La máscara de la perfecta santidad
El emperador de la China quería inmensamente a una única hija que tenía y temeroso de darla en matrimonio a un hombre que la hiciese sufrir ordenó a los mandarines que recorriesen el imperio entero y encontrasen al joven que tuviese el rostro de la perfecta santidad. Al fin, de entre todos los aspirantes que de las más apartadas regiones de la China fueron traídos a la corte, se eligió el que acabó siendo dado en matrimonio a la hija del emperador, a la que, no defraudando la elección, supo, en efecto, hacer siempre dichosa, viviendo con ella amorosa y santamente hasta el fin de sus días. Mas cuando estaba siendo amortajado y adornado para la sepultura, un cortesano notó junto a su sien con la yema de los dedos el borde de una delgadísima máscara de oro que cubría su rostro. «¡Ha prevaricado! «, gritó el mandarín, al tiempo que arrancaba de un golpe la máscara para hacer manifiesta la terrible y sacrílega impostura; pero cuál no sería el asombro y la admiración de todos los presentes, al ver que el semblante que entonces se mostró a sus ojos tenía las facciones absolutamente idénticas a las de la máscara.
RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO