Lo que la historia nos enseña sobre las consecuencias económicas de grandes epidemias como la peste

Fotograma de La Peste, serie de Alberto Rodríguez

Autora: Marina Estévez Torreblanca

Fuente: eldiario.es 15/03/2020

Hace siglos, los barcos estaban obligados a guardar cuarentenas en los puertos durante las pestes para evitar su propagación a las ciudades costeras. Ahora se prohíben los vuelos desde Italia a España o hacia Estados Unidos desde Europa. El coronavirus es incomparablemente menos letal que la peste negra, que asoló el mundo en varias oleadas sobre todo entre los siglos XIV y XVIII, acabando con la vida de unas 100 millones de personas en Europa, África y Asia (entre el 25 y el 60% de la población europea, según estimaciones).

Los contextos históricos y de desarrollo científico son también muy diferentes, pero, con todas las distancias y sin posibilidad de hacer una comparación directa, ambas son epidemias y podrían compartir ciertos rasgos comunes sociológicos y económicos, que también se encuentran en otras crisis sanitarias de envergadura como la gripe de 1918, explica a eldiario.es la profesora de Historia Económica de la Universitat Autònoma de Barcelona Carmen Sarasúa.

Los efectos de la pandemia de coronavirus aún son imposibles de estimar en su totalidad al estar aún inmersos en esta crisis. Pero se espera que el impacto económico a corto y medio plazo sea muy alto: se interrumpen los sistemas de transporte y abastecimiento y cae la producción de muchos sectores, además de la demanda. Y al caer la demanda, como explicaba Keynes tras la Depresión de 1929, baja el empleo y cae el ingreso de los hogares, lo que aumenta aún más el desempleo (además de la recaudación fiscal, los ingresos con los que cuenta el estado para financiar servicios públicos).

En el caso de la peste negra, esta epidemia supuso cambios importantísimos en la economía y un fortísimo retroceso; el descalabro de población tardó cien años en recuperarse. «Desapareció el comercio, cayeron las ciudades, la gente se fue al campo, murieron reyes, afectó a todos los estratos sociales», expone en una entrevista con Efe Pedro Gargantilla, profesor de Historia de la Medicina de la Universidad Francisco de Vitoria y jefe de Medicina Interna del Hospital de El Escorial (Madrid).

A corto plazo, las consecuencias económicas más relevantes de la también llamada peste bubónica, originada en el desierto del Gobi, se pueden resumir en que los campos quedaron sin trabajar y las cosechas se pudrieron. De ello se derivó una escasez de productos agrícolas, acaparados únicamente por aquellos que podían pagarlos. Los precios subieron, por lo que crecieron las penalidades y el sufrimiento de los menos pudientes.

«Es indudable que esta epidemia produjo efectos económicos que supusieron la recesión más drástica de la Historia. Es relevante destacar que es en esta época, con clara influencia de la epidemia de la peste, cuando se pone fin a la construcción masiva de monasterios, iglesias y catedrales. Por todo ello, se puede decir que es el motivo del cierre del periodo medieval», recalca esta publicación de BBVA.

El hambre, la peste y la guerra que marcaron el siglo XIV acabaron trasformando la sociedad y disparando las desigualdades. Los poderosos aumentaron su poder y su riqueza y el pueblo llano quedó más empobrecido y perdió algunos derechos de las generaciones anteriores, como se explica en este artículo.

Pero cuando se habla de los efectos económicos de la peste negra que asoló Europa a mediados del XIV, a pesar de sus inicios devastadores, los historiadores coinciden en señalar otros efectos económicos y sociales positivos para los supervivientes. Como explica Carmen Sarasúa, «la tierra era abundante, al caer la oferta de trabajo los salarios aumentaron, y se ha visto por ejemplo que las mujeres encontraron muchas más oportunidades laborales en los gremios que hasta entonces las habían vetado, en los jornales agrarios, etc». Unos efectos que también se han observado tras picos de mortalidad como los que se producen en las guerras, aunque no palíen ni compensen la devastación económica y social y la pérdida de vidas iniciales.

Además, las epidemias han servido para introducir mejoras de la salubridad pública que pretenden reducir el riesgo de las aglomeraciones urbanas. En el caso de las oleadas de peste, acabaron por favorecer la recogida de basuras y aguas fecales, la regulación de la presencia de animales vivos y muertos, o la construcción de cementerios fuera de los recintos urbanos y la obligación de encalar iglesias (tras  la promulgación de la Real Cédula Carlos III en 1787).

Consecuencias de otras epidemias

Otra epidemia que hundió la economía fue la gripe de 1918 (mal llamada gripe «española» por ser uno de los primeros países donde se informó de ella, al ser ajeno a la guerra), que causó más muertos que la I Guerra Mundial (unos 50 millones según estimaciones). Entre la enfermedad y la contienda se hundió la actividad económica y hubo cambios en los movimientos migratorios, aunque es difícil discernir qué parte del hundimiento de la economía se puede achacar a cada fenómeno.

Brotes infecciosos más recientes, incluso los temores de algunos relativamente contenidos, han afectado en las últimas décadas al comercio. Por ejemplo, la prohibición de la Unión Europea de exportar carne vacuna británica duró diez años debido a un brote de la enfermedad de las vacas locas en el Reino Unido, pese a que la transmisión a humanos es relativamente limitada.

Además, algunas epidemias prolongadas, como el VIH y la malaria, desalientan la inversión extranjera directa. Un informe del Fondo Monetario Internacional sobre epidemias estima el costo anual esperado de la gripe pandémica en unos 500.000 millones de dólares (0,6% del ingreso mundial), incluidos la pérdida de ingresos y el costo intrínseco del aumento de la mortalidad.

Y aunque el efecto sanitario de un brote es relativamente limitado, sus consecuencias económicas se pueden multiplicar con rapidez. Por ejemplo, Liberia sufrió una reducción del crecimiento del PIB de 8 puntos porcentuales entre 2013 y 2014 durante el brote de ébola en África occidental a pesar de la baja tasa general de mortalidad en el país durante ese período.

Ganadores y perdedores en las epidemias

Los efectos de los brotes y epidemias no se distribuyen de manera equitativa en la economía. Algunos sectores incluso podrían beneficiarse financieramente, mientras que otros sufrirán en forma desmedida. Las farmacéuticas que producen vacunas, antibióticos u otros productos necesarios para la respuesta al brote son posibles beneficiarios. 

Como explica Sarasúa, en todas las coyunturas hay sectores económicos que se benefician. Cuando hay una demanda excepcional de determinados bienes y servicios los sectores que los proporcionan «hacen su agosto» (podría ser el caso de mascarillas o alimentos de primera necesidad estos días en España), mientras que se hunden los que proporcionan bienes y servicios que dejamos de consumir y los que se ven afectados por la interrupción de componentes y materias primas.

Pero la desigualdad también se refleja en la enfermedad y la mortalidad. Ahora mismo, una de las grandes causas de desigualdad en el impacto de una epidemia es el acceso a la asistencia médica. En los países que carecen de sistemas públicos de asistencia médica universal, donde hay que pagar las pruebas de diagnóstico, los tratamientos, y la hospitalización (caso de EEUU), el nivel de renta será determinante.

Literatura como fuente histórica sobre las pandemias

La profesora recuerda tres obras literarias que resultan fuentes históricas de gran valor sobre las epidemias: El Decamerón, de Boccaccio, describe la peste que asoló Florencia en 1348; el Diario del año de la peste, escrito por Daniel Defoe en 1722, que narra la epidemia de peste que sufrió Londres en 1665, que mató a una quinta parte de la población. Y Manzoni, en Los novios, relata la peste de Milán en 1628.

«Las tres nos hablan del miedo, de cómo la sociedad se enfrenta a la muerte masiva e inesperada, algunos buscando culpables y acusando a determinados grupos o individuos, recurriendo a la magia y a la religión…otros tratando de entender las causas científicas de lo que ocurre, buscando soluciones racionales y cívicas que hacen avanzar a la sociedad y palían los efectos económicos adversos que tienen estas crisis», concluye Sarasúa.

La peste negra

Autor: EDMUNDO FAYANAS ESCUER

Fuente: Nueva Tribuna 30/03/2020

La peste negra es la pandemia más devastadora en la historia de la Humanidad. Afectó a Eurasia en el siglo XIV. Alcanzó su punto máximo entre los años 1347 y 1353. Es difícil conocer el número de fallecidos, pero en el siglo XXI las estimaciones fueron de 25 millones de personas solo en Europa, representaba aproximadamente un tercio de la población total europea.

La pandemia se inició en primer lugar en Asia, para después llegar a Europa, a través de las rutas comerciales. Introducida por los marinos, la epidemia dio comienzo al sur de Italia en la ciudad de Mesina. Algunas áreas quedaron despobladas, otras estuvieron libres de la enfermedad o solo fueron ligeramente afectadas.

La Peste Negra fue un mal que atacó el norte de África, Asia, Oriente Medio y Europa. Debemos destacar, que hubo dos excepciones como fue el caso de Islandia y de Finlandia

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La peste, según el autor árabe Ibn al-Wardi, pudo tener origen en el “País de la Oscuridad”, el kanato de la Horda de Oro, en territorio del actual Uzbekistán. Desde los puertos a las zonas interiores, la terrible plaga procedente de Asia se extendió por toda Europa.

