Manifiesto del Partido Comunista.

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Autor: Víctor Arrogante.

Fuente: Nueva Tribuna, 17/02/2019

Un 21 de febrero de 1848, hace ahora 171 años, se publicaba el Manifiesto del Partido Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels. Una crítica a la sociedad y un programa de acción que marcaron el siglo XX e inspiraron muchos regímenes, desde la Revolución rusa en adelante. Desde su frase inicial «un espectro se cierne sobre Europa, el espectro del comunismo», hasta la convocatoria final: ¡Proletarios de todos los Países, uníos!, es un canto hacia la igualdad y la justicia social.

No pretendo hacer un análisis pormenorizado de la obra, pero si esbozar su fundamento, resaltando aquellas cuestiones que han ido moldeándose según las previsiones y doctrina marxista que hoy sigue estando vigente. El texto, escrito y publicado en alemán, fue el resultado del encargo de la Liga de los Justos; una sociedad secreta revolucionaria a la que los autores se habían afiliado un año antes. Aunque su difusión inicialmente estuvo limitada a grupos revolucionarios alemanes, en la segunda mitad del siglo XIX fue traducida a multitud de idiomas y alcanzó gran notoriedad a medida que el movimiento obrero socialista se difundía por Europa y sus áreas de influencia.

El Manifiesto del Partido Comunista se divide en un preámbulo y cuatro capítulos: «I. Burgueses y proletarios», «II. Proletarios y comunistas», «III. Literatura socialista y comunista» y «IV. Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la oposición». Conocidos por sus obras anticapitalistas, que forman la base del marxismo, Marx y Engels, han sido los escritores políticos más influyentes de la historia. Sus libros más destacados son: El Capital (1867) y El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (1852), que comienza con la frase: «La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa».

En 2018 se conmemoró el bicentenario del nacimiento de Karl Marx, padre del socialismo científico. Filósofo, teórico político y crítico de la economía política, cuyos escritos aspiraban a alterar el curso de las disciplinas económicas, sociales y científicas ya existentes en su época. Marx se declaró apátrida, ateo y revolucionario. Su investigación se centró en el campo de la filosofía, la historia, la ciencia política, la sociología y la economía. El marxismo, representa al comunismo moderno, al materialismo histórico y al socialismo científico.

Marx y Engels, dejan claro que los comunistas son parte del movimiento proletario y no se encuentran por encima de él. Lo que los distingue del resto del movimiento proletario es destacar en cada acción los intereses comunes que tienen los proletarios de todas las naciones. Los autores describen la teoría del comunismo en la fórmula: «abolición de la propiedad privada», pero aclarando que no se refieren a la abolición de la propiedad en general, sino de la propiedad privada burguesa, que resulta de la explotación capitalista, buscando abolir la forma burguesa que adoptan determinadas instituciones como la propiedad, el trabajo, la familia, la nacionalidad o la individualidad.

En el Siglo XIX, los nuevos modos de producción, comunicación y distribución habían creado una enorme riqueza, que no se distribuyó por igual. El 10% de la población poseía prácticamente toda la propiedad; el otro 90% no poseía nada. A medida que las ciudades y pueblos se industrializaban, a medida que la riqueza se concentraba más y los ricos se enriquecían, la clase media comenzó a hundirse al nivel de la clase trabajadora. A medida que desaparecían las ideologías, que habían hecho que la desigualdad pareciera natural y ordenada, era inevitable que los trabajadores de todo el mundo vieran el sistema como lo que era, se levantara y lo derrocara.

Marx era un verdadero revolucionario. Todo su trabajo fue escrito al servicio de la revolución que predijo en el Manifiesto Comunista. Después de su muerte, las revoluciones comunistas se cumplieron, no exactamente dónde o cómo él se imaginaba pero sí en su nombre. Una de las aportaciones fundamentales de Karl Marx fue el materialismo histórico. Consideraba que la sociedad estaba determinada por sus condiciones materiales o por las relaciones personales. Así, para el desarrollo de una sociedad, la producción de bienes materiales debía considerarse fundamental. El aspecto más importante en la teoría del materialismo histórico, es haber fijado la atención en la producción de material y en las leyes económicas de la sociedad, dejando como conclusión que la sociedad evoluciona al incrementarse sus producciones materiales.

Uno de los principios clave de Marx fue que la teoría siempre debía estar unida a la práctica. Ese es el punto de la famosa undécima tesis sobre Feuerbach: «Los filósofos hasta ahora solo han interpretado el mundo de varias maneras; la clave es cambiarlo». Marx no estaba diciendo que la filosofía fuese irrelevante, sino que los problemas filosóficos surgen de las condiciones de la vida real, y que solo pueden resolverse cambiando esas condiciones, rehaciendo el mundo. Y de hecho las ideas de Marx se utilizaron para rehacer el mundo, o una gran parte de él. El socialismo científico, se trata de un modelo sociopolítico que, según Karl Marx y Friedrich Engels, se diferenciaba de los demás socialismos del siglo XIX por incluir premisas científicas. Modelo a su vez basado en el materialismo histórico en el que la lucha de clases conduce a cambios en la sociedad regida por los humanos.

Diferenciándose de los «socialistas utópicos», Marx y Engels se propusieron formular los principios de un «socialismo científico», partiendo de una crítica al orden capitalista y a las leyes de su funcionamiento; leyes que llevarían al sistema a su destrucción. El Manifiesto fue mucho más que una simple proclama política. En él, Marx volcó una teoría de la historia y del progreso, del funcionamiento de la economía y de las clases sociales. Además, profetizó la revolución proletaria. Pese a ser caracterizado como materialista, pese a proclamar que las sociedades no cambiaban por las ideas sino por un determinismo basado en las contradicciones entre los sistemas y los intereses de clase, lo que se formula en el manifiesto es el orden de las utopías. La utopía de la igualdad, de la propiedad colectiva de los medios de producción, de todos los hombres trabajando a la par, no en beneficio propio e individual, sino del conjunto. Una utopía voluntarista.

Para Marx y Engels, «la historia de toda sociedad hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases», desde los patricios y los plebeyos en la antigua Roma, los siervos y los señores en el feudalismo, hasta los burgueses y los proletarios en el capitalismo. El burgués posee los medios de producción pero son los proletarios −que no los poseen− quienes generan el valor de las mercancías con esos medios. La burguesía es una clase dinámica que ha jugado en la historia un papel revolucionario al derrocar al poder feudal. Su prosperidad deriva del crecimiento de la industria y del comercio, potenciados por la apertura de nuevos mercados, como resultado del descubrimiento de América y la apertura de mercados en Asia.

Marx y Engels, esbozan un programa general con 10 propuestas: 1.- Expropiación de la propiedad de la tierra y empleo de la renta para gastos del Estado. 2.- Fuertes impuestos progresivos. 3.- Supresión del derecho de herencia. 4.- Confiscación de la propiedad de los emigrantes y sediciosos. 5.- Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional. 6.- Centralización del transporte en manos del Estado. 7.- Multiplicación de las fábricas nacionales, de los medios de producción. 8.- Proclamación del deber general de trabajar y creación de ejércitos industriales, principalmente en el campo. 9.- Articulación de las explotaciones agrícolas e industriales. 10.-Educación pública y gratuita de todos los niños. Abolición del trabajo infantil fabril. Unificación de la educación con la producción material.

En el prólogo de la edición alemana de 1872, Marx y Engels declaran que la aplicación de estos 10 principios dependerá de las circunstancias históricas existentes, llegando incluso a admitir que: «Si tuviésemos que formularlo hoy (en 1872), este pasaje presentaría un tenor distinto en muchos respectos». Por último matizan que, si bien el proletariado en lucha contra la burguesía, se ve obligado a la conquista del poder político, una vez «hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad», la hegemonía política de clase del proletariado dejará de ser necesaria, «Y la vieja sociedad burguesa, será sustituida por una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos».

En definitiva, El Manifiesto Comunista era un programa para la organización mundial del proletariado, y como tal, se fue actualizando en función de las lecciones extraídas de las experiencias históricas de la clase trabajadora. Desde esta perspectiva, Engels, tras la muerte de Marx, continuó la obra, no sólo completando la edición de El Capital, sino también revisando y corrigiendo, cada artículo que se publicaba. El Manifiesto Comunista es el segundo libro más vendido de la historia.

Karl Marx y Friedrich Engels, no pudieron verificar sus predicciones sobre el fin del capitalismo, pero el marxismo, sigue siendo válido para el análisis de la realidad social y económica, porque el marxismo ha penetrado profundamente en la historia. Entendieron la construcción de una ideología antihegemónica y el desmantelamiento de la ideología burguesa en la clase trabajadora. De hecho, el Manifiesto fue un esfuerzo consciente para moldear la ideología de los líderes de la nueva y creciente clase trabajadora, para convencerlos a que se organizaran. Cualquier comunista, socialista o progresista, que haya tratado de organizar a un colectivo de trabajadores, se ha enfrentado al poderoso rol desorganizador de la ideología burguesa.

La lucha contra los imperialismos y el poder económico capitalista, es la clave para conseguir el bienestar, la igualdad y la libertad: ¡Trabajadores y trabajadoras del mundo, uníos!

Los socialistas frente al antisemitismo a principios del siglo XX.

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Pogromo de Kishinev

Autor: Eduardo Montagut.

Fuente: Nueva Tribuna. 26/01/2019

En abril del año 1903 se produjo uno de los más sangrientos pogromos en el Imperio ruso, acontecido en Kishinev, un hecho que se repetiría en octubre de 1905. Los muertos y heridos fueron centenares como informó The New York Times. El antisemitismo ruso fue intenso y extremadamente violento, alentado por las autoridades zaristas por dos motivos. En primer lugar, tenía que ver con desarrollo de una intensa política de rusificación y, en segundo lugar, porque el odio hacia los judíos podía canalizar el creciente malestar popular campesino. Recordemos que en Rusia fue donde se publicaron en 1902 Los Protocolos de Sión, obra de la Orjana, un alegato en favor de la persecución de los judíos, habida cuenta de la supuesta conspiración judeo-masónica para dominar el mundo, una manipulación que tuvo un éxito considerable entre determinados sectores políticos e ideológicos del universo de la extrema derecha, el fascismo, el nazismo y el franquismo. El propio término de pogromo es ruso (“devastación”), y ha pasado al vocabulario general.

