Los apóstoles predicaban continuamente y con insistencia sobre la resurrección de Cristo Jesús, la presencia y el amor de Dios. Muchas personas creyeron, convencidos por el testimonio y vida de los apóstoles.
Acudían con frecuencia a escuchar las enseñanzas de los apóstoles sobre la vida de Jesús, sus obras y sus palabras; su muerte y su resurrección.
Los que pertenecían a la comunidad eran un solo corazón y un solo espíritu, y lo ponían todo en común; como hermanos. Nadie quería poseer para su exclusivo provecho lo que tenía, y por eso lo juntaban todo y todo era de todos. Tampoco había entre ellos ningún pobre o mendigo ya que si alguno poseía un terreno o una casa los vendía, y el dinero se lo daba a los apóstoles. Cada uno recibía según su necesidad y nadie pasaba hambre. La unidad que vivían entre ellos se prolongaba a todas las facetas de su vida.
Se reunían para celebrar la Eucaristía, «fracción del pan». En presencia de los apóstoles celebraban, comulgaban y compartían la mesa. No tenían templos por lo que estas reuniones las hacían el la casa de algún cristiano. Eran asiduos en la oración. Jesús les había enseñado el Padrenuestro.