Solamente un quinto de sus pobladores sobrevivió en la ciudad de Florencia. Se estima que uno de cada diez habitantes perdió la vida a causa de la peste negra en Alemania. Las ciudades alemanas como Bremen, Colonia o Hamburgo tuvieron una gran mortandad. No obstante, el número de muertes en el este de Alemania fue mucho menor.

Las consecuencias sociales fueron dramáticas. Se acusó a los judíos de ser los causantes de la epidemia por medio de la intoxicación y el envenenamiento de los pozos de agua. Se iniciaron pogromos judíos en muchos lugares de Europa, lo que provocó su muerte en muchas ciudades europeas.

La Peste Negra fue un mal que atacó el norte de África, Asia, Oriente Medio y Europa. Debemos destacar, que hubo dos excepciones como fue el caso de Islandia y de Finlandia.

LA EDAD MEDIA A INICIOS DEL SIGLO XIV

Tras vivir varios años de un clima benigno y buenas cosechas, la población de Europa aumentó hasta los ochenta millones de habitantes. Este crecimiento demográfico fue debido a las nuevas técnicas agrarias.

Se empezó a emplear el caballo en lugar del buey. Esto es importante, porque el caballo ara a doble velocidad que el buey y éste se dejó solamente para labrar las tierras nuevas, pues al tener más fuerza el buey, introduce el arado a doble profundidad que el caballo. La utilización del arado con reja de hierro y la división de la tierra en tres cultivos en lugar de dos, lo que se denomina cultivo de alternancia trienal, hizo que la producción del campo aumentara.

Sin embargo, este modelo de desarrollo comenzó a presentar signos de agotamiento por la necesidad de más tierras y más caballos disponibles para lograr alimentar a todo el crecimiento de la población. El cultivo trienal no lograba regenerar totalmente los campos. Tampoco, el ganado tenía pastos suficientes, por lo que continuó la desforestación.

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Los bubones aparecían en las ingles, las axilas y bajo las orejas

Como vemos, la economía europea había resurgido debido a las buenas producciones agrarias, a la reanudación constante de las caravanas comerciales por la Ruta de la Seda, y dato de gran importancia para la propagación de la enfermedad, la mejora de las técnicas de navegación y construcción de navíos, con las que poder transportar cargamentos de gran tamaño desde puertos como los existentes en mar Negro o el mar Mediterráneo, hasta las ciudades italianas, Barcelona o Marsella.

Este aumento de la riqueza se puede constatar en las construcciones de importantes catedrales europeas, cada vez más grandes y más altas, que provoca el desarrollo del estilo gótico.

Este desarrollo, también trajo el crecimiento de las ciudades respecto del campo, así como el progresivo desprecio a las personas, que no vivían en ellas. Otro cambio importante en las consecuencias traídas por la peste fueron, las costumbres de diferenciar a los grupos sociales por la indumentaria. Así la casada, la soltera y la barragana (prostituta) pasarían a vestir de forma diferente; también los cristianos de los judíos, para desgracia de estos últimos.

Médico durante la peste. Vean como ya usaban mascarillas

EL DESARROLLO DE LA ENFERMEDAD

La medicina no estaba preparada en aquel tiempo histórico, no ya para tratar la enfermedad, ni tan siquiera para investigarla, pese a los heroicos esfuerzos y sacrificios de personas como Juan Tomás de Porcell. No obstante, la mayoría de variedades de Yersinia Pestis se han encontrado en China, lo que sugiere que la epidemia podría haberse originado en esa región.

Varios cronistas de la época indican la brusquedad con la que aparecían los síntomas. Una persona podía estar sana por la mañana y tener fiebre alta por la tarde, para morir al llegar la noche. Según la literatura médica y de otra índole, los afectados padecían todos o varios de los siguientes síntomas según Giovanni Boccaccio y otros autores:

Fiebre alta incluso superando los 40 grados. Tos y esputos sanguinolentos. Sangrado por la nariz y otros orificios. Sed aguda. Manchas en la piel de color azul o negro debido a pequeñas hemorragias cutáneas. Aparición de bubones negros en ingles, cuello, axila, brazos, piernas o tras las orejas, debido a la inflamación de los ganglios pertenecientes al sistema linfático. Gangrena en la punta de las extremidades. Rotura de los bubones supurando líquido con un olor pestilente.

Se describe un tipo de peste casi asintomático, que provocaba la muerte a las catorce horas aproximadamente. El calificativo negra se debe a las manchas, bubones y al aspecto producido por la gangrena en los dedos de manos y pies. La connotación de mal olor, que posee la palabra peste, la dieron los hedores, que emanaban al romperse los bubones, ganglios linfáticos inflamados.

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Mascarilla usada por los médicos contra la peste negra

Los bacteriólogos Kitasato y Yersin descubrieron, que el origen de la peste era la bacteria yersinia pestis, que afectaba a las ratas negras y a otros roedores y se transmitía a través de los parásitos que vivían en esos animales, en especial las pulgas, las cuales inoculaban el bacilo a los humanos con su picadura.

La peste era pues una zoonosis, una enfermedad que pasa de los animales a los seres humanos. El contagio era fácil, porque ratas y humanos estaban presentes en graneros, molinos y casas, lugares en donde se almacenaba o se transformaba el grano del que se alimentan estos roedores, circulaban por los mismos caminos y se trasladaban con los mismos medios, como los barcos.

La bacteria rondaba los hogares durante un período de entre 16 y 23 días antes de que se manifestaran los primeros síntomas de la enfermedad. Transcurrían entre tres y cinco días más, hasta que se produjeran las primeras muertes, y tal vez una semana más hasta que la población no adquiría conciencia plena del problema en toda su dimensión.

La forma de la enfermedad más corriente era la peste bubónica primaria, pero había otras variantes:

  1. La peste septicémica, en la cual el contagio pasaba a la sangre, lo que se manifestaba en forma de visibles manchas oscuras en la piel de ahí el nombre de “muerte negra” que recibió la epidemia.
  2. La peste neumónica, que afectaba el aparato respiratorio y provocaba una tos expectorante que podía dar lugar al contagio a través del aire. La peste septicémica y la neumónica no dejaban supervivientes.

Las autoridades de distintas ciudades llegaron a la conclusión, de que la enfermedad tardaba no más de 39 días en aparecer y, los que lograban sobrevivir no volvían a contagiarse nuevamente. Esto provocaba la conocida cuarentena, que pasaban viajeros y navegantes confinados a la llegada de algunas ciudades italianas.

Científicos del siglo XXI indican, que la enfermedad podría tener un periodo de incubación no contagioso de unos diez o doce días. A éste seguiría un periodo de latencia asintomático, pero contagioso, de unos veinte o veintidós días.

Posteriormente, aparecerían los síntomas y la enfermedad mataba en cuatro o cinco días más. De ser así, este periodo de incubación y latencia tan largo sería una de las causas que permitió su rápida propagación.

Los documentos más fiables son censos con fines recaudatorios, que no tienen en cuenta la población exenta de impuestos por distintos motivos. Pese a todo, indica que la peste negra pudo presentar una mortalidad del 80 %, extrapolando datos de la epidemia padecida en la ciudad china de Cantón hacia el año 1894.

El principal medio de contagio de la peste eran las picaduras de las pulgas, que campaban a sus anchas en una sociedad con tan poca higiene como la medieval. Pese a que es difícil constatarlo con una enfermedad que afectó a tantas personas de todo tipo y condición, sí que parece, que determinadas ocupaciones estaban más expuestas a padecer peste que otras, siendo las más peligrosas ser comerciante de paños, las pulgas se esconden entre los tejidos que, por ejemplo, ser herrero.

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De hecho, pronto se dieron cuenta del peligro de las vestiduras y entre las primeras medidas, que se emplearon en Europa para evitar el contagio, fue el de quemar la ropa de los infectados o prohibir la entrada de cargamentos de tejidos en las ciudades. Incluso en algunas ciudades se permitía la entrada al viajero solo después de haberse deshecho de las ropas, que se traía puestas, cambiadas por otras seguras prestadas por la propia ciudad.

LA EXTENSIÓN DE LA ENFERMEDAD

Se inicia en Europa en la ciudad de Caffa (la actual Feodosia) en la península de Crimea a orillas del mar Negro. En el año 1346, Caffa estaba asediada por el ejército mongol, en cuyas filas se manifestó la enfermedad. Se dijo, que fueron los mongoles quienes extendieron el contagio a los sitiados. Según el cronista genovés Gabriele de Mussis, los rudos guerreros de las estepas asiáticas cargaron sus catapultas con los cadáveres de sus muertos y los lanzaron a la ciudad. Algo así como el primer ataque bacteriológico de la historia. Se tiene constancia, de que la enfermedad salió en barco de esta ciudad, en octubre del año 1347.

Cuando tuvieron conocimiento de la epidemia, los mercaderes genoveses que mantenían allí una importante colonia comercial huyeron despavoridos, llevando consigo los bacilos y llegó a Mesina (sur de Italia) a finales de dicho año, desde donde se difundió por el resto del continente.

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Hubo una guerra entre el Reino húngaro y el napolitano en el año 1347, puesto que el rey Luis I de Hungría reclamaba el trono después del asesinato de su hermano Andrés, quien murió asesinado por su propia esposa, la reina Juana I de Nápoles. De esta manera, Luis condujo una campaña militar que coincidió con el estallido de la Peste Negra.

Ante tanta muerte por la enfermedad, la campaña pronto tuvo que ser suspendida y los húngaros regresaron a casa, extendiendo la pandemia por todo el centro de Europa.

La peste se extendió desde Italia por toda Europa afectando territorios de las actuales Francia, España, Inglaterra, Bretaña, Alemania, Hungría la península Escandinava y Rusia.

Se estima, que entre el 30 % y el 60 % de la población de Europa murió desde el comienzo del brote a la mitad del siglo XIV. Aproximadamente 25 millones de muertes tuvieron lugar sólo en Europa junto a otros 40 a 60 millones en África y Asia. Algunas localidades fueron totalmente despobladas y los pocos supervivientes huyeron y extendieron la enfermedad aún más lejos.

La gran pérdida de población trajo cambios económicos basados en el incremento de la movilidad social, porque la despoblación erosionaba las obligaciones de los campesinos a permanecer en sus tierras. La peste provocó una contracción del área cultivada en Europa, lo que hizo descender profundamente la producción agraria. Esta caída llegó a ser de un 40 % en la zona norte de Italia, en el periodo comprendido entre los años 1340 y 1370.

La repentina escasez de mano de obra barata proporcionó un gran incentivo para la innovación, que ayudó a traer el fin de la Edad Media. La peste negra acabó con un tercio de la población de Europa y se repitió en sucesivas oleadas hasta el año 1490. Ninguno de los brotes posteriores alcanzó la gravedad de la epidemia del año 1348.

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Si seguimos la explicación de la medievalista Ana Luisa Haindl, fueron los pueblos de las estepas quienes se habrían contagiado fuertemente, porque usaban pieles de animales sin curtir para vestirse Entonces, la transmisión de pulgas, agente transmisor de la peste, era inevitable. De hecho, hoy los científicos no culpan tanto a las ratas del contagio de la peste, sino más a las pulgas, presentes no sólo en los roedores, sino también en otros mamíferos.

En todo caso, una de las grandes cuestiones que se plantean es la velocidad de propagación de la peste negra. Algunos historiadores nos dicen que la modalidad mayoritaria fue la peste neumónica o pulmonar, y que su transmisión a través del aire hizo que el contagio fuera muy rápido.

Como dice Ana Luisa Haindl, las costumbres de las sociedades tampoco ayudaron mucho para contener la peste. Las ciudades europeas solían ser de aproximadamente 40.000 habitantes. Las ciudades más grandes de la época eran orientales: Damasco o Constantinopla, con un millón de habitantes. Sin embargo, la forma en la que vivía la gran mayoría de la población, era de unas condiciones de hacinamiento e higiene bastante precarias para nuestros parámetros actuales.

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San Sebastián sacando un bubo de peste. Detalle de los murales de la Capilla de San Sebastián, Lanslevillard, Francia. Anónimo francés del siglo XV

La gente en esos días no tenía la costumbre de lavarse las manos, tampoco el baño era a diario. La ropa se usaba varios días seguidos, la gente vivía en casas pequeñas, a veces con una sola habitación, albergando un grupo familiar completo, muchas veces conviviendo con animales domésticos y ratas. Hay que pensar en ciudades sin alcantarillado y casas sin baño. Todo eso crea condiciones muy adversas para evitar la propagación de una peste.

Cuando la peste llegó a la ciudad de Florencia, en el año 1348, rápidamente se propagó. Algunos se encerraron en sus casas, otros paseaban por la ciudad con flores aromáticas para inhalar debido al fuerte olor a podredumbre.

La cantidad de muertos fue tal, que como cuenta el escritor florentino Giovanni Boccaccio en su libro “El Decamerón”, las iglesias no contaban con espacio suficiente para recibir los cuerpos, por lo que hubo que excavar grandes fosas comunes. Y eso que eran los más afortunados de la sociedad. En los barrios populares, a los muertos simplemente los arrojaban a la calle.

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Por otro lado, cuando se afectaban los pulmones y la sangre, la muerte se producía de forma segura y en un plazo de horas, de un día como máximo, a menudo antes de que se desarrollara la tos expectorante, que era el vehículo de transmisión. Por tanto, dada la rápida muerte de los portadores de la enfermedad, el contagio por esta vía sólo podía producirse en un tiempo muy breve, y su expansión sería más lenta.

Como estamos viendo, la transmisión se produjo a través de barcos y personas que transportaban los fatídicos agentes, las ratas y las pulgas infectadas, entre las mercancías o en sus propios cuerpos, y de este modo propagaban la peste, sin darse cuenta, allí donde llegaban. Las grandes ciudades comerciales eran los principales focos de recepción.

Desde ellas, la plaga se transmitía a los burgos y las villas cercanas, que a su vez irradiaban el mal hacia otros núcleos de población próximos y hacia el campo circundante.

Estas ciudades, a su vez, se convertían en nuevos epicentros de propagación a escala regional e internacional. La propagación por vía marítima podía alcanzar unos 40 kilómetros diarios, mientras que por vía terrestre oscilaba entre 0,5 y 2 kilómetros, con tendencia a aminorar la marcha en estaciones más frías o latitudes con temperaturas e índices de humedad más bajos. Ello explica que muy pocas regiones se libraran de la plaga, tal vez, sólo Islandia y Finlandia.

A pesar de que muchos huían al campo cuando se detectaba la peste en las ciudades y se decía que lo mejor era huir pronto y volver tarde. En cierto modo, las ciudades eran más seguras, dado que el contagio era más lento porque las pulgas tenían más víctimas a las que atacar.

En efecto, se ha constatado que la progresión de las enfermedades infecciosas es más lenta cuanto mayor es la densidad de población, y que la fuga contribuía a propagar el mal, sin apenas dejar zonas a salvo y el campo no escapó de las garras de la epidemia. En cuanto al número de muertes causadas por la peste negra, los estudios recientes arrojan cifras espeluznantes.

El índice de mortalidad pudo alcanzar el 60% en el conjunto de Europa, ya como consecuencia directa de la infección, ya por los efectos indirectos de la desorganización social provocada por la enfermedad, desde las muertes por hambre hasta el fallecimiento de niños y ancianos por abandono o falta de cuidados.

La península Ibérica, por ejemplo, pudo haber pasado de seis millones de habitantes a dos o bien dos y medio, con lo que habría perecido entre el 60 y el 65 % de la población. Se ha calculado que ésta fue la mortalidad en Navarra, mientras que en Cataluña se situó entre el 50 y el 70 %.

Más allá de los Pirineos, los datos abundan en la idea de una catástrofe demográfica. En Perpiñán fallecieron del 58 al 68 % de notarios y jurisperitos. Tasas parecidas afectaron al clero de Inglaterra.

La Toscana, una región italiana caracterizada por su dinamismo económico, perdió entre el 50 y el 60 % de la población. Siena y San Gimignano, alrededor del 60 %, Prato y Bolonia algo menos, sobre el 45 %, y Florencia vio como de sus 92.000 habitantes quedaban poco más de 37.000. En términos absolutos, los 80 millones de europeos quedaron reducidos a tan sólo 30 millones de personas entre los años 1347 y 1353.

Los brotes posteriores de la epidemia cortaron de raíz la recuperación demográfica de Europa, que no se consolidó hasta casi una centuria más tarde, a mediados del siglo XV.

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Durante los decenios, que siguieron a la gran epidemia de 1347-1353, se produjo un notorio incremento de los salarios, a causa de la escasez de trabajadores. Hubo, también, una fuerte emigración del campo a las ciudades, que recuperaron su dinamismo.

En el campo, una parte de los campesinos pobres pudieron acceder a tierras abandonadas, por lo que creció el número de campesinos con propiedades medianas, lo que dio un nuevo impulso a la economía rural. Así, algunos autores sostienen que la mortandad provocada por la peste pudo haber acelerado el arranque del Renacimiento y el inicio de la modernización de Europa.

Las malas condiciones de higiene, una medicina precaria y alimentación deficitaria fueron factores clave en su incidencia. La enfermedad golpeó las estructuras sociales, como a la Iglesia, y fue un antecedente para los cambios que vendrán en el siglo siguiente con la formación de los Estados nacionales y el Renacimiento.

LA MEDICINA MEDIEVAL

La medicina era impartida en las universidades, pero era más empírica que científica y seguía influida en buena medida por los conocimientos aportados por Galeno de Pérgamo y otros autores griegos y latinos. La práctica médica se realizaba de una forma reflexiva, partiendo de los textos clásicos, y no científica, basada en la experimentación metodológica.

La medicina medieval, como vemos, era muy precaria. No sabían qué provocaba la enfermedad y mucho menos, cómo curarla o prevenirla. Se usan brebajes de hierbas y piedras preciosas, a veces metales pesados, sangrías para bajar la fiebre, pomadas para neutralizar el veneno de los bubones. Eran prácticas más perjudiciales que sanadoras. Algunos médicos acertaron con algunas medidas como el uso de mascarillas o los medios para purificar el aire. Por ejemplo, se cuenta que el Papa Clemente VI se salvó, porque se mantuvo aislado y rodeado de fogatas con hierbas aromáticas.

EL FIN DEL MUNDO

Si seguimos al gran historiador Le Goff nos dice, que la gente de la Europa medieval, vivía en el temor. “Las matanzas de las invasiones bárbaras, la gran peste del siglo VI, las terribles hambrunas que se repiten de vez en cuando mantienen la angustiosa espera: mezcla de temor y de esperanza pero, principalmente y cada vez más, miedo, pánico, terror colectivo. El Occidente medieval, en esa espera de la salvación, es el mundo del miedo ineludible”.