Pues bien, el socialismo internacional reaccionó contra este pogromo. El Socialista informaba de la extrema violencia desatada en su número 900 de 5 de junio de 1903, denunciando que no era concebible que en el siglo XX se produjeran hechos de dicha gravedad. Se achacaba al fanatismo religioso y a la instigación de las autoridades zaristas en lo que se consideraba la “última batalla” que estaba riñendo por mantenerse. Recordemos que en 1905 estallaría la primera Revolución Rusa. Los socialistas españoles consideraban que ante este hecho el socialismo internacional no podía dejar de alzar su voz.

La cuestión del antisemitismo en el seno del socialismo es compleja y evolucionó en el tiempo. El Congreso de la Segunda Internacional de Bruselas del año 1891 trató la cuestión en un debate intenso, y que se solucionó con una resolución donde se criticó tanto el antisemitismo como el filosemitismo porque fueron considerados como manejos que la clase capitalista y los gobiernos empleaban para desviar el movimiento socialista y dividir a los obreros. La resolución partía del hecho de que los partidos socialistas no contemplaban lucha alguna de tipo racial o nacional, sino solamente la lucha de clases de “los proletarios de todas las razas contra los capitalistas de todas las razas”.

La cuestión volvió a surgir en relación con el affaire Dreyfus en Francia. Los socialistas franceses comenzaron por no decantarse por ninguna de las dos partes, ya que consideraban que era un conflicto entre dos sectores de la burguesía, la más reaccionaria y la más progresista. Las cosas cambiaron a raíz del famoso artículo de Zola, y los socialistas decidieron abrazar la causa anticlerical. La tesis de la Segunda Internacional fue la empleada por Pablo Iglesias, sin citar la persecución en sí de los judíos, cuando opinó en 1899 sobre la conducta de los socialistas franceses en el caso de Dreyfus, y que hemos estudiado en un reciente artículo, al considerar que el asunto no era especialmente relevante para los trabajadores, aunque aludía a la evidente injusticia ejercida contra el militar.

El periódico obrero español publicó el manifiesto que había aprobado el Comité Socialista Internacional. En el mismo se resaltaban las atrocidades cometidas sin que las autoridades intervinieran para frenarlas, tan prontas a hacerlo cuando había manifestaciones obreras o de estudiantes o para reprimir al pueblo de Finlandia cuando reclamaba sus libertades. El zarismo no había hecho nada para defender a los judíos.

Los socialistas denunciaban el sistema zarista. Lo que había ocurrido era un ensayo de intimidación y una venganza contra los judíos por la acción revolucionaria del “proletariado israelita”. Excitando el odio racial y religioso se pretendía distraer el descontento social y aprovechar para reprimir a los que luchaban por la emancipación.

La Internacional condenaba los hechos y hacia un llamamiento general al “mundo civilizado” para que intentase impedir la repetición de los horrores, porque se temía que se extendiesen por otras zonas del Imperio ruso. El llamamiento era especial para los trabajadores por si los gobiernos no querían actuar. Se insistía que las acciones zaristas iban encaminadas a exterminar al “proletariado consciente”. Había que alzar la voz, protestar, en suma.

En este sentido, se organizaron actos de protesta en Alemania, Bélgica y Francia, además de abrirse suscripciones para socorrer a las víctimas, un recurso muy propio del principio de solidaridad socialista.

Hemos consultado el número 286 sobre el Congreso de Bruselas, y el 900 sobre la postura ante el pogromo de Kishinev de El Socialista.

Para el caso concreto del antisemitismo en España es conveniente consultar la obra de Gonzalo Álvarez Chillida, La imagen del judío en España (1812-2002), con prólogo de Juan Goytisolo, Madrid (2002). Interesa, para nuestro caso, el capítulo dedicado al antisemitismo de izquierdas. Sobre la postura de Pablo Iglesias podemos consultar el trabajo que hemos publicado en El Obrero (2017), y que lleva por título, “Pablo Iglesias Posse y el socialismo francés en 1899”.

 

Rosa Luxemburgo, “La Rosa Roja”.

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Autor: Edmundo Fayanas Escuer

Fuente: Nueva Tribuna, 26/12/2013

Nace el cinco de marzo de 1871 en Zanosc, cerca de Lublin en Polonia, siendo en esta época territorio ocupado por el imperio ruso. Su origen es judío. Su padre fue Elias Luxemburgo III, un industrial de la madera y su madre Line Lowenstein. Dicho matrimonio tuvo cinco hijos, los cuatro primero fueron hombre, y la quinta fue Rosa.

Esta nació con un defecto en su desarrollo, que la incapacitara físicamente toda su vida. Esto le hizo estar postrada por una dolencia en la cadera, a la edad de cinco años, consecuencia de ello, tuvo una cojera permanente.

Su familia disfrutaba de un nivel económico alto y se desenvolvía en un ambiente culto. Rosa estudia en los mejores institutos polacos, conocían todo el mundo intelectual europeo, especialmente la cultura alemana. Destacaba por su inteligencia, lo que le permitió estudiar, a pesar de los prejuicios, que imperaban contra las mujeres de esa época y pese a la creciente discriminación antisemita que recorría toda Europa contra los judíos.

“La libertad no es nada cuando se convierte en un privilegio”

Su familia se trasladó a vivir a Varsovia en el año 1880, asistiendo a clase en un reconocido instituto femenino. A la edad de quince años se afilia al partido polaco izquierdista “Proletariat”, participando en la organización de una huelga general, que ocasionará una fuerte represión contra este partido, la cual provocó su desaparición. Siendo condenados a muerte cuatro de sus dirigentes.

Rosa termina su educación secundaria, en el año 1887, con un buen expediente académico, pero tiene que huir en 1889 a Suiza para evitar ser detenida por la policía polaca. Estudia en la universidad de Zurich, distintos campos del conocimiento como la filosofía, historia, política, economía y matemáticas, especializándose en “la teoría del Estado”, “la Edad Media” y “las crisis económicas”.  Trabajó como periodista. Destacaba por el hecho de que hablaba once idiomas, algo realmente excepcional y que nos indica su gran capacidad intelectual.

En el año 1893, fundó junto a Leo Jogiches y Julián Marchlewski el periódico “La causa de los trabajadores”, donde se oponía a las políticas de tinte nacionalista, que por entonces desarrollaba el partido socialista polaco. Rosa pensaba, que sólo era posible una Polonia independiente si surgía una revolución comunista en Alemania, Rusia y Austria.

Defendía que la lucha obrera debía centrarse en el capitalismo y no en una Polonia independiente, lo que le llevaba a negar el derecho de autodeterminación bajo el socialismo, planteamiento este, que le lleva a enfrentarse a Lenin.

En el año 1898, Rosa Luxemburgo se casa con el alemán Gustav Lubeck, por lo que obtuvo la ciudadanía alemana. Participa activamente en el Partido Socialdemócrata alemán, al mismo tiempo que apoya al partido socialdemócrata de Polonia y Lituania, siendo su principal teórica.

Rosa Luxemburgo denunció el conformismo de la socialdemocracia alemana, ante el peligro de que hubiera una guerra. Insiste en las diferencias entre el capital y el trabajo, proponiendo que los trabajadores deben de tomar el poder para producir un cambio en los medios de producción.

El debate  en el interior del Partido Socialdemócrata Alemán fue muy intenso. Al principio, se asoció con Kautsky para defender la ortodoxia marxista frente al revisionismo imperante en gran parte del partido que Bernstein encabezaba este sector.

Participa en debates con los socialistas franceses, que desarrollaban prácticas reformista, como las que estaba planteando Bernstein en el Partido Socialdemócrata alemán, bajo el lema ”el movimiento es todo, el fin es nada”. Para este sector reformista de la II Internacional, lo importante era la obtención de conquistas prácticas, ya que el fin de cualquier socialista es lograr una sociedad sin explotadores ni explotados.

Para Rosa Luxemburgo el papel que debe de jugar la socialdemocracia en la sociedad capitalista es el de la oposición y sólo debe ser gobierno, cuando el Estado burgués esté acabado. Es decir, solo debe ser poder por la vía revolucionaria y no a través del Parlamento. Rosa Luxemburgo dice que no se trata de conseguir reformas, sino con que métodos estas se consiguen. Si estas se logran a través de la lucha obrera, eso fortalece al partido, pero si se obtienen por métodos parlamentarios, o acuerdos entre partidos burgueses, esto sólo favorece al capitalismo

Más tarde se distancia también de Kautsky y de la mayoría del partido, a medida que estos se inclinan hacia los métodos parlamentarios, pasando a ser reconocida como la líder principal del SPD.

Rosa Luxemburgo plantea que el partido socialdemócrata alemán debe hacer agitación para la consecución de la huelga general política. Pero Kautsky se opone, argumentando que si el partido hace agitación dentro del parlamento sobre la huelga general política significaría, que se busca el derrocamiento del poder burgués. Para este dirigente era peligroso para la supervivencia del partido y para las conquistas ya logradas. Para el sector reformista era mejor seguir con la estrategia de desgastes y seguir organizando a la clase obrera en los sindicatos, aumentando el peso del partido en el Parlamento y seguir consiguiendo mejoras para la clase obrera

Creía en una opción internacional alejada de particularismos y nacionalismos, en la que las masas obreras, solidariamente, tomaran el poder hasta entonces en manos del capital, verdadero enemigo a combatir.

Son frecuentes sus críticas al militarismo e imperialismo alemán. Para ello, plantea la organización de una huelga general de los trabajadores para así evitar la guerra. El líder socialdemócrata alemán, Kautsky se opone y no se desarrolla tal huelga, acabando con la ruptura entre ambos.

Rosa Luxemburgo plantea que la II Internacional incluya en su proyecto político el objetivo de “Huelga general  política” y que la pueda llevar a cabo cuando surja el momento adecuado. Este proyecto nunca es aceptado y anticipa su reformismo político y su posterior posición en torno a la I Guerra Mundial.

La socialdemocracia europea siempre limitaba sus objetivos huelguísticos a huelgas parciales de corte económico. Para Rosa Luxemburgo es la clase obrera rusa la que demuestra la potencia de la huelga general como método de acción, que se puede ir mucho más allá de la lucha económica parcial, ampliándola a huelgas generales y revolucionarias, permitiendo que sectores sociales más atrasados se puedan unir a estas acciones.

