contrabando de Arnold.

Fue condenado por alteración del orden público y multado con una cantidad relativamente pequeña de cincuenta chelines. La publicidad del caso y la simpatía generalizada por sus puntos de vista, probablemente contribuyeron a la leve sentencia.

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El veintidós de febrero del año 1767, Arnold se casó con Margaret Mansfield, hija de Samuel Mansfield, el sheriff de New Haven y miembro de la Logia Masónica local. Su hijo Benedict nació al año siguiente y fue seguido por los hermanos Richard y Henry.

Margaret murió el diecinueve de junio del año 1775, mientras que Arnold estaba en Fort Ticonderoga después de su captura. Está enterrada en la cripta de la Iglesia Central en New Haven Green. La casa estaba dominada por la hermana de Arnold, Hannah, incluso mientras Margaret estaba viva.

Se benefició de su relación con Mansfield, quien se convirtió en socio de su negocio y utilizó su puesto de sheriff para protegerlo de los acreedores.

Arnold estaba en las Indias Occidentales cuando tuvo lugar la masacre de Boston el cinco de marzo del año 1770. Escribió que estaba “muy conmocionado” y se preguntó “Dios mío, ¿están todos los estadounidenses dormidos y cediendo dócilmente sus libertades, o se han vuelto filósofos, que no toman venganza inmediata de tales malhechores?”



EL LUCHADOR POR LA INDEPENDENCIA

Comenzó la guerra como capitán de la milicia de Connecticut, cargo para el que fue elegido en marzo del año 1775. Su compañía se dirigió hacia el noreste para ayudar en el asedio de Boston, y posteriormente, en las batallas de Lexington y Concord.

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Propuso una acción al Comité de Seguridad de Massachusetts para apoderarse de Fort Ticonderoga en el norte del estado de Nueva York, pues sabía que estaba mal defendido. Inmediatamente se fue a Castleton en las disputadas New Hampshire Grants a tiempo para participar con Ethan Allen y sus hombres en la captura de Fort Ticonderoga.

Siguió esa acción con una incursión audaz en Fort Saint-Jean en el río Richelieu, al norte del lago Champlain. Tuvo una disputa con su comandante sobre el control del fuerte y renunció a su comisión en Massachusetts. Iba de camino a casa desde Ticonderoga cuando se enteró de que su esposa había muerto a principios de junio.

El II Congreso Continental autorizó una invasión de Quebec, en parte a instancias de Arnold, pero se le pasó por alto para el mando de la expedición. Fue a Cambridge, en el estado de Massachusetts y sugirió a George Washington una segunda expedición para atacar la ciudad de Quebec a través de una ruta salvaje a través de Maine.

Recibió el grado de coronel en el Ejército Continental para esta expedición y dejó Cambridge en septiembre del año 1775, con 1.100 hombres. Llegó a la ciudad de Quebec en noviembre, tras una travesía difícil en el que 300 hombres dieron media vuelta y otros 200 murieron en el camino. Richard Montgomery se unió a él y a sus hombres.

El pequeño ejército participó en el asalto del treinta y uno de diciembre a la ciudad de Quebec, en el que Montgomery fue asesinado y la pierna de le quedó destrozada.

Posteriormente viajó a Montreal, donde se desempeñó como comandante militar de la ciudad hasta que un ejército británico que había llegado a Quebec en mayo lo obligó a retirarse. Dirigió la retaguardia del Ejército Continental durante su retirada de Saint-Jean, donde James Wilkinson informó que fue la última persona en marcharse antes de que llegaran los británicos.

Dirigió la construcción de una flota para defender el lago Champlain, pero fue derrotado en la batalla de octubre del año 1776 en la isla Valcour. Sin embargo, sus acciones en Saint-Jean y Valcour Island jugaron un papel notable en el retraso del avance británico contra Ticonderoga hasta el año 1777.

Sin embargo, una enconada disputa con Moses Hazen, comandante del II Regimiento canadiense en Ticonderoga durante el verano del año 1776, hizo cambiar su situación. Sólo la acción del superior de Arnold en Ticonderoga impidió su propio arresto por contracargos formulados por Hazen.

También tuvo desacuerdos con John Brown y James Easton, dos oficiales de nivel inferior con conexiones políticas, que provocaron continuas sugerencias de irregularidades. Brown fue particularmente cruel, publicando un volante que decía de Arnold, “El dinero es el Dios de este hombre y para obtener suficiente sacrificaría su país”. Como vemos, patria y dinero se unían en Arnold.

El general Washington asignó a Arnold a la defensa de Rhode Island, tras la toma británica de Newport en diciembre del año 1776, donde la milicia estaba demasiado mal equipada para siquiera considerar un ataque contra los británicos.


Aprovechó la oportunidad para visitar a sus hijos mientras estaba cerca de su casa en New Haven, y pasó gran parte del invierno en Boston, donde cortejó sin éxito a una bella joven llamada Betsy Deblois.

Arnold se dirigía a Filadelfia para discutir su futuro cuando fue alertado de que una fuerza británica marchaba hacia un depósito de suministros en Danbury, Connecticut. Organizó la respuesta de la milicia, junto con David Wooster y el general de milicia del estado de Connecticut, Gold Selleck Silliman.

Lideró un pequeño contingente de milicias, que intentaba detener o frenar el regreso británico a la costa en la batalla de Ridgefield y nuevamente resultó herido en la pierna izquierda.

Continuó hacia Filadelfia, donde se reunió con miembros del Congreso para tratar sobre su rango. Su acción en Ridgefield resultó en su ascenso a mayor general, aunque su antigüedad no fue restaurada sobre aquellos que habían sido promovidos antes que él.

En medio de negociaciones sobre su graduación militar, escribió una carta de renuncia el once de julio, el mismo día en que llegó a Filadelfia la noticia de que Fort Ticonderoga había caído en manos de los británicos. Washington rechazó su renuncia y le ordenó ir al norte para que ayudara en la defensa de esta región.

Arnold llegó al campamento de Schuyler en Fort Edward, en el estado de Nueva York, el veinticuatro de julio. El trece de agosto, Schuyler lo envió con una fuerza de 900 hombres para aliviar el sitio de Fort Stanwix, donde logró con una artimaña levantar el sitio.

Arnold regresó al Hudson, donde el general Gates se había hecho cargo del mando del ejército norteamericano. Se distinguió en las batallas de Saratoga, a pesar de que el General Gates lo removió del mando de campo después de la primera batalla, luego de una serie de desacuerdos y disputas que culminaron en una pelea a gritos.

Durante la lucha en la segunda batalla, Arnold desobedeció las órdenes de Gates y se dirigió al campo de batalla para liderar los ataques a las defensas británicas. Volvió a ser gravemente herido en la pierna izquierda al final del combate.

Burgoyne se rindió diez días después de la segunda batalla, el diecisiete de octubre del año 1777. El Congreso restauró la antigüedad de mando de Arnold en respuesta a su valor en Saratoga. Sin embargo, interpretó la forma en que lo hicieron como un acto de simpatía por sus heridas y no como una disculpa o reconocimiento de que estaban corrigiendo un error.

Pasó varios meses recuperándose de sus heridas. Tenía su pierna toscamente ajustada, en lugar de permitir que se la amputaran, dejándola dos pulgadas más corta que la derecha. Regresó al ejército en Valley Forge, en el estado de Pensilvania, en mayo del año 1778, ante el aplauso de los hombres que habían servido a sus órdenes en Saratoga.

