El olvido del cielo

Mi mano anquilosada de escribir sobre las teorías soteriológicas del misticismo, y de vuesa merced, Fray Luis, un místico frustrado que no alcanzó plenamente el último estado de unión con Dios, un dolor sordo, ramplón, un sufrimiento que partía de las entrañas de vuestra impotencia porque no alcanzaba el misticismo ni las alturas cristianas de San Juan de la Cruz y Santa Teresa; así lo aseveró Dámaso Alonso, llamándoos “poeta doloroso”. Y escribí sobre vos, sobre las tres grandes Odas místicas de San Juan de la Cruz, sobre la pedagogía y sobre los versos verdaderamente malos pero auténticos y puros de Santa Teresa.
Y a mi cerebro llegó, como luz de pedantería cisterciense, la doctrina del hispanista Allison Peers, y las escuelas del Renacimiento Cristianizado de la época de Felipe II, de las escuelas poéticas de Salamanca y Sevilla, y de sus ingratos componentes para con mi recuerdo y plasmación en Sevilla, tan ingratos como vuecencia, Fray Luis, que hablabais del cielo, del abandono del mundo, del ascensus platónicus necesario para alcanzar el verdadero camino, la verdadera senda que conduce hacia Dios.
Os estudié concienzudamente, y vuestra aparición una mañana de domingo fue como esas apariciones que hacían las Vírgenes a los pastorcillos, y yo me sentí –por un momento- uno de esos pastorcillos ingenuos y vivarachos, tocados por vuestra luz divina.
Y qué decir de vuecencia, San Juan, qué decir de vuecencia, que es al que más estudié de todos (y ya es decir), qué decir de vuesas contradicciones entre la aspiración a la Nada, esto es, entre el despego/desafecto del mundo y vuesa cursilona doctrina del conocimiento intelectivo de la verdad divina; de vueso sentir entendiendo, y de vueso entender sintiendo, de esos símbolos vuestros de paloma y de llama, de lámpara y de cabra cabrona, de los símbolos de caza hacia el “Amado”, de la pasión mística; de la utilización de formas provenzales, del ritmo de vuesos versos, de las loas a vuesa poesía por parte de Juan Ramón Jiménez, de la prodigiosa cadencia de vuesas palabras hechas pasión y fuego, y hablé de tu Noche Oscura del Alma, de tu Llama de Amor Viva, de tu Cántico Espiritual, de tu noche estrellada, de mi estrellada noche.
Justicia divina, gloria, gloria en el cielo, osana, osana.
Y Santa Teresa, y sus cánticos de celestial fineza, tanto la leí, tanto intenté entender su ascendencia conversa y sus estadios del alma, que solo me restó ya cantar gregoriano; después de escribir sobre ella hasta lo indecible, que más no dije porque tiempo más no tuve, bien pudiéramos recordar ese tremendista apotegma que no es suyo sino de Torres Naharro que así dice: “Vivo sin vivir en mí y muero porque no muero”.
De verdad que esto es un milagro, gracias Fray Luis, San Juan, gracias gracias. ¡Milagro!, lo nunca visto, es inexplicable, no tiene lógica, pertenece a la esfera celestial, gracias por esta experiencia divina y mística, por este éxtasis orgásmico que deja en el alma la constatación de que los caminos del señor son inescrutables; tan inescrutables como la estupidez humana y la exaltación hacia los altares de la manduca y la manteca. Por Cristo, Señor Nuestro, y Hacha de las mantecas terrenales, amén.