La clase trabajadora rusa con el uso de la huelga general y la sublevación armada a través de los soviets de diputados obreros, marcan el camino para los sectores de la socialdemocracia europea más revolucionaria

A lo largo de los años 1904-1906, padeció tres encarcelamientos, debido a su actividad política. En 1907, participó en el V Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso celebrado en Londres, donde tuvo un largo encuentro con Lenin.

A finales de la primera década del siglo XX, impartió clases de economía y marxismo, y fue alumno suyo Friedrich Ebert (socialdemócrata), que fue el primer presidente de la República de Weimar, fue bajo su gobierno cuando la mataron las fuerzas que él dirigía.

En su obra “La acumulación del capital” hace una crítica profunda a Karl Marx y su argumentación parte de las predicciones de éste acerca de las crisis cíclicas  del capitalismo. Marx pensaba que el capitalismo, como sistema económico y político basado en el crecimiento y la búsqueda constante del beneficio, debía colapsarse en algún momento por saturación.

Sin embargo, mucho después de la muerte de Marx,  se da cuenta de  que las crisis periódicas del capitalismo parecen aplazarse o se solventan sin producir grandes sobresaltos en el sistema. Rosa Luxemburgo explica que esto se debe a la existencia del colonialismo tan de boga en ese momento histórico, hallando que el crecimiento de las potencias capitalistas encontró una vía de expansión en las colonias, que al mismo tiempo les daban una gran cantidad de materias primas a muy bajo coste y servían también de mercado donde colocar sus productos manufacturados.

[Lo más notable de esto es que todos los afectados, el conjunto de la sociedad, consideran y tratan a la crisis como algo fuera de la esfera de la voluntad y el control humanos, un golpe fuerte propinado por un poder invisible y mayor, una prueba enviada desde el cielo, parecida a una gran tormenta eléctrica, un terremoto, una inundación. (Rosa Luxemburgo)]

También trabajó en las primeras teorías sobre el imperialismo, que posteriormente también serían desarrolladas por Lenin. Pero lo que planteó Lenin sobre el imperialismo provocó fuertes críticas de Rosa Luxemburgo, sobre todo en aspectos como la democracia en el partido y la dictadura del proletariado. Este proponía un menor dirigismo y una mayor integración de las bases en la dinámica partidista. Plantea una feroz crítica a la concepción centralista y autoritaria del partido de revolucionarios profesionales, que defendía el comunismo ruso y Lenin a su cabeza

Tras el atentado de Sarajevo, del 28 de junio de 1914, donde fallecieron el archiduque Francisco Fernando y su esposa, la guerra parecía ya inevitable. Rosa Luxemburgo llama a los trabajadores a la objeción de conciencia al servicio militar y a no atender los llamamientos a filas del ejército. Esta propuesta le costó un año en las cárceles alemanas.

El 28 de julio de 1914, comienza la primera Guerra Mundial. Alemania declara la guerra, el 3 de agosto, siendo aprobada está declaración de guerra por unanimidad en su Parlamento, contando con el apoyo del Partido socialdemócrata alemán, el cual prometió abstenerse de declarar huelgas generales, mientras durase la guerra. Esto supuso un gran fracaso personal para Rosa Luxemburgo, que se oponía frontalmente a la guerra pues sabía perfectamente las consecuencias que esta tendría.

Junto con otros dirigentes socialdemócratas fundó, en agosto de 1914, el grupo político Internacional, que llevaría posteriormente a la creación, en enero de 1916, de la Liga Espartaquista.

En la constitución de la Liga Espartaquista pronuncia estas palabras: “La historia es el único maestro infalible, y la revolución la mejor escuela para el proletariado. Ellas aseguran que las pequeñas hordas de los más calumniados y perseguidos se conviertan, paso a paso, en lo que su visión del mundo les destina: la luchadora y victoriosa masa del proletariado socialista y revolucionario”.

Esta constante lucha por detener la Primera Guerra Mundial provocó, que en junio de 1916, fuera detenida, permaneciendo dos años y medio en la cárcel. Al principio en la cárcel de Poznan y posteriormente fue trasladada a la cárcel de Breslau. Este tiempo de reclusión fue aprovechado por Rosa para escribir varios artículos que serían su referencia doctrinal.  De ellos destaca “La revolución soviética”, donde critica ampliamente el modelo bolchevique advirtiendo, que este modelo acabaría en una dictadura. En este artículo, cabe destacar la frase “la libertad siempre ha sido y es la libertad para aquellos que piensan diferente”.

También cabe mencionar el artículo “la crisis de la socialdemocracia”.

A raíz de la intervención de los Estados Unidos en la primera Guerra Mundial en el año 1917, la situación bélica cambia de forma radical. La Liga Espartaquista de Rosa Luxemburgo pasa a formar parte del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania. Momento en que se produce la abdicación del Kaiser Guillermo II.

En su obra “El comienzo”, empieza a agitar a las  masas para una revolución social “la abolición de la ley del capital, la implantación de un orden social socialista, esto y nada más, es el tema histórico de la presente revolución. Es una formidable empresa, que no puede desarrollarse en un abrir y cerrar los ojos simplemente mediante decretos desde arriba. Sólo puede llevarse a cabo a través de la acción consciente de las masas trabajadoras en la ciudad y en el campo, sólo mediante la más alta madurez intelectual y un inmarchitable idealismo puede ser conducida seguramente a través de todas las tempestades hasta arribar a buen puerto”.

El 4 de noviembre de 1918, se produce la llamada “revolución de noviembre”, que tiene su centro en la ciudad costera de Kiel, donde 40.000 marineros e infantes de marina toman el control del `puerto por negarse a que se produzca un nuevo enfrentamiento de la marina alemana con la británica, cuando la guerra se encuentra totalmente pérdida.

El 8 de noviembre de 1918, se crean Comités de trabajadores/soldados que controlan la mayor parte del oeste de Alemania y siguen con un modelo organizativo parecido a los sóviets rusos, creando la República de Consejos. En esta fecha, sale liberada de la cárcel Rosa Luxemburgo, que vuelve a reorganizar la Liga Espartaquista. Se edita el periódico “Bandera Roja”, que tiene como objetivos inmediatos la amnistía para los presos políticos y la eliminación de la pena de muerte.

Esta unión en torno  a la República de Consejos se rompe rápidamente por la postura del Partido Socialdemócrata alemán. Esto hace, que diversos grupos políticos formados por socialistas, comunistas y entre ellos la Liga Espartaquista, crearán el Partido Comunista de Alemania, el uno de enero de 1919, jugando un papel muy importante Rosa Luxemburgo.

En enero de 1919, vuelve nuevamente un proceso revolucionario, al que Rosa Luxemburgo se opone porque es consciente de que va a fracasar. Así sucedió e hizo que la República de Weimar practicara una fuerte y cruel represión dirigida por el líder socialdemócrata Friedrich Ebert, que provocó grandes redadas contra el Partido comunista alemán. Rosa Luxemburgo es detenida, el 15 de enero de 1919, siendo asesinada el mismo día, cuando un soldado le destroza el cráneo con un culatazo de su fusil.

Las últimas palabras conocidas de Rosa Luxemburgo, escritas la noche de su muerte, fueron sobre su confianza en las masas, y en la inevitabilidad de la revolución:

«El liderazgo ha fallado. Incluso así, el liderazgo puede y debe ser regenerado desde las masas. Las masas son el elemento decisivo, ellas son el pilar sobre el que se construirá la victoria final de la revolución. Las masas estuvieron a la altura; ellas han convertido esta derrota en una de las derrotas históricas que serán el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y esto es por lo que la victoria futura surgirá de esta derrota.’ ¡El orden reina en Berlín!’ ¡Estúpidos secuaces! Vuestro ‘orden’ está construido sobre la arena. Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo fui, yo soy, y yo seré!»

Su cuerpo fue arrojado aun canal. El 31 de mayo su cuerpo es encontrado y se le entierra el 13 de junio de 1919. Rosa Luxemburgo es conocida como “la Rosa Roja”.

Entre sus obras de referencia cabes destacar el libro de 1899 ¿Reforma social o revolución? Publicó “La acumulación del capital” en el año 1913 y posteriormente “La revolución rusa”. También hay que mencionar su activa participación en la prensa de la época, con numerosísimos artículos, que marcaron todo su pensamiento revolucionario.

Rosa Luxemburgo fue una de las pocas mujeres, que jugó un papel dirigente muy importante en la Segunda Internacional. Fundadora de la III Internacional, en un momento que lo masculino era lo dominante en estos instantes históricos, recordándonos como la misoginia, que era tradicional en movimientos burgueses y en todo tipo de instituciones también se daba en el movimiento obrero de aquella época.

Rosa es un personaje ya histórico muy reivindicado desde distintos sectores, porque su vida es de una total entrega y sacrifico. Nunca buscó su beneficio personal o una posición segura. Tiene convicciones y no las abandona ante los obstáculos. Se le identifica como una libertaria o una persona romántica, pero la realidad es que era una militante consciente. Así, cuando estalla la revolución rusa, se emociona, período que se encontraba encarcelada y reivindica el movimiento bolchevique como aquel que se atrevió a poner fin a la Primera Guerra Mundial y a tomar el poder por métodos revolucionarios.

Mujer de vasta influencia en el ámbito del socialismo, sus aportaciones teóricas, su lucha personal y su dramática muerte contribuyeron a hacer de ella uno de los referentes de la izquierda del siglo XX.

Rosa Luxemburgo: mujer, marxista, pacifista.

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Autor: Joaquín Estefanía.

Fuente: El País, 13/01/2019

En el hotel Eden de Berlín, el soldado Runge le destroza el cráneo y la cara a culatazos; otro militar, también al servicio del capitán Pabst, la remata de un tiro en la nuca. Atan su cadáver a unos sacos con piedras para que pese y no flote, y es arrojado a uno de los canales del río Spree, cerca del puente Cornelio. No aparecerá hasta dos semanas después. El Gobierno del socialdemócrata Friedrich Ebert acababa así con la vida de Rosa Luxemburgo (RL), la más importante dirigente marxista de la historia, antigua militante del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), la líder más significativa de la Liga Espartaquista y fundadora del Partido Comunista de Alemania.

