Diario de un peregrino

Os invito a hacer un viaje al pasado… a recorrer la historia caminando…

Este es el Diario del Belmont, un francés afincado en el Toulouse del siglo XIII. Con la única compañía de sus anotaciones recorreremos el Camino de Santiago francés, sobrecogiendonos con sus peligros, admirando sus pueblos, enamorándonos de sus gentes y sorprendiendonos de su arte. Belmont nos acercará a la mentalidad de la Edad Media y, con ello, abrirá la nuestra, 

 

Espero que disfrutéis con el viaje, tanto como lo he hecho yo escribiéndolo. Podéis leer la historia desde la comodidad de vuestro ordenador y llegar al Santiago de Compostela medieval. 

 

Todo peregrino tiene su historia, y yo espero poder terminar de contar la mía. Para empezar, contaré cuáles son las razones que me llevan a emprender este arduo viaje hacia Santiago, a través del camino que los de mi tierra han dado nombre: El Camino francés.

Cómo habréis deducido soy del reino de francos, donde nuestro monarca, Luis VII, acaba de tener a su segunda hija Alix.

Nací y crecí en Toulouse, una región donde el cristianismo se ha extendido especialmente en los últimos 150 años. Aquí vivo con mi esposa y mis dos hijos en una humilde casa que hemos construido con nuestras propias manos. Hace apenas 2 años, mi mujer, Michelle, cogió tuberculosis. De siempre su apóstol favorito había sido Santiago, por lo que decidí ir a la iglesia de San Sernín a rogar por su vida. A cambio me ofrecí para rendirle homenaje allí dónde descansan sus restos. Milagrosamente, mi mujer mejoró, y decidí cumplir mi promeso de honrar al santo responsable de tal milagro.

Notas de la partida

Hace una semana que me despedí, bien entrado el día, de mis hijos y de mi mujer. No se cuando regresaré, ni tan siguiera si lo haré. Sin embargo, me invade una sensación de miedo y entusiasmo por aventurarme en este viaje lleno de peligros y misterios.

He caminado sin descanso, apenas parando para echarme algo de agua y pan a la boca, y a dormir en alguna iglesia que he ido encontrando por el camino.

He disfrutado del paisaje y de las breves conversaciones que me daban los campesinos. Por fin hoy, he pasado la frontera montañosa que separa mi reino franco del reino de Navarra.

Las gentes del lugar son toscas y desconfiadas, aunque un alma caritativa me ha dado cobijo en un monasterio dedicado a San Salvador. Los monjes me han lavado los pies, han curado mis heridas y me han dado un plato de verduras con vino para cenar. Hay mucha gente necesitada que también se dirige a Santiago. Esta noche descansaré calentito.

Notas de los primeros pasos en tierras extrañas

Estos últimos días han sido duros, aunque ya me voy haciendo a este clima y a las gentes de estas tierras, además, ha sido muy duro atravesar los bosques de encinas que plagan estos lugares. Fue un alivio llegar a la villa de Santo Domingo de la Calzada. He ido a ver la iglesia donde está enterrado el santo que da nombre al lugar. Es un lugar frio, que contrasta con el calor de las gentes que se paran a adorar su tumba. Esta noche dormiré también calentito, ya que hay un hospital que da cobijo a los peregrinos. Es asombroso hablar con todos ellos, muchos son los que coinciden en sus motivaciones, aunque las hay muy variadas. Me han hablado de un monje francés, Adelelmo, cuyos restos están enterrados en el Monasterio de San Juan de Lesmes. Creo que será parada obligada para honrar a un compatriota.

Notas de la dureza de una tierra

Esta última jornada ha sido dura. He pasado por un pueblo que se llamaba Redecilla del Camino. En una vieja ermita se encontraba la pila bautismal más bella que haya visto jamás. He intentado grabarla en mi memoria, pero por si falla, también he querido dibujarla…

También pasé por un pueblo que se llamaba Belorado, donde me advirtieron de la dureza de los montes que me esperaban. Me sugirieron que descansara y comiese antes de enfrentarme a la costosa ascensión. He caminado unos escasos minutos hasta llegar a un pueblo llamado Tosantos. Aquí me encuentro, mientras escribo, en el Hospital de la Misericordia. He tenido una agradable conversación con los monjes, quienes me han hablado de la admiración que sienten por Juan de Velázquez, conocido como San Juan de Ortega, un hombre que vive en medio del monte de Oca y pasa bastantes penurias solo con el objetivo de aliviar el esfuerzo de los peregrinos que allí se adentran. Estoy impaciente por conocer a este hombre tan excepcional que ha puesto su vida al servicio del necesitado. Espero llegar sano.

Notas del miedo y del agotamiento

Esta mañana me he enfrentado a un camino estrecho y sin más suelo que la áspera tierra. El ruido de alimañas me han acompañado durante toda la ascensión. Sentía que el corazón se me salía por el miedo y el agotamiento. Tras horas de soledad, llegué al alto del monte, donde me aguardaba un hombre de avanzada edad y aspecto cansado. Tras hacerme el tradicional lavado de pies, me ofreció algo de comer y una buena conversación. A pesar de quedar asombrado por su erudita sencillez, decidí continuar viaje hacia una localidad llamada Villafranca. Debo reconocer que Juan de Velázquez ha superado con creces las expectativas que había puesto en ese hombre de bien. Después de descender la ladera de esa cruel montaña, me encontré ante un paraje desolador. Una inmensa extensión de nada se abría ante mis pies. Un lugar donde la tierra y el cielo se daban la mano. Llegar a Villafranca fue como volver a la vida. Unos lugareños me indicaron el lugar donde se encontraba un monasterio que atendía a peregrinos, el monasterio de San Félix de Oca. Lugar de peregrinaje para adorar la tumba de un conde que fundó una ciudad que se llama Burgos. Tengo curiosidad por descubrir tan noble lugar. Esta noche también dormiré calentito.

Notas de la grandeza de un reino

Esta mañana me he levantado con el sol alto. La dureza de los montes de Oca y de los días de viaje me están empezando a pasar factura. He comido un poco de vino y pan que me han dado los monjes, y he compartido el sustento con un campesino que he encontrado por el camino. Me ha dicho que he sido afortunado al no ser asaltado por ningún maleante, que parecen encontrar en los peregrinos presas fáciles para sus fechorías. En el camino, he pasado por la localidad donde nació el buen hombre que conocí en el monte. Tienen una magnífica iglesia junto a un monasterio. No he podido resistirme a entrar a disfrutar de tal belleza, y debo decir que me he quedado prendado de la belleza y sencillez de su claustro. A pesar de la calidez del pueblo, no quise retrasar mi salida para que no me cayese la noche durante el camino, ya que me embriaga la curiosidad de conocer la noble ciudad de Burgos. Debo reconocer que me impresionó su grandeza. El puente de entrada pasa por un pequeño río llamado Vena, y da paso, por un arco de piedra, al lugar más vivo que he visto hasta la fecha. Retrocedí sobre mis pasos para buscar cobijo antes de que me cogiese la noche en el monasterio de San Juan, al lado del puente y del arco que llevan su mismo nombre.

Notas de los campos castellanos

Me ha impresionado Burgos, sus calles, sus iglesias, los proyectos de ampliación de la ciudad que con orgullo y entusiasmo te cuentan los habitantes del lugar. Atravesar el otro arco que te devolvía a las tierras llanas una vez pasado el puente de Malatos, te encogía de nuevo el corazón en un puño. Pasé por varios pueblos, como Villalbilla y Hornillos del Camino. Pasé noches al raso, que creí que no contaba ya que los cambios de temperatura entre noche y día aquí son muy extremos. La comida se me agotaba así que comí algún hongo que encontré a mi paso. Han sido pocos los contrastes que he ido viendo a lo largo de este tramo, hasta esta mañana que divisé a lo lejos un pequeño cerro. Mi sorpresa, y a la vez alegría, fue comprobar que a su sombra se alzaba una villa señorial; Castrojeriz. Recorrí sus calles, hablé con sus gentes, tomé un poco de vino en una taberna, y disfruté del bullicio de los niños corriendo por las calles del lugar. En uno de estos paseos divisé un espectáculo asombroso. La calle discurría por debajo de unos arcos anejos a un monasterio, el de San Antón. Un espectacular templo donde pude comer un trozo de carne, el primero desde que había dejado tierras francas hacía ya unos cuantos días. Esta noche también dormiré calentito.

Notas de llantos

Esta mañana me despertaron unos gritos. Me vestí rápido y fue al origen del lamento, donde me encontré con un espectáculo grotesco. Hombres y mujeres postrados sobre lechos, convulsionando como si el mismísimo demonio se hubiese apoderado de ellos. Asustado pregunté a un monje que llevaba una extraña túnica con una letra en forma de T. El buen hombre, me apartó de aquel habitáculo y me explicó que se trataba de una enfermedad llamada “El fuego de San Antón”. Me explicó que esa enfermedad la causaba una toxina de un tipo de hongo llamado “cornezuelo”, y que además de fiebre y convulsiones, en ocasiones provocada fuertes alucinaciones. Asustado le pregunté que forma tenían esos hongos, ya que una noche atrás había cogido setas por el camino. Me aconsejó que durmiera esa noche, y que si a la mañana siguiente no presentaba ningún síntoma, que seguro no había probado el “cornezuelo”. Esta noche dormiré calentito, aunque por primera vez, espero que no demasiado o significará que me ha subido la fiebre.

