Louis Pasteur: más allá de la pasteurización

Fuente: Detectives de la Historia 09/02/2019

Louis Pasteur nace en Dole, Francia, en el año 1822, específicamente el 27 de diciembre. En su infancia se acercaba más al arte y las letras, hasta que su padre lo obliga a ir al bachiller, donde al principio se gradúa de letras en 1840 y luego de ciencias en 1842, teniendo irónicamente, notas mediocres en química. Fue admitido en la Escuela Normal Superior de París, estudiando química bajo la dirección de Dumas y Balard, doctorándose en 1847 en física y química.

Desde 1847 a 1853, fue profesor de química en Dijon y posteriormente en Estrasburgo, ahí conoce a Marie Laurent, su esposa, la cual era la hija del rector de la universidad. Tuvo cinco hijos, aunque sólo dos llegaron a la edad adulta, los otros murieron a temprana edad de tifus.

Ya en 1854 es nombrado decano de la Facultad de Ciencias en la Universidad de Lille, pasando luego en 1857 a desempeñarse como director de estudios científicos de la Escuela Normal de París. Por último, desde 1888, hasta su muerte, fue el director del instituto que lleva su nombre en la capital francesa.

Tras varios infartos en el crepúsculo de su vida, con una salud debilitada por una hemiplejía (que padecía desde 1868), falleció en 1895 a los 72 años, en Marnes-la-Coquette, Francia.

La pasteurización y el almacenamiento de alimentos

Pasteur en su estudio e investigación de microbiología, hace el hallazgo de corroborar sobre que las levaduras eran las responsables de la producción de alcohol durante la fermentación y la actuación de algunas bacterias eran las causantes de agriar la cerveza y el vino. Dos bebidas que hoy en día conocemos mu bien.

Así pues, descubre que calentando hasta los 44 grados centígrados soluciones azucaradas, se eliminaban esos microorganismos que dañaban el vino, la cerveza o la leche, de esta manera, crea el proceso que permite almacenar alimentos en un estado seguro, favoreciendo a la industria alimentaria.

El fin de la generación espontánea

Luego de su estudio sobre la fermentación y pasteurización, Pasteur se pregunta sobre si los microorganismos se formaban de manera espontánea o no. Para ello, hace un experimento, donde introduce material nutritivo esterilizado en diversos recipientes, todos ellos sellados para impedir la contaminación. Los resultados demostraron que en los recipientes donde se introducía el aire húmedo, se producía una rápida putrefacción del material orgánico. En cambio, en los que estaban bien sellados, no había alteración del material original.

Así pues, Pasteur concluye que el aire tiene gérmenes y microorganismos varios que se desarrollan en contacto con la materia orgánica en condiciones adecuadas, suponiendo así el fin de la teoría de la generación espontánea.

La teoría germinal de las enfermedades infecciosas

En 1865, el gobierno francés le pide ayuda para resolver la causa de una enfermedad de los gusanos de seda, que habían destruido la industria. Emprende la investigación, y tras 4 años, comprendió los mecanismos de contagio. Donde no era una sola enfermedad, sino dos parásitos que infectaban a los gusanos en su etapa inicial y en las hojas donde se alimentaban.

Diagnosticó que los huevos y hojas infectadas debían ser destruidos y reemplazados por otros nuevos, y sanos. De esta manera, desarrolla su teoría germinal de las enfermedades infecciosas, según explicaba que toda enfermedad infecciosa tiene su causa en un ente vivo microscópico con capacidad para propagarse entre las personas, ideas que chocaban con lo aceptado en su momento, como el desequilibrio de humores y el escepticismo de que algo tan pequeño pueda matar a seres mucho más fuertes.

Las vacunas

Luego de desarrollar su teoría, haría su gran aporte para con la humanidad, las vacunas, que no es más que infectar con microorganismos debilitados a un cuerpo sano, para que desarrolle las defensas ante tal enfermedad y así, protegerse ante futuras infecciones. Este método fue probado con eficacia por primera vez en humanos, con un niño que sufrió mordeduras de un perro con rabia, al ser vacunado y luego de diez días de tratamiento, no desarrolló la enfermedad mortal.

El clima y la historia

Autor: Juan Jesús Llodrá González

Fuente: revistadehistoria.es 9/09/2019

Durante la historia del hombre el planeta ha sufrido cambios climáticos de manera natural que han provocado cambios históricos, ya que debían adoptar nuevas estrategias de supervivencia.

Actualmente estamos viviendo un periodo interglaciar, el Holoceno, que se inició hace unos 13.000 años durante los cuales ha habido fluctuaciones en las temperaturas provocadas por fenómenos naturales que han provocado periodos fríos o cálidos, correspondiendo los periodos cálidos a momentos en los que se desarrollan grandes cambios en la humanidad, mientras que los periodos fríos son momentos de crisis.

El clima y la historia

En torno al V milenio aC, hubo un periodo cálido que provocó que las poblaciones se desplazaran a lugares cercanos a los ríos para poder obtener alimentos huyendo de la progresiva desertificación. En estos momentos surgen las primeras ciudades en Mesopotamia y el imperio Egipcio con la unificación del alto y el bajo Egipto con la figura de Narmer I (c. 3100)  creando un imperio floreciente durante siglos al no depender de las precipitaciones gracias al Nilo.Esta situación estratégica provocó numerosos conflictos en Egipto con distintas invasiones como la de los hicsos desde Palestina a mediados del II milenio, en pleno periodo cálido o la de los persas entorno al 520 en un periodo de descenso de las temperaturas que los empujaría en busca de zonas más fértiles en un momento de crecimiento de su imperio.

Durante el imperio romano encontramos un periodo cálido con inviernos templados y una humedad superior a la actual lo que facilitó el aumento de la producción de alimentos que conllevó un incremento de la población provocando la migración de campesinos a la ciudad, el desarrollo de las manufacturas y la expansión militar del imperio romano para obtener nuevos mercados.

La caída del Imperio Romano de Occidente y el inicio de la Edad Media están marcados por un descenso de las temperaturas que provoca la presión de los pueblos bárbaros en los limes romanos buscando nuevas tierras donde asentarse y el abandono de las grandes ciudades debido al descenso de producción agrícola marcado por este periodo más frío y el descenso del número de esclavos, lo que provoco un cambio del sistema productivo esclavista al servil.

En este periodo de cambios, que coincide con la peste de Justiniano (540 dC) un autor de la época, Procopio de Cesarea, informa que “el Sol estaba como apagado” y estudios dendrológicos confirman una disminución del tamaño de los anillos entre el 536 y el 550.

Este enfriamiento y disminución de las precipitaciones facilitó la aparición de epidemias, al disminuir la producción agrícola y el comercio, aumentando las migraciones de las ciudades al campo para cultivar nuevas tierras.

Entre el 900 y mediados del siglo XIV se inicia un nuevo periodo cálido, conocido como el periodo cálido medieval, es un periodo de crecimiento de la población debido a una climatología benigna que permite mejores cosechas y avances en la agricultura.

Como en el periodo de crecimiento del imperio romano observamos un aumento del comercio, es el momento de las expediciones vikingas a Groenlandia y a la costa americana, la aparición de la Hansa, el desarrollo de la Mesta en Castilla para aprovechar los abundantes pastos para las ovejas…

A este periodo cálido seguirá uno conocido como la Pequeña Edad de Hielo, que durará hasta la mitad del siglo XIX. Este periodo se iniciará con años de un aumento de las precipitaciones y un  descenso de las temperaturas que provocará malas cosechas y facilitará la aparición de epidemias como la de la peste negra de 1347 que diezmara la población europea, dificultará las rutas comerciales marítimas del norte de Europa y obligara a los vikingos a abandonar Groenlandia y sus rutas con América.

Este periodo fue convulso en Europa, aunque el frío no afecto por igual a todo el continente si que genero malas cosechas que afecto sobre todo a las clases más bajas que pasaron hambre debido a las malas condiciones climatológicas y que fueron motivo de descontento popular y una de las causas de la revolución francesa.

A finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII cuando el clima empieza a ser más benévolo y mejoran las técnicas agrícolas se produce una revolución agrícola que permitirá un crecimiento de la población y el desarrollo de la revolución industrial que establecerá un nuevo sistema social y económico en Inglaterra que se irá extendiendo por Europa.

El final de este periodo frío fue igual que su inicio con años de grandes precipitaciones que provoco en 1846 la Gran Hambruna de Irlanda obligando a muchos irlandeses a migrar a los EEUU.

Desde este momento estamos en un periodo cálido, en el cual observamos un aumento del comercio internacional con el imperialismo europeo en África y Asia debido al aumento de la productividad provocado por la revolución industrial y la necesidad de nuevos mercados.

Podemos concluir diciendo que los periodos cálidos han provocado momentos de crecimientos de población, con el desarrollo de las ciudades y aumento del comercio internacional, con lo cual podemos establecer una cierta relación entre el clima y los cambios socioeconómicos.

En la actualidad las consecuencias del clima cálido en el hemisferio sur ha provocado un aumento de las hambrunas y esto ha generado, en parte, las revoluciones de los países del norte de África, primavera árabes, y el incremento de los flujos migratorios hacia Europa huyendo de los conflictos provocados por el hambre y de las dictaduras que se intentaron derrocar mediante las revoluciones.En el futuro los conflictos debido al calentamiento global, que aumenta de manera artificial debido a la actividad humana, afectaran a todo el mundo debido a la globalización incrementándose las disputas entre los países por el control de los recursos, ya hay disputas entre países por la construcción de presas en los grandes ríos, el control de acuíferos y el aumento de refugiados que huyen de lugares donde se producen hambrunas debido a las sequías extremas.

70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: así hemos avanzado

Eleanor Roosevelt sosteniendo una copia en español de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. [Foto vía Wikimedia Commons]
Autora: Anna Medrano.

Fuente: Unitedexplanations.org. 2018/12/10

La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue adoptada el 10 de diciembre de 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, así que hoy se cumple su setenta aniversario. Por primera vez, los países acordaban los derechos y libertades que merecen una protección universal. Se trata, además, de un texto fundacional de tipo declarativo que se ha ido complementando con otros textos vinculantes.

Los derechos humanos en la historia

Pese a tratarse de la primera declaración universal de derechos humanos, merece la pena repasar algunos referentes significativos, especialmente en los siglos XVIII y XIX. La revolución americana de 1776, que apelaba a las ideas ilustradas y acabó con el nacimiento de los Estados Unidos, produjo la primera declaración de derechos. No obstante, esta estaba exenta de la universalidad. La Declaración de derechos del pueblo de Virginia reconoce que todos los hombres son libres e independientes por naturaleza y que tienen una serie de derechos inherentes. Previamente, también cabe mencionar la conocida como Bill of Rights inglesa del año 1689.

Poco después de la revolución americana tuvo lugar la Revolución Francesa. LaDeclaración de los derechos del hombre y del ciudadano fue aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente en agosto de 1789 y se nutrió de ideas ilustradas de pensadores como Locke, Voltaire o Montesquieu. Algunos contenidos destacados son los derechos a la libertad, a la propiedad o a la resistencia a la opresión, así como la libertad de opinión, de prensa y de conciencia.

Este texto no puede definirse como universal, puesto que las mujeres quedaron completamente excluidas de dichos derechos.

Es decir, aunque se proclamaba la libertad y la igualdad de derechos, paradójicamente se dejaba fuera a la mitad de la población. Aun así, las mujeres participaron en la revolución de forma activa. Incluso algunos historiadores, como Michelet, reconocieron el papel fundamental de las mujeres de París el 5 y 6 de octubre de 1789 en la marcha sobre Versalles.

Olympe De Gouges [Foto vía Wikimedia Commons]

Por este motivo, Olympe de Gouges publicó la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadanacon el objetivo principal de reivindicar la inclusión de las mujeres en los derechos políticos aprobados. De Gouges cuestionó el universalismo de la libertad y la igualdad por la exclusión de las mujeres y también reivindicó el sufragio femenino, así como el derecho a la libertad, a la propiedad o al acceso a cargos públicos. Desde el punto de vista familiar, de Gouges también mostró su rechazo a la doble moral sexual e incluyó la equiparación legal de hombres y mujeres en el matrimonio, así como de los hijos legítimos e ilegítimos.