Unos minutos antes, los mismos personajes habían asesinado al principal compañero de RL en su larga marcha. Karl Liebknecht, el único parlamentario que en primera instancia (año 1914) votó en el Reichstag (Parlamento) en contra de los créditos de guerra para financiar la presencia de Alemania en la Primera Guerra Mundial, iba a ser trasladado a la cárcel desde el mismo hotel, pero antes de abandonar el local donde había sido interrogado le dan dos culatazos que lo dejan aturdido y se desmaya; arrastrado hasta un automóvil, es trasladado al Tiergarten, el gran parque berlinés, donde es rematado a sangre fría con disparos de pistola y abandonado en el suelo hasta que alguien lo encuentra. “Intento de fuga”, dirá la nota oficial; la de Luxemburgo rezará: “Linchada por las masas”.

Era la noche del 15 de enero de 1919. Este martes se cumplirá el centenario de la detención y asesinato de los principales líderes de la Liga Espartaquista e iconos históricos de la revolución alemana de 1918-1919, que estalla inmediatamente después de que el Ejército germano fuese derrotado y humillado en la Gran Guerra. RL había pasado los cuatro años largos de la guerra en prisión, después de que en un mitin, en Fráncfort, hubiera pedido a los soldados, con su arrolladora oratoria, que se negasen a combatir, hermanos contra hermanos, y a los trabajadores de su país, que iniciasen una huelga general que se debía contagiar a los trabajadores de los otros países en el bando contrario, para que todos confluyesen bajo la misma bandera más allá de las patrias. Sale de la cárcel a principios de noviembre de 1918 y se une a la oleada revolucionaria que inunda las calles de las principales ciudades y, sobre todo, de Berlín. Dos años antes, en otro mitin, el 1 de mayo de 1916, en medio de la conflagración, Liebknecht finaliza su arenga al grito de “¡Abajo la guerra, abajo el Gobierno!”. También es detenido y pasa en prisión dos años y medio. Sale el 23 de octubre de 1918.

A partir de ese momento, a los dos dirigentes espartaquistas les quedaban apenas dos meses de vida, y dedican sus fuerzas a publicar un periódico (La Bandera Roja) y a fundar el Partido Comunista de Alemania (KPD). Se convierten en objeto del desprecio y del odio de sus antiguos compañeros de la socialdemocracia, que gobernaban en Alemania desde unas semanas antes. Odio mortal. El historiador Sebastian Haffner (La revolución alemana de 1918-1919; Historia Iné­dita) escribe que el asesinato de RL y de Liebknecht se planeó, como tarde, a principios de diciembre de 1918 y se ejecutó de forma sistemática. Aparecieron carteles en los postes de las calles que decían: “¡Obreros, ciudadanos! ¡A la patria se le acerca el final! ¡Salvadla! Se encuentra amenazada y no desde fuera, sino desde el interior, por la Liga Espartaquista. ¡Matad a sus líderes! ¡Matad a Liebknecht! ¡Entonces tendréis paz, trabajo y pan!”. Firmado: “Los soldados del frente”. A pesar de las generalizadas amenazas, ninguno de los dos abandonó Berlín ni llevaba guardaespaldas; simplemente cambiaban de domicilio.

¿Quiénes fueron los autores intelectuales del asesinato? El protagonista material fue el capitán Pabst (quien décadas más tarde, en 1962, protegido por la prescripción del delito, habló abiertamente de lo sucedido) y su escuadrón de la muerte, pero —según el historiador Haffner— no actuaron como simples ejecutores que obedecían con indiferencia una orden, sino como autores voluntarios y convencidos de lo que hacían. La prensa burguesa y socialdemócrata difundió sin pudor sucesivas incitaciones al asesinato, mientras que los responsables socialdemócratas —Ebert, Noske, Scheidemann…— miraban hacia otro lado y permanecían callados.

Cuando RL y ­Liebknecht salen de la cárcel, los frentes alemanes de la guerra se van desmoronando y se extiende la desmoralización en las trincheras. El káiser Guillermo II se refugia en Holanda. El mismo día en que RL es liberada, el socialdemócrata Scheidemann proclama la república alemana desde un balcón del Reichstag. Ebert ocupa la presidencia, forma un Consejo de Ministros socialdemócratas moderados y pide al pueblo que abandone las calles y vuelva a la normalidad. El ala mayoritaria del SPD quería la república y las libertades, mientras que los espartaquistas pretendían la revolución proletaria, como indican las proclamas: “Ha pasado la hora de los manifiestos varios, de las resoluciones platónicas y las palabras tonantes. Para la Internacional ha sonado la hora de la acción”. Ambas facciones, reformistas y revolucionarios, lucharán encarnizadamente en las calles de Berlín, a veces edificio por edificio. El Gobierno de Ebert confía la represión de los insurrectos al socialdemócrata moderado Noske, que organiza una fuerza militar en la que permite la integración de los oficiales del antiguo Ejército monárquico. El 13 de enero había sido sofocada la insurrección espartaquista. Dos días después, acaban violentamente con la vida de sus principales líderes.

Retrato de Rosa Luxemburgo.
Retrato de Rosa Luxemburgo. ROSA LUXEMBURG STIFTUNG

RL no llegó a cumplir los 50 años. Nacida en la Polonia rusa en el año 1871 en el seno de una familia judía, pronto se dio cuenta de que la lucha por su ideario marxista sería muy reducida si se quedaba en su país y que para tener influencia debía traspasar la frontera de Alemania, donde existía el Partido Socialdemócrata (SPD) más fuerte del mundo. Para ser ciudadana alemana legal, firmó un matrimonio de conveniencia con un socialista alemán, lo que le dio derecho a la nacionalidad de ese país. A partir de ese momento, Alemania fue su principal campo de acción. En el seno de la socialdemocracia y de la Segunda Internacional, aunó teoría (multitud de artículos y libros muy importantes) y praxis (intervención en congresos, debates con muchos de los popes del marxismo —su amigo Franz Mehring la definió como “la mejor cabeza después de Marx”—, clases en la escuela de formación del partido…). En cambio, no tenía dotes organizativas. Su presencia física era una mezcla de fuerza y de ternura, de decisión y de prudencia, dicen sus biógrafos. Un dirigente judío la describe del siguiente modo: “Rosa era pequeña, con una cabeza grande y rasgos típicamente judíos, con una gran nariz, un andar difícil, a veces irregular debido a una ligera cojera. La primera impresión era poco favorable, pero bastaba pasar un momento con ella para comprobar qué vida y qué energía había en esa mujer, qué gran inteligencia poseía, cuál era su nivel intelectual”.

De su vasta producción teórica destacan los temas que forman parte de su legado y que constituyen lo que, una vez muerta Rosa, se denominó “luxemburguismo”, una escuela marxista de características propias: su pacifismo, su lucha contra el revisionismo y la defensa de la democracia en el seno de la revolución. Sus posiciones, a veces intransigentes, le hicieron polemizar con las figuras más relevantes del socialismo marxista, como Lenin, Trotski, Bernstein, Kautsky…

Recomendaba preparar a las masas para aprovechar las crisis nacionales e internacionales y asaltar el poder

 

Reivindicándose del mejor marxismo (aunque también polemizó con algunas de las ideas del Marx economista en el libro La acumulación de capital), argumentó en favor del internacionalismo como forma de pensar y de vivir. El Manifiesto comunista terminaba con la célebre fórmula de “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, y RL y Liebknecht la hicieron suya relacionándola con la Gran Guerra. Los partidos socialdemócratas habían defendido tradicionalmente que en caso de conflicto bélico entre potencias capitalistas, los trabajadores se negarían a combatir y llamarían a la huelga general (la “huelga de masas” en la terminología luxemburguista). Pero en el momento decisivo, el SPD, el partido más grande y más influyente de la Segunda Internacional (más de un millón de afiliados), votó a favor de los empréstitos de guerra, y el resto de los partidos socialistas siguió sus pasos. Cada uno de ellos se puso detrás de sus Gobiernos. Prevaleció la patria sobre la clase social.

Ya a principios del siglo XX, en un congreso de la Internacional en París, RL presentó una ponencia de convicciones profundamente antimilitaristas, las que mantendría hasta el final de sus días. En ella se defendía que los ataques armados entre potencias imperialistas devendrían en formidables coyunturas revolucionarias. Diecisiete años después, la revolución bolchevique fue un testimonio irrefutable de esta tesis. RL recomendaba no solo una crítica abierta al imperialismo, sino que se preparase a las masas con vistas a aprovechar las crisis internacionales y las eventuales crisis nacionales generadas por aquellas para asaltar el poder. Consideraba imprescindible intensificar la acción de todos los partidos socialistas contra el militarismo.

Siete años después, en otro congreso de la Internacional, RL presenta una enmienda firmada conjuntamente con Lenin y Mártov (que luego sería el líder menchevique) que sostiene que, si existe la amenaza de que la guerra estalle, es obligación de la clase trabajadora y de los representantes parlamentarios, con la ayuda de la Internacional como poder coordinador, hacer todos los esfuerzos por evitar los enfrentamientos violentos; en el caso de que a pesar de ello se multiplicase el conflicto armado, era su obligación intervenir a fin de ponerle fin enseguida y aprovechar la crisis creada por la guerra para agitar los estratos más profundos del pueblo para “precipitar la caída de la dominación capitalista”. Estas palabras suponían una llamada a la insurrección, que fue lo que hicieron los espartaquistas en 1919, con la participación de RL.

Esa Rosa Luxemburgo, asesinada por los soldados prusianos, más que posiblemente con la complicidad activa o pasiva de sus antiguos compañeros socialdemócratas, fue despedida en su entierro por su amiga Clara Zetkin (otra espartaquista) con las siguientes palabras: “En Rosa Luxemburgo, la idea socialista fue una pasión dominante y poderosa del corazón y del cerebro; una pasión verdaderamente creativa que ardía incesantemente. (…) Rosa fue la afilada espada, la llama viviente de la revolución”.

LENIN, STALIN Y LOS MARXISMOS

J. E.

El núcleo de aliados políticos de Rosa Luxemburgo fue siempre muy pequeño. Todo lo contrario que el de sus adversarios, entre los que se encontraron muchos de los dirigentes del ala derecha de la socialdemocracia y los sindicalistas burocratizados, a los que atacó sin piedad. Pero ambos núcleos fueron blancos móviles: dependían de los momentos y de los temas. Lenin, Trotski, Kautsky, Jaurès, etcétera, fueron algunos de los marxistas legendarios que compartieron y disintieron del ideario y la práctica política de la alemana. Un ejemplo de ello fue la relación con Lenin, el líder soviético; ambos se admiraron y pactaron, pero también se criticaron.

