Los 70 minutos que decidieron el destino de miles de judíos italianos.

Un fotograma de ‘1938. Diversi’.

Autor: TOMMASO KOCH

Fuente: El País, 04/09/2018

El destino de los judíos se decidió en poco más una hora. Su suerte empezó a tambalearse a las 16.00. A las 17.10, cuando terminó el debate, ya estaba condenada. “En una atmósfera de consenso enfurecido”, según el documental 1938. Diversi, el Parlamento italiano aprobó las leyes raciales que entraron en vigor el 17 de noviembre de aquel año. “Me di cuenta solo entonces de que era judío”, cuenta uno de los entrevistados en el filme. Únicamente por ello, a partir de ese día, ya no podría ejercer como profesor, poseer terrenos, casarse con alguien de la presunta raza aria itálica y una infame lista de etcéteras. La estrategia antisemita que el régimen fascista de Mussolini llevaba años fraguando culminó así en una de las páginas más oscuras de la historia del país. 1938. Diversi, que se proyecta estos días fuera de competición en el festival de Venecia, indaga en el proceso que llevó a ese abismo nacional. Para no olvidarlo, justo cuando se cumplen 80 años de aquella vergüenza; y como aviso, porque la sombra del racismo vuelve a alargarse sobre Italia.

“Queríamos investigar más sobre esas leyes, tomar conciencia de ese periodo y esclarecerlo. Cuando empiezas a preguntar por ahí, llegan muchos silencios incómodos y respuestas confusas”, asevera Giorgio Treves, director del documental. Para excavar hacia la verdad, el cineasta ha acudido a las fuentes y los géneros más variados: historiadores, ensayistas, testigos directos, políticos y documentos de la época tratan de reconstruir el puzle; para narrarlo, se mezclan animación, grabaciones de archivo, entrevistas y recreaciones teatralizadas de las palabras de Mussolini. “No hay que creer que el Duce abrazara el antisemitismo por Hitler. Fue un camino autónomo”, agrega Treves.

El fascismo puede volver escondido tras las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo

UMBERTO ECO

Con otro anuncio del dictador, pronunciado por él mismo, arranca el documental. En septiembre de 1938, en Trieste, informa a una grey entusiasta de que “el judaísmo mundial ha sido un enemigo irreconciliable”. El dictador culpa de todos los males a un grupo que representa, en ese momento, una milésima parte de la población. Y que vivía tan integrado que se sentía “casi antes italiano que judío”, explica Treves: había protagonizado el movimiento de liberación del Risorgimento, participado con entusiasmo en la Primera Guerra Mundial y unos 200 incluso desfilaron en la marcha sobre Roma con la que el fascismo se adueñó del poder, como señala el documental. Muchos estaban afiliados al partido de Mussolini, aunque su presencia también fue poderosa en el antifascismo.

“El problema del judaísmo surge cuando el régimen lo impone desde arriba”, reflexiona Treves. Y varias voces del documental coinciden en ello: los italianos no eran entonces antisemitas, o racistas. Mientras el odio contra los judíos montaba en Europa, del caso Dreyfus a los pogromos rusos, pasando por la difusión de Los protocolos de los sabios de Sion, en Italia resistía un estatuto de 1848 que había abolido los guetos y sentenciado la igualdad de los ciudadanos. Mussolini, sin embargo, tenía ideas y, sobre todo, necesidades opuestas.

Otro fotograma de '1938. Diversi'.
Otro fotograma de ‘1938. Diversi’.

Así que, en 1936, empieza a imaginar el alejamiento de la vida pública de los judíos, según el filme. “Los italianos han de hacerse más duros, implacables, odiosos. Es decir, líderes”, escribe Mussolini. Para compactar a su pueblo y reforzar su poder, el dictador cita al imperio romano, lanza la guerra colonial contra Etiopía y envía sus tropas en apoyo a Franco. “Cuando termine la lucha en España, inventaré otra cosa”, son sus palabras que resuenan en 1938. Diversi. Y en la raza, Mussolini encuentra uno de los pilares más sólidos para su proyecto.

“Sus escritos juveniles contienen frases contra los judíos pero no se le podía considerar antisemita. Aunque el racismo encaja en la actitud fascista de abuso del fuerte sobre el débil”, defiende Treves. En el documental, se ve como el Duce pone a su propaganda a inculcar el mito de la raza italiana, sobre todo en los más jóvenes. Los artículos denigratorios se multiplican, “las páginas de sucesos solo hablan de judíos”, explica el filme. Y en el verano de 1938, el fascismo halla su base seudocientífica con la publicación del Manifiesto de la raza, encargado por Mussolini a 10 estudiosos.

Meses después, ya hay bares que prohiben la entrada “a perros y judíos”. Como dice uno de los testigos en el filme, “aquel hilo de tinta negra que firma las leyes raciales se engrosa hasta convertirse en la vía de tren que lleva a Auschwitz”. Mientras, la mayoría de los italianos asiste “con una indiferencia que se convierte en complicidad”, según la película. Y su director avisa de que aquel “virus” que el régimen inoculó en los italianos aún no ha sido aniquilado.

Umberto Eco ya lo dijo, en 1994: “El fascismo puede volver escondido tras las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo”. Y con esa frase se cierra el filme. “Cuando un político propone un censo de los gitanos, es peligroso”, tercia Treves. Así lo hizo el actual ministro del Interior de Italia y líder de la Liga, Matteo Salvini, volcado en la lucha contra la inmigración y quien también afirmó: “Los gitanos italianos, por desgracia, tenemos que quedárnoslos”. El cineasta encuentra denominadores comunes entre ambas épocas en el “estado de crisis, la necesidad de chivos expiatorios y las simplificaciones que se vuelven eslóganes”. Y pide ayuda a la memoria: “Todo eso ha existido. Recordémoslo. Y evitémoslo”. La lección está ahí, en la historia. Basta leerla.

El asesinato de Trotsky.

Autores: Pablo Menendez Fernández y Nayade Libertad García Huelves, 30/08/2018

Fuente: revistadehistoria.es

El 20 de Agosto de 1940, Ramón Mercader clavó un piolet en la cabeza de Trotsky.

Mientras Mercader recibía una paliza brutal, cortesía de los guardaespaldas de Trotsky, este último gritaba:

“¡No le matéis! Tiene que decir quién le envía.”

Trotsky murió al día siguiente. ¿Por qué sucedió todo esto?

El asesinato de Trotsky

Es bien conocido el papel de Liev Davidovich Bronstein (conocido en España como León Trotsky), nacido en Ucrania en los últimos meses del año 1879 (la fecha exacta no se conoce con seguridad), en la Revolución Rusa de 1917, en la Guerra Civil Rusa, y su influencia como ideólogo y político de la URSS. Por ese motivo, el propósito de este artículo es hacer una breve semblanza de los hechos conocidos acerca de su asesinato.

El primer “punto de inflexión” que llevaría a la muerte de Trotsky es su exilio de la URSS en 1929, tras sus disputas ideológicas con Stalin y su progresiva degradación como dirigente del gobierno soviético por este motivo.

Trotsky iniciaría en los años siguientes un peregrinaje por Turquía, Francia y Noruega, hasta recalar finalmente en México en 1936, un país que ese momento estaba sufriendo un proceso de apertura bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas.

Es en este momento cuando entra en escena su asesino. Su nombre era Ramón Mercader del Río, aunque se hacía llamar Jacques Mornard. Nacido en Barcelona en Febrero de 1914, Mercader del Río provenía de una familia burguesa catalana. Su padre, Pablo Mercader, había hecho fortuna en la industria. Sin embargo, su madre, Eustaquia María Caridad del Rio Hernández, nacida en Cuba pero de origen español, tenía opiniones izquierdistas.

Caridad del Río Hernández formó parte de la GPU como agente secreto en Paris. Ramón Mercader del Rio fue miembro del Partido Socialista Unificado de Cataluña. Participó en la guerra civil española, como soldado del ejército republicano español. En 1937 viajaría a la URSS. Pronto ingresó en los servicios secretos soviéticos como infiltrado de la policía estalinista: el NKVD. Ramón Mercader pronto recibió la misión de asesinar a León Trotsky.

