«Los combates dialécticos en Golpes de cabestro, de Blas Valentín Moreno» Reseña del profesor y escritor Serafín Pozo Pérez
Hoy tengo el gusto de presentarles la magnífica reseña que hizo el profesor y escritor Serafín Pozo Pérez de mi novela Golpes de cabestro.
Serafín Pozo Pérez
Primer Premio de Novela Corta «Ciudad de Tíjola 1999», con «Yo, Zaida de Tachola», obra publicada por el Instituto de Estudios Almerienses en el 2001. En el 2004 publica «El Candidato Magrebí» y en el 2007 «L´Assassí que pesava les ànimes» (El Asesino que pesaba las almas). Finalista del Premio Ángel Manuel Pozanco en el 2008 con «El Enésimo Viaje de Colón».
Actualmente ejerce la docencia en el Instituto Giola de Llinars del Vallés (Barcelona) como profesor de Geografía e Historia.
Golpes de cabestro, novela de Blas Valentín Moreno, es un compendio de saberes y cuitas militares, donde la libertad individual del protagonista triunfa sobre la enajenación más decimonónica del ejército. También es un conglomerado de vivencias personales e intransferibles, guarnecidas y cocinadas a fuego lento por la mente privilegiada del autor que, en un alarde de literatura de altos vuelos, consigue insuflar aire fresco al enrarecido ambiente militar, transformándose en el mejor Delibes: maestro indiscutible de la cotidianidad más sublime.
Gustavo Tresguerres, el protagonista, parece que se encuentra bien en el ejército, en su salsa. Hasta el punto de que lo elige como medio de vida y de profesión, a pesar de las reflexiones y rémoras que le infringe Amparo, su antigua novia y confidente emocional; porque Tresguerres siempre pensó en el ejército como un lugar de futuro y de desarrollo personal, donde su existencia pudiera evolucionar de acorde con la vida. Pero como don Quijote de la Mancha, Tresguerres no se topa con la iglesia, sino con los molinos de la realidad militar, que no son otros que la disciplina más estricta y la obediencia más vacua. Es entonces cuando empieza a ver al ejército de otra manera, con otros ojos, como el principal obstáculo que le impide desarrollarse como persona y como hombre. Un problema existencial de inusitado calado y de difícil resolución. Porque por fin se da cuenta de que eso de ser militar ilustrado y libre pensante, no encaja con el ejército. Institución ancestralmente ligada a la obediencia más estricta y a la disciplina más contumaz. Hay páginas en el libro que, para un profano como yo en las cuitas militares, la vida castrense se hace exasperante y cansada hasta la extenuación; porque llega un momento en que todo se hace lento, rutinario y fútil. Pero es entonces, cuando Blas Valentín echa mano de la literatura más reflexiva, nostálgica y lexical, para entusiasmar al lector. Y lo consigue.
Posiblemente alicaído por tanta batallita y tanta maniobra militar que, a los que participan en ellas, como militares que son, seguro que les encanta, pero que a los profanos como yo, no tanto. Y la muestra de lo anteriormente dicho la podemos encontrar en un bonito párrafo, donde el autor nos describe un paisaje, militar por supuesto, pero que está cargado de literatura por los cuatro costados al más puro estilo de Rubén Darío: “Lloviznaba blandamente sobre el cuartel, lluvia fina arrojada a la colectividad en un abrazo húmedo de rocío. El movimiento rítmico y acompasado de las telarañas de agua, a veces zarandeada por ráfagas de viento, tenía un correlato macizo, de roca dura, en el movimiento colectivo y unísono de los soldados obedeciendo la voz de mando”.
Genial e irrepetible. Único. Y no solo hallamos buena literatura en el paisaje del cuartel, sino en el interior del mismo; pero con un plus de mensaje.
Genial e irrepetible. Único. Y no solo hallamos buena literatura en el paisaje del cuartel, sino en el interior del mismo; pero con un plus de mensaje.
Cuando el protagonista se pregunta si lo que está haciendo es lo que él quería hacer cuando tenía sus ideales por cumplir. Permítanme que se lo exponga con otros párrafos de su cosecha, porque no tiene desperdicio y es la prueba de que algo chirría, de que algo está cambiando en el protagonista: “Se sentó en el borde del camastro y procedió a quitarse las botas. Enfrente de él, tan cerca de la yacija que podía tocarla si alargaba el brazo, se hallaba una mesa estrecha de madera pegada al tabique, de un marrón muy oscuro que parecía labrado por las inmundicias del tiempo… En la cabecera del camastro lucía imponente una cruz de madera, del mismo color que la mesa, y sobre el colchón había un cobertor con el escudo del Ejército de tierra… A los pies de la cama, hincó las rodillas en sendas garras de águila, enfrente de la cruz que la coronaba. No era el rezo de un hombre, era el rezo de un águila envuelta en sombras que tenía una cruz en su interior, o tal vez fuera una espada desgarradora la que la hacía escupir, lengua fuera, sobre una certitud que ya no sentía como antes. Se fueron las certezas y quedó tan solo la perplejidad, el cansancio, el no saber, el deseo de huida… el anhelo de tus ojos, Amparo”.
Aquí el protagonista, como se puede dilucidar, ya nos está avisando de que el ejército ya no le motiva: aquel mundo tan encumbrado por él y modelo de ideales, se está desmoronando a marchas forzadas, como un azucarillo. Y echa mano de Amparo, su antigua novia y confidente, para que los tiempos de la nostalgia le rediman y le consuelen, porque aquellos tiempos ya no le sirven, pero sí sus consejos. Encontrándose el protagonista en la peor encrucijada de su existencia, pero saldrá de ella.
Y qué decir también, de algunos de sus personajes más emotivos, como el brigada Zurrieta, prototipo del militar más acérrimo que, con sus vicios y defectos, el autor nos muestra que en todas partes se “cuecen habas”; pero que a la hora de la verdad y cuando se le necesita, está ahí.
Golpes de Cabestro es también la transfiguración literaria del Quijote a los tiempos modernos, como ya he dicho; ya que el protagonista de la novela: Gustavo Tresguerres, también se tiene que enfrentar, como don Quijote, a los temidos molinos. En este caso y como colmo a todos sus males, a los molinos de la intransigencia militar y de los celos más sublimes, representados muy bien por el autor en la figura de la capitana Cebolla. Personaje hartamente dañino y rencoroso que no para de fastidiar a su subordinado más rebelde, por el mero hecho -como he dicho con anterioridad- de ser un militar ilustrado en su faceta de complemento. Este episodio será la gota que colme el vaso de la dignidad humana, pues será a partir de entonces cuando nuestro protagonista se plantee dejar definitivamente el ejército: su sueño dorado y su meta de otros tiempos, porque ya no encuentra en él su ideal de vida, sino más bien una quimera.
Serafín Pozo Pérez, profesor de Geografía e Historia en el Instituto Giola de Llinars del Vallés (BCN). También, escritor.