Las tres Marías.

María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, compraron todo lo necesario y se dirigieron muy de madrugada a ungir el cuerpo de Jesús con óleo y bálsamo, como era costumbre en los entierros. El sábado, día de riguroso descanso, había pasado ya y había comenzado el primer día de la semana.

 

Justamente salía el sol cuando llegaron al sepulcro. Sabían que había una piedra grande a la entrada e iban hablando sobre quién se la movería para poder entrar. En esto, miraron y vieron que la piedra estaba removida. Entraron en el sepulcro, y vieron dentro, a la derecha, a un joven sentado, que llevaba largas vestiduras; ellas se asustaron.

Él les habló diciéndoles: «¡No os asustéis! Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado. No está aquí. Ved, aquí yacía. Id y decid a sus discípulos y a Pedro que Él os precederá a Galilea, como dijo. Allí le veréis». Y las mujeres corrieron huyendo del sepulcro, sobrecogidas de temblor y espanto.

Jesús se apareció a los apóstoles cuando se encontraban reunidos junto a su Madre. Faltaba Tomás y cuando le contaron lo que había sucedido no lo creyó. Por segunda vez se les apareció el Señor, en esta ocasión se encontraba Tomás con ellos. Para convencerse de la resurrección de Jesús metio sus dedos en las llagas.

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