Allí participó en el primer juramento de lealtad registrado, junto con muchos otros soldados, como señal de lealtad a los Estados Unidos.


Los británicos se retiraron de Filadelfia en junio del año 1778 y Washington nombró a Arnold comandante militar de la ciudad. El conocido historiador John Shy afirma:

“Washington luego tomó una de las peores decisiones de su carrera, nombrando a Arnold como gobernador militar de la rica ciudad políticamente dividida. Nadie podría haber estado menos calificado para el puesto. Arnold había demostrado ampliamente su tendencia a verse envuelto en disputas, así como su falta de sentido político. Por encima de todo, necesitaba tacto, paciencia y equidad al tratar con un pueblo profundamente marcado por meses de ocupación enemiga”.

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Desde su cargo militar comenzó a planear capitalizar financieramente el cambio de poder en Filadelfia. Participó en una variedad de acuerdos comerciales diseñados para beneficiarse de los movimientos de suministro relacionados con la guerra y beneficiarse de la protección de su autoridad.

Tales esquemas no eran infrecuentes entre los oficiales norteamericanos, pero los esquemas de Arnold a veces fueron frustrados por poderosos políticos locales como Joseph Reed, quien eventualmente acumuló suficiente evidencia para emitir cargos en su contra públicamente.

Arnold exigió una corte marcial para aclarar los cargos, escribiendo a Washington en mayo del año 1779: «Habiéndome convertido en un lisiado al servicio de mi país, poco esperaba encontrar resultados ingratos».

Arnold vivió extravagantemente en Filadelfia y fue una figura prominente en la escena social. Durante el verano del año 1778, conoció a Peggy Shippen, la hija de dieciocho años del juez Edward Shippen, un simpatizante leal que había hecho negocios con los británicos mientras ocupaban la ciudad.

Se casó con Arnold el ocho de abril del año 1779. Shippen y su círculo de amigos habían encontrado métodos para mantenerse en contacto con amantes a través de las líneas de batalla, a pesar de las prohibiciones militares de comunicarse con el enemigo. Parte de esta comunicación se realizó a través de los servicios de Joseph Stansbury, un comerciante de Filadelfia.

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Arnold había sido gravemente herido dos veces en la batalla y había perdido su negocio en el estado de Connecticut, lo que lo amargaba profundamente. Se sintió resentido con varios generales rivales y más jóvenes, que habían sido promovidos antes que él y recibieron los honores que él pensaba que se merecían.

COMIENZA LA TRAICIÓN

Especialmente irritante fue una larga disputa con las autoridades civiles en Filadelfia, que condujo a su consejo de guerra. También fue condenado por dos cargos menores por usar su autoridad para obtener ganancias. El general Washington le dio una leve reprimenda, pero simplemente aumentó la sensación de traición de Arnold.

No obstante, ya había iniciado negociaciones con los británicos, antes de que comenzara su consejo de guerra. Más tarde dijo en su propia defensa, que era leal a sus verdaderas creencias. Sin embargo, mintió al mismo tiempo al insistir en que Peggy era totalmente inocente e ignorante de sus planes.

Era un pesimista sobre el futuro del país. El diez de noviembre del año 1778, el general Nathanael Greene escribió al general John Cadwalader: “Me han dicho que el general Arnold se ha vuelto muy impopular entre ustedes, debido a que se ha asociado demasiado con los conservadores”.

Unos días más tarde, Arnold escribió a Greene y se lamentó por la mala situación del país en ese momento en particular, citando la depreciación de la moneda, la desafección del ejército y las luchas internas en el Congreso.

Peggy Shippen tuvo un papel importante en la trama. Ejerció una poderosa influencia sobre su esposo. Peggy provenía de una familia leal en Filadelfia y tenía muchos vínculos con los británicos. Ella era el conducto de información para los británicos.

A principios de mayo del año 1779, Arnold se reunió con el comerciante de Filadelfia Joseph Stansbury, quien se trasladó en secreto a Nueva York con una oferta de los servicios de Arnold al jefe británico Sir Henry Clinton. Stansbury ignoró las instrucciones de Arnold de no involucrar a nadie más en el complot. Cruzó la frontera británica y fue a ver a Jonathan Odell en Nueva York.

LA CONSUMACIÓN DE LA TRAICIÓN

André consultó con el general Clinton, quien le dio amplia autoridad para seguir la oferta de Arnold. André luego redactó instrucciones para Stansbury y Arnold. Esta carta inicial abrió una discusión sobre los tipos de ayuda e inteligencia que Arnold podría proporcionar, e incluyó instrucciones sobre cómo comunicarse en el futuro.

Se debían pasar cartas a través del círculo de mujeres, del que formaba parte Peggy. Sólo ésta sabría que algunas cartas contenían instrucciones que debían transmitirse a André, escritas en código tinta invisible, se empleó a Stansbury como mensajero.

En julio del año 1779, Benedict Arnold estaba proporcionando a los británicos las ubicaciones y las fuerzas de las tropas, así como la ubicación de los depósitos de suministros, mientras negociaba la compensación. Al principio, pidió indemnización por sus pérdidas de unas diez mil libras, cantidad que el Congreso Continental le había dado por sus servicios en el Ejército Continental.

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El general Clinton estaba realizando una campaña para hacerse con el control del valle del río Hudson y estaba interesado en planes e información sobre las defensas de West Point y otras defensas del río Hudson.

También comenzó a insistir en una reunión cara a cara y le sugirió a Arnold que buscara otro comando de alto nivel. En octubre del año 1779 las negociaciones se habían detenido.

El consejo de guerra le acusó de lucro cesante, comenzó a reunirse el uno de junio del año 1779, pero se retrasó hasta diciembre del año 1779 por la captura de Stony Point, en el estado de Nueva York por parte del general Clinton, lo que provocó que el ejército se lanzara a un frenesí de actividad para reaccionar.

Varios miembros del panel de jueces estaban mal dispuestos hacia Arnold por acciones y disputas a principios de la guerra. Sin embargo, Arnold fue absuelto de todos los cargos menores excepto dos, el veintiséis de enero del año 1780.

Arnold trabajó durante los siguientes meses, sin dar a conocer este hecho. Sin embargo, George Washington publicó una reprimenda formal por su comportamiento a principios de abril, solo una semana después de haber felicitado a Arnold, el diecinueve de marzo por el nacimiento de su hijo Edward Shippen Arnold. La reprimenda dice:

“El Comandante en Jefe habría estado mucho más feliz en la ocasión de otorgar elogios a un oficial, que había prestado servicios tan distinguidos a su país como el Mayor General Arnold; pero en el presente caso, el sentido del deber y la sinceridad lo obligan a declarar que considera su conducta como imprudente e impropia”.

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Una investigación del Congreso sobre los gastos de Arnold concluyó, que no había tenido en cuenta completamente los gastos incurridos durante la invasión de Quebec y que le debía al Congreso unas mil libras, en gran parte porque no pudo documentarlos. Una cantidad significativa de estos documentos se perdió durante la retirada de Quebec. Enojado y frustrado, Arnold renunció a su mando militar en Filadelfia a fines de abril.

A principios de abril, Philip Schuyler se había acercado a Arnold con la posibilidad de darle el mando en West Point. Las discusiones no habían dado frutos entre Schuyler y Washington a principios de junio.