Por ello, se extiende la idea de un inminente fin del mundo y la llegada de un anticristo, que eran comunes en la época. Ello permitió el surgimiento de varias corrientes de pensamiento como el milenarismo, que aspiraba a la realización de la dicha eterna, en la tierra. También surgieron movimientos alternativos como los cátaros, quienes propugnaban la idea de la salvación a partir de la vida ascética lejos del mundo material, y cuestionaban a la Iglesia Católica, quien los combatió con todo su poder al considerarlos herejes.

Ya en el siglo XII, se habían desarrollado con fuerza las ideas milenaristas y con ello, el Fin del Mundo está cerca y la Segunda Venida de Cristo era inminente. Las calamidades que se sufrían, como guerras y las pestes, se interpretan como indicios apocalípticos y algunos líderes son vistos como encarnaciones del Anticristo. La idea, que se desarrolla es que la pestes, es un castigo por los pecados está muy difundida.

El mismo Giovanni Boccaccio en su obra “El Decamerón “deja entrever la idea de la aparición de la plaga en Florencia como un designio divino. En dicha obra Boccacio decía: “Llegó la mortífera peste que o por obra de los cuerpos superiores o por nuestras acciones inicuas fue enviada sobre los mortales por la justa ira de Dios para nuestra corrección que había comenzado algunos años antes en las partes orientales privándolas de gran cantidad de vivientes”.

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Como dice la medievalista Ana Luisa Haindl, desde el punto de vista espiritual, surgen varias reacciones ante la Peste: algunos aumentan su fe y rezan más que nunca. Pero, este aumento de la fe, cuando no es bien encauzado, puede caer en prácticas fanáticas e incluso heterodoxas, como los famosos flagelantes que recorren Europa, predicando el fin del mundo, ayunando y protagonizando autoflagelaciones públicas.

La iglesia católica vivía en aquellos tiempos históricos, cismas internos y el cuestionamiento a la autoridad papal, debido a la ostentación y el vínculo con el poder político de reyes y señores feudales. Algunas personas irán desarrollando un pensamiento crítico mayor, que los llevará, más adelante, a cuestionar los dogmas y autoridades religiosas, que llevará a la Reforma Protestante, pero también al Humanismo del siglo XV y XVI y a la Contrarreforma del siglo XVII.

Sin embargo, la religión seguía unificando a Europa bajo la Iglesia Católica. En aquel momento histórico existía una gran desafección debido al traslado de la corte papal a la ciudad francesa de Avignón. Por otra parte, muchos clérigos, obispos e incluso los propios Papas eran dados a los placeres mundanos, poseer y pasearse con concubinas o aceptar la simonía.

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EL CAMBIO CLIMÁTICO

La peste negra se desarrolla en una época conocida como Pequeña Edad de Hielo, que debió comenzar hacia el año 1300, produciendo una disminución en las cosechas, con el consiguiente incremento de hambrunas o malnutrición. Por tanto, la epidemia encontró a dos o más generaciones debilitadas desde la infancia por estos sucesos.

Esto fue causado por pequeños cambios climáticos en Asia. Ciclos de primaveras húmedas y veranos cálidos, seguidos de repentinos periodos secos y fríos en Asia Central, que acabaron con la mayoría de los jerbos portadores de las pulgas y que forzaron a las pulgas a buscar otros animales alternativos, como fueron los humanos, los camellos o ratas.

Estos cambios climáticos no sólo afectan a los animales y las plantas sino también a los microbios que aunque no los veamos, forman parte de ese ecosistema tan complejo que es la Tierra

Cada vez existen más ejemplos de cómo las fluctuaciones en el clima, como ya vimos en la pandemia de Justiniano, pueden afectar a la población de roedores y como consecuencia causar un brote infeccioso. Esto también sucede en los tiempos contemporáneos que nos toca vivir y así por ejemplo, a inicios de la década de los noventa del siglo pasado, debido a una época de intensas lluvias, la densidad de la población de ratones silvestres aumentó en algunas zonas de los Estados Unidos.

Estos ratones son portadores de un tipo de virus, que en humanos causan un síndrome pulmonar grave, que puede ocasionar la muerte de forma rápida. Se pudo constatar la muerte de varias personas y al inicio se denominó a este grupo de virus Hantavirus, que están distribuidos por todo el mundo y que fueron responsables de varios miles de casos de fiebres hemorrágicas, que ocurrieron en los soldados norteamericanos durante la guerra de Corea.

Nuestro planeta Tierra está formado por un ecosistema vivo y todo pequeño cambio puede afectar a las poblaciones de seres vivos, que habitan en él. Los cambios climáticos que se están produciendo en nuestro tiempo también tendrán consecuencias en el desarrollo de pandemias por eso debemos de ser conscientes de nuestras debilidades y tomarnos en serio el cambio climático. Como hemos visto tanto en la pandemia de Justiniano como en la peste negra, hubo cambios climáticos que están en el origen de estos desastres sanitarios.

Estos cambios climáticos no sólo afectan a los animales y las plantas sino también a los microbios que aunque no los veamos, forman parte de ese ecosistema tan complejo que es la Tierra.


BIBLIOGRAFIA

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La Operación Balmis y la verdad sobre la expedición contra la viruela

Autor: FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

Fuente: La Vanguardia 01/04/2020

La viruela es la única enfermedad contagiosa que la humanidad ha conseguido erradicar, gracias a una campaña masiva de la OMS. La última vez que se contrajo de forma natural fue en Somalia, en 1977. Después, solo se contabilizó una víctima más: un año más tarde moría la fotógrafa médica Janet Parker, tras una deficiente manipulación del virus en un laboratorio británico. Finalmente, en 1980, la OMS anunció la eliminación del mal.

Concluía así una larga lucha que tuvo uno de sus hitos principales en la expedición española capitaneada por el médico alicantino Francisco Javier Balmis (1753-1819), destinada a difundir el uso de la vacuna. Es en homenaje a esta acción que el Ministerio de Defensa ha bautizado la operación puesta en marcha actualmente contra la epidemia de coronavirus.

El problema de la viruela

En el siglo XVIII, la viruela constituía una amenaza muy letal que no respetaba clases sociales. Tampoco a los reyes, como sucedió con el joven Luis I de España, desaparecido con tan solo diecisiete años. Cada año, unas doscientas mil personas morían en toda Europa, en su mayoría niños. Sin embargo, los campesinos advirtieron que los que ordeñaban vacas no sufrían el contagio. El médico británico Edward Jenner reparó en ello y, en 1796, introdujo el fluido de un animal infectado en un niño. Este quedó inmunizado con carácter permanente.

Carlos IV de España en un retrato de Francisco Bayeu, c. 1790-1791. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Carlos IV de España en un retrato de Francisco Bayeu, c. 1790-1791. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. (Dominio público)

El nuevo hallazgo no tardó en conocerse en España. Multitud de publicaciones de la época atestiguan el interés por la esperanzadora innovación. El rey Carlos IV se mostró sensible a la novedad porque la viruela había golpeado con dureza a su familia. Había perdido a una hija, María Teresa, de apenas tres años, y también a un hermano, el infante Gabriel. Por ello, no dudó en apoyar el proyecto para llevar la vacuna a los territorios de su inmenso imperio.

Pero la motivación principal no fue esa. En 1802, una epidemia de grandes proporciones se había desatado en el virreinato de Nueva Granada, que abarca las actuales repúblicas de Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá.

La situación era dramática y urgente. Eso explica que, tal como ha señalado Susana María Ramírez Martín, autora de varios estudios sobre la expedición de Balmis, España reaccione con una rapidez inusual. Entre la concepción del proyecto y su puesta en marcha solo transcurrieron ocho meses. Todo un récord para la época.

La decisión se justificó como una forma de llevar la protección del monarca a sus súbditos necesitados, sobre todo a los más pobres, porque se sabía que estos eran los que sufrían las peores consecuencias. La viruela podía afectar a todos, pero los que se hacinaban en viviendas miserables lo tenían más complicado para su recuperación. No obstante, esta motivación humanitaria coexistía con la voluntad política de fortalecer los recursos del Estado evitando las periódicas catástrofes demográficas.

El médico Francisco Javier Balmis, grabado, c. 1800.
El médico Francisco Javier Balmis, grabado, c. 1800. (Dominio público)

La iniciativa de la monarquía borbónica se enmarcaba en una política característica del siglo XVIII, destinada a impulsar el conocimiento científico. España promovió diversas expediciones dirigidas a los territorios ultramarinos, entre ellas, poco antes de la de Balmis, la de Alejandro Malaspina, entre 1789 y 1794.

A lo largo de este periplo, el marino italiano tuvo ocasión de observar los devastadores efectos de la viruela. En Isla Mocha (Chile), una epidemia “había arrebatado casi instantáneamente la vida a unas dos mil quinientas personas sin distinción de sexos”. En cuanto a los supervivientes, quedaban con secuelas físicas indelebles.

Un viaje durísimo

En 1803 partió de La Coruña la corbeta María Pita, con Balmis como director de la denominada Real Expedición Filantrópica. Un cirujano, Josep Salvany, era el subdirector. En aquellos momentos había que hacer frente al reto de transportar la vacuna a una gran distancia de forma que estuviera en condiciones de ser utilizada.

Hubo que recurrir a un método primitivo, pero ingenioso. Se reunió un grupo de veintidós niños y se inoculó el virus a dos. Cuando estos desarrollaron la forma atenuada de la enfermedad, se repitió la operación con otra pareja. A través de esta cadena, el fluido llegó fresco a territorio americano.