Una vez en México, Trotsky se instaló en la Casa Azul, propiedad de Frida Khalo y Diego Rivera, conocidos artistas de los círculos intelectuales mexicanos. La relación de Trotsky y Frida Khalo ha sido ampliamente discutida. Ambos llegaron a ser incluso amantes. En cualquier caso, durante su estancia en México, Trotsky se vio rodeado casi constantemente por admiradores y seguidores de sus ideas intelectuales. Y de este hecho se aprovecharía Ramón Mercader para cometer su crimen.

Mercader utilizaría la identidad falsa de Jacques Mornard. El servicio secreto soviético preparó un encuentro aparentemente casual con Silvia Ageloff, secretaria personal de Trotsky. Mercader inició una relación sentimental prefabricada con Ageloff, lo que, poco a poco, le permitió introducirse en los círculos más íntimos de Trotsky. Aun así el proceso fue lento. De hecho, Mercader era el “plan B” del servicio secreto soviético.

En la madrugada del 23-24 de Mayo de 1940, un grupo de pistoleros encabezado por David Alfaro Siqueiros (rival artístico e intelectual de Diego Rivera) asaltó la Casa Azul. El ataque fue repelido y, ante el fracaso de la operación, el propio Stalin dio el visto bueno a la Operación Pato.

Mornard comenzó a escribir artículos periodísticos, con el objetivo secreto de presentárselos a Trotsky para unas hipotéticas correcciones y así poder acceder a su domicilio. Y entonces sucedió lo inevitable. 20 de Agosto de 1940. Trotsky aceptó que Mornard le presentara unos manuscritos. Trotsky se acercó a una ventana para ver con claridad los papeles y entonces Mornard atacó.

Un piolet clavado en la nuca. Sangre. Gritos. Golpes. Convulsiones.

Así murió uno de los pensadores más importantes del siglo XX.

Tras el asesinato de Trotsky, Mercader del Río pasó casi veinte años en prisión. Durante este tiempo se dedicó a alfabetizar a sus compañeros de prisión. Tras su salida de la cárcel se trasladó hasta la URSS, dónde se le conocía como Ramón Pavlovich López. Recibió la distinción de Héroe de la Unión Soviética y la Medalla de Lenin.

Por extraño que pueda parecer, estos años en la URSS pasaron factura a Mercader del Río. Quizá porque fue entonces consciente de lo que significaba vivir bajo una dictadura, por mucho que la suya fuera una dictadura proletaria y su cárcel, una cárcel de oro.

Se trasladó a La Habana castrista. Murió en Octubre de 1978. Antes de desaparecer, Mercader del Río escribió una carta a Santiago Carrillo solicitando asilo político en España. Su petición fue denegada.

“Mató a Trotsky, pero malo no era”.

Eso es lo que Sara Montiel llegó a decir de Ramón Mercader, un personaje ambivalente, complejo y tan fascinante como el propio Trotsky.

Mercader no era lunático de ojos saltones con vocación de magnicida, sino un caballero culto, educado y refinado. Quizá un tanto burgués, aún a pesar de su fanatismo comunista.

El día que Stalin se enamoró del fútbol en la Plaza Roja.

La Plaza Roja el 6 de julio de 1936, cuando se disputó un partido en honor a Stalin

Autor: Jaime Rodríguez.

Fuente: El Mundo, 19/06/2018.

Hoy Rusia respira fútbol en todas sus ciudades, desde los coquetos clubs de playa de Sochi hasta las calles de Rostov, la ciudad portuaria donde hace un siglo era tan fácil enamorarse como acabar desplumado. Dicen que, por la mezcla racial de tal cruce de caminos, la belleza de sus mujeres era tan arrebatadora como peligrosas sus tabernas. El Mundial es orgullo para el país. Durante los partidos, lo comprobó España en su debut, los aficionados locales rompen a gritar ‘Rusia, Rusia’ de repente, mientras encienden las luces de sus móviles. Que se prepare la selección para una noche de intenso patriotismo si en octavos le toca cruzarse con la anfitriona.

