Jorge Manrique. Coplas a la muerte de su padre.
Hijo de don Rodrigo Manrique, nació probablemente en Paredes de Nava (Palencia), cerca de 1440. Ni el lugar ni la fecha pueden asegurarse.
El retrato psicológico que nos ha llegado de Jorge Manrique corresponde al de una persona reflexiva, introspectiva, silenciosa, insegura, quizá por contraposición a la brillantez y seguridad de la figura paterna.
En su poética amorosa no parece que se moviera a gusto. Por los rasgos de su temperamento es difícil que se inclinara por la finura de los sentimientos ni por los gozos amatorios, y el cultivo de esta vertiente pudo ser debido a seguir la moda o a un sometimiento a los usos cortesanos. Algo similar ocurre con la poesía satírica, falta del toque humorístico que persigue y que destaca, precisamente, por su sequedad expresiva.
Las coplas a la muerte de su padre
Se trata de una composición que estremece por la fría brillantez del análisis, por la constatación del desengaño y de la corrupción de todo lo viviente, y no una obra que emociona por el sentimiento dolorido del hijo o su pena insoportable.
La voz de Manrique resuena grave y profunda, potente, vivaz y expresiva; las propias metáforas se materializan, tocan lo corpóreo, lo cotidiano, lo tangible, a la par que se desmorona la esperanza. Consiste –según Salinas- en la vivencia de la eterna oposición entre temporalidad y eternidad.
Se pueden calificar las Coplas como un sermón funeral, donde ya desde el principio se percibe el tono de exhortación
Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
como se pasa la vida
como se viene la muerte,
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado,
fue mejor.
El pie quebrado, el “contemplando”, a la par que exhortativo también nos invita a la meditación y al actuar de pasarela nos transporta al objeto de la contemplación querida por el poeta: “cómo se pasa la vida”.
En las Coplas se halla la gran igualadora, la gran justiciera: la muerte, que termina por enseñorearse de todo. Al final de la composición, la Muerte se dirige caballerosamente al Maestre, en un diálogo digno de un libro de caballerías:
Buen caballero
dejad el mundo engañoso
y su halago.
Más que la gloria en sentido cristiano, el poeta se decanta por la extensión de la fama en este mundo:
que aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
su memoria.
Las coplas se dividen en tres partes:
1.vida terrenal (I-XIV)
2.vida eterna (XV-XXIV)
3.vida de la fama (XXV-XL)