El Romancero
El Romancero ha sido considerado tradicionalmente como la principal manifestación de la literatura popular española. Sus orígenes se remontan a la Edad Media y su vigencia llega hasta nuestros días. Resulta curiosa esta formidable permanencia en el tiempo.
Los romances son poemas épico-líricos que se cantan al son de un instrumento.
En literatura, el poema, la canción –su realidad- es preferible escucharla y entenderla. Asimismo, el lenguaje presenta siempre oraciones breves, sintaxis suelta y abundancia de elementos expresivos tales como interjecciones, diminutivos y exclamativos.
Esto es así, y resulta enteramente comprensible, puesto que es una literatura cercana al pueblo, y su lenguaje, en consecuencia, difícilmente podría ser de otra manera; ahora bien, desde un punto de vista métrico, un romance es una composición poética que consta de un número indeterminado de versos octosílabos con rima asonante en los versos pares, quedando libres los impares.
La principal diferencia entre la lírica culta y la popular reside en la mayor perfección métrica de la manipulación culta sobre la fluctuación silábica general de la fuente tradicional y la ingenuidad de las piezas populares frente a la artificiosidad de las versiones cortesanas.
El romance, si bien mucho cercano al pueblo que otras composiciones, adquiere su mayor libertad compositiva cuando ni siquiera ese principio métrico es respetado, pero por razones metodológicas cuando hablemos de “romance” respetaremos el ya mentado punto de vista métrico; no en vano el verso octosílabo está considerado como el más habitual dentro de la poesía popular, y la asonancia es característica de las formas métricas tradicionales.