Vladimir Putin le gusta más la caza que la pelota, pero quiere utilizar el campeonato para afianzar el sentimiento nacional, demostrar a los suyos y al exterior su capacidad organizativa y enviar un mensaje al mundo de poderío. Tira del fútbol, un deporte que entró con acento inglés en el Imperio en 1898, a través de San Petersburgo, y que no apareció en la capital hasta el nuevo siglo. Primero, en un rústico formato denominado fútbol salvaje, donde había tantas patadas a las piernas como al balón. Esa modalidad era heredera de la peleas dominicales que vecinos de todos los barrios de la ciudad organizaban a orillas del río Moscova. Lucha regulada y con ciertos toques de, digamos, caballerosidad (siempre uno contra uno, no cebarse, utilizar guantes y gorro, no golpear bajo la cintura, no perseguir al herido…).

En los años 20 el fútbol fue evolucionando gracias al impulso de los clubes de Moscú. Fue el del barrio obrero de Presnya el que más popularidad alcanzó, gracias al esfuerzo de los hermanos Stárostin, con el primogénito Nikolai al frente. El fútbol en la Unión Soviética no se entiende sin este clan, creadores del Spartak, maestros del fútbol para la familia Stalin y, como muchas figuras relevantes de la época, víctimas del feroz aparato represor comunista. Su rivalidad con los equipos del Ejército Rojo (CSKA) y de la policía secreta (Dinamo) les pasaría grave factura más adelante.

Nunca les perdonaron que fuera el Spartak el equipo elegido por el Partido Comunista para mostrar a Stalin cómo era ese deporte que tanto éxito tenía entre la población. Se decidió que el 6 de julio de 1936, en la Jornada de la Cultura Física, el equipo más popular de la ciudad, el que sus propios jugadores habían levantado sus primeros campos de entrenamiento, pico y pala en mano, enseñaran al gran líder los encantos del fútbol.

Espartaco

Unos meses antes el club había sido rebautizado, en otro golpe de imagen que ayudó a fomentar su fama de entidad valiente, del pueblo y alejado del aparato gubernamental (todo lo alejado que se podía estar en aquellos salvajes años 30 del Estalinismo). Tras noches en vela debatiendo, Nikolai se acordó de Espartaco, el esclavo gladiador que lideró la rebelión contra la República romana. »Spartak, en ese nombre breve y sonoro se advertía un espíritu indomable. Me pareció muy adecuado», recuerda en sus memorias, mencionadas en Fútbol y poder en la URSS de Stalin, un interesante librito de Mario Alessandro Curletto.

Para la exhibición fue necesario tejer una inmensa alfombra de fieltro de 10.000 metros cuadrados para que tapara los adoquines de la Plaza Roja y se pudiera jugar el partido. Los propios futbolistas ayudaron a la mayúscula misión, cosiendo por la noche el tapete y recogiéndolo por la mañana para no interrumpir la circulación. Los sectores oficialistas vinculados a los clubes rivales trataron de boicotear el evento por todas las vías. Los bomberos denunciaron que semejante tapiz corría el riesgo de provocar un gran incendio y la policía secreta, que los jugadores podrían sufrir graves lesiones sobre la dura superficie de la plaza, »con la mala imagen que eso daría ante Stalin», advertían.

Nikolai Stárostin, ya por entonces máximo dirigente del Spartak, tuvo que tirar de ingenio, seducción y contactos en las altas esferas para que el evento no se cancelara. Ante la presencia de dos comisarios preocupados por los riegos físicos de la cita, ordenó a uno de sus futbolistas que se tirara al suelo. Lo hizo obediente. »¿Te duele algo?», le preguntó. »Para nada, estoy perfecto» fue la respuesta que dejó sin argumentos a las autoridades contrarias a ese peculiar partido organizado por el Spartak.

