“Es una novela muy cervantina. Tresguerres es un Alonso Quijano de este siglo”
Es para mí un honor presentarles la incisiva y casi insuperable reseña de mi novela que ha realizado el escritor y relatista Maximiliano Jarque Blasco.

Maximiliano Jarque Blasco nació en Casas Bajas, en la comarca del Rincón de Ademuz (Valencia), tiene 48 años, dos hijos adolescentes (Maxi y Marc), es Licenciado en Derecho y en Criminología, y trabaja de administrativo en la Universidad de Valencia.
Autor prolífico de relatos, de los cuales ha publicado un buen número de ellos, fue ganador del concurso Ciudad de Arnedo 2012 con su brillante obra «Ratas»; y tiene además en su haber dos premios Accésit: «Caramelos» (La Cañada, 2009) y «Mono» (Lletraferits, Universitat de València).
Durante una noche de fiesta de San Antón, en 1995, en el pueblo de Casas Bajas (Valencia), me dio un consejo que nunca he dejado de seguir: «No aceptes nunca consejos de nadie«.
Gracias, Maxi. Esperamos tus próximos relatos con avidez.
Durante una noche de fiesta de San Antón, en 1995, en el pueblo de Casas Bajas (Valencia), me dio un consejo que nunca he dejado de seguir: «No aceptes nunca consejos de nadie«.
Gracias, Maxi. Esperamos tus próximos relatos con avidez.
Gustavo Tresguerres, trasunto de Blas Valentín, sueña con combatir el mal, con sentirse un héroe. Y acompañado por su inseparable orinal (como el bacín de barbero que usaba Alonso Quijano) ingresa en el ejército. Piensa que solo allí alcanzará valores como la justicia, el honor y la virtud, que él considera los principales ideales que quiere que rijan su vida. Pero esta decisión quijotesca le aleja de su Dulcinea, que no es otra que Amparo con la que comparte risas y confidencias, anhelos y retozos.
Y de la mano de este oficial de complemento nos sumergimos en el mundo castrense. Un universo lleno de jerarquía, servilismo y de absurdidad. Por la novela navegan personajes que rayan el esperpento: un soldado alcohólico y escupidor empeñado en defender a España, sargentos chusqueros dando órdenes a golpe de exabruptos, mandos que hacen de la destemplanza su modus operandi, suboficiales que intentan medrar (a base de risas de adulación, golpes de cabeza de asentimiento y peloteo), capitanes empeñados en enseñar a escribir, en recomendar diccionarios para hablar español al anonadado filólogo Tresguerres…
Unos personajes que hacen crítica del ejército profesional, que añoran la mili obligatoria del pasado, que se preguntan cómo va a dar su vida por la patria un extranjero, cómo puede haber sudacas en el ejército. Que critican también la política de ascensos, que consideran que la escala de complemento es de naturaleza adventicia, que ni tiene casta ni merece gloria. Se nos muestra las continuas bajas médicas, el fraude de la firmas de dichas bajas, la extraña coincidencia de que las soldados más atractivas trabajen junto a los mandos.
Y un Tresguerres atónito busca referencias literarias para soslayar todo ese mundo absurdo que le va cayendo encima como una losa. Y cita autores como: Cortázar, Coelho, García Márquez, Horacio, Valle Inclán, Cervantes, Gil de Biedma, Borges, Unamuno, Kafka, Dostoievski…, o personajes como el entrañable Augusto Pérez de Niebla, el Tito Andrónico de Shakespeare o el Quijote. Y nos deleita con su dominio del castellano: con el empleo del oxímoron (había amanecido el ocaso, esperanza desesperada, guerrero de paz…); con la habilidad para describir una exploración rectal, la masturbación de un soldado, un pedo o el polvo en los asientos de atrás de un coche; con sus neologismos (hijoputeca); con el uso de palabras de su tierra (alfalfe, zurrido, mocador, coscurro, estar aparejado…); los juegos de palabras (crucifijos hechos un Cristo, soledad de un siervo sin Dios, lluvia tozuda aragonesa…); con su lirismo (enfermo de lluvia y puñalada, ilusión en la horca del desengaño, aliaga y olvido, albor de luna amarga…).
Una de las características de la novela es la presencia del humor para resaltar ese universo irracional en el que habita Tresguerres: como el episodio inicial del estadillo de las cosas que no funcionan, la conversación hilarante de Tresguerres con Campoamor en el que éste le recomienda a aquel que se compre un diccionario para hablar español, la confusión de la capitán Cebolla entre las palabras “sino” y “si no”, o la arenga a los soldados arrestados (comulgad con vuestro pan de perros…).
Y el pobre Tresguerres solo logra mitigar su vida castrense con el recuerdo de Amparo, los viajes a Almalasa a ver a su familia y a su gato, por esa carretera tortuosa de montaña, o episodios con el soldado Gustavo Blas (quién sabe si otro trasunto de Gustavo Tresguerres-Blas Valentín).
A nuestro protagonista no le hizo falta ser vencido por el Caballero de la Media Luna para volver a casa y no renovar su compromiso, pues un día frente al espejo vio reflejado en su rostro la insatisfacción, la soledad y el cansancio.
Quizá los personajes femeninos no dan tregua a Tresguerres en la novela: al acoso de las mujeres de la limpieza y la animadversión que le tiene la capitán de apellido Cebolla y que alardea de ascendencia japonesa, se une el recuerdo de Amparo, al que vuelve una y otra vez el protagonista, desde los tiempos que amartelados en un banco de piedra del viejo cauce soñaban juntos. A ella le expresa su deseo de iniciar su carrera militar, a ella vuelve para decirle que lo deja todo.
Y busca a Amparo en la Facultad, y entra en su aula y ella les habla al alumnado del Quijote y su ansia de combatir el mal. Y su clase va dirigida a él. Y acaba consiguiéndole un trabajo de corrector y Javier Paniagua se beneficia de ello.
Y llega el momento de revocar el compromiso y el coronel Ruiz le dice que no ha sabido servir, ni ha tenido sentido del deber ni vocación de servir. Pero ya no es ninguna sorpresa para el lector ni para el propio protagonista, que siempre prefirió el verbo ayudar al verbo servir (aunque Escobedo, el que perdió el portátil de la OTAN, el que se mató en el accidente aéreo, se mostrara orgulloso de servir a España), aunque le repitiesen que ni le gustaba servir ni tampoco juntarse con los que sirven. ¡Si hasta el paria de Zurrieta, el de las flemas, le decía a Gustavo que no le gustaba el ejército!
Y con el abandono del bacín el Caballero de la Triste Figura vuelve a ser Alonso Tresguerres. Y seguro que su gato Matanán lo va a reconocer cuando llegue a Almalasa y quizá nunca dejará de soñar como siempre le decía Amparo.
Y cabe preguntarse si quizá también tenía que haber hecho una permuta de apellidos con el capitán Campoamor.
Maximiliano Jarque Blasco