Arnold reabrió los canales secretos con los británicos, informándoles de las propuestas de Schuyler e incluyendo la evaluación de Schuyler de las condiciones en West Point.

También proporcionó información sobre una propuesta de invasión franco-norteamericana de Quebec, que iba a remontar el río Connecticut. Arnold no sabía, que esta propuesta de invasión era un ardid destinado a desviar los recursos británicos.

El dieciséis de junio, Arnold inspeccionó West Point mientras se dirigía a su casa en Connecticut para ocuparse de sus asuntos personales, y envió un informe muy detallado a través del canal secreto. Cuando llegó a Connecticut, Arnold arregló la venta de su casa y comenzó a transferir activos a Londres a través de sus intermediarios en Nueva York.

A Clinton le preocupaba, que el ejército de Washington y la flota francesa se unieran en Rhode Island y nuevamente se fijó en West Point como un punto estratégico para capturar.

André tenía espías e informadores que seguían a Arnold para verificar sus movimientos. Emocionado por las perspectivas, Clinton informó a sus superiores de su golpe de inteligencia, pero no respondió a la carta de Arnold del siete de julio.

Benedict Arnold escribió a continuación una serie de cartas a Clinton, incluso antes de que pudiera haber esperado una respuesta a la carta del siete de julio. En una carta del once de julio, se quejaba de que los británicos no parecían confiar en él y amenazaba con interrumpir las negociaciones a menos, que se hiciera algún progreso.

El doce de julio, volvió a escribir, haciendo explícita la oferta de entregar West Point, aunque su precio se elevó a veinte mil libras, además de la indemnización por sus pérdidas, con un anticipo de mil libras, que se entregará con la respuesta. Estas cartas fueron entregadas por Samuel Wallis, otro empresario de Filadelfia, que espiaba para los británicos, en lugar de Stansbury.

El tres de agosto del año 1780, Arnold obtuvo el mando de West Point. El quince de agosto, recibió una carta codificada de André con la oferta final de Clinton: veinte mil libras y ninguna indemnización por sus pérdidas. Las cartas de Arnold continuaron detallando los movimientos de tropas de Washington y proporcionando información sobre los refuerzos franceses que se estaban organizando. El veinticinco de agosto, Peggy finalmente le entregó el acuerdo de Clinton sobre los términos.

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El mando de Arnold en West Point también le dio autoridad sobre todo el río Hudson controlado por los norteamericanos, desde Albany hasta las líneas británicas fuera de la ciudad de Nueva York.

Una vez que Arnold se estableció en West Point, comenzó a debilitar sistemáticamente sus defensas y fuerza militar. Nunca se ordenaron las reparaciones necesarias en la cadena al otro lado del Hudson.

Las tropas se distribuyeron generosamente dentro del área de comando de Arnold o se enviaron a Washington.

También acribilló a Washington con quejas sobre la falta de suministros y escribió: “Falta de todo”. Al mismo tiempo, trató de drenar los suministros de West Point para que el asedio tuviera más posibilidades de éxito.

Sus subordinados se quejaron de la distribución innecesaria de suministros de Arnold y finalmente llegaron a la conclusión de que los estaba vendiendo en el mercado negro para beneficio personal.

El treinta de agosto, Arnold envió una carta aceptando los términos de Clinton y proponiendo una reunión a André a través de otro intermediario más, William Heron, que era miembro de la Asamblea del estado Connecticut en quien pensaba que podía confiar.

Finalmente, se fijó una reunión para el once de septiembre, cerca de Dobb’s Ferry. Esta reunión se vio frustrada cuando las cañoneras británicas en el río dispararon contra su barco, sin ser informados de su inminente llegada.

Esperaba a Washington, con quien iba a desayunar en su cuartel general en la antigua casa de verano del coronel británico, Beverley Robinson, en la orilla este del Hudson. Arnold se enteró de que Jameson había enviado a Washington los documentos que André llevaba.

Arnold huyó a la ciudad de Nueva York. Desde el barco, escribió una carta a Washington solicitando que se le diera a Peggy un pasaje seguro a su familia en Filadelfia, que Washington concedió.

Washington mantuvo la calma cuando se le presentó evidencia de la traición de Arnold. Sin embargo, investigó su alcance y sugirió, que estaba dispuesto a cambiar a André por Arnold durante las negociaciones con el general Clinton sobre el destino de André.

Clinton rechazó esta sugerencia. Tras ser juzgado por un tribunal militar, André fue ahorcado en Tappan, en el estado de Nueva York, el dos de octubre. Washington también infiltró hombres en la ciudad de Nueva York en un intento por capturar a Arnold.

Este plan casi tuvo éxito, pero Arnold cambió de vivienda antes de zarpar hacia Virginia en diciembre y así evitó la captura. Justificó sus acciones en una carta abierta titulada “A los habitantes de América”, publicada en los periódicos en octubre del año 1780.

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También escribió en la carta a Washington solicitando un pasaje seguro para Peggy: “El amor a mi país impulsa mi conducta actual, sin embargo, puede parecer inconsistente para el mundo, que rara vez juzga correctas las acciones de cualquier hombre”.

Los británicos le dieron a Arnold el cargo de general de brigada con un ingreso anual de varios cientos de libras. Además, le pagaron sólo 6.315 libras más una pensión anual de 360 libras, a pesar de que su plan había fracasado.

En diciembre del año 1780, dirigió una fuerza de 1.600 soldados a Virginia bajo las órdenes de Clinton, donde capturó Richmond por sorpresa y luego se desató por Virginia, destruyendo casas de suministros, fundiciones y molinos.

El ejército norteamericano que lo perseguía incluía al marqués de Lafayette, que tenía órdenes de Washington de colgar sumariamente a Arnold si era capturado. Los refuerzos británicos llegaron a fines de marzo liderados por William Phillip, quien sirvió bajo Burgoyne en Saratoga.

Arnold estuvo al mando del ejército sólo hasta el veinte de mayo, cuando Lord Cornwallis llegó con el ejército del sur y se hizo cargo.

A su regreso a Nueva York en junio, Arnold hizo una variedad de propuestas de ataques a objetivos económicos para obligar a los norteamericanos a poner fin a la guerra. Clinton no estaba interesado en la mayoría de sus ideas agresivas, pero finalmente lo autorizó a asaltar el puerto de New London, en Connecticut.

Dirigió una fuerza de más de 1.700 hombres, que incendió la mayor parte de New London, el cuatro de septiembre, causando daños estimados en 500.000 dólares. También atacaron y capturaron Fort Griswold al otro lado del río en Groton, en Connecticut, matando a los norteamericanos después de que se rindieron tras la Batalla de Groton Height.

Sin embargo, las bajas británicas fueron elevadas, casi una cuarta parte de la fuerza murió o resultó herida, y Clinton declaró que no podía permitirse más victorias de este tipo.

Incluso antes de la rendición de Cornwallis en octubre, Arnold había pedido permiso a Clinton para ir a Inglaterra y contarle a Lord George Germain sus pensamientos sobre la guerra en persona. El ocho de diciembre de 1781, Arnold y su familia partieron de Nueva York hacia Inglaterra.

En Londres, Arnold se alineó con los conservadores y aconsejó a Germain y al rey Jorge III que reanudaran la lucha contra los norteamericanos. En la Cámara de los Comunes, Edmund Burke expresó la esperanza de que el gobierno no pusiera a Arnold “a la cabeza de una parte del ejército británico… para que los sentimientos de verdadero honor, que todo oficial británico tiene más querido que la vida, ser afligido”.

Los whigs pacifistas habían ganado la delantera en el Parlamento, y Germain se vio obligado a dimitir, y el gobierno de Lord North cayó poco después. Luego Arnold solicitó acompañar al general Carleton, que iba a Nueva York, para reemplazar a Clinton como comandante en jefe, pero la solicitud no llegó a ninguna parte.

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Todos los demás intentos fracasaron para ganar posiciones dentro del gobierno o la Compañía Británica de las Indias Orientales durante los próximos años, y se vio obligado a subsistir con la paga reducida del servicio fuera de la guerra.

Su reputación también fue criticada en la prensa británica, especialmente cuando se la compara con el Mayor André, quien fue célebre por su patriotismo. Un crítico dijo “que era un mercenario mezquino que, habiendo adoptado una causa por el saqueo, la abandona cuando es condenado por ese cargo”. George Johnstone lo rechazó para un puesto en la Compañía de las Indias Orientales y explicó:

“Aunque estoy satisfecho con la pureza de su conducta, la generalidad no lo cree así. Si bien este es el caso, ningún poder en este país podría colocarlo repentinamente en el situación a la que apunta bajo la Compañía de las Indias Orientales”.

Arnold y su hijo Richard se mudaron a Saint John, New Brunswick en el año 1785, donde especularon con la tierra y establecieron un negocio comercial con las Indias Occidentales. Arnold compró grandes extensiones de tierra en el área de Maugerville y adquirió lotes en la ciudad de Saint John y Fredericton.

La entrega de su primer barco, el Lord Sheffield, estuvo acompañada de acusaciones del constructor de que Arnold lo había engañado. Después de su primer viaje, Arnold regresó a Londres, en el año 1786, para llevar a su familia a Saint John. Mientras estaba allí, se liberó de una demanda por una deuda impaga, que Peggy había estado luchando mientras él estaba fuera, pagando 900 libras para liquidar un préstamo de 12.000 libras, que había adquirido mientras vivía en Filadelfia.

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La familia se mudó a Saint John en el año 1787, donde Arnold creó un escándalo con una serie de malos negocios y juicios menores. El más grave de ellos fue un juicio por difamación, que ganó contra un ex socio comercial y después de esto, la gente del pueblo lo quemó en una efigie frente a su casa, mientras Peggy y los niños observaban. La familia abandonó Saint John para regresar a Londres, en diciembre de 1791.

Luchó en un duelo incruento con el conde de Lauderdale, en julio del año 1792, después de que el conde impugnara su honor en la Cámara de los Lores. Con el estallido de la Revolución Francesa, Arnold equipó a un corsario, mientras continuaba haciendo negocios en las Indias Occidentales, aunque las hostilidades aumentaron el riesgo.

Fue encarcelado por las autoridades francesas en Guadalupe en medio de acusaciones de espionaje para los británicos, y eludió por poco la horca al escapar a la flota británica que bloqueaba, después de sobornar a sus guardias. Ayudó a organizar las fuerzas de la milicia en las islas bajo control británico, recibiendo elogios de los terratenientes por sus esfuerzos en su favor.

Esperaba que este trabajo le valiera un mayor respeto y un nuevo mando; en cambio, le valió a él ya sus hijos una concesión de tierras de 15.000 acres, unas 6.100 ha en el Alto Canadá, cerca de la actual Renfrew, Ontario.

En enero del año 1801, la salud de Benedict Arnold comenzó a deteriorarse. Había sufrido de gota desde el año 1775 y ya no tenía capacidad para hacerse a la mar. La otra pierna le dolía constantemente y caminaba solo con un bastón.

Arnold fue enterrado en Londres. Como resultado de un error administrativo en los registros parroquiales, sus restos fueron llevados a una fosa común sin marcar durante las renovaciones de la iglesia un siglo después.

Arnold dejó una pequeña propiedad, reducida en tamaño por sus deudas, que Peggy se comprometió a liquidar. Entre sus legados había regalos considerables a un tal John Sage, quizás un hijo o nieto ilegítimo.

El nombre de Benedict Arnold se convirtió en sinónimo de “traidor” poco después de que su traición se hiciera pública, y a menudo se invocaban temas bíblicos. Benjamín Franklin escribió que “Judas vendió a un solo hombre, Arnold tres millones”, y Alexander Scammell describió sus acciones como “negras como el infierno”.

En Norwich, en el estado de Connecticut, la ciudad natal de Arnold, alguien escribió “el traidor” junto a su registro de nacimiento en el ayuntamiento, y todas las lápidas de su familia han sido destruidas excepto la de su madre.

Los historiadores canadienses han tratado a Arnold como una figura relativamente menor. Su difícil época en New Brunswick llevó a los historiadores a resumirlo como lleno de “controversia, resentimiento y enredos legales” y a concluir que no era del agrado de los norteamericanos y los leales que vivían allí.

Cuando el Gran Hermano espió a Orwell

George Orwell (el más alto al fondo a la izquierda), cuando formaba parte de la milicia del POUM en 1937 en Barcelona 
 Centelles

Autora: Leonor Mayor

Fuente: La Vanguardia 28/11/2020

Winston Smith vive vigilado por el Gran Hermano, el único ser humano al que se le permite amar, al que tiene que adorar. Napoleón es uno de los cerdos que propician la revolución que permite derrocar al granjero Jones e instaurar un orden nuevo en el que todos los animales son iguales… hasta que dejan de serlo. Rebelión en la granja y 1984 fueron en buena parte resultado del paso de su autor, George Orwell, por la Barcelona de 1937 en plena Guerra Civil cuando «la gente con conciencia política estaba mucho más pendiente de los enfrentamientos internos entre anarquistas y comunistas que de la lucha contra Franco».

El propio Orwell, que por entonces aún no era Orwell sino Eric Arthur Blair, fue espiado por el estalinismo en esos intensos meses de abril y mayo del 37, que ahora revive el periodista e historiador Giles Tremlett en Las Brigadas Internacionales (Debate). “Orwell tenía la ventaja de ser un simple soldado voluntario y, por tanto, no era uno de los pesos pesados entre los trotskistas extranjeros”, explica Tremlett a La Vanguardia. Aunque “corrió riesgo”, ese anonimato pudo salvar la vida del escritor, pero no evitó que algunos informes sobre sus andanzas en España elaborados por el espionaje ruso, el NKVD, y el servicio de inteligencia militar de las Brigadas Internacionales llegasen a Moscú.

Portada libro 1984 de George Orwell
Portada libro 1984 de George Orwell  Terceros

Tremlett recuerda que “la experiencia española es el germen tanto de 1984 como de Rebelión en la granja y de Homenaje a Cataluña”. Y agrega que Orwell era consciente de que el Gran Hermano Stalin le estaba vigilando, lo que precipitó su huida de España, aunque “desconocía los detalles” de ese espionaje. El escritor había elegido amistades peligrosas. En su mayoría pertenecían al POUM, una formación antiestalinista y filoanarquista, en la que Orwell no llegó nunca a militar, pero que estaba apoyada por el Partido Laboralista Independiente (ILP), que era a ojos del autor británico la única fuerza «que aspira a algo parecido a lo que yo considero el socialismo”.Lee también

FÈLIX BADIA

Fotografía oficial de Stalin con Nikolai Yezhov y, a la derecha, la misma foto retocada tras su ejecución.

Su simpatía por el POUM llevó a Orwell a coger “un fusil y varios cargadores de munición”, que le facilitaron los anarquistas en el hotel Falcón de las Ramblas, y a participar en los combates en que se sumió la ciudad aquella primavera de 1937. “Enviaron a Orwell a la parte alta de las Ramblas, al tejado del teatro Poliorama, para defender desde allí la sede del POUM, que estaba situada enfrente (…) Pasó tres noches allí. El único disparo que efectuó fue para detonar una granada de mano que había caído rodando sobre la acera”. Salió ileso de esa experiencia y regresó al hotel Continental, pero cuando acabaron los enfrentamientos, que dejaron 218 muertos, Orwell ya no era el mismo y “cada vez que alguien llamaba a la puerta de su habitación, instintivamente echaba mano de la pistola”.

George Orwell Terceros

Orwell, que estaba destinado en el frente de Aragón, había pasado esos días tan ajetreados en Barcelona durante un permiso. Después volvió a las trincheras y, el 20 de mayo, le alcanzó el disparo de un francotirador. También en esta ocasión sobrevivió, pero la guerra ya se había convertido en una pesadilla. Le enviaron de nuevo a Barcelona, al hospital, e “hizo planes para salir de España cuanto antes”, señala Tremlett en el capítulo de Las Brigadas Internacionales titulado Sabotaje a Cataluña. El propio escritor confesó que “sentía un deseo abrumador de alejarme de todo. Del horrible clima de sospechas y odios políticos, de las calles atestadas de hombres armados, de los tanques aéreos, las trincheras, las ametralladoras. Los tranvías chirriantes, el té sin leche, la cocina aceitosa y la escasez de cigarrillos”.

Para entonces, el Gran Hermano ya se había puesto en marcha. “Habían empezado a espiarlo”. “Entre los que seguían a Orwell había varios brigadistas internacionales que habían sido destinados al siniestro servicio secreto de Stalin, el Naródny Komissariat Vnútrennij Del (NKVD, Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), cuyos jefes en España eran Alexandr Orlov y Naum Eitingon”. Esta organización reclutaba a brigadistas “diestros en el combate y dispuestos a entregar su vida por la causa”. Eran elegidos que “se alegraban de espiar, mentir o asesinar por el mismo ideal”. Se sometían a entrenamiento en escuelas de formación para guerrilleros. Uno de ellos, David Crook, “un judío londinense e izquierdista educado en una escuela elitista británica”, sería el encargado de seguir al futuro autor de 1984.

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Tras instalarse en un hotel del Paseo de Gracia, Crook “se hizo pasar por un veterano desencantado convertido en periodista”, se afilió al sindicato de Artes Gráficas de la CNT y convirtió los hoteles Falcón y Continental en “su coto de caza”. “Allí robaba documentos, escribía sus informes y luego los pasaba en cafeterías o en lavabos del hotel, metidos entre las páginas de los periódicos, a su coordinador, un irlandés al que llamaban Sean O’Brien”. Los británicos del Falcón, como Orwell, “resultaron un objetivo sencillo”. Acostumbrados a las largas comidas y a las siestas españolas, “no solían volver hasta pasadas las cinco de la tarde”. Esos horarios facilitaron mucho la labor del espía soviético quien durante esas horas robaba documentos y los llevaba “al piso franco de la NKDV que regentaba una pareja de alemanes de mediana edad en la calle Muntaner”.

Crook devolvía luego los documentos y así culminaba su espionaje. Pero también encontró otras maneras de saber de las idas y venidas de los antiestalinistas. Forzó que lo detuvieran y lo metieran en una celda con amigos de Orwell con los que convivió durante nueve días. Tremlett relata que “no encontró prueba alguna de que estuvieran conspirando”, pero “eso no le provocó ningún malestar”. Y el propio espía reconoció que “a los ojos de los seguidores de Stalin (incluido yo mismo) […] los poumistas eran trotskistas y estaban ayudando al fascismo”. Sus informes sirvieron para poner en marcha la maquinaria represora del régimen soviético: secuestros con rumbo a Moscú de los que nunca se volvía o el horno crematorio de la checa de la NKVD en Barcelona fueron el siniestro destino de algunos de los simpatizantes del POUM.

Stalin.  Terceros

Pero la sangre no llegó al río en el caso de Orwell. Crook no pudo hallar nada que comprometiera al escritor. Sí informó de cuestiones relativas a su mujer, Eillen Blair, que no eran más que un puro chismorreo. “Un informe sobre Blair que acabó en los archivos de seguridad de las Brigadas Internacionales afirmaba que la esposa de Orwell mantenía una relación íntima con [George] Kopp [el robusto comandante belga de Orwell]”. No se sabe si Eillen llegó a ser consciente de que su vida íntima se estaba aireando en alguna oficina de Moscú, pero sí estaba al tanto de que era objeto del espionaje comunista y tuvo ocasión de alertar a su marido.

Tras volver de nuevo de Aragón para recoger el alta médica y nada más entrar por la puerta del Continental, Orwell “se sorprendió al recibir un abrazo teatral de su esposa Eillen, que le siseó al oído. “¡Sal de aquí pitando!”. Durante su ausencia, el POUM había sido ilegalizado y muchos de sus amigos estaban en la cárcel. Habían hecho redadas en oficinas y hospitales, para luego clausurarlos. Andreu Nin [el líder del partido], tras negarse a firmar una confesión al estilo moscovita, fue asesinado en secreto (…) Policías de paisano irrumpieron en la habitación de hotel de los Blair, de la que se llevaron un diario y recortes de prensa y llegaron a incautarse de la ropa sucia de Orwell”.

La esposa de Orwell, Eillen Blair, le alertó de que ambos estaban siendo vigilados por los soviéticos, lo que precipitó su huida a Francia

Las noches siguientes, Orwell durmió entre las ruinas de una iglesia y en un edificio abandonado. “Al cabo de dos días, él y Eileen cruzaron la frontera con Francia en tren, sentados en el vagón comedor de primera clase –que acababan de reintroducir en los ferrocarriles españoles- fingiendo ser turistas británicos con posibles. Sus nombres aún no figuraban en ninguna lista de la policía de fronteras, por lo que, después de seis meses en España, Orwell volvía a estar en Francia”.

Fue medio año difícil, pero Tremlett destaca que “a pesar de todo, sus experiencias en España vacunaron a Orwell contra toda clase de totalitarismos. No solo dieron lugar a Homenaje a Cataluña (de la que solo se vendieron 900 ejemplares antes de que se reeditara más de una década después), sino también a Rebelión en la granja y 1984”. El equipaje del escritor en ese tren rumbo a Francia iba cargado de unas vivencias que Orwell pudo dejar como legado para la humanidad a través de algunos de sus personajes como Winston Smith o Napoleón.

La pandemia franquista de la que nadie habla

La poliomielitis adquirió carácter pandémico a finales de los años 40, y alcanzó mayor intensidad entre los 50 y principios de los 60.

Autor: Javier Merino

Fuente: elsaltodiario.com 19/11/2020

La dictadura nacionalcatólica ocultó deliberadamente la pandemia de poliomielitis, acaecida entre los años 50 y 60, en aras de construir una artificiosa raza española. Hoy viven en el Estado español entre 40.000 y 50.000 supervivientes de una enfermedad hoy dada prácticamente por erradicada. Reclaman un reconocimiento como víctimas del franquismo.

“Dios mató a mi madre cuando estaba dando a luz. Dios me dio un ladrón por padre. Cuando era veinteañero, Dios me dio la polio, que contagié una vez a una docena de niños, probablemente más, incluida la hermana de Marcia, incluido usted, casi con toda seguridad. (…) ¿Hasta dónde debería llegar mi amargura? Dígamelo usted”.

Philip Roth, Némesis.

A finales del pasado mes de agosto, los medios de comunicación pasaron de puntillas por una noticia de una importancia histórica considerable: se había logrado erradicar la poliomielitis en África, un virus que mata la musculatura. Hubo quien lo hizo notar en redes sociales con excesiva euforia creyendo que lo habíamos vencido definitivamente —entre los que me incluyo— pero lo cierto es que el virus todavía no ha sido erradicado totalmente en el mundo. Aún hay casos en Afganistán y Pakistán. No obstante, es una noticia de enorme relevancia, puesto que se trata de una enfermedad de consecuencias terribles para la que no existe cura y a la que solo es posible eliminar mediante la prevención, es decir, con una vacuna que es efectiva al 100%.

La poliomielitis siempre ha estado entre nosotros y, como en muchas otras cosas, los egipcios fueron los primeros en dejarnos una clara evidencia de su existencia en una estela del Reino Nuevo. Pero entre los siglos XVIII y XIX se comenzaron a experimentar brotes hasta que en el siglo XX se declaró una pandemia. A lo largo de la historia, grandes personajes han sido víctimas de ella, entre ellos, el emperador Claudio, Franklin Delano Roosevelt, Frida Kahlo, Arthur C. Clarke, Francis Ford Coppola o el físico Robert Oppenheimer.

Ahora todo es covid-19. Yo suelo decir que, incluso quienes no hemos padecido el virus (o eso creemos), sufrimos las consecuencias de su existencia. Desde marzo, ni un solo día hemos dejado de hablar de ello; ni un solo día hemos podido ver un programa en televisión en el que no se hable de ello; ni un solo día hemos podido leer un periódico o revista que no mencione el virus; ni un solo día sin temor. El virus nos ha infectado doblemente, y su impacto ha sido tan grande que, rápidamente, se buscaron precedentes de pandemias en la historia, apareciendo al momento la peste negra del siglo XIV, la gripe de 1918 o la viruela. Pero apenas ningún medio ha rescatado la pandemia de poliomielitis que hubo en la España franquista entre finales de los años 50 y principios de los 60 del siglo pasado. ¿Por qué motivo? Puedo entender que esto lo omita el panfleto que dirige Jiménez Losantos, pero no concibo que los grandes medios de comunicación se lo hayan callado.

Al ser de pago, la mayor parte de la población no pudo permitírse la vacuna

La poliomielitis podía matar fulminantemente y, en el mejor de los casos, dejaba gravísimas secuelas paralíticas. En nuestra memoria quedan los famosos pulmones de acero, que se convirtieron en una cárcel de la que muchos no podían salir si querían seguir vivos. Ahora vemos por las calles personas en sillas de ruedas, con muletas, con bastones, con órtesis o prótesis en las piernas que les son absolutamente imprescindibles para desplazarse. Forman parte del paisaje, son las víctimas vivientes de la polio, un virus que ha afectado a uno de los grupos poblacionales más vulnerables: los niños. A modo de comparación, podemos decir que el número reproductivo básico (R0, variable por la que se estima la velocidad con que una enfermedad puede propagarse) de la covid-19 oscila entre 1 y 3,5, mientras que el de la polio oscila entre 5 y 7. La poliomielitis pasó a ser el problema de salud pública más aterrador de la época de la posguerra, tanto en EE UU como en Europa. Sobran las palabras.

España, con la instauración de la dictadura franquista, quedó excluida hasta 1950 de varios organismos internacionales. A consecuencia de ello, hubo un retroceso científico y en la modernización sanitaria por los efectos de la contienda y por el exilio forzoso de grandes figuras de la ciencia y de la medicina. Además, la pobreza y las condiciones de posguerra provocaron una elevación de la morbilidad y mortalidad por enfermedades infecciosas. La poliomielitis adquirió carácter pandémico a finales de los años 40, y alcanzó mayor intensidad entre los 50 y principios de los 60 hasta la primera campaña de inmunización; casi nueve años después de disponerse de la vacuna inyectable Salk, y tres después de contarse con la vacuna oral Sabin. Este hecho refleja la resistencia del régimen franquista a reconocer que la polio constituía un importante problema de salud pública en nuestro país. No lo hizo hasta 1958, en la inauguración del V Simposio de la Asociación Europea contra la Poliomielitis celebrado en Madrid.

A partir de ese año, la Dirección General de Sanidad (DGS) dio comienzo a una campaña de vacunación engañosa. A pesar de que Salk se negó a hacerse multimillonario patentando la vacuna (su respuesta “no hay patente, ¿acaso se puede patentar el sol?”, ha quedado para los anales de la historia), los dirigentes españoles consideraron que las características de la vacuna complicaban la labor, tanto por administrarse en tres dosis inyectables —lo que implicaba tiempo y personal— como por la necesidad de conservación —lo que se traducía en un encarecimiento para su traslado y aplicación—. Este fue el motivo esgrimido por el Gobierno para que la vacunación no fuese gratuita. Como consecuencia, al ser de pago, la mayor parte de la población no pudo permitírsela.

No hubo ninguna tipo de ayuda a las víctimas de la poliomielitis, ni durante la pandemia ni en los años que siguieron

Agobiado por las presiones internacionales, el 26 de enero de 1963 el Ministerio de Gobernación español dictaba las pautas para proceder a la vacunación antipoliomielítica en los niños a través de una Orden enmascarada bajo el título Normas en cuanto a las obligaciones y facultades de la Dirección General de Sanidad en materia de Medicina Preventiva (vacunación antipoliomielítica). Nuestra dictadura fascista dictaba políticas para la “protección de la infancia” —interpretada por el franquismo como bien social antes que como sujetos—, que habían derivado más hacia la enseñanza y el adoctrinamiento que hacia una mejora de la sanidad pública. En este contexto, la enfermedad y sus secuelas fueron un desafío al discurso del régimen pronatalista y regeneracionista; el niño poliomielítico chocaba con el pueblo sano y fuerte concebido para forjar una España imperial, grande y libre.

No hubo ninguna tipo de ayuda a las víctimas de la poliomielitis, ni durante la pandemia ni en los años que siguieron. Los afectados tuvieron que utilizar sus propios medios económicos, por un lado, para salir adelante, encontrar la información necesaria y acceder a medidas de rehabilitación; y, por otro, para mejorar su calidad de vida mediante la adquisición de aparatos ortopédicos, la realización de adaptaciones en su vivienda, así como procurarse una formación profesional que les permitiera su integración en la sociedad y su independencia económica.

No existe estadística fiable sobre cuántos sobrevivientes de la poliomielitis de mediados del siglo pasado existen en la actualidad. En el mundo se estima que pueden ser unos 20 millones de personas, distribuidas por todos los países. En España cabe pensar entre 40.000 y 50.000. Por tanto, podemos concluir que la cantidad de contagiados fue mayor, pero los datos son imposibles de contrastar puesto que con la modernización sanitaria llevada a cabo con el advenimiento de la democracia, muchos expedientes e informes fueron destruidos en hospitales y centros sanitarios. Lo cierto es que se desconoce el número de muertos reales en estos últimos 70 años.

