Hola. Aquí os dejo la teoría y la práctica que vamos a ir trabajando en clase:
La descripción I.
La descripción es un tipo de texto, oral o escrito, que explica cómo es una persona, un objeto o un paisaje.
Características de la descripción:
-Sigue un orden lógico. En primer lugar, hay que observar detenidamente lo que se va a describir, y en segundo seguir un orden: de arriba abajo, de izquierda a derecha…
-Abundan los complementos del nombre, tanto adjetivos como grupos preposicionales, y los tiempos verbales más frecuentes son el presente y el pretérito imperfecto de indicativo.
-Hay dos tipos de descripciones: la objetiva, en la que se describe el objeto sin hacer ninguna valoración, y la subjetiva, que expresa también las sensaciones que genera en quien describe.
- La descripción de una persona.
Consiste en resaltar sus características físicas o psicológicas más importantes.
Hay diferentes tipos de descripción:
–Prosopografía. Descripción del físico de una persona.
–Etopeya. Descripción del carácter y sentimientos de una persona.
–Retrato. El retrato es la descripción completa de una persona, pues contiene los rasgos físicos y de carácter.
–Autorretrato. Retrato de una persona realizado por ella misma.
–Caricatura. Es aquella descripción en la que se deforman o exageran los rasgos del físico o del carácter de un personaje.
- La descripción de un lugar.
A la descripción de un lugar se la denomina topografía. Consiste en decir cómo es explicando sus principales características.
Actividades:
Actividad 1
http://agrega.educacion.es/repositorio/26112009/e5/es_20070518_2_0050104/contenido/a8.htm
Actividad 2 http://www.materialesdelengua.org/WEB/hotpotatoes/descripcion/tipos.htm
Actividad 3. ¿A qué tipo de descripción corresponde cada uno de los siguientes textos?
Y todo por esa mocosa de enfermera […] No hay más que mirarla para darse cuenta de quién es, con esos aires de vampiresa y ese delantal ajustado, una chiquilina de porquería que se cree que es la directora de la clínica.
Julio cortázar, La señorita Cora
Otli tenía el pelo corto y erizado, rojo como una zanahoria, y las orejas gachas de soplillo. Era delgado y alto con la piel llena de pecas. Pero éstas no eran los graciosos puntillos que con frecuencia caen tan bien en las narices respingonas de las chicas. Otli tenía todo el cuerpo blanco y marrón como un perro foxterrier; como si se hubiese puesto cerca de un pintor que le pulverizase de marrón en una pared blanca.
Christine Nöstlinger, Filo entra en acción
No me gusta ni mi cara ni mi nombre. Bueno, las dos cosas han acabado siendo la misma. Es como si me encontrara feliz dentro de este nombre pero sospechara que la vida me arrojó a él, me hizo a él y ya no hay otro que pueda definirme como soy. Y ya no hay escapatoria. Digo Rosario y estoy viendo la imagen que cada noche se refleja en el espejo, la nariz grande, los ojos también grandes pero tristes, la boca bien dibujada pero demasiado fina. Digo Rosario y ahí está toda mi historia contenida, porque la cara no me ha cambiado desde que era pequeña, desde que era niña con nombre de adulta y con un gesto grave.
Elvira Lindo, Una palabra tuya
Mi criado tiene de mesa lo cuadrado y el estar en talla al alcance de la mano. Por tanto es un mueble cómodo; su color es el que indica la ausencia completa de aquello con qué se piensa, es decir, que es bueno; las manos se confundirían con los pies, si no fuera por los zapatos y porque anda casualmente sobre los últimos, a imitación de la mayor parte de los hombres; tiene orejas que están a uno y otro lado de la cabeza como los floreros en una consola, de adorno, o como los balcones figurados, por donde no entra ni sale nada; también tiene dos ojos en la cara; él cree ver con ellos, ¡qué asco se lleva!
Mariano José de Larra, La Nochebuena de 1836
Tras mi ventana, a unos trescientos metros, la mole verdinegra de la arboleda, montaña de hojas y ramas que se bambolea y amenaza con desplomarse. Un pueblo de hayas, abedules, álamos y fresnos congregados sobre una ligerísima eminencia del terreno, todas sus copas volcadas y vueltas una sola masa líquida, lomo de mar convulso. El viento los sacude y los golpea hasta hacerlos aullar. Los árboles se retuercen, se doblan, se yerguen de nuevo con gran estruendo y se estiran como si quisiesen desarraigarse y huir. No, no ceden. Dolor de raíces y de follajes rotos, feroz tenacidad vegetal no menos poderosa que la de los animales y los hombres. Si estos árboles se echasen a andar, destruirían a todo lo que se opusiese a su paso. Prefieren quedarse donde están: no tienen sangre ni nervios sino savia y, en lugar de la cólera o el miedo, los habita una obstinación silenciosa. Los animales huyen o atacan, los árboles se quedan clavados en su sitio. Paciencia: heroísmo vegetal.