Notas de un sueño

Estos últimos días han sido largos y duros. No por el camino, sino por la sensación de soledad. El único contraste ha sido el azul de un río llamado Pisiuerga, el cual pude cruzar por un puente que se llamaba Fitero. El primer pueblo que avisté, después de dos duras jornadas durmiendo al raso, fue un pequeño lugar llamado Boadilla del Camino, aunque la hospitalidad del lugar no ayudó a que encontrase cobijo. Tras otra dura caminata llegué a un pueblo más grande llamado Fromista, donde había un hospital llamado “de las palmeras”. A su lado había una iglesia y un monasterio del mismo nombre, San Martín. Pasé un noche bastante mala, ya que los quejidos de los enfermos apenas me dejaron conciliar el sueño, por lo que decidí salir en mitad de la noche, y lanzarme a la aventura. Llegué hasta una localidad llamada Villalcazas de Sirga. El sueño y el cansancio se apoderaron de mí, decidiendo dormir bajo un árbol y no perder tiempo buscando cobijo. Cuando desperté, recordé el sueño que había tenido… “en esa localidad dentro de unos años se construirá un templo dedicado a María, virgen que curará la ceguera de una mujer francesa, que casualmente, será descendiente mía”. Tras vivir semejante pesadilla, no quise pararme más tiempo en aquel lugar, así que no descansé hasta llegar al pueblo donde hoy me encuentro, Carrión de los Condes. Mañana descubriré sus encantos.

Notas de un nuevo reino

Recuerdo la mañana en Carrión de los Condes como la más ruidosa de toda mi vida. Me desperté temprano por el bullicio de multitud de personas en las calles. Mi sorpresa fue ver un gran mercado con personas y mercancías venidas de lugares lejanos. Se trataba de una feria anual que se realizada casualmente durante el tiempo de mi viaje. Me mezclé con la gente y conocí gente inglesa, alemana e, incluso, compatriotas del reino de francos. Uno de ellos era un artesano zapatero, el cual, en un gesto de generosidad y patriotismo, me regaló un nuevo juego de zapatos. Ahora que lo pienso, si no es por este gesto no se como hubiese conseguido terminar mi viaje sin tener que hacerlo descalzo. Decidí estrenar mis zapatos dando una vuelta por el pueblo y descubrí un buen lugar donde podía haber dormido, el monasterio de San Zoilo. Algo que me llamó mucho la atención fueron sus 4 columnas de mármol que presidian la entrada. Unos monjes me explicaron que eran de origen romano. Esa imagen me acompaño los días siguientes. Durmiendo al raso y pasando hambre, frio, y sed, recordé aquellas columnas que me hubiesen dado buen cobijo. Estuve días y noches caminando. Tan solo avisté un pueblo llamado Lédigos de la Cueza, pero no existía un lugar donde pernoctar, así que seguí camino hasta el siguiente monasterio, el de San Benito el Real en la localidad de Sahagún.

Notas de esperanza

La localidad de Sahagún es hermosa. Cuenta con iglesias y monasterios de piedra imponentes. También cuenta con un mercado semanal cuyas delicias hacen la boca agua. Jamás había probado quesos como aquellos, incluso la leche parecía tener otro sabor. Fue como recuperarme de todo el viaje realizado. El siguiente lugar que visité fue la Calzada del Coto, donde no encontré donde albergarme, así que decidí continuar. Esa noche fue preciosa, no hizo frio y además las estrellas parecían indicarme por donde continuaba el camino. Los días siguientes fueron tranquilos, solitarios, pero muy placenteros. Cuando avisté la localidad de Mansilla de las Mulas, me llamó la atención los comienzos de unas obras para construir una muralla en esa localidad tan pequeña. Años después, casi en mi lecho de muerte, me enteré que en 30 años estarían terminadas. Continúe camino hasta llegar a la capital del reino; León. Una ciudad franqueada por murallas impenetrables, salvo por las cuatro puertas que daban acceso a una de las ciudades más bonitas que he encontrado en este viaje. A mediad que me acercaba, la noche iba cayendo. Una vez accedido a la ciuda, vine rápido a buscar cobijo a la iglesia de San Isidoro, por eso no me fijé en la catedral mozárabe. El monje que me recibió me preguntó si me había gustado, pero le dije que al ser de noche no había podido ver nada.