Para reclutar a estos niños, el gobierno ofreció mantenerlos y formarlos hasta que pudieran ejercer un oficio digno. Aunque la oferta era atractiva, los padres no deseaban entregar a sus hijos para un viaje tan largo y arriesgado. Por eso los elegidos fueron huérfanos procedentes de La Coruña y Santiago. Más tarde, ya en América, se buscarían nuevos niños para proseguir con la expedición.

Cicatrices producidas por la vacuna de la viruela en un tratado traducido por Balmis en 1803. (CC BY 4.0 / Wellcome Library)

Tras su llegada a Venezuela en marzo de 1804, la expedición se dividió para multiplicar los esfuerzos. Balmis se encaminó hacia el norte para vacunar México y, desde allí, dirigirse a Filipinas, en un largo viaje en el que los niños portadores de la vacuna pasaron por un sufrimiento atroz. El capitán del navío Magallanes había prometido al médico alicantino colocar a los pequeños en un compartimento amplio y ventilado, pero, pese a las indignadas quejas de este, los situó en un espacio lleno de inmundicias y ratas.

Por su parte, el segundo de Balmis, Salvany, marchó hacia América del Sur. Le esperaba un periplo lleno de penalidades en una geografía con distancias descomunales y todo tipo de obstáculos. Él mismo relató así, desde Cochabamba, Bolivia, las dificultades que él y sus hombres tuvieron que superar: “No nos han detenido ni un solo momento la falta de caminos, precipicios, caudalosos ríos y despoblados que hemos experimentado, mucho menos las aguas, nieves, hambres y sed que muchas veces hemos sufrido”.

La sorpresa

Según una visión tradicional, el remedio contra la viruela fue un descubrimiento europeo y América se limitó a recibirlo sin más. La reciente historiografía cuestiona esta visión a través de estudios como Viruela y vacuna (Santiago de Chile, 2016), de Paula Caffarena. Esta especialista señala que la vacuna se hallaba en muchos territorios americanos antes de la llegada de Balmis y su expedición. La opinión pública ya sabía de la existencia del tratamiento a través de la prensa local y otras publicaciones. En Guatemala, por ejemplo, se habían publicado diversas noticias entre 1802 y 1804.

El médico británico Edward Jenner.
El médico británico Edward Jenner. (CC BY 4.0 / Wellcome Library)

El descubrimiento de Jenner, por tanto, era una innovación que se aguardaba con impaciencia. Los criollos americanos pudieron obtenerla gracias al contrabando, ampliamente practicado en aquellos momentos, pese al monopolio comercial detentado por España. En Nueva Granada (actual Colombia), por ejemplo, la vacuna llegó a través de las relaciones comerciales clandestinas con las colonias inglesas.

En Lima sucedió otro tanto. Cuando Salvany se presentó en la capital peruana encontró un floreciente tráfico en torno al remedio: “Se vendían públicamente cristales con el pus (…) a precios muy subidos, y salían a vacunar a los pueblos comarcanos y exigían cuatro pesos a cada vacunado”.

Tomar la iniciativa

América estaba muy lejos de su metrópoli. Por eso, en situaciones de urgencia, las autoridades actuaban por propia iniciativa. En Puerto Rico, cuando se desató una epidemia de viruela, el gobernador autorizó al cirujano catalán Francisco Oller a marchar a la isla vecina de Santo Tomás, en manos danesas, para obtener la vacuna. Poco después llegó Balmis y montó en cólera al comprobar que el trabajo que él pensaba realizar ya estaba hecho. Dijo entonces que Oller había usado una técnica incorrecta.

La gran aportación de la expedición no fue llevar la vacuna, sino regular su difusión

Fue en Puerto Rico donde el médico Tomás Romay obtuvo la vacuna. La introdujo en La Habana antes de que la Real Expedición Filantrópica pisara Cuba. Cuando Balmis llegó a Veracruz, en México, se encontró con que Alejandro García de Arboleya, médico de la Armada, ya había introducido el descubrimiento de Jenner.

La gran aportación de la Expedición Filantrópica, en realidad, no consistió en llevar por primera vez el tratamiento contra la viruela, sino en regular su difusión, tal como señala Caffarena. Por toda América se crearon juntas encargadas de asegurar la conservación del preciado remedio y su extensión por el territorio. La extensión de la vacuna, por tanto, no se efectuó en un sentido unidireccional –España da, América toma–, sino que fue el resultado de la interacción entre la metrópoli y las diversas instancias locales.

La olvidada y «sangrienta» batalla que dio a Rusia el poderoso imperio que luego heredó la URSS

Detalle del cuadro de Gustaf_Cederström, con el Rey Carlos XII de Suecia, durante su huida de la batalla de Poltava en 1709

Autor: Israel Viana

Fuente: ABC 26/03/2020

El considerado como «uno de los enfrentamientos más sangrientos de la historia mundial», en palabras de Peter Englund, comenzó a las 3.45 horas del domingo 28 de junio de 1709. Era un amanecer caluroso alrededor de la ciudad ucraniana de Poltava y los dos grandes ejércitos de Suecia y Rusia llevaban varias horas mirándose a los ojos, a la espera de que saltara la chispa y se desatara la violencia. Todos los soldados sabían que el momento decisivo había llegado. «Eran como dos animales salvajes colocados uno enfrente del otro, casi rozándose, con todos los músculos en tensión ante el asalto», explicaba este reputado historiador y académico de los premios Nobel en su libro «La batalla que conmocionó a Europa» (Roca Editorial, 2012).

Fue la culminación de una larga y brutal guerra de nueve años por el control del norte de Europa, la cual dejó más de 65.000 muertos en combate. Durante la Edad Moderna, varios imperios del viejo continente, tales como España, Portugal, Gran Bretaña o Francia, habían dominado una gran parte del mundo, pero el sueco había pasado desapercibido entre ellos. Algo que resultaba extraño, si tenemos en cuenta que fue una de las mayores potencias militares y políticas del siglo XVII, hasta que a principios del XVIII empezó a sufrir una serie de dificultades económicas que le llevaron a echar freno a su expansionismo. Y al final se produjo la hecatombe final en la batalla de Poltava que aquí nos ocupa.

Esta se caracterizó por la masacre de prisioneros por parte de ambos bandos, en un síntoma de crueldad pocas veces visto en aquellos años. Y, además, por los inquietantes paralelismos que numerosos historiadores ven con la «guerra de ratas» (Rattenkrieg) desarrollada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Véase, por ejemplo, la batalla de Stalingrado, pero en esta ocasión haciendo estragos con la artillería de diversos calibres, las balas de los mosquetes y los afilados sables y bayonetas.

Para que se hagan una idea, de los casi 25.000 hombres que el todopoderoso Carlos XII de Suecia lanzó a la lucha, unos 5.000 murieron en combate y la práctica totalidad de los otros 20.000 fueron hechos prisioneros y puestos a trabajar en la construcción de la nueva ciudad imperial de San Petersburgo. A estos se añadieron 1.700 esposas, sirvientes y niños en régimen de esclavitud. De todos estos, solo regresaron a la patria 4.000, algunos tras más de treinta años de cautiverio. El resto fueron ejecutados.

Herido de un pie

Carlos XII llegaba a la batalla de Poltava herido, después de que un francotirador ruso le hubiera disparado en un pie mientras pasaba revista a una de las trincheras recién construidas. Tenía dificultades para montar su caballo y estaba en clara desventaja en cuanto al número de combatientes —Rusia contaba con alrededor de 42.000—, pero estaba convencido de que podía aplastar a Pedro I el Grande. El Rey de Suecia se había ganado una extraordinaria fama a principios del siglo XVIII, con sus fulgurantes victorias en la Gran Guerra contra potencias como Rusia, Dinamarca, Sajonia, Polonia o el Imperio Otomano. Éxitos que le valieron el sobrenombre del Alejandro Magno del Norte y que le hicieron subestimar a su enemigo.

Carlos XII de Suecia
Carlos XII de Suecia

En la semana anterior se habían producido constantes escaramuzas entre ambos ejércitos, la mayoría por iniciativa de los rusos. El 27 de junio no fue una excepción y un par de escuadrones de caballería superaron los puestos de la primera avanzadilla y mataron a algunos soldados suecos. En las horas posteriores, todo volvió a la tranquilidad a la espera del demoledor desenlace, tras el cual, Carlos XII esperaba poder continuar su camino para perpetrar su ansiado ataque final a Moscú, el corazón de Rusia. Pero allí estaba Pedro I, que quería acabar de una vez por todas con el imperio que había dominado el norte de Europa a lo largo del siglo XVII y coger las riendas.

Aún sabiendo que contaba con menos soldados y peor armamento, Carlos XII decidió atacar primero, confiado en que así podría recuperar la iniciativa. Los suecos tenían plena fe en su rey, en sus generales y en su capacidad militar, a pesar de su inferioridad. Y a las 3.45 horas, comenzaron a avanzar silenciosamente hacia las posiciones enemigas para realizar su ataque sorpresa. El campamento ruso se hallaba en una pequeña colina, solamente accesible de manera más o menos efectiva por un pasillo entre dos bosques. En los flancos había un barranco que daba a un río y un cenagal que servían de protección natural para Pedro I.

Con los primeros rayos de sol

Las cosas no empezaron bien para el Alejandro Magno norteño, pues seis de sus batallones se extraviaron en plena noche, al ser incapaces de seguir a sus compañeros por la falta de luz. Cuando se dio la orden de atacar, muchos de ellos no sabían dónde se encontraban realmente. Tardaron un buen rato en volver al campo de batalla, y cuando por fin lo consiguieron, a eso de las 5 de la mañana, se inició el feroz ataque de los suecos. En el horizonte ya asomaban los primeros rayos de sol.