En 1918, apenas unos meses después del triunfo de la revolución bolchevique, RL publica un folleto titulado La revolución rusa que reivindica los acontecimientos de Leningrado y Moscú, pero que critica algunos aspectos que pueden torcer su futuro, sobre todo los relacionados con el terror revolucionario (que protagonizaría en buena parte un amigo polaco de RL, que dirigiría la Cheka y la sede de la Lubianka, el sangriento Félix Dzerzhinski) y la supresión de la democracia.

En el folleto citado, RL escribe que sólo la libertad de los que apoyan al Gobierno, sólo la libertad para los miembros de un partido, “no es libertad en absoluto. La libertad es siempre libertad para el que piensa de manera diferente”. Creía que el socialismo sólo puede ser resultado del desarrollo de la sociedad que lo construye, y para ello se requiere la más amplia libertad entre el pueblo (lo que no quiere decir que no sea necesario el control político). Si se sofoca la vida política, la parálisis acabará afectando a la vida de los sóviets; sin elecciones generales, sin libertad de prensa y de reunión, sin la libre confrontación de las opiniones, la vida de cualquier institución política perecerá, se convertirá en una vida aparente en la que la burocracia será el único elemento vivo.

En su libro sobre la revolución rusa, la revolucionaria RL acierta premonitoriamente con lo que iba a suceder en la Unión Soviética, sobre todo a partir del momento en que se inicia el futuro estalinista. Algunas decenas de dirigentes del Partido, animados por una energía inagotable y por un idealismo sin límites, dirigirán y gobernarán; el poder real se encontrará en manos de unos pocos de ellos, dotados de una inteligencia singular. La aristocracia obrera será invitada de cuando en cuando a asistir a las reuniones para aplaudir los discursos de los dirigentes y votar por unanimidad las resoluciones propuestas; en el fondo será un gobierno de camarillas, una dictadura en verdad, pero no la dictadura del proletariado, sino una dictadura de un puñado de políticos. En muchos casos la realidad superó a los pronósticos luxemburguistas.

A pesar de este severo cuestionamiento, reivindica el papel histórico del partido de Lenin, siempre en contraposición con sus camaradas alemanes: “Por eso los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de la que carecía la socialdemocracia occidental. Su insurrección de octubre no sólo salvó la revolución rusa; también salvó el honor del socialismo internacional”.

Con esta idea de la democracia se explica que Stalin no subiese nunca a Rosa Luxemburgo al altar de la iconografía máxima del socialismo. Fue una heterodoxa hasta el final de su vida.

Ricardo Mella, el anarquista condenado al destierro a quien Durruti leía en el frente.

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El pensador anarquista y activista libertario Ricardo Mella Cea

Autor: HENRIQUE MARIÑO.

Fuente: Público, 13/12/2018

Quizás en su tierra lo recuerden por haber facilitado los desplazamientos de sus paisanos y en los ateneos por haber sido un libertario rebelde de formas exquisitas, pero la figura de Ricardo Mella Cea terminó difuminándose durante el franquismo, hasta que su currículo se vio reducido a la dirección de la Compañía Anónima de Tranvías Eléctricos de Vigo. “La represión que instauró la guerra civil y la posterior dictadura desfiguró su trayectoria y provocó que fuese más recordado como gerente de esa empresa, buena persona y lúcido escritor que como organizador, agitador y revolucionario”, explica la filóloga Iria Presa, quien no ha cejado en su empeño de reivindicar a uno de los teóricos patrios del anarquismo hasta dedicarle su particular homenaje: una web que nace con la vocación de reivindicar su legado y de recopilar su obra, dispersa en libros y colaboraciones de prensa.

“Es considerado, con razón, como el más profundo, el más penetrante, el más lúcido de los pensadores anarquistas españoles. Sus escritos, todos concisos, cortos en dimensión, lo equiparan a los mejores teóricos del anarquismo internacional”, bendijo la ministra republicana Federica Montseny. Sin embargo, Iria prefiere citar a otros autores que alabaron sus soflamas, como José Nakens, quien lo consideró “el ácrata que más vale de este país”, recuerda la investigadora viguesa, cuyo rescate también ha sacado a la luz algunos pasajes ocultos de otros gallegos ilustres, como el poeta vanguardista Manoel Antonio (Fomos ficando sós / o Mar o barco e mais nós), léase su expediente en la extinta Escuela de Náutica de Vigo.

Presa ha tirado de cabos e hilos, revelando con cada arrastre las vidas singulares de Alianza, Esperanza, Alba, Flora, Luz, Alicia y Urania, defensora de los derechos de las mujeres y de los valores de la Segunda República, lo que le valió una condena a muerte, conmutada por una pena de treinta años de cárcel. Su marido fue fusilado, ella encerrada en una prisión guipuzcoana y sus cuatro hijos, cuando volvieron a verla casi una década más tarde, sólo pudieron disfrutar de su calor durante un mes, el tiempo que medió entre la cadena y la muerte. Urania era feminista e hija de Ricardo y sobre ella también ha escrito la filóloga graduada en la Universidade de Vigo, quien hoy presenta la web en la Fundación Cuña Novas de Pontevedra y mañana hará lo propio en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad, donde estarán presentes el abogado José Ángel Maquieira y el profesor Gonzalo Navaza, respectivamente.

Detalle de un retrato de Ricardo Mella pintado por Nicanor Pardo. / ARCHIVO DE LA FAMILIA MELLA

Detalle de un retrato de Ricardo Mella pintado por Nicanor Pardo. / ARCHIVO DE LA FAMILIA MELLA

“Hemos decidido regalarle a Ricardo por su cumpleaños un espacio donde se recojan sus escritos y se recupere el ideal anarquista que promulgó. El homenaje no consiste en ponerle su nombre a una calle —un atentado toponímico— ni a un instituto; no si antes no se le explica al alumnado quién era Mella y qué era para él la anarquía. El verdadero homenaje reside en leerlo y en practicar sus conceptos. Para eso es necesario editar sus textos e incluir su figura e ideal en los libros de texto”, defiende Presa, secretaria general del Comando RM, un “grupo de afinidad y acción libertaria” que se ha propuesto divulgar su vida y su obra en una página que permite descargar sus escritos originales. Y, de paso, ejercer de buzón de toda la documentación “perdida por el mundo” para, una vez recopilada, ponerla a disposición de los estudiosos y lectores.

Intelectual políglota e hijo de un sombrerero, Ricardo Mella (1861​-1925) trabajó de joven en una agencia marítima y, tras sacarse una oposición, ejerció como topógrafo en varias localidades y llegó a ser el director de la Compañía de Tranvías de Vigo. Ávido lector cuando niño, fue un adulto propagandista: de aquellos textos federalistas que le brindaba su padre a sus posteriores manifiestos anarquistas. No sólo escribió en numerosos periódicos y semanarios, sino que también los fundó y los dirigió. La lista es ingente, aunque sus cabeceras (La Anarquía, El Despertar, La Solidaridad, El Progreso, La Protesta, El Corsario, La Idea Libre…) son señales que conducen a su ideario: republicano, federalista y defensor de la clase obrera. Su firma no sólo fue solicitada por periódicos de Madrid o Barcelona, sino también por publicaciones extranjeras —de París a Nueva York, pasando por Roma o Buenos Aires—, de las que se valía para expeler su ardor revolucionario.

Su denuncia de un presunto desfalco cometido en el Banco de España motivó que el marqués José Elduayen, político canovista y exdirector de la institución, se querellase contra él por injurias, lo que le acarreó en 1883 una pena de destierro y una multa. Cuando toma la decisión de refugiarse en Madrid, pisa el acelerador ácrata. Juan Serrano Oteiza, director de La Revista Social, motiva su giro ideológico del federalismo al anarquismo, alimentado por las doctrinas de Proudhon y Spencer, sin perder nunca de vista el credo de Pi i Margall. Empapado por los contenidos de la citada publicación, la relación con su responsable —a quien había conocido durante el congreso de la Federación de Trabajadores de la Región Española, celebrado en Sevilla, cuando contaba con poco más de veinte años— se estrecha tras contraer matrimonio con su hija Esperanza.

Tras dos décadas de febril escritura, echa el freno, quizás desengañado, escéptico o deprimido ante las divisiones o luchas intestinas del movimiento. Sin embargo, la Semana Trágica de Barcelona espolea al pensador, quien se había volcado en el estudio y la meditación, mas sin dejar de prestar su pluma en alguna contada ocasión. Su reentré necesitaba de una nueva cabecera, que no duda en fundar con la ayuda de su seguidor Eleuterio Quintanilla: el semanario Acción Libertaria, al que sucedió El Libertario hasta que volvió a recuperar su nombre original. Ahí «está lo mejor que Ricardo Mella escribió con su pluma», en palabras de su discípulo Pedro Sierra, quien años después de su muerte le dedicaría una semblanza en Solidaridad Obrera, el órgano del movimiento libertario español en Francia. En ella, reflexionaba sobre su exilio interior, que le había llevado a perfilar sus tesis intelectuales, a madurar sus ideas y a pulir su estilo, antaño sencillo y claro. «Hasta su último folleto, Doctrina y Combate, sus razonamientos siguen siendo válidos, mientras que su estilo resulta ágil, claro, directo y con una gran dosis de retranca», añade Presa.

No dejó de ser «profundamente libertario», aunque cuando se olvidó de darle cuerda al reloj ya habitaba en «una suerte de escepticismo filosófico con gran fondo idealista». O, dicho de otro modo, «había evolucionado hacia una comprensión de las ideas por encima de todos los dogmas», escribía Sierra, quien ya en 1956 consideraba un deber publicar la obra completa del pensador, dispersa entre libros y colaboraciones en prensa. El mismo objetivo que persigue hoy Iria, quien profundizó en su figura gracias al fallecido Xosé Reigosa, bisnieto de Ricardo y activista enrolado en plataformas como Galiza non se vende. “Es el ideólogo del anarcosindicalismo español, que cuajó en diferentes pupilos, como José Villaverde Velo, el mayor impulsor de su ideario y de su obra, faro del anarcosindicalismo gallego y protagonista de El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas”, afirma la secretaria general del Comando RM, quien derrocha anécdotas, desde “Durrutileyendo sus escritos en el frente” hasta “las peleas cara a cara con Pablo Iglesias”, pasando por “aquel texto que no fue galardonado en un concurso anarquista porque era demasiado revolucionario”.

