Tras la muerte del rey David, Salomón empezó a reinar en Jerusalén. Bajo su reinado, el pueblo de Israel alcanzó gran fama.
En una ocasión el Señor se le apareció en sueños, y le dijo: « Pídeme lo que quieras que te conceda«. Salomón respondió: «Me has hecho reinar sobre un pueblo grande y poderoso y temo no poder gobernarlo como se merece. Te pido por tanto, Señor, que me concedas un corazón prudente para que yo pueda gobernar bien a tu pueblo y poder discernir entre el bien y el mal«. Agradó a Dios la petición que Salomón le había hecho y le dijo. «Por haberme pedido esto, y no muchos años de vida, ni riquezas, ni victorias en la guerra, ni la muerte de tus enemigos, sino sabiduría para conocer y hacer el bien, te daré un corazón sabio e inteligente, de forma que no te iguale en esto ningún rey. Te doy además lo que no has pedido: riquezas y prestigio y, si me obedeces y guardas mis leyes como tu padre David, te concederé larga vida«. Al despertarse del sueño, Salomón dió gracias a Dios.La sabiduría de Salomón sobrepasaba la de todos los sabios de Oriente y su fama se extendió por todas las tierras de su alrededor. De todos los pueblos venían para comprobar su sabiduría.
El año cuatrocientos ochenta después de la salida de los hijos de Israel de Egipto, el cuarto año del reinado de Salomón sobre Israel, el rey decidió construir un gran templo para Yahvé su Dios. Era un templo rectangular, de piedras labradas, revestidas de cedro y oro. En la parte interior estaba el santuario para el Arca de la Alianza, con el altar de las ofrendas, todo recubierto de oro. Para trabajar en las obras del templo, mandó Salomón que treinta mil hombres le proporcionaran toda la madera de cedro del Líbano que se necesitó en la construcción, y además tenía setenta mil hombres dedicados al transporte y ochenta mil carpinteros y canteros, sin contar a los principales jefes que mandaban los grupos de trabajadores. Tardó siete años en construirlo.
Cuando lo hubieron terminado, Dios habló a Salomón y le dijo: «Si vives ante Mí según mis mandatos y observas mis leyes, obrando el bien como te he ordenado, Yo habitaré en medio de mi gente y no abandonaré a mi pueblo Israel«. El templo fue consagrado a Dios y todo el pueblo se reunió en Jerusalén. Salomón dio gracias a Dios, y presentándose al altar del Señor, oró delante de todo el pueblo, diciendo: «Tú no vives sobre la tierra, pues es demasiado pequeña para Ti, ya que eres tan grande que ni los cielos pueden contenerte. ¿Cómo ibas a encontrar lugar y habitar en esta casa que te he construido? Sin embargo, Señor y Dios nuestro, dígnate escuchar nuestras plegarias cuando te invoquemos y te adoremos en este lugar«.
Salomón gobernaba a su pueblo con la sabiduría que Dios le había concedido y su fama de hombre bueno y sabio llegaba hasta los últimos confines del reino.
Un juicio famoso: Un día se presentaron ante el rey dos mujeres y, entre gritos, corrieron a arrodillarse ante Salomón. Una de las mujeres dijo: «Buen rey, haced justicia. Esta mujer y yo vivimos juntas en la misma casa. Hace unos días yo di a luz un niño. A los tres días, ella tuvo también un hijo. Pero sucedió que una noche el hijo de esta mujer murió porque ella, sin darse cuenta, se había acostado sobre él. Y aprovechando que yo dormía, vino a mi casa y me arrebató a mi hijo, cambiándolo por su hijo muerto«. «Eso es mentira», exclamó la otra mujer. «El niño que vive es mi hijo; el suyo es el que está muerto«. Y así, seguían gritándose la una a la otra, hasta que el rey Salomón decidió intervenir. Miró a las dos mujeres con atención y dijo con voz solemne: «Traedme una espada«. Los siervos llevaron la espada al rey quien, señalando al niño que ambas madres se disputaban, dijo: «Partid en dos al niño vivo y dadle la mitad a una madre y la otra mitad a la otra«. La verdadera madre se estremeció al oír estas palabras y suplicó llorando al rey: «No lo hagáis, señor. No matéis al niño. Prefiero que se lo déis vivo a ésta otra mujer«. De este modo supo el rey Salomón quien era la verdadera madre del niño y ordenó que le entregaran a su hijo.
Fue el rey Salomón el más grande de todos los reyes de la tierra por sus riquezas y su sabiduría. Todo el mundo quería ver a Salomón y todos le llevaban presentes, objetos de oro, vestidos, aromas, y así durante todos los años que duró su reinado.