Durante el siglo XIX aparecen otros documentos interesantes sobre derechos humanos, como la Declaración de Seneca Falls en Estados Unidos (1848) que, de igual forma que la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana, defendía la igualdad entre hombres y mujeres. Asimismo, durante este siglo, emergieron nuevas reivindicaciones relativas a los derechos y libertades. Jordi Bonet Pérez, catedrático de Derecho Internacional Público de la Universitat de Barcelona, señala dos casos concretos: la lucha por la abolición de la esclavitud y el establecimiento de un estándar mínimo de trato a los extranjeros.

En cuanto a la abolición de la esclavitud, el siglo XIX se caracterizó por un crecimiento de la concienciación social. Todavía hoy en día esta lucha está inacabada, pero la labor del movimiento abolicionista en Estados Unidos durante el siglo XIX logró hitos fundamentales. En este punto, cabe incidir nuevamente en el papel de muchas mujeres que formaron parte de organizaciones religiosas y se adhirieron al abolicionismo. Sarah y Angelina Grimké, por ejemplo, fueron de las primeras activistas abolicionistas que aplicaron la misma crítica social a la condición de la mujer. Lucrecia Mott, que fundó una de las primeras sociedades en contra de la esclavitud, también demuestra los lazos estrechos entre el abolicionismo y el feminismo.

La Guerra de Secesión americana (1861-1865) acabó con la victoria del norte y puso fin a la esclavitud en Estados Unidos. Otro momento clave en la lucha abolicionista fue la aprobación de la Convención sobre la esclavitud ya en el siglo XX, en 1926.

Monumento a Lucretia Mott Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony en el Capitolio de los Estados Unidos. [Foto vía Wikimedia Commons]

En relación con el trato a los inmigrantes, a media que avanzó el capitalismo, el comercio y las relaciones económicas internacionales, los estados asumieron el deber de otorgar un mínimo trato humano a aquellos extranjeros residentes en sus propios territorios. Aunque no hubo una sistematización de estos derechos, la práctica internacional fue centrándose en una serie de ellos, como el derecho a la vida y a la integridad física, el derecho a la propiedad privada, el acceso a la justicia o el derecho a la realización de actividades económicas.

Las transformaciones sociales del siglo XIX motivaron otras formas de pensamiento, nuevos movimientos sociales y una serie de reivindicaciones emergentes desde el punto de vista de los derechos humanos, como las demandas obreras o los derechos de las mujeres. Por otra parte, el colonialismo y sus consecuencias conllevaron el desarrollo de un conjunto de luchas que lograrían finalmente el reconocimiento del derecho a la autodeterminación, así como el rechazo de las prácticas vejatorias e inhumanas que acompañaban las actividades económicas de las colonias.

Contexto y contenido de la Declaración Universal de Derechos Humanos

Llegados al siglo XX, la Declaración Universal de los Derechos Humanos surge en un contexto posbélico. La Segunda Guerra Mundial y sus graves consecuencias estaban muy cerca. Concretamente, el auge de los fascismos en los años treinta, el horror del Holocausto o los campos de concentración obligaron a poner unas bases para la defensa de la dignidad del ser humano. Se pretendía evitar que acontecimientos como los que acababan de ocurrir se repitieran. Por esto, en 1948, y en el marco de las Naciones Unidas, se crea una ponencia formada per personalidades de distintos países: Eleanor Roosevelt (Estados Unidos), René Cassin (Francia), Xerris Malik (Líbano), Peng Chun Chang (China), Hernán Santa Cruz (Chile), Alexandre Bogomlov y Alexei Pavlov (URSS), Lord Dukeston y Geoffrey Wilson (Reino Unido), William Hodgson (Australia) y John Humphrey (Canadá).

Asamblea General ONU [Foto vía Wikimedia Commons]

Jordi Bonet Pérez, en el libro Los derechos humanos en el siglo XXI: continuidad y cambios, expone algunas tendencias en derechos humanos a partir de 1945. Se refiere, entre otros aspectos, a la internacionalización de los derechos humanos, a la consolidación del reconocimiento jurídico de los derechos sociales y económicos, a la descolonización impulsada sobre todo a partir de los años cincuenta o a la consolidación de las nuevas reivindicaciones en materia de derechos humanos.

El fin de la Segunda Guerra Mundial fue seguido por un avance tanto en los derechos humanos como en la justicia internacional. Concretamente, los juicios de Nurembergsupusieron el origen de los desarrollos internacionales en la justicia penal. Por su parte, la Declaración pretende ser, como indica su propio preámbulo:

“El ideal común que todos los pueblos y todas las naciones deben alcanzar con el fin de que todas las personas y órganos de la sociedad, teniendo esta Declaración siempre presente en el espíritu, se esfuercen en promover el respeto de estos derechos y de estas libertades mediante la enseñanza y la educación, y asegurar con medidas progresivas de orden nacional e internacional su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto por parte de los estados miembros como de los territorios de que jurídicamente dependen”.

Centrándonos en el contenido de la Declaración, los primeros artículos recogen derechos fundamentales del liberalismo. Encontramos, entre otros, el derecho a la libertad  —con la prohibición de la esclavitud—, el derecho a la igualdad —con el rechazo de cualquier tipo de discriminación—, o el derecho a la vida y a la seguridad personal, incluyendo la prohibición de la tortura y las detenciones arbitrarias. El artículo 12 habla del principio de la vida privada, es decir, el Estado solo puede intervenir en la esfera pública, pero no puede entrometerse en el ámbito privado. La Declaración también reconoce la libertad de pensamiento, de religión y de opinión. Pero uno de sus puntos más novedosos es la introducción de los derechos económicos y sociales, como el derecho a la seguridad social, al trabajo, el derecho a recibir igual salario por el mismo trabajo o el derecho al descanso y al bienestar.

Así pues, la Declaración incluye en su articulado tanto derechos de primera generación como de segunda. Se denominan derechos de primera generación aquellos centrados en el concepto de libertad y que se empezaron a desarrollar durante las revoluciones liberales del siglo XVIII. En cambio, los llamados derechos de segunda generación son los derechos económicos y sociales, mucho más focalizados en el concepto de igualdad. Mientras que los primeros se han vinculado con la burguesía, los segundos se han relacionado con el proletariado.

La Declaración Universal de Derechos Humanos debía convertirse en norma jurídica mediante un tratado internacional. Sin embargo, el amplio consenso conseguido con la aprobación de la Declaración no se repetiría años más tarde, sino que la bipolarización del mundo causada por la Guerra Fría obligó a elaborar dos pactos separados. Mientras que desde la órbita de la Unión Soviética se ponía el foco en la igualdad y, por consiguiente, en los derechos económicos y sociales, desde el bando capitalista liderado por Estados Unidos se subrayaba la libertad y, en consecuencia, los derechos civiles y políticos.

Así pues, en 1966 se aprobaron los pactos internacionales: el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC). Estos entraron en vigor transcurridos diez años, pero lo hicieron de forma asimétrica. El PIDCP establece que los estados miembros deben garantizar y asegurar los derechos enunciados. En cambio, el PIDESC obliga a tomar medidas progresivas encaminadas a la plena realización de los derechos. Por lo tanto, el PIDCP exige la efectividad, mientras que el PIDESC alude a un compromiso.

Con los años, la Declaración Universal de Derechos Humanos se ha ido completando con otros documentos básicos. Algunos de ellos se han centrado en colectivos especialmente vulnerables o discriminados, como las mujeres, la infancia o los pueblos indígenas. Respecto a las mujeres, tengamos en cuenta que la Declaración es el primer texto internacional que reconoce la igualdad entre sexos (artículo 2), superando los déficits evidentes en este punto de la Declaración de los derechos del hombre de 1789.

Además, la Declaración Universal de Derechos Humanos hace referencia a personas o seres humanos y evita el término excluyente hombre.

Sobre la protección y la igualdad de la mujer, podemos mencionar algunos textos como la Declaración sobre la eliminación de la discriminación contra la mujer, proclamada en 1967, la Declaración sobre la protección de la mujer y el niño en estados de emergencia o de conflicto armado de 1974 o la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer de 1979.

Para proteger a la infancia, en 1989 se firmó la Convención sobre los Derechos del Niñoen el seno de las Naciones Unidas. Los niños y niñas se convierten, pues, en sujetos de derechos. Por otra parte, el 13 de septiembre de 2007 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración sobre los derechos de los pueblos indígenas.Pese a tratarse de un instrumento declarativo, la ONU lo considera relevante para la eliminación de la discriminación que sufren estas comunidades. Dicha declaraciónreconoce derechos individuales y colectivos de los indígenas y se les reconoce, principalmente, su derecho a mantener su cultura, instituciones y tradiciones, así como el derecho a sus tierras y bienes.

El futuro de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

La Declaración es un texto clave en la defensa y protección de la dignidad y de los derechos humanos. Setenta años después, sigue siendo un documento esencial, aunque es necesario ampliarlo con normativas vinculantes que defiendan aquellas personas más vulnerables y que se adapten a los actuales retos del siglo XXI. En este sentido, algunas iniciativas como la Declaración Universal de Derechos Humanos Emergentes, aprobada en el Foro Universal de las Culturas de Monterrey (2007), pretenden actualizar la Declaración incluyendo los derechos de tercera generación que engloban los derechos colectivos, el derecho a la democracia, el derecho al medio ambiente o el derecho a la paz. Este conjunto de derechos ha sido tratado por algunas resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Así pues, la Declaración es, sin duda, un punto de partida para la protección internacional de los derechos humanos. Aun así, el mundo ha cambiado respecto a 1948. Los efectos de la globalización o el poder de las empresas multinacionales y de agentes económicos requieren la dotación de nuevas normas que salvaguarden los derechos emergentesMientras que el mundo de mitad del siglo XX estaba marcado por el poder de los Estados-nación, el siglo XXI presenta un debilitamiento de los estados, a la vez que muchas relaciones transnacionales escapan del control de los gobiernos. Eleanor Roosevelt, escritora y política estadounidense que presidió la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas entre 1947 y 1951, definió la Declaración como la carta magna de la humanidad. Pero como todo texto, es imprescindible que se adapte a las circunstancias para dar respuesta y protección a las necesidades, problemáticas y retos que plantean los nuevos tiempos.

La fascinante vida de Anne Lister, la «primera lesbiana moderna»

Autora: Rebecca Woods

Fuente: BBC Mundo, 11/05/2019

Arrodilladas una al lado de otra bajo los arcos medievales de una pequeña iglesia, dos mujeres inclinan sus cabezas y se ponen a orar. Con velas que parpadean a su alrededor, reciben el sacramento en el altar. Aunque no era un servicio eclesiástico normal, a los ojos de las enamoradas, su «matrimonio» había sido sellado.

Era 1834. Los actos homosexuales eran ilegales y las relaciones sexuales entre mujeres no eran reconocidas. La palabra lesbiana ni siquiera había sido acuñada.

Pero Anne Lister no tenía nada que ver con las convenciones misóginas de la Inglaterra del siglo XIX. Fue empresaria, entró en política y escalaba montañas.

Y adoraba a las mujeres, de las que se enamoraba apasionadamente una y otra vez.

Los detalles explícitos de sus asuntos, registrados en código, conmocionaron a quienes los descifraban. Y cambiaron la forma en la que se vio la historia del lesbianismo para siempre.

El diario

Vestida, incluso en verano, con gruesas ropas y botas negras, el aspecto de muchacho de la joven era motivo de burlas y susurros en las calles de su ciudad natal, Halifax, en Inglaterra.

«¡Eso es un hombre!», se burló una voz, algo a lo que se había acostumbrado.

Anne Lister de joven.
Image captionAnne Lister de joven.

Anne Lister, con un pequeño sombrero, también negro, caminaba, aparentemente imperturbable.

Educada y confiada, en una época en que las mujeres rara vez lo eran, atraía la atención dondequiera que iba.

«La gente generalmente comenta, cuando paso, cuánto me parezco a un hombre», escribió en su diario, un ritual que hacía cada día.

Desde pequeña había sido diferente. Nacida en 1791, Anne era una «marimacho inmanejable» cuya exasperada madre la envió a un internado cuando tenía siete años.

Las maestras temían que influyera en las otras chicas con su comportamiento rebelde y, en su adolescencia, la confinaron a un dormitorio en el ático, donde vivía en una reclusión virtual.

