CAPERUCITA ROJA
CAPERUCITA ROJA, PERO CONTADA POR EL LOBO
Érase una vez una abuelita que tenía 95 años. Siempre tenía enfermedades o le daba un infarto. Ese día fueron a verla mucha gente y yo estaba allí. Sólo pude comerme a tres seres vivos: a un pastor, a una oveja y a un cazador. ¡Ah! ¿qué no sabéis quién soy? Pues voy a presentarme. – Soy el lobo feroz y os voy a contar una historia que me ocurrió hace unos días. Bueno voy a seguir con el cuento. Aquel día que la abuelita se puso mala me llené tanto la barriga que no pude comer en los dos días siguientes. Por el pueblo me enteré que había una niña muy bonita, con una capa roja, que se llamaba Caperucita Roja, que tenía 9 años, pelo rubio y alta. – ¡Ya la veré por el bosque algún día! -exclamé. A los tres días me encontré una niña que iba tarareando tan tranquila: «la-la-la-la». -¿A dónde vas chiquilla? -le dije. – Voy a casa de mi abuelita. – ¿No te has asustado de mí? Soy el lobo feroz -dije. – ¿Cómo me voy a asustar de ti si es la primera vez que veo un lobo? Por favor, ¿me puedes decir dónde está la casa de mi abuelita? – Ve por ese camino de la izquierda que es más corto y llegarás antes -dije yo sonriéndome. Pero el camino más corto era el de la derecha. La engañé. Fue muy fácil. Yo cogí el camino de la derecha. Llegué a casa de la abuela antes y me la comí de un bocado. Luego me disfracé de abuela y me metí en la cama a esperar que viniera Caperucita. La niña por el camino se entretuvo cogiendo flores para hacerle un ramo a su abuelita. Iba cantando como siempre. Cuando llegó llamó a la puerta. – ¡Toc. toc! – Entra hijita -dije yo poniendo voz de abuelita-, siéntate a mi lado. La niña entró, se sentó a mi lado, me miró fijamente y me preguntó: – Abuelita, abuelita, ¿qué ojos tan grandes tienes? – Son para verte mejor -dije con voz muy fina. – Abuelita, abuelita, ¿qué nariz tan grande tienes? – Es para olerte mejor -respondí. – Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes! – Son para escucharte mejor, niña. – Abuelita, abuelita, ¡qué manos tan grandes tienes! – Son para abrazarte mejor. – Abuelita, abuelita, ¡qué boca más grande! – ¡Para comerte mejor! La niña salió corriendo y la pillé y me la comí. Pero un cazador que aseaba por allí me pilló y me echó piedras en la barriga, y sacó a la abuela y a la niña. Como tenía sed fuí a beber al pozo y me caí y me ahogué.