Del libro de Bert Hellinger » Las órdenes de la ayuda» podemos extraer conclusiones los orientadores/as y los maestros/as en nuestro profesión de ayuda de unos a otros.
«¿Qué significa ayudar? La ayuda es un arte. Como todo arte, requiere una destreza que puede aprender y ejercitar. También requiere empatía con la persona que viene en busca de ayuda. Es decir, requiere comprender aquello que le corresponde y, al mismo tiempo, la trasciende y orienta hacia un contexto más global. La ayuda como compensación Los humanos dependemos, en todos los sentidos, de la ayuda de otros. Únicamente así podemos desarrollarnos. Al mismo tiempo, también dependemos de ayudar a otros. Quien no es necesario quien no puede ayudar a otros, acaba solo y atrofiado. La ayuda, por tanto, no sólo sirve a los demás, también nos sirve a nosotras mismos. Por regla general, la ayuda es mutua, por ejemplo en la pareja, y se regula por la necesidad de compensación. Quien recibió de otro aquello que deseaba y necesitaba, también quiere dar algo, para así compensar la ayuda. Muchas veces, compensar mediante la devolución sólo es factible hasta un cierto límite, por ejemplo en relación a nuestros padres. Lo que ellos nos dieron es demasiado grande como para poder, compensarlo dando. Así, en relación a ellos, sólo nos queda reconocer el regalo y agradecerlo de todo corazón. En este caso, cuando pasamos lo recibido a otros -por ejemplo, a nuestros propios hijos logramos compensar a través del dar y también logramos la consiguiente descarga. El dar y el tomar, por tanto, se mueven en dos niveles: por una parte, entre iguales, donde se mantienen en un mismo nivel y re-quieren reciprocidad. Por otra parte, entre padres e hijos o entre aventajados y necesitados, donde se presenta un desequilibrio. Aquí, el dar y el tomar se asemejan a un río que transporta más allá aquello que recoge. Este dar y este tomar son más grandes: su mirada abarca también lo posterior.
Esta ayuda supone que antes hayamos recibido y tomado nosotros mismos, Sólo así sentimos la necesidad y la fuerza de ayudar también a otros, sobre todo cuando esta ayuda nos exige mucho. Al mismo tiempo supone que aquellos a quienes pretendemos ayudar necesitan y desean aquello que somos capaces de, y nos disponemos a, darles. De lo contrario, la ayuda resulta vana; separa en lugar de unir.
EI primer orden de la ayuda: El primer orden de la ayuda significa, por tanto, que uno sólo da lo que llene, y sólo espera y toma lo que realmente necesita. El primer desorden en la ayuda comienza cuando uno pretende dar lo que no tiene y otro quiere tomar lo que no necesita. 0 cuando uno espera y exige de otro lo que éste no le puede dar porque no lo tiene o también, cuando uno no debe dar, ya que asumiría en lugar de otro algo que sólo éste puede o debe llevar o hacer. Así, pues, el dar y el tomar tienen límites. Percibir esos límites, y respetarlos, forma parte del arte de la ayuda. Esta ayuda es humilde; muchas veces, ante determinadas expectativas o también ante el dolor, renuncia a ayudar. Esta humildad y esta renuncia contradicen muchos conceptos convencionales de la ayuda adecuada y frecuentemente exponen al ayudador a graves reproches y ataques.
EI segundo orden de la ayuda: Por una parte la ayuda está al servicio de la supervivencia, y por la otra sirve al desarrollo y al crecimiento. Supervivencia, desarrollo y especialmente dependen de circunstancias especiales, tanto externas como internas. Muchas circunstancias externas nos vienen dadas y no son confortables, por ejemplo una enfermedad hereditaria o también las consecuencias de determinados sucesos, o de una culpa propia o ajena. Si la ayuda pasa por alto, o no quiere admitir, las circunstancias externas, queda destinada al fracaso. Esto se aplica aún más a las circunstancias de carácter interno. A muchos ayudadores puede parecerles duro el destino de otro y desearían modificarlo. Pero muchas veces no porque el otro lo necesite o desee, sino porque a ellos mismos les resulta difícil soportar este destino. Cuando el otro, a pesar de todo, se deja ayudar por ellos no es tanto por su propia necesidad, sino por su deseo de ayudar a los ayudadores. Así, esta ayuda se convierte en un tomar, y el aceptar la ayuda, en un dar. El segundo orden de la ayuda significa, por tanto, que uno se somete a las circunstancias, y sólo interviene hasta donde ellas lo permitan. Esta ayuda se contiene y tiene fuerza. El desorden en la ayuda sería aquí negar o tapar las circunstancias en lugar de afrontarlas junto con la persona que busca ayuda. La pretensión de ayudar en contra de estas circunstancias debilita tanto al ayudador como a la persona que espera la ayuda. Lo mismo le ocurre a la persona a quien se le ofrece ayuda, e incluso a quien se ve obligado a aceptarla.
