Palestina era una provincia romana. El Cesar había nombrado a Poncio Pilato gobernador. Los judíos no podían condenar a muerte sin el permiso de los romanos. Así pues, hicieron llevar encadenado a Jesús ante Pilato. Decían: «Es un revolucionario que amotina a la gente, prohibiendo dar tributo al César. Se ha hecho a sí mismo rey y no lo es en absoluto.» Por eso Pilato le preguntó: «¿Eres Tú el rey de los judíos?» .Y Jesús respondió: «¡Sí, lo soy!». Efectivamente, Dios lo había destinado a ser Señor de los judíos y de los paganos.
A todas las demás acusaciones que adujeron los príncipes de los sacerdotes, no contestó. Entonces preguntó Pilato: «¿No respondes nada a tanta acusación? ¿No quieres defenderte como otros presos?». Pero Jesús callaba; y Pilato se admiró mucho.
Pilato era el dueño y señor del país; pero le gustaba aparentar ser amigo del pueblo judío. Todos los años libertaba por Pascua a uno de los presos judíos, que él, como representante del emperador romano, debía condenar. También esta vez se presentaron judíos ante su palacio a interceder por el preso que querían les libertase aquel año, y por insinuación de los sumos sacerdotes, gritaban: «¡Suéltanos a Barrabás!». Barrabás era un asesino. Había promovido una sedición, y, en el motín, había dado muerte a un hombre; por eso lo habían encarcelado.
Pilato habría puesto de buen grado en libertad a Jesús. Lo tenía por inocente y veía que los sumos sacerdotes lo habían apresado y procesado precisamente por miedo a su propio poder. Por eso preguntó otra vez: «¿No debería, más bien, dejar en libertad al rey de los judíos?». Y gritaron todos muy fuerte: «¡No, a Barrabás!» «¿Qué debo hacer con el que vosotros llamáis rey de los judíos?», preguntó Pilato. «¡Crucifícalo!», gritaba aquella multitud delante del palacio. «Pues ¿qué mal ha hecho?», volvió a insistirles. Pero ellos, instigados por los príncipes de los sacerdotes, gritaban: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
Viendo Pilato que el tumulto crecía, tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: «Soy inocente de la sangre de este justo». Entonces decidió hacer la voluntad del pueblo, y soltó a Barrabás. Pero antes mandó desnudar a Jesús y azotarlo con látigos como se hacía con todos los malhechores antes de llevarlos al lugar del suplicio, y lo condenó a morir con muerte de cruz.