Su diario se convirtió en su confidente. Al sentirse sola en un mundo en el que no encajaba, vertió sus pensamientos más profundos en sus páginas.

Tan obsesiva era su personalidad que no dejaba de lado los detalles: la hora en que se despertaba y cuántas horas dormía, las cartas que recibía y su contenido, el clima del día, qué comía…

Ilustración de Anne Lister en Halifax.
Image captionLas mofas sobre Anne eran comunes en las calles de Halifax.

Todo lo que había aprendido ese día también se registraba: griego, álgebra, francés, matemáticas, geología, astronomía y filosofía.

Anne poseía una inteligencia vorazy, en un momento en que las mujeres estaban excluidas de las universidades, estaba decidida a aprender todo lo que un hombre podía aprender.

Pero había algo más que Anne escribía en las páginas de su diario: le gustaban las mujeres.

La invención del código

Su primera experiencia sexual la tuvo con una compañera, Eliza Raine, que fue enviada a vivir con ella en el ático de la escuela.

Hija ilegítima de un cirujano inglés, Eliza era otra paria. Juntas, las dos jóvenes de 15 años se habían embarcado en una apasionada aventura frente a las narices de sus maestros.

En sus diarios, ambas chicas escribían «felix», que significa feliz en latín, para registrar sus encuentros sexuales.

Pero Anne quería registrar más detalles, así que ideó un código con elementos del griego y el latín, símbolos matemáticos, puntuación y el zodíaco para disimular sus pensamientos más íntimos. Era, creía, completamente indescifrable.

Aunque Anne era una amante apasionada, también tenía un lado calculador y despiadado. Soñaba con ser rica y Eliza iba a heredar una suma sustancial. El dinero le permitiría a Anne disfrutar del estilo de vida de la alta sociedad que ansiaba sin casarse con un hombre.

Así, mientras a Eliza le entusiasmaba el afecto y las atenciones de Anne, las intenciones de Anne estaban más vinculadas a los negocios.

Pero a medida que Anne se sentía más segura de su sexualidad, su «rareza», como lo describía, también decidió que también quería más mujeres. Rechazó a Eliza, lo que le costó una profunda depresión a su examante.

«Apenas sabes el dolor que me has causado», escribió la joven desconsolada.

De hecho, Eliza nunca se recuperó y terminó en un manicomio.

Diario.
Anne Lister ideó un código con elementos del griego y el latín, símbolos matemáticos, puntuación y el zodíaco.

Anne, aunque arrepentida, tenía una nueva obsesión: Mariana Belcombe, la encantadora hija de un médico local. Ella sería el amor de la vida de Anne, manteniéndola en sus manos durante casi 20 años, rompiendo su corazón una y otra vez.

Múltiples aventuras

A primera vista, Anne era una joven respetable e inteligente que pasaba gran parte de su tiempo estudiando.

Lejos de sus libros, disfrutaba de los paseos y las tardes de té con sus amigas adineradas. Ellas eran la tapadera ideal para Anne, que las usaba para explorar su apetito sexual.

La «rareza» de Anne la intrigaba: rastreaba libros sobre anatomía para comprender de dónde venían sus sentimientos, en vano. Pero cuando asumió su sexualidad, no sintió aversión por sí misma. Creía que sus sentimientos eran completamente naturales, su derecho divino.

Anne2
Cuando asumió su sexualidad, no sintió aversión por sí misma.

Las mujeres, aunque normalmente estaban confundidas sobre sus sentimientos por Anne, quedaban cautivadas por ella. Anne era promiscua, se movía eficientemente de una amante a otra, sin que ninguna llegara a su corazón.

La «dulce apariencia» de Mariana Belcombe, sin embargo, era diferente.

Su gran amor

Con Mariana, Anne se enamoró vertiginosamente. La joven de 21 años era parte de la gentil sociedad de York.

Durante años, viajaban decenas de kilómetros a caballo y en carruaje entre York y Halifax para verse. Cuando estaban separadas, se escribían cada pocos días. Las jóvenes amantes incluso intercambiaron anillos como símbolo de su compromiso.

Por supuesto, todo esto tuvo lugar a escondidas.

Las amistades románticas entre mujeres solteras no eran inusuales. Los padres, temerosos de un embarazo, animaban a las mujeres jóvenes a establecer relaciones cercanas entre sí antes de casarse.

Sin embargo, a Anne no le interesaban en absoluto las expectativas de la sociedad. Quería todo lo que un hombre podía tener, y eso incluía una esposa. A pesar del escándalo que crearía, comenzó a albergar esperanzas de que ella y Mariana se establecieran juntas en una casa.

Ilustración de Anne y Mariana.
Image captionAnne y Mariana mantuvieron una relación durante años.

Pero en 1815, Mariana hizo un anuncio dramático: había aceptado casarse con un viudo adinerado. Anne asistió a la boda, angustiada, en una iglesia de York. Pero había aún algo peor por llegar.

Era costumbre que las amigas acompañaran a los novios en su luna de miel, y fue Anne, junto con una de las hermanas de Mariana, quienes soportaron la experiencia.

A su regreso, reanudó sus aventuras con mujeres de Yorkshire, entre ellas la hermana mayor de Mariana. Pero le confió a su diario el dolor causado por Mariana.

Un año después, Anne y Mariana se encontraron nuevamente en la casa de sus padres en York. Mariana estaba en cama con dolor de muelas y metió a Anne en su habitación.

Reiniciaron su aventura, que durante años continuó mediante reuniones clandestinas y decenas de cartas.

Anne estaba con otras mujeres, mientras Mariana se refugiaba en su mansión de Cheshire.

Diario de 1827.
Anne plasmó en sus diarios sus múltiples aventuras amorosas.

«Hicimos el amor», escribió Anne después de una noche con Mariana. «Ella me pidió que fuera fiel, que me considerara casada».

«Ahora comenzaré a pensar y actuar (como) si fuera mi esposa».

Pero las esperanzas de Anne se vieron frustradas de nuevo.

Los viajes: su otra pasión

Mientras huía de Yorkshire y de la sombra de Mariana, en 1824 Anne decide irse a París, donde tenía la intención de aprender el idioma, sumergirse en la cultura y, con suerte, conocer a una mujer rica y sofisticada.

Se sentía como en casa en la capital francesa. El ambiente relajado la animó a ser más abierta con su sexualidad, y no perdió el tiempo.

Si bien Maria Barlow, una viuda de Guernsey, no era exactamente la señorita titulada que había imaginado, se enamoró de su nueva amiga a pesar de todo.

Los diarios codificados de Anne describían sus relaciones sexuales con más detalle que antes.

«Me temblaban las rodillas y los muslos, mi respiración», se lee en uno de los pasajes.

Las mujeres disfrutaron de un ardiente romance antes de que Anne se cansara del estado de ánimo de María. Dejó a su amante y regresó a Yorkshire sin mirar atrás.

La estadía de ocho meses de Anne en París, sin embargo, había encendido en ella la pasión por los viajes y continuaría explorando más de una decena de países durante los siguientes 15 años.

Los viajes de Anne satisfacían una ambición que había tenido desde la infancia: ver con sus ojos los lugares sobre los que había leído.

Ni la muerte de su amado tío James, que la llevó a heredar su casa de Shibden, pudo retenerla.

Shibden: su hogar

Anne siempre había sentido que la alta sociedad era su hogar natural, un mundo sofisticado hecho para alguien de su ingenio, sabiduría y estatus social.

A pesar de que los Lister eran de clase alta, su familia directa era relativamente pobre. Pero la herencia de Shibden le dio los medios para mantener un estilo de vida más lujoso.

Shibden en 1880.
Vista de Shibden en 1880.

Una vieja amiga de su época en la escena social de York la presentó a un grupo de mujeres aristocráticas. Pronto empezaron a llegar invitaciones a eventos elegantes.

Viajó a París con la seductora Vere Hobart, hermana del conde de Buckinghamshire. Anne estaba fascinada por su joven y elegante amiga, pero también lo estaban muchos hombres.

Cuando Vere propuso a sus amigas hacer un viaje prolongado a la ciudad costera de Hastings, en el sur de Inglaterra, Anne aceptó.

Durante los siguientes cinco meses disfrutaron de la escena social de este lugar de vacaciones y Anne, tal vez engañándose a sí misma, comenzó a creer que podría haber encontrado a la mujer que cumpliría sus sueños románticos.

Vere tenía la apariencia, la cuna y la riqueza que Anne había deseado durante años. Pero la sociedad y sus expectativas una vez más prevalecieron: Vere aceptó casarse con un oficial del ejército. Con el corazón roto y avergonzada, Anne lloró durante días.

Su dinero también se estaba acabando.

«Mis planes de alta sociedad fracasan», escribió en su diario. «He tenido mi capricho, lo he intentado, y me ha costado bastante».

Decidió volver a Halifax y a Shibden y, por primera vez en años, quedarse allí.

Ilustración de Anne Lister.
Anne descubrió en París su pasión por viajar.

«Aquí estoy a los 41 años, con un corazón por buscar. ¿Cuál será el final?»

Empresaria

Shibden Hall había pertenecido a la familia Lister durante más de 200 años. Una casa señorial medieval escondida detrás de una colina, con su fachada en blanco y negro que escondía una red de habitaciones oscuras en su interior.

Anne canalizó su ira mediante su rechazo a vivir en el hogar de su familia. Pensaba que Shibden estaba en mal estado: después de pasar gran parte de la década anterior en una sucesión de elegantes complejos, ahora codiciaba una casa más grande y jardines cuidados.

También revolucionó las finanzas de la finca. El reciente auge industrial de Halifax había producido una enorme demanda de carbón. Anne vio la oportunidad y rápidamente expandió las minas de Shibden.

Vista de Halifax.
El auge industrial de Halifax produjo una enorme demanda de carbón y Anne Lister lo aprovechó.

Su determinación de ser práctica la diferenciaba de otras mujeres con bienes. Se enfrentó a los hombres que dirigían la industria del carbón local, quienes pronto se dieron cuenta de que poseía un cerebro empresarial astuto.

Entonces, Anne empezó a sentirse más a gusto en Shibden.

«He sido más feliz aquí que en cualquier otro lugar», escribió. Su diario también empezó a llenarse de detalles del negocio de la propiedad.

Y, en medio de referencias de horticultura y paisajismo, también comenzó a aparecer un nuevo nombre.

Un nuevo amor

Ann Walker era una tímida y amable heredera de 29 años de una finca vecina más grande. Las dos mujeres se conocían desde hacía años, cuando Anne tenía 20 años y Ann era una adolescente.

Quince años después, la recatada señorita Walker causó una impresión mucho mayor en su vecina.

Una semana después de volver a encontrarse, Anne se las imaginaba a las dos juntas. Al igual que con sus anteriores amantes potenciales, la fortuna de la joven heredera era parte de la atracción.

Anne esperaba que sus riquezas combinadas le permitieran completar sus ambiciones para Shibden, dejando lo suficiente para seguir viajando.

El enamoramiento de Anne con su nueva amiga se aceleró.

Smagen actual de Shibden.
Anne quería vivir con Ann Walker en Shibden.

Comenzaron a pasar tiempo en una casita aislada en los terrenos de Shibden que Anne había construido para su propia privacidad. A las pocas semanas de encontrarse, su relación se volvió íntima. Ann respondió con entusiasmo a los avances sexuales de Anne.

«Realmente me sentí bastante enamorada de ella en la cabaña», escribió Anne en su diario. «Quizás después de todo, ella me hará realmente más feliz que cualquiera de mis amores antiguas».

A lo largo de sus relaciones, Anne había estado en colisión con la sociedad en la que habitaba. Buscaba una mujer con quien vivir abiertamente cuando tales arreglos no tenían precedentes.

Mariana y Vere habían decidido casarse con hombres, pero estas decisiones tenían más que ver tanto con satisfacer las expectativas de la sociedad como con un rechazo a Anne. Pero mientras muchas mujeres se inclinaban ante lo inevitable, Anne se negaba constantemente a conformarse.

Después de solo dos meses, dejó claras sus intenciones a su joven amante. Quería que vivieran juntas en Shibden, como una pareja casada, y que compartieran su riqueza y sus propiedades.