El tercer orden de la ayuda: muchos ayudadores, por ejemplo en psicoterapia o en servicios sociales, ante personas que buscan ayuda, creen que deberían ayudarles como algunos padres lo hacen con sus hijos. Por otra parte, muchas personas que buscan ayuda esperan que los ayudadores se dirijan a ellos como padres a sus hijos, para así recibir de ellos lo que de sus padres siguen esperando o exigiendo. ¿Qué ocurre cuando los ayudadores responden a estas expectativas? Se embarcan en una larga relación. ¿Y dónde lleva esta relación? Los ayudadores acaban en la misma situación que los padres en cuyo lugar se colocaron con su deseo de ayudar de esta forma. Paso a paso tienen que poner límites o frustrar a aquellos que buscan ayuda. Así, los clientes muchas veces desarrollan hacia los ayudadores los mismos sentimientos que antes albergaban hacia los padres. De esta manera, los ayudadores que se situaron en el lugar de los padres o incluso pretendían ser los mejores padres, en los ojos de los clientes acaban siendo iguales que sus padres. Muchos ayudadores permanecen atrapados en la transferencia y contratransferencia del hijo a los padres, dificultando a los clientes la despedida de sus padres y también de ellos mismos Al mismo tiempo, una relación según el ejemplo de la transferencia hijo-padres también obstaculiza el desarrollo y la maduración personal del ayudador. El desorden en la ayuda consiste aquí en permitir que un adulto demande al ayudador tal como un niño lo hace con sus padres, y permitirle al ayudador tratar al cliente como si fuera un niño, asumiendo en su lugar asuntos cuyas responsabilidades y consecuencias únicamente puede y debe asumir él.
El cuarto orden de la ayuda : muchos ayudadores tratan al cliente como si fuera un individuo aislado. También caen con facilidad en el peligro de la transferencia hijo-padres. Sin embargo, el individuo es parte de una familia. Sólo cuando el ayudador lo percibe como parte de su familia, también percibe a quién necesita el cliente y a quién, quizá, le debe algo. Si el ayudador ve a la persona junto con sus padres y antepasados, quizá también con su pareja y sus hijos, lo percibe tal como es en realidad. Así también percibe y comprende quién es, en esta familia, la persona que necesita primero su respeto y su ayuda; a quién se ha de dirigir el cliente para darse cuenta cuáles son los pasos decisivos, y darlos. Es decir, la empatía del ayudador ha de ser menos personal y, sobre todo, más sistémica. Aquí, el desorden en la ayuda sería no mirar ni reconocer a otras personas. Decisivas que, por así decirlo, tienen en sus manos la clave para la solución. Entre ellos cuentan, sobre todo, aquéllos que fueron excluidos de la familia porque, por ejemplo, son considerados una vergüenza para ella. También aquí existe el peligro de que el cliente reciba esta empatía sistémica como dureza, sobre todo aquél que aborda a sus ayudadores con demandas infantiles. En cambio, quien busca ayuda de una forma adulta, recibe este procedimiento sistémico como liberación y como fuente de fuerza.
El quinto orden de la ayuda: se halla al servicio de la reconciliación, sobre todo, con los padres. A ella se opone la distinción entre miembros buenos y malos de la familia, tal y como la establecen muchos ayudadores bajo la influencia de su conciencia y de la opinión pública. Sería, pues, el amor a toda persona tal como es, por mucho que se diferencie de mí. De esta manera, el ayudador abre su corazón para el otro. Se convierte en una parte suya. Y lo que se ha reconciliado en su corazón, también puede reconciliarse en el sistema del cliente. El desorden en la ayuda sería aquí juzgar al otro; en la mayoría de los casos esto equivale a una sentencia, y la consecuente indignación desde la moral. Quien realmente ayuda, no juzga. »