Pedro I el Grande de Rusia
Pedro I el Grande de Rusia

Los rusos consiguieron resistir el primer envite, tanto con los reductos que tenían atrincherados en el pasillo como con la artillería emplazada en el campamento. Carlos XII dudaba si lo que tenía que hacer a continuación era destruir esos reductos o atravesarlos para plantar cara cuanto antes al grueso del ejército de Pedro I. La confusión fue en aumento y las horas pasaban, con algunos batallones intentando asaltar inútilmente las fortificaciones rusas y otros, alejándose para no caer en la trampa rusa. Eso hizo que las bajas se minimizaran, pero la ventaja inicial de la sorpresa ya se había perdido.

Cuando el sol comenzó a brillar, la situación del Rey de Suecia era desesperada. Las bajas habían crecido y eran ya considerables, aunque a costa de ellas hubieran conseguido penetrar en el campamento. Pero las fuerzas flaqueaban y los ánimos estaban ya por los suelos, lo que hizo que los suecos no atacaran con mucha decisión cuando tuvieron enfrente al enemigo. Se veían aislados y, además, no tenían noticias de la infantería. Y tras cinco horas de combate, a las 9 de la mañana exactamente, Pedro I ordenó a su poderoso ejército salir del campamento y formar frente a Carlos XII y lo que quedaba de sus tropas.

La Batalla de Poltava por Denis Martens el Joven, pintado en 1726
La Batalla de Poltava por Denis Martens el Joven, pintado en 1726

Heridos, desmoralizados por las bajas, cansados y faltos de suministros, la derrota de los suecos fue cuestión de tiempo. Carlos XII intentó reorganizar la situación desde su camilla, pero todos los ataques fracasaron y a las 11.00 llamó a retirada. La batalla concluyó al mediodía, pues la caballería rusa no puso la puntilla inmediatamente, sino que torturó a los suecos desde sus propias líneas durante una hora más. Mientras tanto, el monarca derrotado reunió a sus escasas tropas supervivientes e inició la huida precipitada hacia el sur, llevado en su camilla en volandas por sus hombres. Una imagen del todo patética para quien había sido el Alejandro Magno del Norte.

Rusia perdió menos de 1500 hombres y pasó a llevar la voz dominante en el este y norte de Europa durante los siguientes siglos. Tal es así que el basto imperio que erigieron los Romanov a partir de entonces fue el que les arrebataron los comunistas, tras asesinar a toda la familia del zar, para crear la URSS en 1918. Un gigante que se mantuvo en la cima del poder mundial hasta su desmembración en 1991. Suecia, en cambio, dejó de ser una potencia y su Rey consiguió cruzar el río Prut en barca, acompañado simplemente por su guardia personal, algunos oficiales y un pequeño tesoro que había logrado conservar. Dejó abandonados a sus hombres en Perevolochna, una población cerca de Poltava, y se dirigió después a la ciudad de Bender, en el Imperio Otomano. Allí se refugió hasta 1714, cuando regresó a Suecia… de incógnito.

Lujo, ostentación y hedor en el palacio de Versalles

Luis XIV recibe en una muy concurrida Galería de los Espejos al embajador persa, en 1715 (Heritage Images / Getty)

Autora: MOLLY ANTIGONE HALL

Fuente: La Vanguardia 25/01/2020

“Versalles era resplandeciente y grandioso; Versalles era feo y asqueroso; Versalles también podría ser extraño y grotesco”, afirmó el siglo pasado el escritor Louis Kronenberger. El legendario palacio asociado con el lujo y la ostentación de la corte francesa de los siglos XVII y XVIII y sobre todo con Luis XIV, Luis XVI y María Antonieta, era también conocido por su escasa salubridad.

Al lado de la estricta etiqueta, las intrigas y el exagerado refinamiento convivían unos malos olores y una falta de higiene cuya fama ha llegado hasta nuestros días. ¿A qué se debe esta mala reputación? Una ubicación desafortunada, la falta de instalaciones adecuadas y una etiqueta social muy diferente a la de hoy son algunas de las respuestas

Varios relatos de los siglos XVII y XVIII glosan el hedor del palacio de las más de 2.000 ventanas. Una de las razones era que había pocos sanitarios dentro del complejo, que acogía una multitud de nobles y subalternos, de poderosos y sirvientes. En total, se ha calculado que unas 20.000 personas llegaron a vivir en él. En muchos lugares de las instalaciones, en lugar de excusados y retretes, había sirvientes que traían un recipiente cuando se los reclamaba.

La Galería de los Espejos en el Palacio de Versalles
La Galería de los Espejos en el Palacio de Versalles (Wikipedia Commons)

Por desgracia, no siempre llegaban a tiempo, por lo que en ocasiones extremas, algunos hacían sus necesidades en el rincón disponible más cercano. “Mendigos, sirvientes y visitantes aristocráticos utilizaban las escaleras, los pasillos y cualquier lugar apartado para aliviarse”, escribió el británico Horace Walpole, un aristócrata del siglo XVIII que describió el palacio de Versalles como un “gran pozo negro”, cuyo olor se aferraba a la ropa, a la peluca e incluso la ropa interior.

El duque de Saint-Simon relató en su Memorias de Luis XIV que la Princesse d’Harcourt una noble francesa, a veces orinaba mientras caminaba, sin ninguna vergüenza, “dejando un rastro terrible detrás de ella que hacía que los sirvientes desearan mandarla al diablo”. No era lo más normal, pero tampoco excepcional, que algunos sirvientes y visitantes aristocráticos orinaran entre cortinas y tapices. Y, por lo que respecta a María Antonieta , tenía dos perros de raza carlino a quienes se les permitía aliviarse donde quisieran.

Los pocos sanitarios fijos -sillas con agujeros y un recipiente de cerámica debajo que se vaciaba tras llenarse -que estaban disponibles podrían derramarse; Voltaire se alojó en una habitación del palacio que describió como “el agujero de mierda con peor olor en todo Versalles”.

Y luego estaba el problema de la ubicación del gran palacio, construido sobre antiguos pantanos que causaban problemas de olor. Además, incluso tras estar terminado, en un complejo de tales dimensiones había siempre obras de algún tipo, lo que producía más polvo y suciedad. Todo ello formaba un cóctel que, sumado al olor de los perfumes e incluso el de las intensas flores de los jardines, resultaba, literalmente, embriagador. “El aire era tan intenso con el perfume mezclado de violetas, flores naranjas, jazmines tuberosas, jacintos y narcisos que el Rey y sus visitantes a veces se veían obligados a huir de los dulces abrumadores”, según un autor inglés del siglo XIX citado en The Story of Versailles de Francis Loring Payne.

En invierno, debido a chimeneas ineficientes, el humo y el hollín impregnaban la tapicería, las alfombras y los tapices. El rey Luis XIV trataba de ocultar los numerosos olores a través de vaporizadores de esencia de azahar y cuencos de líquidos perfumados que colocados por su personal por el palacio. Se empleó una técnica similar para combatir los olores corporales y de las prendas. Porque mientras la nobleza se cambiaba la ropa interior a diario, igual que la ropa de cama, los vestidos no se podían lavar y acumulaban polvo y suciedad.

Un ostentoso baile en Versalles, durante el reinado de Luis XV
Un ostentoso baile en Versalles, durante el reinado de Luis XV (DEA / G. DAGLI ORTI / Getty)

Hélène Delalex, historiadora y conservadora en el palacio de Versalles, explica en un documental de Toute L’Histoire que los aristócratas trataban de enmascarar los olores rancios con perfumes fuertes como el almizcle y el ámbar, tan potentes que el rey Luis XIV les atribuía sus dolores de cabeza. También se colocaban bolsitas perfumadas en los bolsillos de los vestidos, debajo de las axilas y en otros lugares, y se perfumaban y espolvoreaban las pelucas con harina para absorber cualquier grasa.

Otras prácticas de higiene personal, hoy cuestionables, incluían frotarse los dientes con plantas astringentes como el romero o el ciprés, mezclados con aromáticas como el tomillo, la canela o la menta, para combatir la halitosis; una aristócrata francesa en Versalles describió cómo usaba esencia de orina en una carta escrita a un miembro de su familia. No fue suficiente para prevenir caries dentales, y William Renwick Riddell apunta en un artículo publicado en The Public Health Journal que con 47 años el rey Luis XIV prácticamente no tenía dientes sino un absceso crónico que goteaba pus.

Las constantes obras, los perfumes, los malos equipamientos sanitarios y el hollín hacían el aire del palacio difícilmente respirable para nuestros estándares

Los baños calientes, además eran una rareza. Suponían un proceso arduo que consistía en transportar una bañera de metal a una habitación, llenarla con agua caliente y luego vaciarla a mano, cosa que solo la aristocracia se podría permitir. Muchos médicos del momento desaconsejaban bañarse en agua cálida ya que creían que abriría los poros de la piel y permitiría la entrada de enfermedades, algo que el rey Luis XIV acabó creyendo. Él comenzaba su día lavándose las manos y la cara con agua, y pasando una toallita por su cuerpo.