Pero Ann, confundida por su cercanía con otra mujer y todavía afligida por la muerte de su prometido y sus padres, pidió seis meses para tomar una decisión.

Cuando llegó el día, le envió una carta a Anne. «Me resulta imposible decidirme», decía.

Irritada y dudando de que su relación tuviera futuro, Anne se fue a París y luego a Copenhague.

Retrato de Anne Lister en un cuadro.
Anne le propuso a Ann Walker que vivieran juntas, como una pareja casada.

Cuando regresó a Halifax varios meses después, Ann la estaba esperando. Había rechazado una oferta de matrimonio. Era el mensaje más claro.

A los 42 años y después de tanto tiempo buscando una compañera, Anne finalmente estaba a punto de obtener lo que quería. Ambas mujeres cambiaron sus testamentos, convirtiendo a la otra en inquilina vitalicia de sus bienes.

Anne también decidió contarle a su familia sobre sus planes. Se lo contó a una tía anciana, a su padre y a su hermana, quienes no se sorprendieron en absoluto: todos habían sido testigos de su cercanía con las mujeres a lo largo de su vida y Anne sintió que apoyaban su elección.

Anne anotó en su diario que se habían intercambiado anillos «como muestra de nuestra unión».

Un «matrimonio»

La «boda» de Anne Lister con Ann Walker tuvo lugar en la iglesia Holy Trinity en York el domingo de Pascua de 1834.

El evento fue puramente simbólico: asistir a la iglesia con otra mujer y tomar la comunión era suficiente ceremonia para Anne. Ella se tomaba en serio los valores de una unión tradicional. Sus días promiscuos habían terminado.

Interior de la iglesia Holy Trinity en York.
Anne Lister se «casó» con Ann Walker en la iglesia Holy Trinity en York en 1834.

Mariana, que había continuado siendo parte de la vida de Anne en todos sus viajes al extranjero y sus planes de la alta sociedad, admitió la derrota.

Las «recién casadas» se embarcaron en una luna de miel: tres meses de viaje por Francia y Suiza. A su regreso, Anne instaló a su «esposa» en Shibden. Carros cargados de muebles retumbaban por el camino entre sus casas.

El escándalo pronto fue la comidilla de Yorkshire. Anne Lister, que había recibido las burlas por parecer un hombre durante tantos años, ahora estaba actuando como tal.

Un anuncio burlón apareció en el diario Leeds Mercury anunciando el matrimonio del «Capitán Tom Lister de Shibden Hall con la señorita Ann Walker». También llegaron cartas anónimas dirigidas al «Capitán Lister» felicitando a la pareja «por su feliz unión».

«Probablemente tenían la intención de molestar, pero, si es así, fracasaron», escribió Anne en su diario.

La convivencia no fue fácil. Las mujeres tenían personalidades completamente diferentes: Anne gobernaba su patrimonio y se involucró en la política local, mientras que su nueva esposa a menudo se sentía descuidada, y sufría episodios regulares de tristeza.

Uno de los cuartos de Shibden
Aunque fueron la comidilla de Yyorkshire, Anne Lister y Ann Walker se instalaron en Shibden.

Un viaje final

Ambas se embarcaron en otros viajes que las llevaron a recorrer Francia hasta los Pirineos -Anne practicaba alpinismo-, Rusia y el Cáucaso.

Fue en esta región del este de Europa, en 1840, a los 49 años, donde Anne murió. Se cree que una picadura de insecto condujo a la fiebre que la mató.

Ann quedó varada a miles de kilómetros de su casa. Le tomó ocho largos e insoportables meses llevar el cuerpo de Anne a Halifax, viajando por el norte de Europa con el ataúd a su lado.

Como se decretó en el testamento de su pareja, Ann heredó el patrimonio de Shibden.

Sin embargo, esto no duró mucho.

Sus familiares, creyendo que ella tenía problemas de salud mental, consiguieron que un médico, un abogado y la policía entraran en la casa.

Ann fue encontrada encogida detrás de una puerta cerrada, rodeada de papeles y con un par de pistolas cargadas.

La llevaron al mismo asilo de York que todavía albergaba a Eliza Raine, la primera aventura de Anne.

Decodificando los diarios

La conservación de los diarios de Anne Lister se debe en parte a Ann, quien se aseguró de que los volúmenes finales regresaran sanos y salvos del Cáucaso. Pero tuvieron que pasar casi 150 años antes de que se revelaran sus contenidos.

Uno de los diarios de Anne Lister.
Los diarios tardaron decenas de años en poder ser decodificados.

Todo comenzó alrededor de 1890, cuando leyendo a la luz de las velas en una de las muchas habitaciones oscuras de Shibden, John Lister contemplaba las filas de garabatos ininteligibles que se extendían sobre el libro encuadernado en cuero que tenía ante él.

El extraño código de los diarios de su antepasada Anne Lister lo había disuadido durante años. Esa noche estaba resuelto a romperlo.

Había requerido la ayuda de un amigo, el profesor Arthur Burrell. Después de tomar prestados algunos de los diarios, confiaba en que había resuelto dos letras codificadas: h y e.

Unas horas más tarde, ambos se enteraron de lo que Anne Lister había estado escondiendo al mundo: sus detallados y abundantes relatos sobre el sexo con sus amigas.

«Casi ninguna se le había escapado», recordó Arthur.

Él le imploró a su amigo que quemara los diarios para evitar provocar un escándalo al orgulloso linaje Lister. Pero aunque estaba consternado por el contenido, que humillaría a su familia si se publicara, John no pudo destruirlo.

Así que escondió los 26 volúmenes en estantes ocultos en Shibden, donde permanecieron hasta su muerte en 1933.

John Lister y Arthur Burrell
John Lister y Arthur Burrell fueron los primeros que decodificaron los diarios de Anne Lister.

En los años siguientes -la casa pasó a propiedad pública-, los diarios de Anne fueron descubiertos y regalados a la Biblioteca de Halifax. El renuente Arthur Burrell decidió que estaba obligado a dar detalles del código al consejo.

Después, un pequeño número de investigadores estudió las cartas y diarios de Anne. Sin embargo, un comité del consejo exigió ver su trabajo primero paraeliminar cualquier «material inadecuado».

Los académicos accedieron al encubrimiento, dejando el secreto oculto.

Décadas después, en 1982, Helena Whitbread, una profesora de 52 años que acababa de completar sus estudios de Historia, buscaba el tema para un libro y le intrigó la historia de Anne.

Se encontró con el material en la biblioteca, incapaz de descifrar los diminutos e insondables símbolos, hasta que una empleada le dio una fotocopia del código de Arthur.

Esta vez, nadie pidió analizar lo que Helena podría descubrir. Se llevó a casa el diario de Anne de 1817 para comenzar a desentrañar el misterio.

¿La primera «lesbiana moderna»?

La comprensión moderna de la historia del lesbianismo, y las siguientes cuatro décadas de la vida de Helena, estaría determinada por lo que descubrió.

El trabajo fue laborioso. En 34 años, Anne había escrito cinco millones de palabras en 26 volúmenes, con otros 14 diarios de viaje. Alrededor de una sexta parte del material estaba escrito en clave.

Helena Whitbread.
El trabajo de Helena fue crucial para entender la vida de Anne Lister y la historia del lesbianismo.
El trabajo de Helena fue crucial para entender la vida de Anne Lister y la historia del lesbianismo.

Helena se dio cuenta de que «beso» era en realidad un código para el sexo, mientras que una Q con un bucle denotaba una experiencia sexual.

Después de pasar cinco años estudiando minuciosamente los diarios escritos entre 1817 y 1824, Helena publicó un libro en el que detallaba la intensa relación con Mariana y la red de amantes de Anne en todo Yorkshire.

Cuando I Know My Own Heart (Conozco Mi Propio Corazón) se publicó en 1988, causó sensación.

Hasta entonces, no había evidencia de sexo entre mujeres en el registro histórico. Los diarios de Anne detallaban un estilo de vida que muchos pensaban que no existía en el pasado.

Su promiscuidad demostró no solo que las mujeres la encontraban atractiva, sino que el deseo sexual lésbico era mucho más común de lo que se pensaba. Los diarios de Anne y sus detalles sexuales explícitos fueron tan impactantes que algunos incluso creyeron que eran mentira.

«Anne nos deja este registro voluminoso con el que es bastante difícil trabajar, pero nos dice mucho sobre la vida lesbiana en el siglo XIX», dice la profesora Caroline Gonda, de la Universidad de Cambridge.

«Nos habla de relaciones que no encajan con la idea de la amistad romántica de la década de 1800».

Pero lo que también es crucial en la historia de Anne es que no estaba sola. «La gente dice que ella era una excepción, pero ella no es la única lesbiana en el pueblo», dice Gonda.

Placa a Anne Lister.
En Halifax y York recuerdan a Anne Lister como la «primera lesbiana moderna».

Hoy en día, una placa colocada en su memoria en la iglesia de Holy Trinity en York, escena de su matrimonio con Ann Walker, describe a Anne como la «primera lesbiana moderna».

Mientras se debate esta definición, la importancia de Anne para la historia del lesbianismo no está en disputa.

La imaginación política.

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‘Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga’ (1888), de Antonio Gisbert. MUSEO DEL PRADO

Autor: José Andrés Rojo

Fuente: El País, 04/04/2019

En alguna parte del tercer volumen de Tu rostro mañana, Javier Marías escribe: “Lo cierto es que nunca sabemos de quién proceden en origen las ideas y las convicciones que nos van conformando, las que calan en nosotros y adoptamos como una guía, las que retenemos sin proponérnoslo y hacemos nuestras”. Unas cuantas páginas después irrumpe en su relato una pintura, Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en Málaga,de Antonio Gisbert. Como ocurre a lo largo de toda la novela (unas 1.600 páginas), Marías salta de un lado a otro, se entretiene en múltiples digresiones, da vueltas sobre asuntos distintos. De la mano de un oscuro personaje, Tupra, que tiene unos cincuenta años y que trabaja en los servicios secretos británicos, el narrador de la obra de Marías se sumerge en las cloacas de la historia y descubre que lo que hay no es sino un rosario de chapuzas y traiciones, de violencias gratuitas, de daños involuntarios e irreparables. Ahí está el cuadro de Torrijos, con los cadáveres de los que ya han sido pasados por las armas y el noble porte de aquellos liberales que van a ser inmediatamente fusilados (y ese sombrero negro tirado en la playa, como un signo abrupto del desamparo de la muerte). No es casual que la prosa de Marías salte del cuadro de Gisbert a la Guerra Civil: “y también me acordé de los ejecutados sin juicio o con farsa en esas mismas playas de Málaga por quien la tomó más un siglo después con sus huestes franquistas y moras y con los Camisas Negras de Roatta o ‘Mancini”.

El Prado inauguró hace unos días una pequeña exposición que protagoniza el célebre cuadro del fusilamiento de Torrijos. Fue el primer encargo de una pintura que hizo el Estado destinado al museo y lo realizó el gabinete liberal de Práxedes Mateo Sagasta en 1886. Antonio Gisbert fue el elegido para su ejecución. Tenía que construir un símbolo que exaltara la lucha por la libertad en la construcción de la nación española. El 2 de diciembre de 1831, el general José María de Torrijos y Uriarte partió de Gibraltar con destino a Málaga acompañado de sesenta cómplices con el afán de provocar un alzamiento militar que restableciera el sistema constitucional. Las fuerzas de Fernando VII los detuvieron a los nueve días. Fueron fusilados, y se convirtieron en mártires de la larga batalla para derrotar al absolutismo. Espronceda, en el soneto que dedicó a Torrijos, ya subraya que esa sangre no había caído en vano: “Y los viles tiranos con espanto / siempre amenazando vean / alzarse sus espectros vengadores”.

Fue el historiador José Álvarez Junco el que recordó esos versos en su Mater dolorosa, donde trata de la idea de España en el siglo XIX. “Si la literatura había puesto palabras en la boca de nuestros antepasados, la pintura les dio forma y color, los imaginó de forma visible. Facilitó los ensueños sobre nuestro pasado”, escribe. Existían asuntos que tenían que prender en la imaginación popular. La entereza de Torrijos y los suyos ante la condena a muerte de los absolutistas era, para los liberales, uno de ellos.