El objetivo era entretener a Stalin durante media hora, y si antes mostraba síntomas de aburrimiento, suspender de inmediato el encuentro. Un amigo de Nikolai, ubicado en el palco cerca del terrible dictador, mostraría discretamente un pañuelo blanco al mínimo gesto de reprobación del dirigente. En esa época, con desapariciones diarias, fusilamientos y deportaciones masivas, molestar lo más mínimo al líder supremo era peligrosísimo.

Pero, al contrario, el famoso fútbol, esa pasión de las calles, entusiasmó al primer camarada, obligando a estirar el partido hasta 43 minutos. Otra vez le tocó a Nikolai Stárostin improvisar, porque el show entre el Spartak y su combinado reserva, perfectamente ensayado, estaba ajustado tan sólo a media hora. Todo correspondía a un guion previo, desde los goles, cada uno en una suerte distinta para que Stalin apreciara la variedad del deporte (de cabeza, de penalti, de tiro lejano…), hasta las jugadas defensivas y, por supuesto, el resultado final: 4-3 para el primer equipo. Reconocería Nikolai en sus memorias que esos 13 minutos extra, sin pautas previas, fueron los más largos de su ajetreada vida.

El partido fue un éxito para el fútbol en Moscú y, por extensión, en toda la URSS, aunque a los Stárostin le salió muy caro. En 1941 fueron detenidos por idear, según los cargos inventados por sus enemigos, un complot para asesinar al propio Stalin. Tan disparatada acusación se terminó diluyendo, pero no pudieron evitar ser culpables de difundir valores burgueses en la patria. Bastaron a los represores unos comentarios positivos de Nikolai sobre el tenis, modalidad prohibida por el comunismo, para que él y sus tres hermanos pasaran más de diez años en prisiones y campos de trabajo.

En los años 50, vivo gracias al fútbol (hizo de entrenador en las diferentes cárceles por dónde pasó) retomó las riendas del Spartak, no sin antes convertirse durante un tiempo en protegido del propio hijo de Stalin, Vasily. Un loco, entre otras muchas cosas, del fútbol. Hoy en el nuevo estadio del equipo del pueblo, Polonia juega contra Senegal.

Henry Ford, el amigo americano de los nazis.

Autor: Nacho Otero.

Fuente: Muy Historia.

El lugar: Cleveland, Ohio (EE UU). La fecha: 30 de julio de 1938. Un emocionado pero vigoroso anciano que cumple ese día 75 años recibe, de manos del cónsul alemán, el mejor regalo de aniversario imaginable para un hombre como él, la Gran Cruz de la Orden del Águila Alemana –Grosskreuz des Ordens vom Deutsche Adler, consistente en una estrella de ocho puntas con una Cruz de Malta y una banda de color rojo. Es la más alta condecoración que los nazis conceden a un extranjero; el piloto Charles Lindbergh, otro “héroe americano” muy bien avenido con el hitlerismo –aunque luego redimido por su actuación en la II Guerra Mundial–, tendrá que conformarse, el 19 de octubre de ese mismo año, con una medalla de menor valor, la estrella de seis puntas. Pero es que ese anciano no es alguien cualquiera: se trata de Henry Ford, el único estadounidense mencionado por su nombre en Mein Kampf.

En efecto, Ford fue probablemente el más ilustre de los abiertos simpatizantes con que contó Hitler en las democracias occidentales, y aun más que eso: fue una de sus grandes influencias. Millonario nacido en la pobreza, inventor prolífico, fundador de la multinacional del automóvil Ford Motor Company y padre de la producción industrial en cadena –el fordismo–, era además un antisemita fanático con veleidades periodísticas. Y así, el libro El judío universal: el mayor problema mundial (1920), una recopilación de los artículos antijudíos que dictaba para su periódico The Dearborn Independent, sería leído por el dictador nazi cuando aún gestaba su ideario y se convertiría en su obra de cabecera. Hitler llegó a colgar la foto de Ford en la pared de la celda en la que pergeñó Mein Kampf (1925) y basó varias secciones de su libro en los escritos del americano, al que decía “reverenciar”: “Solo Ford mantiene su total independencia frente a los judíos (…). Haré lo que pueda para poner sus teorías en práctica en Alemania”. Dicho y hecho: el Volkswagen, el coche del pueblo orgullo del nazismo, fue modelado a imagen del Ford T.