No es que los franceses de la época fueran especialmente sucios; que en otras cortes de la época ocurría lo mismo. En Inglaterra, según un escritor del siglo XVII, el rey Carlos II vivía en un palacio “repugnante y apestoso”, y se cuenta también que, en el siglo XVIII, la futura Catalina la Grande quedó impactada cuando llegó a Rusia desde su relativamente limpio hogar de su familia alemana. Pero por su parte, “el rey Luis XIV estaba convencido de que era excepcionalmente limpio”, afirma Georges Vigarello, un académico francés especializado en la historia de la higiene. ¿Quién sabe cómo se verán los actuales patrones de limpieza por sociedades diferentes a la de hoy?

Haití y República Dominicana: cómo se dividió en dos países la isla más poblada de América

Fuente: Santo Domingo. Mapas generales.. Biblioteca Nacional de España

Fuente: BBC 12/01/2020

En este video te contamos cómo la isla más poblada de América acabó dividida en dos países que hoy son muy diferentes, Hatí y República Dominicana.

Haití es el país más pobre del hemisferio occidental y República Dominicana, una de las economías de América Latina que más rápido crece.

Los dos comparten la misma isla y siglos de explotación colonial, pero hablan idiomas distintos y tienen culturas diferentes, aunque no siempre fue así.

Presentación: Ana María Roura; Investigación y guion: Inma Gil y Ana María Roura; Edición de video y gráficos: Agustina Latourrette; Editora: Natalia Pianzola.

La Revolución Francesa: el fin del Antiguo Régimen

Fuente: Historia National Geographic, 1/12/2016

Acabó con el Antiguo Régimen y consagró la libertad y la igualdad ante la ley, bases del actual Estado de derecho. Con ella se inicia la Edad Contemporánea.

La Revolución Francesa de 1789 representó el fin de un mundo, lo que luego se llamaría Antiguo Régimen, y el inicio de otro, una época moderna que en cierto modo sigue siendo la actual. Luis XVI encarnó en su tragedia personal la contradicción irresoluble entre las dos épocas. Convencido de que reinaba sobre los franceses en virtud de un derecho divino, y que por tanto no tenía que rendir cuentas de sus actos ante nadie, Luis se enfrentó a una situación totalmente nueva que nunca llegó a comprender, debatiéndose entre su personalidad afable y acomodaticia y el parecer de sus consejeros más autoritarios, entre ellos su esposa María Antonieta.

Aceptó de mala gana la convocatoria en 1788 de una asamblea estamental para discutir la crisis financiera de la monarquía, pero no creyó que la iniciativa fuera a tener consecuencias. Así, cuando se produjo el asalto popular contra la Bastilla, verdadero detonante de la Revolución, no consideró que el episodio tuviera suficiente importancia como para anotarlo en su diario personal. Los hechos enseguida le hicieron ver su error.

Unas semanas después, el palacio de Versalles era invadido por la masa revolucionaria, y Luis y María Antonieta eran llevados a París, donde se vieron obligados a actuar como reyes constitucionales. Tras el fracaso de su intento de huida en 1791, la hostilidad contra la monarquía se acentuó, hasta la insurrección de 1792 y la puesta en marcha del Terror revolucionario, una de cuyas primeras víctimas fue el mismo Luis XVI, guillotinado en 1793. Con esta ejecución y la proclamación de la República, los revolucionarios creían haber puesto fin a lo que veían como una larga época de opresión del pueblo por los reyes y la aristocracia, inaugurando una era de libertad, de igualdad y de fraternidad, como rezaba la principal máxima inspiradora de la revolución.

En la práctica, el desarrollo de la Revolución estuvo lejos de los sueños idealistas de los pensadores ilustrados. La guerra exterior, la lucha de partidos y la persecución implacable del adversario en el interior crearon una situación insostenible, que sólo se remedió con el establecimiento de un nuevo tipo de monarquía, la de Napoleón.

La madre de la química moderna que lo perdió (casi) todo en la Revolución Francesa

 Marie-Anne Pierrette Paulze

Autora: Rocío Benavente

Fuente: Nueva Tribuna, 5/10/2019

Durante la Revolución Francesa muchas ideas y conceptos que hoy damos por básicas en nuestro mundo nacieron o evolucionaron de forma fundamental. Entre ellas se encuentran las bases de la química moderna, que en este momento y de la mano de dos personajes, dio los pasos que separaban la alquimia de una ciencia moderna, racional y exacta. Uno de esos personajes fue Marie-Anne Pierrette Paulze, apodada precisamente la “madre de la química moderna” porque estuvo directamente implicada en la creación y modelado de esas ideas.

Pierrette Paulze nació en 1758 en Loire, en una familia de aristócratas de los que fue la única hija entre cuatro hermanos. Su madre murió cuando ella tenía tres años y su padre decidió que creciese en un convento, algo que se convirtió de hecho en una puerta a un mundo culto e ilustrado, ya que era en estos sitios donde más fácil resultaba recibir una educación de calidad en aquella época. En ese entorno y gracias a sus capacidades, su formación fue sólida y completa: aprendió varios idiomas, entre ellos inglés y latín, además de formarse en pintura hasta convertirse en una dibujante y grabadora con talento. Todo esto le serviría después en sus trabajos científicos.

Un matrimonio científico

Al llegar a la adolescencia el matrimonio era el objetivo, y no le faltaban candidatos. El principal, un hombre que le triplicaba la edad, el conde de Amerval, al que ella definió como “un tonto, un insensible rústico y un ogro”. Sin embargo, su padre, buscando un pretendiente algo más acorde a los gustos y personalidad de su hija, acordó finalmente casarla con Antoine Laurent Lavoisier, que solo tenía el doble de años (ella 14, él 28). A pesar de que seguía siendo una diferencia de edad notable, ambos se entendieron bien desde el principio, compartían intereses intelectuales y durante años su unión fue feliz y fructífera.

M. y Mme Lavoisier de Jacques-Louis David, 1788 (Museo Metropolitano de Nueva York). Imagen: Wikimedia Commons.

Antoine era ya un conocido científico y Marie-Anne comenzaría a trabajar con él, recibiendo y ampliando su educación formal en áreas científicas de la mano de renombrados químicos de la época y convirtiéndose en compañera de trabajo imprescindible de su marido. “La señora Lavoisier poseía una inteligencia arrolladora y no tardaría en trabajar productivamente al lado de su marido. A pesar de las exigencias del trabajo de él (abogado y economista y más adelante nombrado administrador de la pólvora del Arsenal de París) y de una activa social, conseguían la mayoría de los días dedicar cinco horas a la ciencia, así como todo el domingo”.

Desmontando la idea del flogisto

Como decíamos al principio, el trabajo de ambos fue esencial para la modernización de la química. Sus trabajos se centraron en la idea del flogisto que, proveniente de la alquimia, era central en los conceptos químicos de entonces. El flogisto era el nombre que recibía un supuesto elemento presente en los compuestos inflamables y que se liberaba durante la combustión. El flogisto era algo imposible de medir con precisión y que daba a los elementos que se quemaban propiedades difíciles de predecir, manteniendo a esa química incipiente en un estado confuso y con cierta irracionalidad.

Antoine, asistido siempre por Marie-Anne, criticó estas nociones y demostró que los elementos cuando arden responden a unas variaciones medibles y predecibles, aportando racionalidad y claridad a este aspecto de la química. Entre ambos y en colaboración con otros científicos de su época desarrollaron una nomenclatura sistemática para referirse a las sustancias químicas y sus compuestos, ampliando esa racionalidad científica que la química adolecía hasta entonces.

Traductora crítica, dibujante detallista

Dentro de su colaboración, el trabajo de Marie-Anne sentó las bases de los avances que podría lograr su marido, entre otras cosas porque gracias a sus conocimientos de latín e inglés tradujo para él obras fundamentales en el campo en el que trabajaba, principalmente el Ensayo sobre Flogisto de Richard Kirwan. Pero no se limitó a traducir de forma aséptica, sino que a medida que se iba formando introducía notas críticas sobre los errores químicos que ella percibía en el texto.

Experimentos sobre respiración humana. Dibujo de Madame Lavoisier, que muestra a la autora tomando notas en una mesa cercana. Imagen: Wikimedia Commons.

También su formación como pintora fue extremadamente útil en su tarea. Durante el día, el matrimonio Lavoisier pasaba horas en el laboratorio, él llevando a cabo experimentos y ella anotando observaciones, protocolos y resultados de forma metódica, además de dibujando diagramas y esquemas de los aparatos que utilizaba y sus diseños experimentales. Fueron trabajos tremendamente prácticos a posterior a la hora de entender los resultados del trabajo que hicieron. Ella se encargaría también más adelante de editar y organizar la publicación de los informes que elaboraban a partir de sus investigaciones. A pesar de ello, ella nunca incluyó su nombre en esas publicaciones.

La Revolución Francesa y el Terror

Lamentablemente, así como la Revolución Francesa sirvió de chispa que dio luz a esta época de avance científica, también tuvo en ella un impacto devastador. En 1973, durante la etapa llamada Reinado del Terror, Antoine fue acusado de traición debido a sus anteriores puestos de trabajo. El 28 de noviembre de ese año fue arrestado y encarcelado en la prisión de Port-Libre. Marie-Anne le visitaba con regularidad y trató de liberarle defendiéndole ante su acusador, que tenía a su vez el poder de liberarle. Utilizó entre sus argumentos la importancia de sus trabajos científicos y la gran repercusión que tendrían para Francia.

No sirvió de nada. El 8 de mayo de 1794, Antoine fue ejecutado en París, el mismo día que lo fue también el padre de Marie-Anne. Ella misma pasó un tiempo en prisión y todos sus bienes fueron confiscados. Tras la muerte de Antoine, ella siguió trabajando para recopilar todos sus resultados y, tras no encontrar un editor interesado, los publicó ella misma en 1803.

