Espacio-temporalidad
“el ‘espacio-tiempo’ o la ‘espacio-temporalidad’
es la categoría pertinente […]
El espacio debe considerarse dinámico y en movimiento,
un momento activo (no un marco pasivo) en la constitución
de la vida física, ecológica, social y político-económica.”
(Harvey, 2007: 241-242)
Realizar una genealogía sobre los conceptos de espacio y tiempo es una tarea bastante compleja y, además, no es el objeto de esta presentación. Sin embargo, si podemos señalar que ambos conceptos son objeto de estudio desde los inicios de la filosofía griega y en concreto desde Aristóteles, que es quien nos ha legado la doctrina más sólida sobre el tiempo. Para él el tiempo está relacionado directamente con el movimiento, no es posible sin acontecimientos, sin seres en movimiento. Aristóteles concibe el tiempo como el movimiento continuo de las cosas, susceptible de ser medido por el entendimiento. Así surgirá el tiempo métrico, cuya estimación estará regulada por el movimiento de los astros, como el de rotación o el de traslación. Más tarde aparecerá el movimiento rítmico de aparatos de desarrollo preciso, como el de los relojes.
Heidegger, en su analítica existencial del Dasein, descubre al hombre como un ser incompleto e inacabado, que tiene que hacer y proyectar su propia vida, autotrascendiéndose y anticipándose a lo que va a ser, porque el futuro, entendido como posibilidad de existir, constituye una dimensión de su ser. Pero el futuro implica el pasado, puesto que nuestra posibilidad de ser se plantea desde lo ya sido. Por lo tanto, también el pasado constituye una “dimensión del ser” del ser humano. Ahora bien, la comprensión de lo ya sido determina la comprensión de lo que actualmente somos. El presente, pues, aparece envuelto por la relación entre futuro y pasado. Estas tres dimensiones –pasado, presente y futuro- constituyen la unidad del ser humano y reciben el nombre de temporalidad. El tiempo es la textura más profunda de la existencia humana.
En este sentido, entenderemos la temporalidad por el proceso de construcción del tiempo como espacio cronológico en el cual nos movemos, resultado de las relaciones establecidas entre nosotros en nuestros entornos a partir de los datos temporales (magnitud física). Y siempre asumiendo, que la temporalidad se puede contemplar a partir de un sin fin de ángulos específicos, de los cuales destacamos: el ritmo (tiempo lento, tiempo acelerado), el contenido (tiempo lleno, tiempo vacío), el alcance (práctico, teórico), la esfera (individual, cultural, social, familiar, comunitario), la escala (local, regional, global), el contexto (histórico, contemporáneo), la situación (temporalidad urbana, temporalidad rural), la escala temporal (tiempo nuevo, tiempo viejo, tiempo pasado, tiempo futuro, tiempo presente), o la experiencia temporal (Tiempo vivido, tempero soñado, tiempo imaginario).
Por otro lado, respecto a la noción de espacio, seguiremos la línea de pensamiento que representan en las últimas décadas autores como David Harvey, Doreen Massey o Edward Soja, entre otros geógrafos. Harvey dirá que tradicionalmente los mapas adoptan desde la perspectiva de la geografía “la forma de representaciones espaciales bidimensionales”, es decir, descansan “sobre una cierta concepción del espacio” y “sobre la capacidad para ordenar y localizar posiciones, objetos y acontecimientos en ese espacio a través de mediciones precisas” (Harvey, 2007). Desde nuestra perspectiva, siguiendo al autor, no podemos hablar del espacio en estos términos, o al menos nuestra percepción va más allá de lo anterior cuando hablamos del espacio.