Nunca sabemos de dónde proceden “las convicciones que nos van conformando”. De los cuadros y la literatura, hoy también del cine y las series, de la radio, la prensa, la televisión. Antonio Machado escribió en 1938: “Recordad el cuadro de Gisbert: la noble fraternidad ante la muerte de aquellos tres hombres cogidos de la mano”. Nos vamos haciendo políticamente gracias a esas historias que permanecen veladas en nuestra conciencia. No hay que olvidar que son construcciones y que, a veces, producen monstruos. Así que nunca está de más mantener frente a nuestras más íntimas certezas una saludable distancia irónica

 

Cuando los cómics eran más peligrosos que el nazismo.

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Una página del cómic de 1952 ‘Teen-Age Dope Slaves’.

Autor: Eduardo Bravo.
Fuente: El País, 2 de marzo, de 2019.

A mediados de los cuarenta, los tebeos de 32 páginas con grapa, conocidos como comic-books, eran la forma de entretenimiento más popular en Estados Unidos. Sus ventas rondaban entre los 80 y 100 millones de copias semanales y lo habitual era que cada ejemplar pasase por seis o 10 lectores. Llegaban a más público que el cine, la radio o ese nuevo medio: la televisión.

Las buenas ventas permitieron desarrollar una floreciente industria que empleaba a más de un millar de profesionales. También fue notable la amplísima variedad de temas: hazañas bélicas, crímenes truculentos, narraciones gore, amor adolescente con toques de erotismo, historias de la mafia, venganzas por despecho, aventuras exóticas, sin olvidar el abuso de drogas. Un catálogo que pronto llamó la atención de los salvadores de la moral.

La persecución a la industria de los cómics y sus consecuencias han sido investigadas por David Hajdu, profesor de la Universidad de Columbia, en La plaga de los cómics, publicado por Es Pop en dos ediciones: una convencional y otra en la que se incluye un volumen con más de cuatrocientas cubiertas de tebeos. “Es difícil comprender la cultura estadounidense. Por un lado, promueve la libertad creativa. Por otro, la ataca en nombre de la virtud puritana. La polémica sobre los cómics a mediados del siglo XX es un buen ejemplo”, explica el autor.

Hogueras públicas

El psiquiatra estadounidense Fredric Wertham llegó a afirmar en su ensayo La seducción de los inocentes que, “comparado con la industria del cómic, Hitler era un principiante”. Sin embargo, los métodos de Wertham y sus seguidores no se diferenciaban demasiado a los empleados por el Tercer Reich. Como explica Hajdu, “algunos grupos religiosos organizaron protestas públicas en las que se recogían cómics que posteriormente eran quemados en hogueras. Igual que los nazis y, además, en el mismo periodo histórico”.

Además de amedrentar a la población y a los dibujantes, los grupos religiosos promovieron la creación de leyes que restringían la compraventa de cómics independientemente de la edad de los destinatarios. Hacia 1950 en EE UU había más de medio centenar de normas que limitaban la venta de esos títulos. Unas leyes que no solo afectaban a los tebeos de contenido más escabroso y violento, sino también a los de superhéroes, por considerar que contenían “valores estéticos y culturales contrarios a los de la cultura dominante porque sus protagonistas eran indisciplinados, inadaptados y marginados”, relata Hajdu.

Para resistir el embate, el mundo del cómic decidió organizarse. A diferencia de lo que había hecho Random House, que apeló a la libertad de expresión y creación para defender la publicación del Ulises de Joyce, los empresarios del tebeo optaron por la autorregulación. “Fundaron la Comics Code Authority (CCA) creyendo que una autocensura sería menos destructiva. Sin embargo, fue probablemente más restrictiva que la que hubiera impuesto el Gobierno”, analiza el investigador.

La CCA estuvo vigente hasta finales del siglo XX aunque, para entonces, su influencia era muy residual. Nada comparado con su época dorada, en la que muchos distribuidores se negaban a aceptar todo cómic que no contase con su sello impreso en la portada. De hecho, fue ese detalle el que hizo que surgiera en los años sesenta el cómic underground, cuyos autores nunca hubieran recibido el sello de aprobación. Como aclara Hajdu, “para ellos, el código era básicamente un manual de instrucciones: lo utilizaban para hacer totalmente lo contrario de lo que decía”.

 

¿Eric Hobsbawm era un peligroso comunista?

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Eric Hobsbawm: probablemente el historiador más conocido del mundo. Fotografía: Karen Robinson para el observador

Autor: 

Fuente: The Guardian, 17/01/2019.

(Original en ingles, traducción directa de Google)

Lo calificaron de estalinista, y fue espiado durante décadas por el MI5, pero ¿era el famoso historiador una persona de línea dura y renegada? Sus papeles privados cuentan una historia diferente.

El historiador Eric Hobsbawm , quien nació en 1917, el año de la Revolución Rusa, y murió en 2012 a la edad de 95 años, fue considerado como un estalinista impenitente, un hombre que, a diferencia de otros historiadores marxistas como EP Thompson y Christopher Hill , nunca renunció a su pertenencia al partido comunista, y nunca expresó ningún arrepentimiento por su compromiso con la causa comunista.

En la última parte de su larga vida, probablemente fue el historiador más conocido del mundo, sus libros se tradujeron a más de 50 idiomas y vendieron millones de copias en todo el mundo (alrededor de un millón solo en Brasil, por ejemplo). Sin embargo, cuando la BBC lo invitó al programa de radio Desert Island Discs en 1995, la presentadora Sue Lawley se dirigió a él de manera distante como «Profesor Hobsbawm», dejó sus libros más o menos sin mencionar y centró su atención en su compromiso permanente con el comunismo. que el programa pasó de la conversación cómoda habitual a una interrogación hostil.

Muchas de las críticas de su exitosa historia del siglo XX, The Age of Extremes, una obra traducida a 30 idiomas, lo acusaron de minimizar los males del estalinismo, y los influyentes historiadores franceses anticomunistas Pierre Nora y François Furet fueron tan logró impedir su publicación en Francia que finalmente fue traducido al francés por una oscura editorial con sede en Bélgica.

Los problemas de Hobsbawm con la BBC resurgieron después de su transmisión en 1971 sobre por qué Estados Unidos estaba perdiendo la guerra de Vietnam.
 Los problemas de Hobsbawm con la BBC resurgieron después de su transmisión en 1971 sobre por qué Estados Unidos estaba perdiendo la guerra de Vietnam. Fotografía: Archivo Bettmann

La etiqueta «Stalinista» persiguió a Hobsbawm a lo largo de su vida adulta y afectó su carrera de muchas maneras. Incluso antes de que la guerra fría hubiera comenzado adecuadamente, le impedía conseguir un trabajo en la BBC. En 1945, solicitó un puesto de tiempo completo haciendo transmisiones educativas para ayudar a los militares a adaptarse a la vida civil después de un largo período en las fuerzas. La BBC lo encontró «un candidato más adecuado», pero el MI5 vetó rápidamente el nombramiento. Hobsbawm advirtió que «no es probable que pierda ninguna oportunidad para difundir propaganda y obtener reclutas para el partido comunista».

Para 1947, había logrado obtener un empleo como profesor de historia en el Birkbeck College de Londres, algo así como un refugio para los izquierdistas cuyas carreras académicas habían tenido dificultades debido a sus puntos de vista políticos. Aunque había producido algunos artículos académicos especializados, sus otros planes de publicación se habían visto frustrados por el mismo tipo de sospecha que había bloqueado su carrera en la BBC. En 1955, su libro The Rise of the Wage-Worker fue rechazado por recomendación de dos revisores académicos anónimos que consideraron que carecía de objetividad porque era marxista. El libro permanece inédito hasta el día de hoy.

A pesar de su creciente reputación como historiador económico, Hobsbawm no pudo obtener un ascenso en Birkbeck durante mucho tiempo. Sus solicitudes para cargos académicos en historia económica en Oxford y Cambridge fueron rechazadas por motivos políticos. En 1972, sus problemas con la BBC resurgieron después de su transmisión sobre por qué Estados Unidos estaba perdiendo la guerra de Vietnam, como parte de una serie llamada A Personal View., se metió en problemas debido a su apoyo a la causa vietnamita. Los estadounidenses presionaron a la BBC para comisionar una refutación por parte de un ex oficial de inteligencia británico, quien argumentó de forma poco plausible que Estados Unidos no estaba perdiendo la guerra en absoluto. Por supuesto, la hostilidad al comunismo fue, como lo señaló el propio Hobsbawm, mucho más suave en Gran Bretaña de lo que era, digamos, en los Estados Unidos. Aún así, tuvo un efecto claramente discernible en su carrera.

¿Era Hobsbawm realmente el peligroso comunista, el apologista estalinista, el marxista de línea dura impenitente que tantos han asumido que es? Una lectura cuidadosa de su autobiografía, Interesting Times , publicada en 2002, así como de su otro trabajo publicado, hará mucho para disipar esta visión simplista. Pero es en la vasta masa de documentos privados, incluidos diarios, cartas y reminiscencias personales no publicadas, donde se encuentran las respuestas reales. Pueden complementarse con otras fuentes, incluidos los muchos archivos que el MI5 conservó durante varias décadas. ¿Cuál es la historia que cuenta este material?

Algunos de los prejuicios contra Hobsbawm se basaban claramente en la sensación de que, de alguna manera, no era del todo británico (en contraste con los enemigos reales del país, como los espías de Cambridge, graduados de escuelas públicas y, por lo tanto, por encima de toda sospecha). Nacido en Alejandría, había pasado su infancia en Viena. Esto despertó sospechas en los círculos del establecimiento. También era judío por origen, una marca negra adicional contra su reputación (un informe de la Sección Especial describía a su tío Harry, con quien vivió durante su adolescencia, como “una persona burlona y crítica, con lenguaje severo, mitad De apariencia judía, nariz larga, cabello fino y ojos azules ”).

Una manifestación nacionalsocialista en berlin, 1931.
Una manifestación nacionalsocialista en Berlín, 1931. Fotografía: Imagno / Getty Images

Se pensó, y aún se cree, que Hobsbawm era un refugiado que huyó con su familia de Alemania a Inglaterra en 1933 para escapar de Hitler. De hecho, su padre era británico, y por eso era un ciudadano británico de nacimiento. Su madre, una apasionada traductora anglófila y profesional, insistió en que se hablara inglés en su casa de Viena. Fue conocido por sus compañeros en la escuela como «el niño inglés». Sin embargo, no hay duda sobre su compromiso inicial con la causa comunista. En 1931, cuando fue enviado a vivir a Berlín con un tío y una tía después de la muerte prematura de sus padres (su padre de un ataque cardíaco, su madre de tuberculosis), se encontró con un ambiente político sobrecalentado que presentó a los jóvenes una cruda La elección entre el comunismo y el nazismo. Como un niño inglés de una familia judía liberal,

Pero había otras razones más personales para su elección, razones que ayudan a explicar por qué nunca abandonó los ideales comunistas que adquirió en Berlín. La pobreza refinada en la que creció en Viena y la miserable situación financiera de su tío en Berlín, que perdió su empleo en la Depresión como resultado de las leyes que restringen el número de empleados extranjeros en las empresas alemanas, contrastaron fuertemente con el La relativa prosperidad de sus compañeros en su escuela secundaria. Se sintió avergonzado de su aspecto lamentable y las circunstancias tensas en que vivió. «Solo cambiando esto completamente», confesó a su diario, «y sintiéndome orgulloso de ello, conquisté la vergüenza». La verdadera atracción de los comunistas era que convertían la pobreza en una virtud.

En estos, sus años de adolescencia, luego de la muerte de sus padres, Hobsbawm estaba involucrado en una búsqueda desesperada de un sentido de familia y pertenencia que solo estaba parcialmente satisfecho por vivir con su tío y su tía. Por un corto tiempo lo encontró en la forma improbable de los Scouts, pero fue el movimiento comunista el que realmente satisfizo todas estas necesidades emocionales profundas. Leyó algunos textos marxistas básicos, se involucró en las actividades de la Liga de Estudiantes de la Escuela Socialista y participó en la última gran manifestación del partido comunista en Berlín, el 25 de enero de 1933. Unos días después, Hitler fue nombrado canciller.. La vida se volvió cada vez más peligrosa para los comunistas y los judíos. Pero fue por razones económicas más que políticas que el tío Sidney de Hobsbawm decidió mudar a su familia a Gran Bretaña, luego del fracaso de otra empresa comercial, esta vez en Barcelona. Tantos de los parientes de Hobsbawm eran hombres de negocios fallidos que no es sorprendente que viera poco futuro en el capitalismo.