El Palacio de Bellas Artes de Barcelona acoge en 1889 el Segundo Certamen Socialista. El tema propuesto por Unión Local de Resistencia de Sabadell, premiado con cincuenta y cinco pesetas, es el Deber del trabajador en la actualidad. El jurado no escatima en elogios, pero le niega la gloria: “El trabajo número 31 es bellísimo en la forma y en su fondo […], mas el carácter excitante del escrito le convierte más en un manifiesto revolucionario que en exposición de procedimientos que integren el deber del trabajador […]; y así juzgado, sin dejar de reconocer sus bonitas cualidades […], se le concede el accésit de la publicación”. Huelga decir que el título era Organización, agitación, revolución. “Más allá de ser topógrafo, publicista y pensador anarquista, fue un gallego rebelde, inadaptado y contestatario”, escribe Presa en su blog, Epifanías libertarias.

La filóloga gallega, aficionada a bucear en hemerotecas y archivos históricos, pretende traducir los contenidos de la web al castellano y al inglés para difundir la palabra de Mella urbe et orbi. Aunque aspira a ser un trabajo colectivo, abierto a los hallazgos de otros investigadores, su incansable labor ya permite consultar sus primeros artículos, publicados en 1880 en El Estudiante de Pontevedra, algunas rarezas y los dos volúmenes que abarcan parte de la producción del intelectual vigués, Ideario y Ensayos y conferencias. El proyecto de editar sus obras completas fue desbaratado por el golpe de 1936, si bien algunos libros han sido reeditados gracias al esfuerzo de sus incondicionales José Villaverde —responsable de la publicación en 1926 de la primera antología— y Eleuterio Quintanilla y Pedro Sierra —quienes posibilitaron la edición de la segunda en 1934—. “Sin embargo, el estudio de su pericia vital y la compilación de su trabajo continúan pendientes. Lo ideal sería crear una Biblioteca Ricardo Mella que albergase sus periódicos y folletos, así como un lugar de referencia del autor, del anarquismo y de los movimientos sociales”, apunta Iria Presa, quien ha dejado escrito que “Mella fue la voz del pueblo y el pueblo tiene su voz en Mella”.

El pensador vigués llevó a su terreno algunas teorías anarquistas. “Los que quieran conocer a fondo estas doctrinas habrán de estudiar la forma original en que las interpretaba, principalmente en lo que se refiere al concepto que tenía de los límites de la libertad individual, que le llevó a defender durante muchos años el colectivismo por oposición al comunismo, guardando en esto gran afinidad con Tucker”, recomendaba Pedro Sierra en Homenaje a Ricardo Mella, publicado en la revista Solidaridad Obrera, editada en París. Una obra que, a su juicio, conserva el “valor de perennidad”, es “rica en ideas y contenido”, abarca diversas temáticas y está escrita “con pluma de artífice”, por lo que “su brillante labor” debería ser plasmada en su conjunto para honrar su memoria “sin profanar así nada su espíritu iconoclasta”.

La secretaria general del Comando RM coincide en la conclusión de su admirador, consciente del silencio al que fue sometido dentro y fuera de nuestras fronteras, así como a su blanqueamiento por la dictadura, que lo despojó de una ideología que empapó su pluma en el tintero libertario. “Aparte de su base doctrinal y teórica desde un punto de vista organizativo y táctico, ejerció un activismo que no han permitido que pasase a la historia”, concluye Iria. “Así, mientras en México lo consideraban un pensador de salón, el régimen franquista diluyó su figura para que trascendiese como un gerente de tranvías demócrata, no como un agitador que convocaba asambleas revolucionarias. Y esa faceta se perdió, pero no puede olvidarse”.

 

La creación de la SFIO.

 

Imagen tomada de la Biblioteca Nacional de Francia

Autor: Eduardo Montagut

Fuente: Diario digital Nueva Tribuna, 5/10/2018

El socialismo francés llegaba muy dividido al siglo XX, aunque estaba viviendo un proceso previo de unificación de los distintos grupos. A 1905 llegaba el Partido Socialista Francés, que se había creado en 1902 por la fusión de la Federación de Trabajadores Socialistas de Francia de Paul Brousse, el Partido Obrero Socialista Revolucionario de Jean Allemane, y un grupo de personalidades socialistas, entre las que destacaba, sin lugar a dudas, Jean Jaurès.

La Federación se había creado en 1879 en el Congreso de Marsella, bajo el liderazgo de Jules Guesde, pero llamándose Federación del Partido de los Trabajadores Franceses. En principio, defendía el colectivismo, pero en el Congreso de Le Havre (1880) adoptó el marxismo, con las elaboraciones de Guesde y de Paul Lafargue. Pero, muy pronto se vivió una clara división entre la fracción marxista de Guesde, y otra más posibilista de Paul Brousse. En 1882 se produciría la escisión. Por un lado, Guesde y Lafargue fundaban el Partido Obrero Francés, y la mayoría posibilista o reformista adoptaba durante un tiempo el nombre de Partido Obrero Socialista Revolucionario, para muy pronto pasar a ser la Federación de Trabajadores Socialistas de Francia. Pero la Federación sufriría una escisión, la liderada por Allemane, mucho más radical y con un gran acento sindicalista.

A 1905 también llegaba el Partido Socialista de Francia, aunque antes se había llamado Unidad Socialista Revolucionaria, una organización política nacida por el acuerdo de guesdistas y blanquistas, y la Alianza Comunista Revolucionaria. El Partido Socialista de Francia había nacido en 1902 cuando se unieron el Partido Obrero Francés de Guesde, que ya hemos mencionado y el Partido Socialista Revolucionario de tendencia blanquista, y liderado por Édouard Vaillant.

La creación de la SFIO, es decir, la Section Française de I’Internationale Ouvrière (Sección Francesa de la Internacional Obrera) en 1905, uniendo los partidos socialistas existentes, fue recibida con intensa alegría por parte del PSOE. Por fin, Francia contaba con un único Partido Socialista, como en los principales países occidentales.

Para que la clase obrera tuviera fuerza en su lucha contra el capitalismo se hacía indispensable que hubiera un único partido socialista en cada país

El Socialista constituye una fuente que nos interesa no sólo para ahondar en el momento fundacional de la SFIO, sino también porque nos permite ahondar en el conocimiento de las ideas del PSOE en ese momento. El periódico español informaba que esta fusión se había producido en el Congreso de París de los días 23, 24 y 25 de abril, gracias al trabajo de una comisión compuesta por miembros de todas las “fracciones”. En el Congreso se había votado la organización por la que debía de regirse, siguiendo lo dispuesto por el Congreso de Ámsterdam de la Segunda Internacional del año anterior. Como es sabido, en dicho Congreso se aprobó una resolución sobre la unidad. Para que la clase obrera tuviera fuerza en su lucha contra el capitalismo se hacía indispensable que hubiera un único partido socialista en cada país, enfrente de los partidos burgueses, como había un único proletariado. En consecuencia, todos los militantes, fracciones u organizaciones que se considerasen socialistas tenían el deber de trabajar para conseguir la unidad sobre la base de los principios establecidos por los Congresos internacionales. La Segunda Internacional y los Partidos de las naciones donde existiese tal unidad tenían el deber de ponerse a disposición para ayudar a que este acuerdo tuviese éxito.

Se informaba también que Le Socialiste, hasta ahora órgano del Partido Socialista de Francia, la fracción más numerosa, pasaba a ser el órgano de la nueva organización política. También se informaba de la composición de la Comisión Administrativa del Consejo Nacional.


Hemos consultado los números 965, 1001 y 1004 de El Socialista. Para ahondar en la compleja, pero, sin lugar a dudas, fascinante historia del socialismo francés previo a la creación de la SFIO es imprescindible acudir al tomo correspondiente de la Historia General del Socialismo, que trata de la etapa histórica entre 1875 y 1914, que coordinó en su día Jacques Droz, y que en España publicó Destino libro.

Las bases del programa socialista en 1888.

Autor: Eduardo Montagut. 30/10/2018

Fuente: nuevatribuna.es. 30/10/2018

Además de los objetivos y medios para alcanzarlos, que se debatieron y aprobaron en el primer Congreso que celebró el PSOE en el mes agosto de 1888, el mismo mes en el que se fundó la UGT, y que se plasmaron en un Manifiesto públicose tomaron tres grandes acuerdos que definirán su posición y estrategia política durante mucho tiempo.

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Sobre la estrategia política en la Historia del PSOE sigue siendo imprescindible la consulta de la obra de Santos Juliá, Los socialistas en la política española. 1879-1982, publicada en 1997 por Taurus

El primer acuerdo tenía que ver con la actitud a seguir con los “partidos burgueses”. Como el PSOE proclamaba la lucha de clases como medio para conseguir la emancipación del proletariado se colocaba en una posición frontal frente a los partidos que defendiesen el régimen social existente. Así pues, todos los partidos burgueses, según el acuerdo, desde los más conservadores a los más progresistas o avanzados representaban a la “clase explotadora”, porque defendían la esclavitud de los obreros, a través del mantenimiento del sistema del salario, obligando a la lucha para conseguir la abolición de la propiedad privada transformándola en colectiva, “social o común”.

Así pues, se acordaba que la actitud del Partido Socialista con estas formaciones políticas no podía ser, en ningún caso, conciliadora, sino de enfrentamiento constante.

Con este acuerdo se sancionaba la estrategia política del Partido, claramente inspirada por Pablo Iglesias, no sólo de combate contra los partidos dinásticos del turno de la Restauración -conservadores y liberales-, sino también y, muy especialmente, contra los republicanos de todo cariz, desde el posibilismo conservador hasta el federalismo más progresista. Este asunto generó en el Partido algunas polémicas importantes y disidencias, pero su línea de acción no se separó ni un milímetro de este acuerdo hasta 1909-1910 cuando las circunstancias derivadas de la Semana Trágica marcaron, junto con otros factores, el acercamiento hacia los republicanos, aunque una parte sustancial del Partido mantendría sus recelos, como se demostraría en el período previo al establecimiento de la Segunda República. Los socialistas lucharon con denuedo para intentar demostrar a los obreros que los republicanos no les representaban, y que su lugar se encontraba formando parte de una organización política plenamente obrera, la socialista. La propaganda política para fomentar la conciencia de clase fue siempre una prioridad para el Partido Socialista.

