Los panes y los peces.

 
(Juan 6, 1-15; Marcos 6, 31-34)

Era mucha la gente que seguía a Jesús y a sus discípulos, y en muchas ocasiones no tenían tiempo ni para comer. Entonces Jesús les dijo: «Venid conmigo a un sitio solitario para descansar un poco.» Y juntos atravesaron el lago en una barca para buscar un lugar apartado y tranquilo donde poder estar un rato solos.

Sin embargo, mucha gente los vio marcharse y los siguieron a pie por los caminos, adelantándose a ellos. Cuando llegó Jesús y se bajó de la barca, vio una gran multitud que había venido de los pueblos y ciudades de alrededor.

Al contemplar a la gente, se compadeció de ellos porque eran como un rebaño de ovejas que no tenía pastor. Se puso a hablarles largo rato, y les enseño muchas cosas aquel día.

 

Mientras tanto, se había hecho ya muy tarde, era casi de noche y los discípulos le recordaron a Jesús que debía despedir a la gente para que así pudieran ir a buscar algo de comer. Pero Jesús les dijo: «Dadles vosotros de comer.» Entonces los discípulos le dijeron: «Ni con doscientas monedas de plata podríamos comprar comida para todos.»

Uno de los discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un muchacho que tiene una cesta con cinco panes y dos peces, pero esto es muy poco para tanta gente.» Jesús dijo: «Decidles que se sienten.» Había mucha hierba en aquél sitio y todos se sentaron. Eran unos cinco mil hombres.

Jesús tomó el pan, miró al cielo, dio gracias a Dios y lo repartió entre todos. Lo mismo hizo con los peces. Les dio de comer todo lo que quisieron y todos se saciaron. Cuando acabaron Jesús dijo a sus discípulos: «Recoged los trozos que sobren.» Los recogieron y llenaron doce cestas con lo que había sobrado.

La gente al ver el milagro que había hecho Jesús, decían: «Este es el Profeta que tenía que venir al mundo.» Pero Jesús se dio cuenta de que querían hacerle rey, y se fue a un monte para estar solo.