El partido comunista alemán había continuado creciendo incluso cuando, hacia fines de 1932, los nazis empezaban a perder apoyo. Aquí había un movimiento que tenía 100 representantes en la legislatura nacional. Cuando Hobsbawm se encontró con el partido comunista de Gran Bretaña, el contraste no podría haber sido mayor. Con no un solo MP en Westminster hasta 1935, y una membresía que lo convirtió en poco más que una secta, no impresionó a Hobsbawm en lo más mínimo. Además, era una organización de clase trabajadora agresiva que no tenía tiempo para intelectuales. Escribiendo sus diarios en casa, en alemán, todos los días, Hobsbawm concluyó que no era para él. Ya había decidido de manera bastante consciente de que, como decía, «soy un intelectual en todos los aspectos». Comenzaba a darse cuenta de que era inusualmente inteligente, pero ya estaba obsesionado por la sensación de que físicamente no era atractivo. Su primo Denis le dijo brutalmente que él era «feo como el pecado, pero tienes una mente». Hobsbawm comenzó a leer vorazmente, semana tras semana, todos los principales textos marxistas. «Ahógate en el leninismo», fue su nota para sí mismo. «Que se convierta en tu segunda naturaleza». Después de leer 12 páginas de Lenin, anotó en su diario: «Sorprende cómo eso me anima y aclara mi mente. Estuve de buen humor total después «. Esta no es la sensación que la mayoría de la gente tiene después de analizar trabajos como «Después de leer 12 páginas de Lenin, anotó en su diario:» Sorprendente cómo eso me anima y aclara mi mente. Estuve de buen humor total después «. Esta no es la sensación que la mayoría de la gente tiene después de analizar trabajos como «Después de leer 12 páginas de Lenin, anotó en su diario:» Sorprendente cómo eso me anima y aclara mi mente. Estuve de buen humor total después «. Esta no es la sensación que la mayoría de la gente tiene después de analizar trabajos comoMaterialismo y crítica empírica . En cuanto a Stalin, Hobsbawm apenas lo menciona.

También fue un realista político. El único movimiento de masas de la izquierda en Gran Bretaña en la década de 1930 fue el Partido Laborista, por lo que Hobsbawm rechazó a los comunistas y se ofreció como voluntario para ayudar al Trabajo en las elecciones locales de 1934 (como hizo en las elecciones generales de 1945). Y estaba lejos de limitar sus intereses, visitando las principales galerías y museos de Londres, y leyendo numerosas obras (en inglés, francés y alemán) de ficción, poesía y drama, además de desarrollar un entusiasmo por el jazz, en un momento en que Fue anatematizado por la política cultural oficial del partido comunista.

¿Una necesidad trágica?  ... La invasión de Hungría por la URSS en 1956 fue respaldada por el partido comunista británico
¿Una necesidad trágica? … La invasión de Hungría por la URSS en 1956 fue respaldada por el partido comunista británico. Fotografía: AP

Esta amplitud de actividades solo aumentó después de graduarse en King’s College, Cambridge, en 1936. Llegó a este punto, encontrando un número creciente de estudiantes comprometidos con el comunismo como resultado del fracaso del Partido Laborista en apoyar a la república en el Guerra civil española, que finalmente se unió al partido comunista, en la forma del Club Socialista de la universidad. Pero rápidamente se aburrió con el dogmatismo político del club. Encontró sus actividades y especialmente su Boletín regular, que se le encargó de editar, «estéril», por lo que lo abandonó por el periódico estudiantil no político El Granta, que se convirtió en su editor también. Aquí tenía posibilidades de escribir sobre cine, una pasión particular, pero también producir perfiles de personajes destacados de Cambridge y políticos visitantes.

Después de la guerra, continuó como miembro del partido e hizo algunos trabajos para apoyar a los partidos hermanos en Europa central, al menos hasta que comenzaron a ser víctimas de un proceso despiadado de estalinización a fines de los años cuarenta. Pero en verdad, Hobsbawm nunca se comportó como se suponía que era un comunista. No era un activista, no vendía literatura del partido comunista en la esquina y escribía regularmente para publicaciones no comunistas («burguesas»), ganando la desaprobación del partido. Se confesó un «forastero en el movimiento». Se centró principalmente en el trabajo del Grupo de Historiadores del Partido Comunista (CPHG), una organización de vida relativamente corta de finales de los años cuarenta y principios de los 50, en gran parte limitada a las «discusiones teóricas». Operarios del MI5, que monitorean conversaciones con errores en la sede del Partido Comunista en Londres,

Con lo que Hobsbawm estaba comprometido era con un ideal de comunismo con una pequeña «C», un ideal que había tomado como adolescente más leyendo los clásicos marxistas que tomando parte activa en la política real del movimiento. También se mantuvo convencido, como lo había estado en la década de 1930, de que los comunistas tendrían que cooperar con otros partidos de izquierda en la lucha por el poder: de ahí su entusiasmo por el Frente Popular francés, que estableció un gobierno socialista y liberal en 1936 con el apoyo del partido comunista.

En los años 50, sin embargo, las posibilidades de colaboración eran mínimas. El partido comunista británico era estalinista y sin apoyo de masas. Con el paso del tiempo, la desilusión de Hobsbawm con ella creció constantemente. ¿Cómo podría él, por ejemplo, apoyar las políticas de Stalin cuando estos involucraron juicios de «cosmopolitas», o en otras palabras, miembros judíos en Checoslovaquia y otros países dominados por los comunistas en Europa del Este? Después de todo, conocía a un buen número de ellos, y era consciente de que eran inocentes de los cargos presentados en su contra.

Poco después de la muerte de Stalin en 1953, el movimiento comunista internacional se vio sumido en una profunda crisis. El 25 de febrero de 1956, en el vigésimo congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Khrushchev denunció a Stalin por el «culto a la personalidad» que había crecido a su alrededor y por los innumerables asesinatos y atrocidades que había cometido. Cuando el contenido del discurso llegó al oeste, la dirección del partido británico intentó ignorarlos. Pero en abril de 1956, el grupo de historiadores, liderado por Hobsbawm, Thompson y Hill, reprendió al partido por su incapacidad para expresar su pesar por su «pasado apoyo sin crítica a todas las políticas y opiniones soviéticas». Un debate apasionado estalló en el periódico World News del partido, con Hobsbawm en particular pidiendo una confrontación abierta con el pasado del partido, Sus errores y sus mentiras. Exigió que debía estar abierto al cambio democrático desde abajo; simplemente imponer una «línea de partido» desde arriba era inaceptable. Se encontró con tácticas dilatorias y ofuscación por parte de los líderes.

La crisis se intensificó en octubre de 1956, cuando un gobierno comunista liberal llegó al poder en Hungría a raíz de manifestaciones populares masivas después de meses de obstaculización del régimen estalinista en Budapest. El 4 de noviembre, Moscú respondió con una invasión militar, suprimiendo el nuevo régimen y matando al menos a 2.500 húngaros que habían tratado de resistir. Estos eventos, declaró Hobsbawm, sorprendieron a los intelectuales del partido y «traspasaron el núcleo de su fe y esperanza». Intentando evitar una confrontación abierta con el liderazgo en Londres, que había respaldado la invasión, reconoció que la invasión era «una necesidad trágica» en vista de la amenaza de un gobierno reaccionario de derechas que tomaba el poder, pero exigió que «la URSS debería retirarse». Sus tropas en cuanto sea posible ”.

Tony Blair, a quien Hobsbawm llamó 'Thatcher en pantalones'.
Tony Blair, a quien Hobsbawm llamó ‘Thatcher en pantalones’. Fotografía: Jane Bown para el observador.

 

Un debate furioso estalló dentro del partido cuando los líderes se negaron a ceder. «Hobsbawm», una conversación telefónica monitoreada por el MI5 registró a un miembro diciendo: «quiere pedir el derrocamiento del liderazgo y una nueva política». Su actitud hacia los líderes del partido fue descrita como «belicosa». Como los principales historiadores, como Thompson, renunciaron a la CPGB en su desesperación, Hobsbawm exigió el derecho a formar una oposición interna del partido. Una figura destacada en la fiesta lo llamó «un personaje peligroso». Él y los otros historiadores, dijo otro, eran «una gran cantidad de desdichas, potencialmente muy peligrosas». Las «libertades» que exigían conducirían a la «anarquía del partido». Hobsbawm respondió atacando la «complacencia monumental» de la CPGB. El partido se negó a ceder. Él y los otros historiadores eran «intelectuales sin espinas y sin espinas».

Hobsbawm los acompañó en muchos aspectos, contribuyendo a su periódico The New Reasoner y uniéndose a ellos en el New Left Club, fuera del partido. George Matthews, editor del periódico del partido, el Daily Worker, declaró que «en su opinión, sería algo bueno» si «provocaran a Hobsbawm a abandonar la fiesta». En todo caso fue un «forastero». Hobsbawm fue convocado al cuartel general de la fiesta y le dijo que «querían que permaneciera en la fiesta y no hiciera cosas que pudieran sacarlo de ella». Hobsbawm «, informó el monitor MI5,» había estado terriblemente molesto, jurando que nunca quiso irse «.

El intercambio fue revelador. Una vez más, el profundo compromiso emocional de Hobsbawm con los ideales del comunismo, simbolizado por él por su membresía continua en el partido, había llegado a primer plano. Si bien la mayoría de los intelectuales en el partido se habían convertido en comunistas como parte de la lucha contra el fascismo en la década de 1930, y así, una vez que se ganó la lucha, no le fue difícil salir, el compromiso de Hobsbawm fue mucho más profundo. Sin embargo, el obstinado estalinismo del partido británico ahora lo dejó afuera en el frío.

Antonio Gramsci, el teórico y político marxista italiano.
Antonio Gramsci, el teórico y político marxista italiano. Fotografía: Laski Diffusion / Getty Images

 

Después de mediados de la década de los 50, gravitó hacia un modelo muy diferente que fue forjado por los partidos «eurocomunistas» orientados hacia la reforma de España e Italia. Por los años 80, siguiendo las ideas de Antonio Gramsci., llegó a creer que el Partido Laborista británico tenía que llegar a una alianza con elementos de las clases medias, ya que la vieja clase trabajadora en la que había apoyado durante tanto tiempo ahora estaba en decadencia; de lo contrario, la democracia en Gran Bretaña estaba condenada. Lejos de ser un estalinista, ahora se había convertido en el profeta del Nuevo Laborismo. Neil Kinnock retomó sus ideas cuando se convirtió en líder del Partido Laborista, y Tony Blair lo puso en acción, aunque más tarde lamentó que Blair no haya desentrañado las políticas neoliberales implementadas por los conservadores en los años 80 («Thatcher en pantalones «Fue su veredicto sobre Blair).

¿Cómo afectó todo esto su práctica como historiador? ¿Hay alguna conexión entre el comunismo de Hobsbawm y la fama mundial y el éxito de sus escritos históricos?

Lo primero y quizás lo más importante a destacar es que su obra histórica nunca fue puramente marxista. Lejos de ser un «intelectual centroeuropeo», como algunos afirman, fue influenciado sobre todo por las ideas intelectuales francesas, en particular las del grupo de historiadores asociados con el periódico Annales. El mentor de Hobsbawm en Cambridge a fines de la década de 1930 y después, la historiadora económica Mounia Postan, le presentó el trabajo de los Anales, invitando a su figura principal Marc Bloch a Cambridge y compartiendo en muchos aspectos su creencia en la historia como una disciplina que abarca todo, tratar analíticamente no solo la política, la economía y la sociedad, sino también las artes y, de hecho, todos los aspectos de la vida en el pasado.