El segundo acuerdo tenía que ver con la posición del socialismo en las huelgas. Esta cuestión tenía que ver con el segundo objetivo del Partido. Si el primero era la emancipación de los trabajadores a través de la lucha de clases, el segundo se vinculaba con las mejoras de las condiciones laborales, salariales y de vida de los trabajadores mientras llegaba el final del capitalismo, y se derrocaba a la burguesía.

La huelga sería el medio que tenían los trabajadores en el terreno económico para combatir el “despotismo patronal” y hacer menos precaria su situación. Pero, además, la huelga era un medio para fortalecer la conciencia de clase. Por otro lado, como los gobiernos solían intervenir en el antagonismo entre el capital y el trabajo, las huelgas terminaban tomando un cariz político, en la lucha de una clase contra la otra. Por eso, el PSOE debía fomentar el movimiento de resistencia y apoyar con todas sus fuerzas las batallas que las organizaciones obreras librasen con los patronos. En todo caso, conviene recordar que la UGT, no fue, generalmente, partidaria de recurrir, como primer instrumento de lucha, a la huelga, si no se habían agotado antes todos los medios de negociación. Es más, la UGT aprobaría que sus órganos centrales podían desaprobar una huelga convocada por una Sociedad Obrera o una Federación si se consideraban que la organización pudiera correr un riesgo grave. Nunca se renunció a la huelga, pero los sindicalistas tuvieron siempre muy presentes las consecuencias de las mismas, especialmente, si no estaba clara la victoria.

El tercer acuerdo proclamaba la vocación internacionalista del PSOE, quizás el asunto menos estudiado por la historiografía. Para el año siguiente estaba convocado el Congreso en el que nacería la Segunda Internacional, y el Partido quería estar presente en ese acontecimiento porque era considerado como un deber, y creía en el internacionalismo de la lucha. Así pues, se acordó que estaría representado en el Congreso Internacional de París con un delegado propio.

Sobre la estrategia política en la Historia del PSOE sigue siendo imprescindible la consulta de la obra de Santos Juliá, Los socialistas en la política española. 1879-1982,publicada en 1997 por Taurus. Por su parte, los acuerdos pueden consultarse en el número 132 de El Socialista.

Los conservadores europeos a fines del siglo XIX.

Autor: Eduardo Montagut. 14/08/2018

Fuente: nuevatribuna.es.

En este artículo aportamos algunas claves sobre el conservadurismo a finales del siglo XIX, cuando los Estados liberales se habían asentado con un sistema político basado en el turno en el poder entre las dos familias básicas del liberalismo: el progresista o denominado liberal en sí, y el conservador, como ocurría en España.

Las fuerzas conservadoras europeas estaban integradas por la alta burguesía industrial y financiera, los terratenientes, las altas jerarquías del Estado en su parte civil y militar, gran parte del clero y la vieja aristocracia, que se adaptó a la nueva situación con el derrumbe del Antiguo Régimen, al no verse afectado su poder económico, como ocurrió en el caso español. En realidad, el conservadurismo europeo aunaba los intereses de las partes más elevadas de la burguesía con los miembros de los estamentos privilegiados de antaño en una suerte de cierta pervivencia de elementos del Antiguo Régimen en el nuevo, conformando una oligarquía, y como valladar frente a las tendencias liberales progresistas, democráticas, radicales y del pujante movimiento obrero. Esa fue la base social, por ejemplo, del Partido Conservador de Cánovas del Castillo a partir de 1875.

Los conservadores defendían un conjunto de ideas comunes, con las salvedades propias de cada país, como ocurrirá con la cuestión religiosa, ya que todos son firmemente partidarios de la presencia política y social de la religión, pero en unos sitios, sería la anglicana, en otros la evangélica y, por fin, la católica.

Ya en el terreno estrictamente político, eran partidarios del mantenimiento de instituciones que procedían del pasado, especialmente la Monarquía. No se trataba de conservar el modelo absoluto de derecho divino, pero sí de permitir que la institución monárquica mantuviese un gran poder, a través de la fórmula de la soberanía compartida con el poder legislativo (Parlamento, Cortes), y que encarnase el poder ejecutivo. Es el modelo, por ejemplo, consagrado en la Constitución española de 1876.

El sistema político conservador se basaría en la fórmula de un sufragio muy censitario, tanto para votar como para ser votado. El conservadurismo tenía en la cámara alta (Senado) una institución clave para frenar cualquier veleidad democrática que pudiera nacer en las cámaras bajas (Asambleas Nacionales, Congresos de Diputados). Para ello, su composición se restringió no sólo con la aplicación del sufragio censitario, sino también con la reserva de un cupo de los escaños de los Senadores para miembros natos, surgidos de la alta administración civil, militar y eclesiástica, o representando corporaciones e instituciones. Por fin, la Corona se reservaría un porcentaje de nombramientos de sus componentes.

La Iglesia es otra institución que debía conservar su poder e influencia, o se debía restaurar después de la pérdida de su poder económico y de influencia en la vorágine del ciclo revolucionario anterior. La Iglesia supone un instrumento muy eficaz, por su poder en relación con las mentalidades, la moral y la educación, frente a las tendencias democráticas, de izquierdas y del movimiento obrero. De nuevo acudimos al caso español. Después de la evidente pérdida de posiciones con las desamortizaciones y las propuestas del liberalismo progresista y democrático, el conservadurismo de Cánovas supone para el clero un resurgimiento evidente, con gran peso en la educación y en la difusión de la moral católica en una versión muy moderada, además de asentar firmemente sus bases económicas.

En cuestiones económicas, el conservadurismo tendía a la defensa de políticas proteccionistas, muy evidentes desde la gran crisis de 1873. También sostendrá los intereses de los terratenientes. En el caso español es evidente el reforzamiento del proteccionismo en la Restauración borbónica después del avance librecambista que se planteó en el Sexenio Democrático, en favor de los intereses de la oligarquía industrial y agrícola. El conservadurismo, por su parte, defendía la adopción de posturas imperialistas, aunque en algunos sectores del mismo, y en algunos países, costó aceptar esta nueva realidad.

El conservadurismo ponía el fiel de la balanza en el mantenimiento del orden público frente al desarrollo y garantía de los derechos, sintiendo alergia hacia los de reunión, asociación y libertad de expresión (imprenta). El conservadurismo intentará emplear la ley y el uso de la fuerza del Estado frente al pujante movimiento obrero, tanto en lo que se refiere a los sindicatos, como a los nuevos partidos socialistas.

En el seno del conservadurismo europeo merece una atención especial el británico, tanto por su importancia, como por sus peculiaridades, que lo hacen tener unas características propias. En efecto, los conservadores británicos, especialmente de la mano de Disraeli, fueron mucho más proclives a emprender reformas en el sistema político, frente a sus homólogos continentales. En este sentido, promovieron reformas electorales para ampliar la base social del sistema, lo que les valió un respaldo electoral en sectores sociales que en el continente nunca se hubieran decantado por defender la causa conservadora. El culmen de esta relación entre el conservadurismo y algunos sectores de las capas populares se daría después de la época de Disraeli entre un sector político que planteó la defensa de la denominada “democracia tory”, aunando a conservadores con algunos liberales, y promoviendo la adopción de una política social. En este grupo se destacó la figura de Randolph Churchill, muy crítico con el conservadurismo de viejo cuño.

En el conservadurismo alemán habría que destacar la división que se produjo en su seno entre los denominados “conservadores clásicos”, muy apegados a las tradiciones prusianas frente a la nueva realidad de la Alemania unida, y los “conservadores jóvenes”, firmes defensores de Bismarck, que había emprendido una revisión del conservadurismo prusiano para adaptarlo al Imperio alemán. En todo caso, ante el prestigio del canciller, la inevitable realidad, y el empuje de las fuerzas liberales y católicas, el conservadurismo alemán se reunificó bajo un conjunto de ideas inamovibles: la lealtad al káiser y la defensa de su poder constitucional, el firme apoyo a Iglesia Evangélica frente a la Iglesia Católica, un acusado militarismo y el mantenimiento de los privilegios aristocráticos en el sistema político y en la sociedad alemana.

Jenny von Westphalen, la aristócrata que renunció a su riqueza por casarse con Karl Marx e impulsó sus ideales revolucionarios.

Fuente: BBC Mundo, 6 de mayo 2018.

Es sabido que Karl Marx -quien nació hace 200 años- fue uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, ya que su obra inspiró a líderes comunistas como Lenin, Stalin y Mao.

Pero lo que es menos conocido es que quizás nada de eso hubiera ocurrido si Marx no hubiese conocido a Johanna Bertha Julie von Westphalen, su esposa durante 38 años.

Jenny -como la llamaban todos- podía hacer algo que nadie más podía: ¡entender la letra de su marido!

Y es que la caligrafía de Marx era famosamente mala, tanto así que resultaba indescifrable para muchos editores.

Por eso, Jenny siempre era la primera en leer todos sus artículos y tenía la crucial tarea de transcribirlos y enviarlos a las editoriales.

Pero reducir su importancia histórica e influencia a su papel como «traductora» de Marx sería una injusticia.

Von Westphalen era una pensadora política y escritora que participaba activamente en discusiones con políticos y filósofos, a la par de su marido.

Fue la primer miembro de la Liga comunista, la organización revolucionaria fundada por su esposo y Federico Engels en 1847, que se convertiría en el Partido Comunista.

Manifiesto del Partido ComunistaDerechos de autor de la imagen WIKIMEDIA COMMONS
Image caption La Liga comunista publicó en 1848 el famoso Manifiesto del Partido Comunista.

Muchos historiadores resaltan los sacrificios personales que debió hacer Jenny para acompañar y potenciar a su marido.

Y es que en realidad ella pudo haber tenido una vida de lujo y riqueza y en vez se dedicó a luchar por las clases obreras.

Pero su sacrificio más grande fue la pérdida de cuatro de sus sietes hijos, que fallecieron en su infancia como consecuencia indirecta de la pobreza que padeció la familia Marx por seguir sus ideales políticos.

Sangre aristocrática

Von Westphalen nació en el seno de una prominente familia de la aristocracia alemana (entonces Prusia).