Así, consideramos que “el ‘espacio-tiempo’ o la ‘espacio-temporalidad’ es la categoría pertinente”. Y por tanto, en primer lugar, toca entender que “‘toda geografía es geografía histórica’, con independencia de dónde se busque”. La importancia de esta “concepción dinámica del ordenamiento espacial y de la forma espacial”, reside en que los conocimientos geográficos han tendido “a convertirse en estructuras de pensamiento e interpretación muertas e inamovibles”, mientras “su manifestación más interesante surge invariablemente de observarlas (o incluso ponerlas) en movimiento” (Harvey, 2007: 240).
Por tanto, podremos decir con Harvey que los procesos socio-espaciales no se pueden verificar en un espacio absoluto, fijo. El espacio por el contrario siempre es variable, es decir, relativo y relacional. Un campo de ordenamiento espacial activamente producido que cambia a veces de manera rápida y a veces muy lenta a lo largo del tiempo. El espacio es dinámico y en movimiento, un momento activo en la constitución de la vida física, ecológica, social y político-económica.
El espacio, de este modo, como la cartografía, es tanto un constructo mental como material. Entendiendo además que los sistemas de medición y los constructos matemáticos (geometría y cálculo), usados para representar la espacialidad, son producto del pensamiento humano; y que el imaginario espacial y temporal, -la construcción de mundos alternativos posibles (por usar la formulación de Leibniz) y las percepciones del espacio y del tiempo que recorren la conciencia y que se presentan en obras de arte, poesía, novelas, películas y formas multimedia-, todos ellos proporcionan una enorme gama de significados metafóricos con los que es posible explorar conectividades y analogías ocultas. Los llamados espacio y tiempo ‘mentales’ o ‘imaginarios’ son terrenos ricos sobre los que trabajar para comprender las subjetividades personales y políticas, pero también sus consecuencias cuando se materializan en forma de acción humana en el espacio y en el tiempo.
Sin embargo, debemos apuntar que la construcción social del espacio y el tiempo que Harvey desarrolla, sigue la línea que adoptó Lefebvre y que éste a su vez retomó de Durkheim. No obstante, lo importante para la presente investigación es repensar la pregunta del <aquí y ahora> e intentar dar una repuesta que nos permita comprender la contemporaneidad, para saber desde donde partimos y porque partimos de estas nociones y no de otras. No es una cuestión baladí porque en estos conceptos nos reconocemos como integrantes de una sociedad y no de otra, no es algo subjetivo ni arbitrario. El sociólogo alemán Simmel, usó una maravillosa figura: ¡imaginen qué podría pasar, escribió él, si todos los relojes de la ciudad estuvieran una hora atrasados, esto sería un caos total!
Por tanto, podemos concluir con Harvey en que la forma particular en que el espacio y el tiempo se relacionan entre sí está íntimamente vinculada a las estructuras de poder y a las relaciones sociales de los particulares modos de producción y consumo que existen en (una) cada sociedad. Años antes Lefebvre había afirmado que “si el espacio (social) interviene en el modo de producción, a la vez efecto, causa y razón, cambia con dicho modo de producción. Es fácil de comprender: cambia con las <sociedades>” (Lefebvre, 2013: 57).
En definitiva, podemos decir que la espacialidad es el conjunto de condiciones y prácticas, que atravesadas por las condiciones geográficas propias del territorio, influyen y promueven las interacciones socio-espaciales. Esta concepción ya estaba en los planteamientos de Emile Durkheim y sobre todo de Georg Simmel, que, con su teoría constructivista del espacio, acaba subrayando la importancia de las relaciones entre espacio y sociedad. A este respecto, es interesante comprobar como existe un hilo común en las obras de autores de diversas generaciones y espectros ideológicos distantes. Así, Simmel, Park, Lefebvre, Jacobs, Harvey o Massey comienzan a estar más cercanos de lo que en un principio pudiera pensarse.
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Fragmento del Trabajo Fin de Máster en Ciudad y Arquitectura Sostenible «Mover la sostenibilidad. Análisis de la movilidad en la (re)producción del modelo socio-territorial en el norte metropolitano de Sevilla.» – Pablo Pérez Ganfornina (2015)