Hobsbawm profundizó su relación con la escuela histórica francesa en la década de 1950, cuando pasó largos períodos en París mezclando con intelectuales de izquierda disidentes. Su libro, The Age of Revolution , publicado en 1962, mostraba claramente la influencia de los Annales, al igual que sus sucesores The Age of Capital y The Age of Empire.. Sin embargo, lo que hizo que sus escritos fueran particularmente atractivos fue su endeudamiento con los modelos de interpretación marxistas, desplegados con claridad y poder, e ilustrados con ejemplos y pruebas extraídas de una amplia gama de fuentes en una variedad de idiomas. Aquí, su lectura profunda de la literatura europea, comenzando en su adolescencia, mostró su influencia en un estilo que combinaba elegancia e ingenio, involucrando al lector de una manera que ninguna exposición marxista convencional podría lograr.

Al mismo tiempo, al igual que otros historiadores marxistas ingleses como Thompson, Hobsbawm fue liberado intelectualmente por su distanciamiento del partido comunista británico en 1956. Después de escribir en la década de 1940 y principios de la década de 1950 sobre el ascenso de la clase trabajadora, se dirigió al estudio. Gente marginal y desviada en la historia, «rebeldes primitivos», milenaristas, luditas, bandidos, movimientos populares aparentemente irracionales que de hecho expresaron un alto grado de racionalidad en su rebelión contra las invasiones del capitalismo en su forma de vida. Por supuesto, los colocó en una teleología básicamente marxista (después de todo, eran rebeldes «primitivos», a diferencia de los rebeldes modernos supuestamente sofisticados de los movimientos obreros marxistas). Aun así, la simpatía con la que los trataba era evidente para todos los que podían leer entre líneas.

Las ideas marxistas dieron a su trabajo una coherencia y estructura que la historia simplemente empírica no pudo lograr; Le ayudaron a desarrollar conceptos que daban sentido al material incipiente de la historia y, al mismo tiempo, porque eran novedosos y controvertidos, proporcionaron temas para los debates y discusiones que todavía están teniendo lugar entre los historiadores en la actualidad. Siglo XVII «,» el nivel de vida en decadencia en la revolución industrial «,» bandidaje social «,» la invención de la tradición «,» el largo siglo XIX «y muchos más. Al mismo tiempo, los conceptos e ideas nunca forzaron la evidencia básica al margen. Cuando el hecho y la interpretación se enfrentaron, Hobsbawm fue casi siempre lo suficientemente escrupuloso como para rendirse al hecho, como, por ejemplo, en su abandono de las teorías marxistas del imperialismo en su libro.La era del imperio . Ni como intelectual comunista ni como historiador practicante fue nunca un mero propagandista.

En cuanto a su confrontación con el pasado comunista en las últimas dos décadas de su vida, tras la caída del Muro de Berlín, no hay indicios de que ocultara o pasara por alto los numerosos crímenes y atrocidades que lo habían desfigurado. Las agudas exigencias de arrepentirse y retractarse con las que fue confrontado con tanta frecuencia merecen ser tratados con desprecio. Más bien, lo que le da a The Age of Extremes gran parte de su fascinación es el espectáculo de un comunista de toda la vida que intenta, a menudo pero no siempre con éxito, llegar a un acuerdo con el fracaso de la causa que había servido durante tanto tiempo como intelectual.

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Condiciones y significado de la revolución.

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Hannah Arendt en un retratao tomado en 1949. FRED STEIN GETTY

Autora: Hannah Arendt

Fuente: El País, 8/11/2018.

Revolución, como cualquier otro término de nuestro vocabulario político, puede utilizarse en sentido genérico, sin tenerse en cuenta ni el origen de la palabra ni el momento temporal en que el término se haya aplicado por primera vez a un fenómeno político concreto. El presupuesto básico de semejante uso es que, con independencia de cuándo y por qué apareciera el término, el fenómeno al que alude tiene la misma edad que la memoria humana. La tentación de usar esta palabra en sentido genérico es particularmente fuerte cuando hablamos de “guerras y revoluciones” a un tiempo, pues de hecho las guerras son tan antiguas como la historia de la humanidad desde que tenemos testimonio de ella.

Quizá cueste trabajo utilizar la palabra guerra en otro sentido que no sea el genérico, aunque solo sea porque su primera aparición no puede ser datada en el tiempo ni localizada en el espacio, pero no existe una excusa semejante para el uso indiscriminado del término revolución. Antes de que se produjeran las dos grandes revoluciones de finales del siglo XVIII y de que apareciera el sentido específico que adquirió luego, la palabra apenas ocupaba un lugar destacado en el vocabulario del pensamiento o la práctica políticos. Cuando encontramos el término en el siglo XVII, por ejemplo, va unido estrictamente a su significado astronómico original, que se refería al movimiento eterno, irresistible y recurrente de los cuerpos celestes; el uso político era metafórico y describía el retorno a un punto preestablecido por ende, un movimiento, el regreso a un orden predeterminado. La palabra se utilizó por primera vez no ya cuando estalló en Inglaterra lo que podemos llamar efectivamente una revolución y Cromwell se erigió en una especie de dictador, sino en 1660, con ocasión del restablecimiento de la monarquía, tras el derrocamiento del Parlamento Remanente (Rump Parliament). Pero incluso la Revolución Gloriosa, el acontecimiento gracias al cual el término supo encontrar su sitio, de forma harto paradójica, en el lenguaje histórico político, no fue concebida como una revolución, sino como la restauración del poder monárquico a sus antiguas rectitud y gloria.

El hecho de que la palabra ‘revolución’ significara originalmente restauración es más que una mera curiosidad semántica

El verdadero significado de revolución, antes de los acontecimientos de finales del siglo XVIII, queda expresado tal vez con la mayor claridad en la inscripción que lleva el Gran Sello de Inglaterra de 1651, según la cual la primera transformación de la monarquía en república significó: “Freedom by God’s blessing restored” [libertad restaurada por la bendición de Dios].

El hecho de que la palabra revolución significara originalmente restauración es más que una mera curiosidad semántica. Ni siquiera las revoluciones del siglo XVIII pueden entenderse sin advertir que estallaban ante todo con la restauración como objetivo y que el contenido de dicha restauración era la libertad. En Estados Unidos, en palabras de John Adams, los hombres que participaron en la revolución se habían visto “llamados [a ella] sin haberlo previsto y no habían tenido más remedio que hacerla sin tener una inclinación previa”; lo mismo cabe decir de Francia, donde, en palabras de Tocqueville, “habría cabido creer que el objetivo de la inminente revolución sería la restauración del Antiguo Régimen, no su derrocamiento”. Y en el transcurso de ambas revoluciones, cuando sus actores iban adquiriendo consciencia de que se habían embarcado en una empresa completamente nueva y no en el regreso a una situación anterior, fue cuando la palabra revolución adquirió, por consiguiente, su nuevo significado. Fue Thomas Paine, ni más ni menos, quien todavía fiel al espíritu pretérito propuso con toda seriedad llamar “contrarrevoluciones” tanto a la Revolución estadounidense como a la francesa. Quería librar a aquellos acontecimientos tan extraordinarios de la sospecha de que con ellos se había dado vida a unos comienzos completamente nuevos, así como del rechazo motivado por la violencia con la que dichos sucesos se habían visto irremediablemente unidos.

Es muy probable que pasemos por alto la expresión de un horror casi instintivo en la conciencia de aquellos primeros revolucionarios ante algo que era completamente nuevo. Esto es posible en parte porque estamos perfectamente familiarizados con el entusiasmo de los científicos y los filósofos de la Edad Moderna por “unas cosas que no se habían visto nunca hasta entonces y unas ideas que no se le habían ocurrido nunca a nadie hasta la fecha”.

Ninguna revolución, independientemente de con cuánta amplitud abra sus puertas a las masas y a los oprimidos, se ha iniciado nunca por ellos

También es así porque nada de lo sucedido en el curso de esas revoluciones resulta tan notable y tan sorprendente como el enfático hincapié hecho en la novedad, repetida una y otra vez por actores y espectadores a un tiempo, en la insistencia en que nunca se había producido hasta entonces nada comparable por su significación y su grandeza. La cuestión crucial a la par que compleja es que el enorme pathos de la nueva era, el Novus Ordo Seclorum, que aún aparece escrito en los billetes de un dólar, salió adelante solo cuando los actores de la revolución, en buena parte en contra de su voluntad, llegaron a un punto de no retorno.

Así, lo sucedido a finales del siglo XVIII fue en realidad un intento de restauración y recuperación de antiguos derechos y privilegios que acabó justo en lo contrario: en el desarrollo progresivo y la apertura de un futuro que desafiaba cualquier intento posterior de actuar o de pensar en términos de movimiento circular o giratorio. Y mientras que la palabra revolución se transformó radicalmente en el proceso revolucionario, ocurrió algo similar, pero infinitamente más complejo, con la palabra libertad. Mientras que con ella no se pretendía indicar nada más que la libertad “restaurada por la bendición de Dios”, seguiría refiriéndose a los derechos y libertades que hoy asociamos con el gobierno constitucional, lo que propiamente se llaman derechos civiles. Entre estos no se incluía el derecho político a participar en los asuntos públicos. Ninguno de los otros derechos, incluido el derecho a ser representado a efectos de tributación, fue resultado de la revolución, ni en la teoría ni en la práctica. Lo revolucionario no era la proclama de “vida, libertad y propiedad”, sino la idea de que se trataba de derechos inalienables de todos los seres humanos, al margen de dónde vivieran o del tipo de Gobierno que tuvieran. E incluso en esa nueva y revolucionaria extensión a toda la humanidad, la libertad no significaba más que la autonomía frente a todo impedimento injustificable, es decir, algo en esencia negativo. Los derechos civiles son resultado de la liberación, pero no constituyen en absoluto la auténtica sustancia de la libertad, cuya esencia es la admisión en el ámbito público y la participación en los asuntos públicos.

Lo sucedido a finales del siglo XVIII fue en realidad un intento de restauración y recuperación de antiguos derechos y privilegios que acabó justo en lo contrario

Ninguna revolución, independientemente de con cuánta amplitud abra sus puertas a las masas y a los oprimidos —les malheureuxles misérables o les damnés de la terre, como los llamamos en virtud de la grandilocuente retórica de la Revolución Francesa—, se ha iniciado nunca por ellos. Y ninguna revolución ha sido jamás obra de conspiraciones, de sociedades secretas o de partidos abiertamente revolucionarios. Hablando en términos generales, ninguna revolución es posible allí donde la autoridad del Estado se halla intacta, lo que, en las condiciones actuales, significa allí donde cabe confiar en que las Fuerzas Armadas obedezcan a las autoridades civiles. Las revoluciones no son respuestas necesarias, sino respuestas posibles a la delegación de poderes de un régimen; no la causa, sino la consecuencia del desmoronamiento de la autoridad política. En todos los lugares en los que se ha permitido que se desarrollen sin control esos procesos desintegradores, habitualmente durante un periodo prolongado de tiempo, pueden producirse revoluciones, a condición de que haya un número suficiente de gente preparada para el colapso del régimen existente y para la toma del poder.

Hannah Arendt (1906-1975) es una de las pensadoras más influyentes del siglo XX. Este texto forma parte del ensayo La libertad de ser libres, publicado por Taurus el 8 de noviembre. Traducción de Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda.

El siglo XX y la evolución de las culturas

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“El siglo XX puede servirnos como gigantesco resumen de la historia del ser humano, capaz de lo mejor y de lo peor”. José Antonio Marina y Javier Rambaud

Autor: José Luis Ibáñez Salas

Fuente: Nueva Tribuna, 21/12/2018

En Biografía de la humanidad. Historia de la evolución de las culturas (Ariel, 2018), libro que he comentado recientemente en Periodistas en Español, sus autores, José Antonio Marina y Javier Rambaud, dividen el siglo XX en dos mitades, a la primera, que llegaría hasta el final en 1945 de la Segunda Guerra Mundial, la llaman época de la locura, a la segunda (que llega hasta hoy, pues lo prolongan) la llaman época de las soluciones 2018122010063972289precarias. Consideran que 1989 y la caída del muro de Berlín es un punto de inflexión.

La época de la locura

Tras un reparto colonial a cargo de los países europeos que abre heridas entre los imperialistas que quieren ser más potencias que las potencias, con unos gobiernos desconectados de las preocupaciones de sus sociedades y más centrados en orientarse hacia la guerra, a comienzos del siglo XX ya se buscaban pretextos para un conflicto que se veía cada vez más como inevitable en medio de una “dialéctica de rearme continuo”. Muchos intelectuales seguían considerando a la guerra un asunto noble, higiénico.

