Durante este periodo del Cinquecento las diversas artes llegan a un periodo de plenitud tras toda la experimentación generada durante el Quattrocento. Los nuevos mecenas, el Papado, han sustituido a los antiguos príncipes de las ciudades y en torno a Roma se concentran las principales figuras artísticas (Bramante, Leonardo, Rafael o Miguel Ángel). Este grupo de autores dará una mayor monumentalidad a sus obras, recogiendo tanto la herencia grecolatina (se potencian las investigaciones arqueológicas) como la del Quattrocento. En lo que se refiere a Miguel Ángel como escultor sigue el camino iniciado por Donatello, aunque dándole una mayor monumentalidad. En el aspecto ideológico aún es seguidor de las ideas neoplatónicas, buscando así la belleza idealizada. Sin embargo este periodo clásico será muy breve en la vida del artista, pues él será uno de los primeros que den los pasos que conduzcan al manierismo. Miguel Ángel comenzará a alejarse del equilibrio y la armonía clásica para potenciar las distorsiones y los sentimientos trágicos (ambos ya presentes en su gigantesco David). A partir de entonces todos sus esfuerzos irán conducidos a conseguir una mayor expresividad y angustia que represente su mundo interior, cada vez más terrible.
La Obra que voy a comentar se llama La Piedad del Vaticano, un grupo escultórico realizado por Miguel Ángel Buonarroti entre los años 1498 y 1499, y la podemos encontrar en la basílica de San Pedro del Vaticano. Se trata, por tanto, de una escultura del Renacimiento italiano, concretamente realizada entre finales del Quatrocentto y comienzos del Cincuententto.
El material utilizado es mármol de Carrara trabajado a través de la talla. Esta obra está pensada para su contemplación frontal, pues esta obra iba destinada a una capilla del Vaticano (tal y como se encuentra en la actualidad).
La Piedad se clasifica como un conjunto escultórico de bulto entero o redondo. Se dice que es un conjunto escultórico porque alberga más de una figura, mientras que bulto entero significa que permite un desplazamiento visual alrededor de la pieza.
Su composición es claramente clásica, inscrita en un triángulo equilátero que le da estabilidad, con suaves movimientos hacia la derecha que es contrapesado por el suave contraposto de la cabeza de la Virgen y un gran paño que cierra la escultura por la izquierda. Todo ello permite un equilibrio y tranquilidad.
FIGURAS
La composición de la Piedad está protagonizada por dos figuras: la Virgen María y Jesucristo.
JESUCRISTO
La figura de Jesucristo, con cabeza y brazo inclinado hacia el lado derecho, se armoniza con la figura de la Virgen María, envuelta en telas gruesas llenas de pliegues.
La cara de Jesucristo, según el propio Miguel Ángel, representa un hombre incorporado a la naturaleza humana, por lo tanto común en sus restos. Sin embargo, no vemos en la figura signos de dolor.
VIRGEN MARÍA
La monumentalidad de la Virgen María con respecto a su hijo Jesucristo sirve como elemento de corrección óptica para darle balance al conjunto escultórico. Sus proporciones se relacionan también con el carácter protagónico del personaje en esta pieza. María es el centro de atención para el espectador.
El personaje sostiene en su regazo el cuerpo de Jesús. Con la mano derecha carga su torso, mientras el peso del cuerpo se distribuye en sus piernas. La mano izquierda tiene la palma levantada hacia arriba, como en señal de oración. La expresión de su rostro no muestra emociones.
TÉCNICA Y MODELADO
Llaman especialmente la atención las diferentes texturas creadas a través del modelado diferente y minucioso en cada zona. El mármol en la Piedad ha sido modelado de diferentes formas. Los pliegues de las telas en la parte inferior de la obra tienen mayor volumen, lo que da estabilidad. El tratamiento del ropaje y sus pliegues en la parte superior es mucho más suave y pulido que la parte inferior. Esto permite que la luz resbale por la superficie y creando más delicadeza.
Y ya por último en cuanto al significado de esta obra, la forma en que Miguel Ángel ha representado la piedad significa que la armonía, el equilibrio y la belleza se vuelven metáfora de la espiritualidad cristiana consagrada. Esta espiritualidad es interpretada por el escultor desde una lectura filosófica muy propia del Renacimiento. El rostro joven y sereno de María se vuelve signo visible de la realidad interior del personaje, quizá buscando un paralelismo con la idea grecolatina según la cual una “mente” sana se refleja en un cuerpo sano. María es, así, no solo modelo cristiano, sino encarnación femenina del ideal humanista del Renacimiento.
Magnífico comentario.