La banca siempre gana

Pero Ford no solo proveyó a Hitler de ideas, sino también de dinero y material industrial, y en esa forma de colaboración con el enemigo no estuvo ni mucho menos solo. En su polémico libro Wall Street and the rise of Hitler (Wall Street y el ascenso de Hitler), el economista británico Antony C. Sutton afirma que, sin el apoyo de la banca y el mundo financiero e industrial americano, no habría existido Hitler, o al menos no habría logrado llevar al mundo, en 1938, al borde del abismo. Sutton ofrece contundentes testimonios y pruebas de la financiación del Partido Nazi desde sus mismos orígenes, y más tarde del ambicioso programa de obras públicas y rearme del Tercer Reich, por parte de diversos gigantes corporativos y grupos bancarios estadounidenses.

Los nombres citados no son los de ningún advenedizo. Aparte del ideológicamente afín Ford y su Ford Motor Company, aparecen otros personajes y empresas no menos señalados, aunque con motivaciones aparentemente más espurias (el mero ánimo de lucro): John D. Rockefeller y la Standard Oil; el Chase Bank y el Morgan Bank, también controlados por la familia Rockefeller; James Mooney, jefe ejecutivo para operaciones en el extranjero de General Motors –condecorado asimismo por los nazis–; la Union Banking Corporation, dirigida por Prescott Bush, padre y abuelo de sendos presidentes americanos… Se da la curiosa circunstancia de que esta última corporación sería la única castigada por la Administración Roosevelt por sus conexiones con el nazismo, si bien solo tras la entrada en la guerra de EE UU; antes, el Departamento del Tesoro había aprobado todas sus transacciones. En 1942, sus activos fueron incautados y Bush y otros directivos fueron a parar a la cárcel.

El alzamiento irlandés de 1916

Autora: 

Fuente: Muy Historia.

Esta rebelión irlandesa contra las autoridades británicas se puso en marcha el 24 de abril de 1916. Como era lunes de Pascua, coincidió con un día de celebración religiosa para la comunidad católica irlandesa que se ha vuelto simbólico. El objetivo de los sublevados era extender la revuelta a toda la isla, pero el levantamiento no se produjo en todo el territorio.

Mientras que en Belfast se optó por no actuar debido a la preeminencia unionista, la insurrección se centralizó en Dublín, donde se movilizaron más de un millar de personas armadas para ocupar posiciones estratégicas y simbólicas de la ciudad.

Un pequeño grupo de poetas, escritores y maestros socialistas revolucionarios que contaba con el apoyo tibio de Alemania ocupó la Oficina General de Correos de la Sackville Street (hoy O’Connell Street), reemplazó la bandera del Reino Unido por la tricolor (el verde nacionalista, el naranja unionista y el blanco de la paz y la reconciliación), y Patrick Pearse leyó con voz solemne la proclamación de la República que empieza así: “Irlandeses e irlandesas, en el nombre de Dios y de las generaciones muertas de las cuales recibió su vieja tradición y nacionalidad, Irlanda, a través de nosotros, convoca a sus hijos bajo su bandera y se rebela por su libertad”.

 

Fue un texto muy progresista para su tiempo, el primero de esta naturaleza que se dirigía por igual a los hombres y a las mujeres, prometía el fin de la discriminación religiosa, y abogaba por la igualdad de oportunidades y el sufragio universal.

Organizado por los siete miembros del consejo militar de la Hermandad Republicana Irlandesa y con el apoyo de únicamente 1.600 rebeldes en todo el país, el Alzamiento de Pascua fue portada de The New York Times ocho días seguidos.

Las autoridades de Reino Unido habían destinado la mayor parte de sus esfuerzos a la Primera Guerra Mundial y el Gobierno de Londres mantenía una presencia militar muy reducida en Irlanda. Esto hizo que las tropas inglesas no pudieran enviar suficientes efectivos para responder a la insurrección hasta dos días después. Aun así, una vez llegó con los batallones suficientes para actuar, la armada británica atacó con dureza y al cabo de cuatro días acabó con la rebelión.