Pero esto no es todo, desgraciadamente no hemos llegado aún al final de este vía crucis. La enfermedad produce unas secuelas que deterioran gravemente la calidad de vida durante el proceso de envejecimiento. Es el llamado Síndrome Pospolio (SPP). El término hace referencia al desarrollo de nuevos síntomas neurológicos, en especial debilidad muscular, atrofia y fatiga musculares nuevas que no son explicables por ninguna otra causa médica, y que aparecen después de más de 15 años de la infección aguda. Se estima que afecta del 20% al 85% de individuos con antecedentes de poliomielitis en la infancia. Las secuelas son terribles: los afectados experimentan una mayor sensibilidad al frío y los dolores en espalda, extremidades superiores e inferiores, zona lumbar y zona del cuello son el pan nuestro de cada día. Otras partes del cuerpo que en principio se vieron libres del virus, ahora también experimentan dolor y deterioro al haber tenido que ser utilizadas más de la cuenta para auxiliar a las partes infectadas. Nada mejor que ver el documental de la TV3 Polio, crónica de una negligencia para comprender el alcance de la pandemia.

La dictadura impidió la vacunación universal gratuita, y cuando se vio forzada a actuar, era demasiado tarde. Miles de niños vieron sus vidas truncadas

Traer estos terribles hechos aquí y ahora tiene una doble motivación. En primer lugar, reflejar en qué consiste exactamente la responsabilidad de un gobierno en cuanto a la salud de los ciudadanos. Estamos viendo y oyendo a diario, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales, hablar de la actuación criminal del actual gobierno. Soy el primero que admite, sin reservas ni concesiones, que ni este ni ningún otro gobierno en el mundo han actuado de la mejor manera posible en la lucha contra la pandemia. Pero esto se ha debido más a la facilidad con la que se contagia el virus, a que la movilidad es un elemento catalizador de su propagación, a nuestra propia irresponsabilidad personal que deriva en actitudes insolidarias, y a que nos enfrentamos a algo para lo que no existe antídoto.

Más que negligencia ha habido desconocimiento. Más que premeditación o alevosía, ha habido improvisación. Pero con lo ocurrido en España con la pandemia de polio tenemos un claro ejemplo de lo que es una actitud claramente criminal. La dictadura impidió la vacunación universal gratuita, y cuando se vio forzada a actuar, era demasiado tarde. Miles de niños vieron sus vidas truncadas.

En segundo lugar, evidenciar públicamente algo que quienes contrajimos la enfermedad ya sabemos: somos, afortunadamente, una especie en vías de extinción. Cuando nosotros hayamos desaparecido del mapa, el virus ya habrá sido totalmente derrotado y no habrá más enfermos de polio. Y no queremos indemnizaciones, no queremos compasión, no buscamos venganza, ni siquiera justicia porque eso ya es imposible. Lo que nos gustaría a muchos como yo es que se nos reconozca como víctimas del franquismo. Porque a pesar de que los partidarios de la República asistimos con resignación a la muerte o desaparición de nuestros padres o abuelos, con la polio también sufrieron las consecuencias muchos partidarios del régimen, convirtiéndonos así a todos en una secuela viviente de aquella infame dictadura nacionalcatólica que ocultó deliberadamente el problema en aras de construir una artificiosa raza española. Los anticuerpos españoles no funcionaron y dieron pie a una prolongación en el tiempo de la Leyenda Negra.

Por Navidad, todos a casa

Soldados británicos en la I GM

Autor: JESÚS ESPELOSÍN

Fuente: nuevatribuna.es 20/11/2020

Julio 1914. Europa se encuentra en máxima tensión después de varios años de prolongación de aquella paz que Bismarck había propiciado manteniendo el equilibrio entre las cinco potencias europeas. Pero aquello no se sostenía y la guerra parecía inevitable, además de que, se pensaba, podía ser una solución. «La guerra que acabaría con todas las guerras» llegó a decirse.

Por otra parte, la experiencia de las guerras del siglo XIX, después de las napoleónicas, decía que una guerra era cosa de pocos meses, no más de seis en el peor de los casos. Por eso, en Reino Unido se hizo famosa la frase de «Por Navidad, todos a casa«. Se refería a la vuelta de los muchachos que había enviado al frente en tierras francesas y belgas. Después, es sabido que, dividido en dos guerras mundiales, aquello no acabó hasta 1944.

La guerra contra el coronavirus, que debiera ser más mundial que las dos tan famosas del siglo pasado, no la estamos tratando como tal, los norteamericanos, al igual que en las dos guerras mundiales ya mencionadas, entraron tarde

Misma preocupación, la Navidad de 2020, parece existir hoy en la guerra contra el  coronavirus. Puede leerse que se están haciendo planes para que el virus nos dé una tregua en Navidad que permita a las familias reunirse en torno al belén, al abeto y, sobre todo, al pavo, en esos días tan entrañablemente distintos en los que hasta los cuñados son bien recibidos. Pero resulta que el coronavirus no es como aquellos soldados franceses y alemanes que en la noche del 24 de diciembre de 1914 salieron momentáneamente de las trincheras y dejaron de dispararse durante unas horas para pasar su Navidad. El virus, como no tiene sentimientos, no puede ponerse sentimental y, por tanto, no va a dar una tregua navideña. Mas bien, es de esperar que, favorecido por la cercanía de las personas, la concentración de las mismas y cierta efusividad, derivada de la situación, el virus haga su agosto en diciembre.

El hombre, y también la mujer desde las leyes de igualdad, es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y, parece, que estamos dispuestos a tropezar nuevamente con esta piedra navideña pensando que la realidad va a ser como la deseamos sin hacer mucho para que así sea. Porque, además, esto de la Navidad no es lo único que no hemos aprendido.

La guerra contra el coronavirus, que debiera ser más mundial que las dos tan famosas del siglo pasado, no la estamos tratando como tal. Primero, porque hemos renunciado a tener un Estado Mayor. La Organización Mundial de la Salud, que debiera haber cumplido ese papel, está tan desprestigiada que nadie hace caso de sus recomendaciones. Debido a eso, cada cual hace la guerra por su cuenta, y nunca mejor empleada la frase. Frente a la unidad de acción del virus, cuya única estrategia, táctica, actividad y ocupación es reproducirse, cosa que hace con enorme facilidad y eficacia, los demás utilizamos multitud de respuestas.

Los norteamericanos, al igual que en las dos guerras mundiales ya mencionadas, entraron tarde. Esta vez no les podemos atribuir la «zona cero» de la gripe llamada «española» de 1918, pero el que el virus haya podido extenderse en una población de más de 300 millones de personas antes de que Trump se enterase del problema, no ha ayudado al caso. Y, mas, habida cuenta del papel de líder del mundo occidental que tienen atribuido. Quizás ese papel de liderazgo ha podido influir en que paises como México o Brasil, con gobernantes trumpistas y poblaciones millonarias, siguieran su ejemplo de negar la evidencia.