Heredó de su padre el título de baronesa y su familia, tanto paterna como materna, estaba repleta de duques y nobles europeos.

Además era considerada una belleza y según sus biógrafos era codiciada por varios hombres de mucha fortuna.

Retrato de Johanna Bertha Julie von Westphalen en la década de 1830Derechos de autor de la imagenWIKIMEDIA COMMONS
Image captionJenny era una heredera que pudo haberse casado con un aristócrata rico. En vez, siguió su corazón y ayudó a cambiar la historia.

Pero ella los ignoró y se casó con Marx, vecino de la infancia, que provenía de una familia de clase media y era cuatro años más chico que ella.

Los unía una enorme pasión por la lectura, afición que compartían desde la adolescencia.

Él -que estudiaba para ser abogado, como su padre- le dedicó una colección de poesías y todos los relatos coinciden en que la pareja se amaba profundamente.

Pero ese amor tuvo su costo: debido a su activismo político Marx fue expulsado de varios países, incluyendo Prusia, y la familia terminó viviendo en el Reino Unido,exiliada, perseguida y en situación de pobreza.

No ayudó que Karl -experto en teoría económica- manejaba pésimamente el dinero de la familia, lo que los obligó a depender de la ayuda de Engels.

Incluso cuando Jenny heredó dinero de su familia, Marx lo invirtió en comprar una gran casa en el acomodado norte de Londres que según varias fuentes estaba por encima de su capacidad económica.

Pérdida trágica

El aspecto más trágico de esta vida que llevaban fue la pérdida de los tres hijos varones de la pareja y de una niña.

Todos fallecieron al poco tiempo de vida, algo que ha sido asociado a la pobreza y el hacinamiento que padecía la familia.

Retrato de Engeles, Marx y sus tres hijas (circa 1860)Derechos de autor de la imagenWIKIMEDIA COMMONS
Image captionEngels (izquierda) y Marx con sus tres hijas que sobrevivieron. Todas fueron nombradas en honor a su madre: Jenny Caroline (1844-1883), Jenny Julia Eleanor (1855-1898) y Jenny Laura (1845-1911). Las tres continuaron con la obra de su padre.

No obstante, y a pesar de haber dado a luz siete veces y de criar a tres hijas, Jenny nunca dejó de ayudar a su marido.

En su libro «Amor y Capital: Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una revolución», de 2011, la autora Mary Gabriel cuenta cómo Jenny, embarazada, viajaba para juntar dinero para financiar el trabajo de Marx.

Y es que incluso eso debió hacer por él: las autoridades prusianas le quitaron a Marx la ciudadanía y los británicos se rehusaban a otorgarle el documento, por considerarlo una figura peligrosa. Así que Marx era, en esencia, un hombre sin nacionalidad.

Tampoco tenía la fama: cuando su obra más famosa, «El capital», fue publicada en 1867, pasó sin pena ni gloria.

Fue mucho tiempo después que Marx sería reconocido como uno de los grandes intelectuales de la historia.

Para entonces él ya había fallecido. Y también Jenny, que murió en 1881, dos años antes que su esposo. Se la llevó un cáncer de hígado a los 67 años.

Tumba de Marx en el cementerio de Highgate, en LondresDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLa famosa tumba de Marx en el cementerio de Highgate, en Londres. El nombre de Jenny está escrito en la lápida, opacado por el tributo a su marido.

Hoy ambos siguen enterrados, lado a lado, en el cementerio de Highgate, en el norte de Londres.

En la lápida que comparten hay una enorme escultura de la cabeza de Marx y el nombre de él está escrito en grandes letras doradas.

Miles de personas peregrinan hasta allí para ver la tumba. Pero seguramente solo unos pocos sepan que la mujer que yace junto al famoso Marx merece su propio tributo.

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El ludismo: la sublevación del hombre contra las máquinas.

Autor: Eduardo Montagut

Origen: nuevatribuna.es

La aplicación de los nuevos inventos de las máquinas en la industria textil provocó un claro empeoramiento de las condiciones laborales de los trabajadores en la Revolución Industrial: bajada de salarios y aumento del paro. Una máquina podía hacer más trabajo que el que hacían los trabajadores y se podían bajar los sueldos a los que no era despedidos. Así pues, no parece extraño que los trabajadores expresaran su descontento destruyendo la maquinaria, en la primera fase del movimiento obrero, en el proceso de toma de conciencia de clase. Se pretendía presionar a los patronos para evitar despidos, mejorar las condiciones laborales y buscar aumentos de salario. Hobsbawm denominó a esta etapa la de la “negociación colectiva a través del motín”. Estas acciones tenían algún grado de organización, aunque muy rudimentario. Los trabajadores enviaban comunicados amenazadores a los empresarios antes de una acción violenta contra las máquinas. Siguiendo una vieja tradición, eran firmados con el nombre de Ned Ludd, un legendario calcetero que, supuestamente, fue el primero en romper el bastidor de un telar. Ese es el origen del nombre de este movimiento- ludismo- y que se refiere, por tanto, a las acciones organizadas por los trabajadores ingleses en los últimos decenios del siglo XVIII y primeros años del siglo XIX, contra las máquinas. Acciones parecidas se produjeron en el resto de Europa.

La primera medida contra la destrucción de máquinas y fábricas se dio en 1769 con una ley aprobada por el Parlamento inglés. Estos delitos serían castigados con la pena capital. Los trabajadores elevaron protestas al parlamento para que se prohibiese el empleo de las máquinas. Al no conseguir ninguna respuesta positiva a sus demandas, se reanudaron las destrucciones en los primeros decenios del siglo XIX. Como el movimiento alcanzó una enorme dimensión, el gobierno inglés respondió con el empleo del terror. En 1812 se generó, al respecto, un intenso debate parlamentario. Lord Byronpronunció un discurso contra el proyecto de ley, pero de nada sirvió. La ley castigaría con la pena de muerte, como antes, las destrucciones.

En España también se dio el fenómeno de la destrucción de máquinas e incendios de fábricas en los albores del proceso de industrialización. Las primeras manifestaciones de ludismo en España tuvieron lugar en Alcoy en el mes de marzo de 1821, en plenoTrienio Liberal. Los tejedores ocuparon la ciudad y una multitud destruyó muchas máquinas, exigiendo al Ayuntamiento que se desmontasen las que quedaban. Estos hechos provocaron la intervención del ejército. Las Cortes tomaron la decisión de indemnizar a los fabricantes. Las autoridades quisieron ver la mano de la reacción absolutista detrás de esta violencia pero, en realidad, fue el primer episodio de odio hacia una tecnología que podía afectar al salario y al empleo. El siguiente episodio tuvo lugar en Camprodón, al destruirse máquinas de hilar y cardar. Se detuvo a algunos de los responsables y cuatro de ellos fueron juzgados. También se produjeron sucesos semejantes en Segovia y otras localidades.

Ante esta sucesión de acontecimientos y para evitar su reproducción se dictó la Real Orden  de 24 de junio de 1824, ya restaurado el absolutismo fernandino y que fue obra del ministro Luis López Ballesteros. La disposición establecía tres medidas. La primera de ellas podría ser calificada de pedagógica, ya que ordenaba a las autoridades locales, religiosas y militares de los distintos lugares que instruyesen a los parados sobre los beneficios que proporcionaba la introducción de la tecnología. La segunda medida era claramente punitiva porque advertía que si se repetían los desórdenes se abrirían procesos judiciales y se dictarían severas penas. Por fin, la tercera medida tenía un componente social. Había que procurar emplear a los parados en caminos, obras públicas y trabajos comunitarios.

Pero esta orden no frenó los incidentes. En aquel momento el problema tenía que ver con la cuestión del alargamiento de las piezas textiles. La introducción de la maquinaria permitía producir más piezas en menos tiempo. Los patronos pretendían que se aumentase el largo de las piezas y, de ese modo, pagar menos salario, ya que éste se abonaba por pieza, además de poder despedir a una parte de los trabajadores. Por eso el ludismo prendió tanto entre los obreros que seguían teniendo trabajo como entre los que se quedaban sin él. Ante el aumento de los conflictos a finales de los años veinte en Barcelona, las autoridades obligaron a imponer a los fabricantes un límite para el largo de las piezas. Esto ocurría en 1827, pero los empresarios no hicieron mucho caso a esta disposición. Los tejedores protestaron y la Comisión de Fábricas no atendió las demandas. Al final, en 1831 la autoridad intervino para intentar evitar los conflictos e impuso un máximo para el largo de las piezas.

Pero la medida del límite del largo tampoco frenó la conflictividad social, especialmente en Barcelona. En 1834, los obreros protestaron ante el capitán general por la bajada de los salarios y los despidos. Los patronos contestaron en la Comisión de Fábricas que no estaban bajando los salarios y acusaron a los obreros de holgazanería. Las quejas continuaron al año siguiente.

En 1835 se produjo uno de los hechos más conocidos de este fenómeno de destrucción de máquinas, aunque debe ser enmarcado en un contexto más amplio de fuerte agitación social y política, con el gobierno de Toreno y la Milicia Nacional enfrentados, en pleno auge de la guerra carlista y con la primera quema de conventos de la Historia contemporánea española. Nos referimos al incendio de la fábrica “El Vapor” de Bonaplata y Cía, el día 5 agosto. En los días sucesivos fueron ejecutados cuatro de los responsables y encarcelados otros muchos. Es curioso comprobar que la prensa de Barcelona se lanzó contra estos hechos y no tanto contra la quema de conventos. Muchos empresarios se asustaron y no instalaron las máquinas que habían comprado, aunque muchos otros decidieron aumentar de nuevo la longitud de las piezas. El jefe político de Barcelona dictó un Bando obligando a los fabricantes a cumplir lo que se había establecido sobre el largo de las piezas textiles en el año 1831, pero dejó muy claro que se arrestaría a los obreros que se moviesen bajo el pretexto de que el fabricante no cumplía lo estipulado. Además se creó una Comisión mixta que debía inspeccionar las fábricas y con el fin de resolver los conflictos laborales. Pero en junio de 1836 losobreros de Sabadell intentaron destruir máquinas. En estos momentos comenzó a superarse esta etapa del movimiento obrero español porque empezó a tenerse conciencia de la importancia de luchar por el reconocimiento del derecho de asociación, aunque siguió habiendo algunos episodios de ludismo.