Marie-Anne volvió a casarse, esta vez con un científico inglés llamado Benjamin Thompson, conde de Rumford. Sin embargo, ella siempre mantuvo el apellido Lavoisier y la relación nunca fue la misma que la que tuvo con Antoine. Thompson nunca invitó a Marie-Anne a colaborar con él, su vida matrimonial y social nunca fue igual de feliz y al final terminaron divorciándose.

La casa de Marie-Anne siguió siendo hasta su muerte un lugar de encuentro de científicos e intelectuales donde se mantenían apasionadas conversaciones científicas. Falleció en 1836 a los 78 años.

Referencias

Marie-Anne Pierrette Paulze,Wikipedia

María Angélica Salmerón, Marie-Anne Paulze Lavoisier y el nacimiento de la química moderna, La ciencia y el hombre vol XXIII, no. 1, 2010

Adela Muñoz Paéz, Madame Lavoisier: la madre de la química moderna, Redes no. 8, 68-69

Fernando VII, ¿el deseado?

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Fuente: Historia de la Iberia vieja. 26/XI/2018

n 1814, tras la derrota de los ejércitos franceses y la expulsión de José Bonaparte, Napoleón acabó reconociendo a Fernando VII como rey, liberándole y devolviéndole el trono mediante el Tratado de Valençay. Nada más poner un pie en España, entrando por el camino de Valencia, recibe de la mano de un grupo de diputados afectos a su persona el llamado Manifiesto de los Persas, una auténtica declaración a favor de la restauración del régimen absolutista.

Lo firmaban 69 diputados en total y lo habían mandado a imprimir, además, para que fuera “conocido por todos por medio de la prensa”. El título completo del documento era Representación y manifiesto que algunos diputados a las Cortes Ordinarias firmaron en los mayores apuros de su opresión en Madrid, para que la Magestad del Señor D. Fernando el VII a la entrada en España de vuelta de su cautividad, se penetrase del estado de la nación, del deseo de sus provincias, y del remedio que creían oportuno; todo fue presentado á S.M. en Valencia por uno de dichos diputados, y se imprime en cumplimiento de real orden.

Así pues, El Deseado pasó a cumplir los deseos de sus partidarios de restaurar el régimen absolutista, perseguir a los liberales e instaurar un gobierno caracterizado por la mano de hierro. Fue exactamente lo mismo que hicieron el resto de monarquías europeas tras la caída del Imperio napoleónico, ni más ni menos: esforzarse por legitimarse en la tradición, combatiendo los principios revolucionarios que habían acabado desembocando en la Revolución Francesa, el asesinato de la familia real francesa y la posterior instauración del Imperio –que había puesto la soberanía nacional en manos de la voluntad general de los súbditos, en contraposición a la soberanía por derecho divino.

Para llevar a cabo esta tarea, Fernando VII instauró un régimen de represión y persecución tan feroz, que fue necesaria la creación de la Policía, cuerpo de seguridad que ha llegado hasta nuestros días. Las funciones que Fernando VII dio a la recién creada “Policía General del Reino” por aquella época quedaron reflejadas en el decreto publicado el 13 de enero de 1824:

“Debe hacerme conocer la opinión y las necesidades de mis pueblos, e indicarme los medios para reprimir el espíritu de sedición, de extirpar los elementos de la discordia y de obstruir todos los manantiales de la prosperidad”, aunque también había otras más cotidianas, como “impedir que se coloquen tiestos, cajas u otros objetos de esta clase en ventanas, azoteas o tejados donde puedan caerse y dañar a los que por ellas transiten”.

Tras el breve paréntesis del Trienio Liberal (1820-1823), en el que Fernando VII simuló someterse a un nuevo régimen constitucional, dio comienzo lo que la historia bautizó como la Década Ominosa (1823- 1833), el último periodo de su reinado, en el que actuó con más dureza si cabe, llevado por el enfado y los deseos de venganza. Ya le habían quitado la varita del poder dos veces, y no estaba dispuesto a dejar que sucediera una tercera vez.

Cerró periódicos y universidades, erradicó cualquier atisbo de liberalismo, prohibió las sociedades secretas tanto en España como en América, y se produjeron levantamientos absolutistas. Fue durante este periodo cuando empezó a desmembrarse el Imperio Español, con la pérdida de la práctica totalidad de las colonias americanas. Hoy, parece que lo único que hizo este rey por sus súbditos fue engañarles, imponerles un régimen absolutista y actuar únicamente a favor de sus intereses personales. En general, el perfil de este monarca se ha pintado con una paleta de colores peyorativos: chaquetero, corrupto, dictatorial, traicionero y vengativo.

Algunos, incluso, han llegado a afirmar que, de todos los reyes y reinas que ha tenido la Corona española, Fernando VII fue el que menos satisfizo a los españoles durante su regencia. Pero, ¿es cierto? ¿Hizo alguna aportación beneficiosa? Pasados los años, y con las gafas de la distancia, si le sometiéramos a una especie de juicio moderno, ¿cuál sería el veredicto? ¿Culpable o inocente?

Es verdad que, como rey de España, quizá no supo estar a la altura de un pueblo que derramó sangre por él, luchando en el frente de batalla para que “El Deseado”, como así le llamaban,volviera a coger las riendas del poder tras la ocupación napoleónica; pero no es menos cierto que a este monarca le tocó enfrentarse con un enemigo inédito: el terror gabacho había degollado a la monarquía francesa. Las cabezas de Luis XVI y María Antonieta sobre el cesto lanzaban un mensaje muy claro: un día, tu propio pueblo, instigado por los afrancesados, te puede mandar al cadalso en nombre de palabras tan gloriosas como “igualdad, libertad y fraternidad”.

La asistencia social de la Iglesia entre el Antiguo Régimen y el Estado liberal.

Caricatura sobre el papel de la Iglesia en el carlismo. Revista La Flaca de 1869.

Autor: Eduardo Montagut.

Fuente: nuevatribuna.es 9/10/2018

La Iglesia española, con un evidente protagonismo del clero regular, monopolizó la acción social durante el Antiguo Régimen, que vendría a ser la larga época dorada del concepto intervencionista de la caridad. El despotismo ilustrado en el siglo XVIII, desde un marcado utilitarismo, comenzó a cuestionar el monopolio eclesiástico y planteó la necesidad de la intervención, pero del Estado, aunque sería la Revolución Liberal quien plantease claramente una alternativa al peso indiscutible de la Iglesia, y por dos razones: una sería de orden económico, y la otra tendría que ver con la voluntad política.

El largo proceso desamortizador eclesiástico español iniciado con Godoy, seguido por los afrancesados y los liberales de Cádiz y del Trienio, para llegar a su máxima expresión con las desamortizaciones de Mendizábal y, en menor grado, de Madoz, ya que su desamortización sería eminentemente civil, produjo un verdadero desastre económico para la Iglesia, ya que perdió gran parte de su patrimonio, con la consiguiente repercusión en los centros e instituciones benéficas que mantenía, además de la merma en recursos humanos derivada de las exclaustraciones.

En otro sentido, el nuevo orden liberal, fundado en las Cortes de Cádiz, consideraba que el Estado debía desempeñar la función asistencial dentro de su nueva estructura administrativa para paliar los problemas derivados de la vida de los ciudadanos, aunque nunca como desde la defensa de la redistribución de la renta, aspecto propio de los muy posteriores estados del bienestar, algo inconcebible desde el liberalismo económico. En este sentido, es importante destacar el Decreto de las Cortes de 21 de diciembre de 1821 en el que se trazaba un organigrama administrativo a través de las Juntas de Beneficencia municipales y provinciales.

Pero si la causa económica es muy clara para entender el bache profundo que sufrió la Iglesia en relación con el papel que había adquirido desde el pasado más remoto, la de tipo político es más problemática. Y lo es porque el Estado español, primero por los vaivenes derivados del complejo proceso de la Revolución liberal, y luego y en paralelo, por sus seculares carencias financieras, no pudo asumir esta nueva misión asistencial debidamente ni tan siquiera con la relativa estabilidad del régimen isabelino.

Y esta es la razón por la que el Estado liberal español terminó por devolver parte del protagonismo de la atención a la Iglesia, especialmente en la época de la Restauración borbónica, coincidiendo con un resurgir del poder eclesiástico en general y, muy especialmente, en la educación. Ese nuevo protagonismo no sólo se produjo en instituciones vinculadas directamente con la Iglesia, sino, también suministrando personal sanitario y de asistencia en instituciones públicas. Este último asunto tiene su importancia porque con el tiempo se generaría un evidente conflicto porque, especialmente, las clases medias tenían en el ejercicio de la sanidad un interés profesional evidente, tanto para las profesiones que en aquella época se destinaban a hombres, como para las subalternas asignadas a las mujeres, y que ocupaban, en gran medida, especialmente las segundas, con las monjas y hermanas de la caridad. No cabe duda que esa competencia nutriría una parte creciente del anticlericalismo de algunos sectores sociales españoles. Ese control eclesiástico también era cuestionado por el movimiento obrero, especialmente por el socialista que criticaba la presencia eclesiástica en los hospitales. Este conflicto se agudizaría en el siglo XX cuando fueron, además, apareciendo nuevos factores que terminarían por apartar a la Iglesia de esta tarea, mientras conservaba un enorme poder en la otra función cara a la sociedad, la educación, y que mantiene hoy en día.