Una semana más tarde, tras la llegada de veinte mil soldados británicos, la insurrección había sido sofocada con un balance de 450 muertos, más de la mitad civiles, y dos mil heridos.

Dos centenares de edificios del centro de la capital fueron destruidos por la artillería británica.

Poco después fueron fusilados todos los cabecillas de la sublevación.

La única excepción fue Éamon de Valera, cuya sentencia de muerte fue conmutada por haber nacido en Nueva York y tener pasaporte norteamericano, y que acabó siendo presidente del Gobierno irlandés.

En la fachada de la casa de correos de Dublín, que todavía perdura en el centro de la ciudad y que fue el cuartel general del levantamiento, pueden verse las marcas de los disparos y está considerado como un monumento nacional.

Irlandesas combatientes

Enfermeras, cocineras, mensajeras y también combatientes, las mujeres irlandesas también fueron protagonistas heroicas de aquella rebelión en la Pascua de 1916 que condujo a sus líderes ante el pelotón de fusilamiento, pero que levantó al pueblo irlandés hasta conquistar su independencia.

Adolf Hitler, el gallinita

Adolf Hitler y Eva Braun

Autor: Carlos Prieto, 17/05/2015.

fuente: El Confidencial

Hitler no está vivo. Lo decimos porque, ahora que se cumplen siete décadas de su suicidio, quizá se topen ustedes con algún artículo asegurando que el icono del Tercer Reich está tomando las aguas en Bariloche, compartiendo bungaló brasileño con Elvis o en la mismísima Luna… En efecto, lo crean o no, una de las teorías de la conspiración más populares asegura que los nazis enviaron a Hitler a la Luna en un cohete poco antes de la toma rusa de Berlín; si esto es así, a Neil Armstrong le debió dar un infarto cuando se topó en el satélite con un tipo con bigote completamente desaforado…

Bromas aparte, los últimos pasos de Hitler están lo suficientemente documentados como para que existan ensayos como La máscara del mando (Turner), de John Keegan, estudio que compara el liderazgo militar de cuatro figuras históricas: Alejandro Magno, Wellington, Grant y Hitler.

Aunque cada uno de estos líderes es hijo de su época –a Alejandro Magno le gustaba jugarse el pescuezo en el frente, loca costumbre que ha ido perdiendo fuerza con el tiempo­–  el análisis de las particularidades militares de Hitler nos permite comprender mejor los últimos días del Tercer Reich.

El título del largo capítulo dedicado al líder nacionalsocialista (90 páginas) no deja lugar a muchas dudas:  El falso heroísmo: Hitler como jefe supremo. ¿Era Hitler un gallinita?

He aquí las palabras del Führer al pueblo alemán el día (22 de diciembre de 1941) que decidió asumir el mando pleno de las operaciones militares:

“Conozco la guerra desde el tremendo conflicto en el frente occidental de 1914 a 1918. Experimenté personalmente los horrores de casi todas las batallas como soldado raso. Fui herido en dos ocasiones y después estuve a punto de quedarme ciego. Es el ejército el que carga con el peso de la batalla. He decidido, por lo tanto, en mi condición de jefe supremo de las fuerzas armadas alemanas, asumir personalmente la jefatura del ejército. De este modo, nada de lo que os atormente, de lo que os pese y de lo que os angustie me será desconocido”.

¿Conclusiones de Keegan sobre el arrojo militar del líder? Que no pisaba el frente bélico ni en pintura.

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Las claves del genocidio armenio.

Imagen del Instituto-Museo del Genocidio Armenio en la que se ve a un grupo de armenios ahorcados por las fuerzas otomanas en junio de 1915. / AFP

Fuente: El País Internacional.

Autor: Andrés Mourenza, 22/04/2015.

En 1915, el Gobierno otomano ordenó la deportación de los armenios, una comunidad cristiana, a los desiertos de Siria. En la persecución que siguió murieron cerca de un millón de personas. Estas son las claves de un genocidio que comenzó hace ahora 100 años.