Notas de color

La mañana en León disfruté de uno de los mayores espectáculos a los que había tenido ocasión de asistir. La capilla real de San Isidoro era una explosión de colores, y allí se encontraban todas esas tonalidades creando composiciones de una gran riqueza artística. A la salida de León, antes de cruzar el puente, pude observar que estaban construyendo un hospital. Creo que lo llamarán Hospital de San Marcos, y no creo que tarden mucho en abrirlo, a lo sumo 2 años, ya que el mismo está muy avanzado. Es todo un homenaje al camino de Santiago, hasta se aprecia toda una fachada con conchas de piedra talladas. Admirando ese futuro edificio  se me acercó un monje preguntándome hacia donde iba, si a Oviedo o a Santiago. Al principio no entendí la pregunta, ya que era evidente que era un peregrino. Él me explicó que la catedral de Oviedo estaba dedicada a San Salvador, y que había un dicho que decía:- “quien visita a Santiago y no a Salvador, visita al criado y no al señor”. Mi promesa era ir a Santiago, pero no descartaba la idea de repetir la experiencia acercándome hasta el templo de San Salvador. El camino de León a Hospital de Órbigo fue bastante entretenido ya que me acompañaron dos peregrinos que encontré a lo largo del camino. Pasamos varias noches al raso.

Notas de una tradición

Despertarme al aire libre sin haber pasado frío y acompañado de otros peregrinos hizo que por primera vez me sintiese como en familia. Es curioso lo rápido que se estrechan lazos cuando uno está lejos de su tierra y se encuentra solo. Viajamos juntos dos días en los que no encontramos donde cobijarnos, ni nada que llevarnos a la boca. Esta mañana divisamos un espectáculo celestial; unas inmensas murallas romanas que rodeaban lo que parecía una gran villa de paso de comerciantes. Por fin íbamos a comer algo. Cuando entramos en Astorga su grandeza nos impresionó a los tres. Luego nos enteramos que en esa localidad confluían dos de las vías más importantes de la península; la vía de la plata y el camino de Santiago. Comimos, reímos y disfrutamos de la compañía de los lugareños. Nos contaron una tradición en la que había que  llevar una piedra y depositarla en lo alto del monte, junto a la llamada “cruz de Ferro”. Así pues, los tres piedra en mano, ascendimos la montaña y depositamos la piedra en el montón que había al lado de esa cruz de hierro. Esta noche la pasaremos al raso, esperando con ansia el amanecer para divisar el camino que nos queda aún por recorrer.

Notas de una barca

La vista desde la cruz de ferro era estremecedora. Un conjunto de montañas salpicadas de verde daban paso a un nuevo horizonte totalmente diferente al recorrido hasta ahora. Descendimos desde la montaña hasta un puente de piedra y hierro (pons ferrata), puente que daba nombre a la localidad donde nos encontrábamos, Ponferrada. Resultaba nostálgico pensar que hasta no hace mucho, donde hoy había un puente, había una barca que ayudaba a cruzar el río, ya que era un obstáculo natural para cualquier peregrino. Después de caminar hora, llegamos a Cacabalelos, donde paramos en una taberna a reponer fuerzas, y donde nos explicaron que, tras una leve ascensión, entraríamos en un nuevo reino, el último de nuestro viaje, Galicia. Después de caminar a paso ligero, llegamos a Villafranca del Bierzo, una localidad que se intuía que en poco tiempo iba a experimentar un gran crecimiento. Pasamos noche en una posada, y bien temprano, nos dirigimos hacia el alto del Puerto de O Cebreiro, límite de los reinos, y el límite casi de nuestras fuerzas. La vista desde lo alto era abrumadora. El paisaje se tornaba verde y el horizonte se ondulaba a capricho. Era un paisaje completamente aterrador aunque, por otro lado, el enfrentarse al último tramo de esta aventura, también hacía aflorar sentimientos de tristeza. Esta noche dormiremos al raso.

Notas de una promesa

Se me nubla la vista con las lágrimas por ver tal espectáculo. Después de varios días subiendo y bajando montañas, sorteando ríos, durmiendo al raso y visitando pueblos como Sarria, Portomarín, Palas de Rei, y el Monte do Gozo. Por fin he cumplido mi promesa; llegar a Santiago de Compostela. Debo reconocer que desde el momento que se avista la catedral que alberga sus restos, me ha invadido un mar de sensaciones contradictorias; alegría y tristeza, cansancio y euforia. Me resulta difícil de describir. En la plaza hay una fuente donde lavarse, ya que nos han dicho que es tradición visitar la tumba aseado. También nos han regalado ropas nuevas, ya que los harapos que llevábamos no eran dignos para visitar al santo. Estar delante del sepulcro ha sido reconfortante ya que, en ese mismo momento, he sabido que mi familia se encontraba bien y que ellos también habían podido sentirme. He conseguido terminar este diario sobre mi viaje. Debo empezar a escribir el del regreso, para que mi esposa e hijos puedan leerlos algún día, pero antes, a disfrutar de Santiago, y de un merecido descanso.

 

 

 

Anina Argüelles

Discípula de todo y maestra de nada.

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