Pero es que, en Europa la respuesta ha sido, aunque temprana, dispersa. Habrá mucha reunión telemática entre responsables sanitarios y/o políticos pero la falta de unas directivas de Bruselas tan precisas como las que marcan el tamaño de las naranjas, por ejemplo, ha evitado la acción conjunta. Luego, la soberanía de cada país se ha encargado de que la lucha europea contra el coronavirus pueda recordarnos al gran Pancho Villa de sus mejores tiempos.

Excepto en España donde, además, el coronavirus nos pilló con el pie cambiado de una sanidad descentralizada en 17 responsables de su gestión, una por cada una de las comunidades autónomas en que está dividido nuestro país. Eso ha hecho que Sánchez no haya podido actuar como la admirada Merkel, la ciudadana prusiana que no tenía que convencer a 17 personas de lo que debía hacerse y ha actuado con la determinación de sus antecesores, no voy a decir como Hitler (que no era prusiano) pero si como Bismarck. Y he empezado por decir que excepto en España porque, estoy escribiendo de memoria, creo que somos la excepción en esa forma de proceder.

Eso de tomar decisiones por comunidades se ha llevado, no solo hasta el nivel territorial del municipio, si no al de barrios y, en algún sitio como Madrid, hasta la división administrativa de «zona sanitaria». Bien, no voy a ser yo, desde mi ignorancia en la materia, quien diga cómo debe hacerse, pero me extrañaría mucho que una pandemia mundial se combatiese como se hace en el mus cuando las cosas van mal: cada uno con las suyas.

Y, desde luego, que nadie piense en una tregua viral navideña. Podemos empeñarnos en levantar las restricciones una vez que se enciendan las luces multicolores de muchas calles españolas, pero, en ese caso, quien se va a dar un atracón en esas fiestas va a ser el virus.

Ah, y ya que estamos, Feliz Navidad.

Los acuerdos tripartitos de Madrid: papel mojado

Soldados marroquíes y de la Minurso observan con prismáticos desde el muro militar levantado por Marruecos en el Sahara Occidental. CHRISTIAN MARTÍNEZ

Autor: Equipe Media Sahara

Fuente: elsaltodiario.com 15/11/2020

A 45 años de la firma de los acuerdos entre Marruecos, Mauritania y España, con los que las potencias negaron el derecho de autodeterminación del pueblo Saharaui, Rabat insiste en su papel colonial violando el alto al fuego en la región fronteriza de Guerguerat.

l 14 de noviembre se conmemora el cuadragésimo quinto aniversario de la firma de los denominados acuerdos tripartitos de Madrid, que fueron el resultado de dos días de negociaciones entre España, Marruecos y Mauritania, y terminaron condenando al pueblo del Sahara Occidental al desplazamiento forzado,   obstaculizando su desarrollo durante medio siglo.

Las potencias imperiales competían a contra reloj, tras la resolución del Tribunal Internacional de Justicia dictada el 16 de octubre de 1975, para desvincularse de sus responsabilidades y conseguir ventajas políticas y económicas; para soslayar el enfrentamiento con un movimiento revolucionario de liberación que empezaba a desarrollarse y fortalecerse en el terreno del Sahara Occidental.

Pese al dictamen del Tribunal Internacional de Justicia que establece la necesidad de posibilitar al pueblo saharaui conseguir su inalienable derecho a la autodeterminación, y otorgarle la palabra para decidir su futuro, España estaba enfrascada en la formulación de un acuerdo a través del cual otorgaba lo que no le pertenecía a quien no se lo merecía.

Pese al dictamen del Tribunal Internacional de Justicia que establece el derecho saharaui a decidir sobre su autodeterminación, España estaba enfrascada en el que otorgaba lo que no le pertenecía a quien no se lo merecía

Los acuerdos de Madrid no tenían ningún valor legal porque se firmaron en ausencia de la parte saharaui; y no establecían el traslado de la soberanía sobre el territorio a dos países vecinos, solo establecían el traslado de la administración del mismo. Según lo dispuesto en los acuerdos de Madrid, la administración del territorio dependía de una serie de medidas cuya vigencia terminaría el 26 de febrero de 1976. Además, la Organización de las Naciones Unidas, que no reconoce los acuerdos de Madrid, tiene una postura diferente acerca del estatus del Sahara Occidental; ya que lo incluye en la lista de los territorios no autónomos y pendientes de descolonización.

Campamento Gdeim Izik

Durante la guerra entre el Frente Polisario, por un lado, y las dos potencias invasoras —Marruecos y Mauritania—, por otro lado, el vecino del sur se vio obligado a retirarse dadas la grandes pérdidas sufridas a causa del conflicto bélico, firmando un acuerdo de paz con la República Árabe Saharaui Democrática. Este hecho. que deja sin valor los acuerdos tripartitos de Madrid, dejó al descubierto otra vertiente de la naturaleza de la política expansionista de Marruecos, un estado que apuesta por la creación de guerras y tensiones para garantizar la existencia de una corona construida sobre las cadáveres de humildes personas que fueron esclavizadas y humilladas.

Ante los escollos que obstaculizan la resolución de la causa saharaui, que se deben en gran medida a la conspiración de Francia, España y Marruecos, el Frente Polisario, obligado a dolorosas cesiones, moderó sus objetivos pasando de reclamar directamente la liberación de la patria a la defender el derecho de su pueblo a decidir libre y democráticamente mediante un justo y trasparente referéndum de autodeterminación. 

En este escenario, surgieron soluciones y propuestas políticas entre las que se destacan el Plan de Paz para la autodeterminación del pueblo del Sahara Occidental, o el Plan Beker II que fue enterrado a pesar de ser admitido por el Consejo de Seguridad Internacional de la ONU, y el ayudante del exsecretario General de la ONU Hans Corriel, quien llamó a España a asumir sus responsabilidades en la administración del territorio en una fase transitoria tal y como pasó en la resolución del conflicto de Timor.

En una flagrante violación del alto el fuego, las fuerzas de ocupación marroquíes abrieron este viernes tres nuevas brechas en el muro marroquí de la vergüenza para dispersar y atacar a los manifestantes pacíficos saharauis que cerraron de forma pacífica en Guerguerat

Durante el aniversario de la firma de los acuerdos tripartitos, el pueblo saharaui, más organizado y más armado, hace frente a los intereses de las potencias imperiales que no quieren permitirle ejercer su soberanía sobre sus tierras. Así, el pueblo saharaui reitera, sus reivindicaciones legitimas conforme a los principios de las reglas del derecho internacional, tendiendo una mano para la paz y otra para la defensa armada. 

Por otra parte. en una flagrante violación del alto el fuego, las fuerzas de ocupación marroquíes abrieron este viernes tres nuevas brechas en el muro marroquí de la vergüenza para dispersar y atacar a los manifestantes pacíficos saharauis que que bloqueaban de forma pacífica Guerguerat.

Las fuerzas del Ejército Popular de Liberación saharaui respondieron a este ataque con firmeza para proteger a los civiles saharauis de esta agresión militar marroquí.

En respuesta a la brutal violación del Alto el fuego, el Frente Polisario declara la guerra necesaria de todo el pueblo.Según el Ministerio de Defensa de la RASD el ejército de liberación ha lanzado distintos ataques contra las bases marroquíes apostadas a lo largo del “muro de la vergüenza”, causando bajas y destruyendo las instalaciones en los sectores de Mahbes, Hausa, Auserd y Farsia, como respuesta a la violación del alto el fuego por parte de Marruecos en el Guerguerat.