El contexto. Un imperio en descomposición

A principios del siglo XX, entre 1,5 y dos millones de armenios habitaban el Imperio Otomano, y algunos miembros de la comunidad gozaban de posiciones respetables en el seno de la Administración —hubo incluso ministros armenios—, en los negocios financieros o como arquitectos de la corte del sultán, pues era notoria su fama de hábiles artesanos (la industria de los platillos de batería a nivel mundial tiene su origen en los armenios de Estambul).

Pero el estado del imperio era deplorable: en los 50 años previos a la Primera Guerra Mundial, los otomanos habían perdido vastas extensiones de su territorio ante las potencias europeas de la época, provocando un éxodo de varios millones de refugiados musulmanes hacia Anatolia, que llevaban consigo el odio a los cristianos que los habían perseguido y expulsado de los Balcanes, Crimea y el Cáucaso, algo que contribuyó al auge de movimientos nacionalistas turco-musulmanes.

La situación económica también era catastrófica, y el Estado Otomano se veía continuamente obligado a hacer concesiones a sus prestamistas: las mismas potencias europeas que lo derrotaban en el campo de batalla. En las provincias de Anatolia Oriental, los armenios eran sometidos al constante pillaje de las tribus kurdas y al maltrato de las autoridades otomanas, por lo que surgieron varias organizaciones como la Federación Revolucionaria Armenia (Dashnak) o el Partido Hunchak, que buscaban un levantamiento general y la intervención de las potencias en su auxilio, en especial de Rusia. La represión de las autoridades otomanas fue brutal y decenas de miles de armenios fueron masacrados en los pogromos de 1891-1896 y 1909.

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La caída del Imperio Otomano.

Autor: Anaclet Pons

Título: Blog Clionauta. Blog de Historia.

Tras su celebrado Los árabes. Del Imperio otomano a la actualidad, el profesor Eugene Rogan nos acaba de entregar su The Fall of the Ottomans: The Great War in the Middle East, 1914-1920  (Allen Lane).

“Durante unos cuatro siglos del Imperio otomano había sido uno de los Estados más poderosos de Europa, así como gobernante del Medio Oriente. Hacia 1914 se había debilitado y estaba rodeado por numerosos depredadores que esperan acabar con él de manera drástica. En punto muerto en el frente occidental y los otomanos uniéndose a las potencias centrales, los británicos, los franceses y los rusos idearon un audaz plan para destruir a su oponente más débil y labrarse nuevos y enormes imperios para sí mismos: una invasión ambiciosa y sin precedentes de Gallipoli …

El notable nuevo libro de Eugene Rogan recrea uno de los frentes más importantes y menos entendidos de la Primera Guerra Mundial. Con la habilidad, el equilibrio y la simpatía con las que triunfó en su The Arabs, Rogan recrea un escenario de guerra que a su manera resultó tan implacable como cualquier otro. The Fall of the Ottomans contiene información detallada y fascinante de las principales batallas, combatidas en las condiciones climáticas más brutales -desde los áridos desiertos al hielo y la nieve del Cáucaso. Las grandes ciudades también fueron disputadas, con urbes tan variadas como Estambul, Damasco, Bagdad y Jerusalén. Si los combates en el oeste se libraron principalmente entre ejércitos profesionales, la lucha en el Próximo Oriente destruyó pueblos enteros, con las más terribles consecuencias para las antiguas comunidades, de armenios a griegos.

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El fascismo que sobrevivió a Hitler.

El general Franco y Adolfo Hitler durante su entrevista en Hendaya, en 1940

Fuente: El País, 1 de febrero, 2015.

Cuando acabó la Guerra Civil española, más de la mitad de los 28 estados europeos estaban dominados por dictaduras con poderes absolutos, que no dependían de mandatos constitucionales ni de elecciones democráticas. Excepto en el caso de la Unión Soviética de Stalin, todas esas dictaduras procedían del firmamento político de la ultraderecha y tenían como uno de sus principales objetivos la destrucción del comunismo.

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