Octavio Paz, El mono gramático
A la izquierda se abría la enorme boca de la cueva, por la cual no se distinguían más que sombras. Al acostumbrarse la pupila, se iba viendo en el suelo, como una sábana negra que corría a todo lo largo de la gruta, el arroyo del infierno, «Infernuco-erreca», que palpitaba con un temblor misterioso. En la oscuridad de la caverna brillaba, muy en el fondo, la luz de una antorcha que agitaba alguien al ir y venir. Unos cuantos murciélagos volaban a su alrededor; de cuando en cuando se oía el batir de las alas de una lechuza y su chirrido áspero y estridente.
Pío Baroja.
El tío Lucas era más feo que Picio. Lo había sido toda su vida, y ya tenía cerca de cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres tan simpáticos y agradables habrá echado Dios al mundo. Lucas era en aquel entonces de pequeña estatura, un poco cargado de espaldas, muy moreno, barbilampiño, narigón, orejudo y picado de viruelas. En cambio, su boca era regular y su dentadura inmejorable. Dijérase que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y fea; que tan pronto como empezaba a penetrarse dentro de él aparecían sus perfecciones, y estas perfecciones principiaban por los dientes. Luego venía la voz, vibrante, elástica, atractiva. Llegaba después lo que aquella voz decía: todo oportuno, discreto, ingenioso, persuasivo.
Pedro Antonio de Alarcón. El sombrero de tres picos
De repente, la puerta se abrió y apareció un hombre diminuto. Para todos fue una sorpresa. Tendría unos setenta años y en su cara de color oscuro, llena de arrugas, destacaban unos ojos negros y brillantes. Tenía los pies pequeños y andaba despacio. Se colocó enfrente de nosotros y dijo: “Ya estoy aquí, ¿me esperabais tan pronto?” su voz era suave pero transmitía cierta energía. En silencio, nos miramos de reojo. No era como habíamos imaginado, pero a todos nos gustó. Más tarde comprendimos por qué: era una persona afable y comprensiva. Escuchaba a todos con paciencia y tenía siempre una respuesta inteligente a nuestras preguntas. Trabajaba mucho y nos hacía trabajar, pero era tan ameno que en su clase las horas volaban. Así era nuestro profesor.
Mi padre se llamaba Esteban Duarte Diniz, y era portugués, cuarentón cuando yo niño, y alto y gordo como un monte. Tenía la color tostada y un estupendo bigote negro que se echaba para abajo. Según cuentan, le tiraban las guías para arriba, pero, desde que estuvo en la cárcel, se le arruinó la prestancia, se le ablandó la fuerza del bigote y ya para abajo hubo que llevarlo hasta el sepulcro. Yo le tenía un gran respeto y no poco miedo, y siempre que podía escurría el bulto y procuraba no tropezármelo; era áspero y brusco y no toleraba que se le contradijese en nada, manía que yo respetaba por la cuenta que me tenía.
Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte.
Era Rosita perfectamente proporcionada de cuerpo: ni alta ni baja, ni delgada ni gruesa. Su tez, bastante morena, era suave y finísima, y mostraba en las tersas mejillas vivo color de carmín. Sus labios, un poquito abultados, parecían hechos del más rojo coral, y cuando la risa los apartaba, lo cual ocurría a menudo, dejaba ver, en una boca algo grande, unas encías sanas y limpias y dos filas de dientes y muelas blancos, relucientes e iguales. Sombreaba un tanto el labio superior de Rosita un bozo sutil, y, como su cabello, negrísimo. Dos oscuros lunares, uno en la mejilla izquierda y otro en la barba, hacían el efecto de dos hermosas matas de bambú en un prado de flores. Tenía Rosita la frente recta y pequeña, como la de la Venus de Milo, y la nariz de gran belleza plástica, aunque más bien fuerte que afilada. Las cejas, dibujadas lindamente, no eran ni muy claras ni muy espesas, y las pestañas larguísimas se doblaban hacia fuera formando arcos graciosos.
Juan Valera.