Y la guerra estalla, una guerra fundamentalmente (pero no sólo) europea, la Gran Guerra, a la que llamamos desde hace décadas Primera Guerra Mundial porque luego vino otra.

Fue espantoso el balance de aquel conflicto bélico, con más de quince millones de muertos. ¿La humanidad no aprendió nada, como afirman los autores de Biografía de la humanidad…? En cualquier caso, a su final, en 1918, habían desparecido cuatro imperios (el ruso, el otomano, el austro-húngaro y el alemán) y otros dos quedaron muy dañados (el francés y el británico), y a la inmediata aceleración económica la sucedió desde 1929 una gran crisis mundial, la Gran Depresión.

Del convaleciente Imperio ruso nació en 1917 un revolucionario nuevo país que acogió los ideales marxistas de liberación de las clases desfavorecidas pero acabó convirtiéndose en un Estado totalitario. Y en algunos países, tras la Primera Guerra Mundial, destacando Italia y Alemania a ese respecto, triunfaron dictaduras de corte fascista que surgieron entre otras razones en contraposición a aquella extensión del comunismo. Los dos totalitarismos, el nazifascista y el socialistacomunista, “reflejaban el descontento con la modernidad, la inestabilidad del sistema capitalista y la polarización extrema de ideologías nacionalistas, socialistas y racistas surgidas el siglo anterior”. Fueron ambas ideologías, la comunista y la fascista, “respuestas revolucionarias ante el malestar generado por la modernidad industrial y el liberalismo político, con los múltiples conflictos que conllevaban (de clase, género, partido o nación), y la erosión de las comunidades tradicionales en nombre del individualismo”.

El mundo más desarrollado se organizó alrededor de esas dos ideologías y la liberal, a cuya contra habían surgido dichos totalitarismos.

El expansionismo alemán de su dictador nazi Adolf Hitler llevó a la Segunda Guerra Mundial. La guerra, que acabó estallando en septiembre de 1939, quería ser para Hitler “el crisol purificador la raza”, la mejor escenificación del darwinismo social: y fue la magnífica representación de la deshumanización de la humanidad que culminaría en el horrible Holocausto.

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La derrota en 1945 de los nazis y sus ultras aliados italianos y japoneses a manos de la alianza entre las democracias occidentales y la dictadura soviética fue sucedida por un mundo dividido que cabalgó inestable durante décadas sobre el filo de la llamada Guerra Fría.

La época de las soluciones precarias

En el nuevo orden mundial escindido en dos existía algo más que las dos superpotencias (Estados Unidos al frente de las sociedades capitalistas occidentales y la URSS capitaneando el llamado bloque soviético): pronto, en la década de los 60, la difusa comunidad de los países no alineados, casi todos salidos del proceso de descolonización postbélico, y también de inmediato, antes aún, desde 1949, la dictadura comunista china, al margen de la autoridad moscovita, un caso único de revolución llevada a extremos delirantes que sobreviviría a sí misma transformándose al acabar el siglo en un comunismo capitalista por supuesto sin democracia.

Tras la Segunda Guerra Mundial, “el mundo occidental disfrutó de un periodo de desarrollo mantenido, que implantó una sociedad de consumo. Y en 1948, amparada en la recién creada Organización de las Naciones Unidas (ONU), se acordó la Declaración Universal de Derechos Humanos con el objeto de fundar una especie de nunca más taponador de una nueva confrontación mundial, que incluía en su preámbulo “la dignidad como base de nuestra arquitectura política y legal” tendente al establecimiento de la libertad, la justicia y la paz en el mundo.

“Una de las mutaciones más revolucionarias” del siglo pasado fue el movimiento de liberación de la mujer (el movimiento feminista), esencialmente si atendemos al finalmente fracasado proyecto socialista desmoronado con la caída del Imperio soviético desde finales de la década de 1980:

“Una vez conseguido el voto, el movimiento feminista se centra en la lucha contra la discriminación, en la crítica de las estructuras sexistas de poder y en la concienciación ante las desigualdades en la familia y el trabajo”.

El legado del siglo XX

Globalización y feminismo son dos de las grandes herencias que el XXI ha recibido del XX. El fenómeno cultural que (ya) es la globalización se gestó definitivamente en el siglo XX. Las dos ramas específicas de la tecnología en ese siglo fueron la informática y la ingeniería genética, a decir de Rambaud y Marina. Ellas están en la base del posthumanismo hacia el que los sapiens nos podemos ver abocados (ya en el siglo XXI, hoy en día, estamos a punto de entrar en la era del posthumanismo: la gran amenaza que pesa sobre nuestra especie es que “la humanidad puede deshumanizarse”).

Y…

“En la actualidad, hay dos serias amenazas: la ecológica y los niveles intolerables de desigualdad que puedan alcanzarse”.

Ambas las hemos heredado del siglo XX, que, a su vez, las heredó de la noche de los tiempos. Aunque la desigualdad parece que desciende desde hace docenas de años, aún está ahí, arriesgándolo todo. Y el equilibrio ecológico está seriamente tocado desde los daños que hemos infligido a la Tierra con nuestros avances.

Del brutalismo del mariscal Tito al Valle de los Caídos: la reivindicada arquitectura de los dictadores.

Monumento brutalista al levantamiento del pueblo de Kordun y Banija construido durante la Segunda Guerra Mundial por el arquitecto Veliki Petrovac en Croacia.

Autor: Mario Suárez,

Fuente: El País, 29/08/2018

Bogdan Bogdanović (Belgrado, 1922- Viena, 2010) probablemente fue uno de los arquitectos europeos más importantes del siglo XX. Pero pocos conocen su nombre. Ni sus obras. El mariscal Tito, el dictador yugoslavo que estuvo en el poder desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta su muerte en 1980, le encargó la construcción de 20 monumentos conmemorativos contra el fascismo. Hoy, muchos de estos espacios están marginados, relegados por su vinculación con la dictadura socialista.

El caso de Bogdanović no es el único. Se podrían añadir a la lista de arquitectos de la ex-Yugoslavia en el olvido por su relación con un régimen dictatorial nombres como Juraj Neidhardt, Svetlana Kana Radević, Edward Ravinikar, Vjenceslav Richter o Milica Sterić. Todos ellos forman parte de una exposición en el MoMA (Museo de Arte Moderno) de Nueva York que habla de memoria y de justicia arquitectónica, Concrete Utopia: Architecture in Yugoslavia, 1948-1980.Esta muestra abre el debate sobre los grandes y olvidados arquitectos que colaboraron en la difusión de las dictaduras europeas, como la de Franco o Hitler.

La torre Avala TV, cerca de Belgrado. Destruida en 1999 y reconstruida en 2010. Sus arquitectos son Uglješa Bogunović y Slobodan Janjić.
La torre Avala TV, cerca de Belgrado. Destruida en 1999 y reconstruida en 2010. Sus arquitectos son Uglješa Bogunović y Slobodan Janjić.

La exposición que acoge el MoMA habla, a través de 400 dibujos, maquetas y fotografías de la capacidad arquitectónica de la época socialista, con ejemplos de brutalismo y experimentación constructiva desconocida aún hoy, casi tres décadas después desde la caída de la República de Yugoslavia en 1992. “La muestra excede la visión de lo público, habla de este brutalismo pop, muy reivindicado hoy en redes sociales como Instagram. Pero también es una muestra polémica, porque estos edificios se construyeron para conmemorar victorias socialistas y, tras la caída de la dictadura de Tito, se quedaron abandonados”, cuenta Iván López Munuera, comisario de exposiciones y crítico de arte y arquitectura.

Ilinden, conocido como Makedonium, es un monumento en Kruševo, República de Macedonia.
Ilinden, conocido como Makedonium, es un monumento en Kruševo, República de Macedonia.

Si en las últimas tres décadas muchas de estas joyas arquitectónicas fueron aniquiladas del patrimonio –hoy recuperados por el fenómeno del brutalismo en Instagram–, lo mismo pasó con esos arquitectos. Bogdanivić, por ejemplo, con la llegada del nacionalismo serbio de Slobodan Milošević, vivió como disidente en su propio país. “Esta muestra plantea cuestiones contemporáneas sobre memoria e historia, abre un debate sobre la integración de los monumentos contemporáneos en el patrimonio. Es muy trasladable a lo que está pasando en España con el Valle de los Caídos, sobre cómo los monumentos pueden contener diferentes ideologías”, explica López Munuera.

Yugoslavia, que en los años de dictadura socialista vivió en la llamada Tercera Vía –alejada de la Guerra Fría– focalizó su modernización en la mejora de la vida cotidiana de los ciudadanos con grandes propuestas de urbanismo. Aquí la arquitectura tomó un rumbo político que se materializó en grandes rascacielos, edificios con formas sorprendentes y magnos monumentos.

“Existen ejemplos como la Biblioteca Nacional de Kosovo, que tiene referencias otomanas, brutalistas –fue utilizada para los refugiados de Bosnia-Herzogovina y Croacia durante la guerra de Yugoslavia­– y que realmente hoy se entiende como un monumento a las relaciones entre las diferentes identidades, que incluso fue reivindicado por Susan Sontag”, comenta el crítico de arquitectura. “Algo parecido debería hacerse con el Valle de los Caídos, no desmontarlo. Lo acertado es transformarlo en un lugar de discusión”, añade.

La Biblioteca Nacional de Kosovo, del arquitecto Andrija Mutnjakovic.
La Biblioteca Nacional de Kosovo, del arquitecto Andrija Mutnjakovic.

En España, tras la decisión del gobierno de exhumar los restos de Franco de su mausoleo, comienza el debate de reivindicar la figura de arquitectos adscritos a la dictadura franquista, como Pedro Muguruza y Diego Méndez –arquitectos del Valle– o Francisco de Asís Cabrero, entre otros. “Fueron una serie de arquitectos que, en edad temprana y antes de la Guerra Civil, experimentaron mucho, aunque luego se dejaron llevar por el falangismo”, cuenta David Pallol, historiador y autor de Construyendo un imperio: Guía de la Arquitectura franquista en el Madrid de la Posguerra (La Librería).

El Palacio de La Prensa y el edificio Coliseum, de Pedro Muguruza y Casto Fernández-Shaw, situado en el corazón de la Gran Vía de Madrid; o la Casa Sindical –actual Ministerio de Sanidad–, de Francisco de Asís Cabrero y Rafael Aburto, son ejemplos de buena arquitectura de vanguardia realizada por arquitectos adscritos al régimen. “Siguieron las directrices de la Escuela de Chicago. Se fijaban mucho en Nueva York, aunque lo más interesante que hicieron durante el régimen fueron las viviendas sociales”, añade Pallol. “La colonia de casas de la Virgen del Pilar (Avenida de América) fue una propuesta muy experimental, con nuevas técnicas de construcción que, al no representar al poder, se creaban con más audacia por estos arquitectos”, remata el historiador.

Palacio de la Prensa, del arquitecto falangista Pedro Muguruza, y el edificio Capitol, de los arquitectos Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced y Eced.
Palacio de la Prensa, del arquitecto falangista Pedro Muguruza, y el edificio Capitol, de los arquitectos Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced y Eced. GETTY IMAGES

“Respecto al Valle de los Caídos, desde el punto de vista arquitectónico, no vale nada, es plomizo, muy pesado, tétrico. No hay por dónde cogerlo. Lo único que tiene valor es lo paisajístico. El propio Muguruza tuvo que luchar mucho contra Franco, porque el dictador tenía un concepto mucho más caduco de la arquitectura y quería meter cruces por todos lados”, explica Pallol.

La recuperación y puesta en valor de estas construcciones realizadas en periodos dictatoriales en Europa también se cuestiona en Alemania con los restos arquitectónicos de los nazis. El último ha sido el Campo Zeppelin levantado por el arquitecto del Tercer Reich Albert Speer, en Nüremberg. Esta mole de 1934, inspirada en el Altar de Pérgado de origen helénico para ver los desfiles militares nazis, se cae a pedazos. Nadie se atreve a poner sobre una mesa los 70 millones de euros que costaría su restauración.

Campo Zeppelin levantado por el arquitecto del Tercer Reich Albert Speer, en Nüremberg.
Campo Zeppelin levantado por el arquitecto del Tercer Reich Albert Speer, en Nüremberg. ALAMY