Un paraíso en los orígenes: Asturias
Hay quien piensa que viajar conlleva desplazarse a lugares lejanos y desconocidos, cuando para mí, el viaje debe comenzar dónde la vida lo hace, en su lugar de origen.
Yo soy asturiana, y por circunstancias que no vienen al caso, llevo 20 años viviendo fuera de la tierrina, pero también llevo 20 años reencontrándome con ella y, lo que es más emocionante, conociéndola en profundidad.
Siempre que viajo a Asturias y atravieso el túnel del Negrón o sobrevuelo los picos de Europa, me viene a la mente el mismo pensamiento: ¡qué bonita es mi tierra!
Me entristece la negrura del clima, pero me alegra la tonalidad de sus verdes. Es curioso como la luz se ve más clara en la oscuridad. A medida que me adentro en su frondoso paisaje veo hordas de ejércitos verdes luchar con la negra muerte del cielo y, cada año, me enorgullezco de volver a ver a esas valientes esmeraldas brillar en los bosques asturianos.
Y es que el verde en Asturias devuelve la vista al más ciego, pero su magia sólo se torna visible al que la admira, y no sólo la mira.
Sólo aquel que ha osado adentrarse en la oscuridad de un hayedo es capaz de despertar a las emociones. Viajar, no es solo ver, es también oler, oír, degustar y tocar, y todos y cada uno de los bosques asturianos son una invitación a los sentidos, con los colores de sus hojas, las criaturas de su tierra, la rugosidad de sus troncos y el sonido de su silencio.
Si desaparecieran los bosques… cuántas sensaciones se perderían, cuanto espacio se desaprovecharía.