La experiencia estética
LA EXPERIENCIA ESTÉTICA Y LOS OBJETOS ESTÉTICOS
La idea de que el desinterés es la condición esencial de la experiencia estética está presente en gran parte de las reflexiones sobre estética en la Historia del pensamiento y, además, es una idea que está bastante cercana al sentido común, pues parece que la experiencia estética debe ser ajena a todos los intereses que agobian al ser humano en la experiencia sensible e incluso en la científica.
El goce o experiencia estética sólo es posible cuando contemplamos algo con una determinada actitud. Se trata de acercarnos al objeto estético con una actitud desinteresada, no en el sentido de que no nos importe, sino en el sentido de no querer sacar de él ningún provecho. Esta actitud desinteresada se opone a otro tipo de actitudes como la cognoscitiva: nos acercamos al objeto estético para ampliar nuestro conocimiento. La actitud crematística: nos movemos por un interés económico o decorativista: valoramos un objeto estético por su función de utilidad decorativa.
El aventurero que explora un paraje desconocido buscando un tesoro, el propietario que contempla un bosque calculando las ganancias que obtendrá en la venta o el publicista que escoge una melodía para el anuncio de detergente no se sitúan a sí mismo en disposición de tener una experiencia estética. Su actitud no es la apropiada. Sólo una actitud desinteresada puede proporcionarnos el placer característico de la experiencia estética. Pero, ¿en qué consiste? ¿Supone un acercamiento indiferente y pasivo al objeto estético? No. Cuando hablamos de una actitud desinteresada, no utilizamos el término interés en su acepción de “atención e inclinación entusiasta a algo”, sino en su acepción de “provecho o utilidad de algo”. Así, en este sentido, mantener una actitud interesada supone acercarnos a algo fijándonos en su utilidad y en el beneficio que podemos extraer, mientras que mantener una actitud desinteresada significa apartar esta finalidad utilitarista; en otras palabras, aproximarnos al objeto estético sin convertirlo en un medio o instrumento para nuestro provecho, sino respetándose como un fin en sí mismo. Así es como debemos acercarnos a las obras de arte y a la naturaleza si queremos gozar de una verdadera y pura experiencia estética.
Continuando con las características de la experiencia estética podemos añadir a las anteriormente estudiadas los siguientes rasgos:
-La realidad se nos presenta más ligera: la experiencia estética transforma nuestra visión de la realidad, de modo que el mundo nos parece más liviano y la vida más llevadera; a través de esta experiencia descubrimos un nuevo sentido en las cosas.
– Nos altera la vivencia del tiempo: el goce estético hace que nos olvidemos del reloj, hace que el tiempo pase casi «sin sentir». La experiencia de lo estético nos permite superar la fugacidad del tiempo ordinario y saborear la eternidad, transitar del pasado al presente y al futuro sin solución de continuidad, por ejemplo, cuando disfrutamos de la música que nos gusta.
– Precariedad del gozo: la intensidad de la experiencia contrasta con su brevedad; el gozo estético es un gozo precario y por ello parece fruto del azar. La realidad a la que se vuelve después de la contemplación parece más dura.
La ESTÉTICA constituye, pues, una disciplina centrada en la reflexión acerca de un tipo de objetos capaces de producir emociones que nos sirven para valorarlos como bellos, feos, sublimes… Así estudia un tipo especial de experiencia que ciertos objetos logran suscitar. Estos objetos capaces de despertar experiencias estéticas en nosotros reciben el nombre de objetos estéticos.
Aunque no todos los pensadores están de acuerdo, se considera que éstos pueden ser de dos tipos:
– Objeto artístico: creado artificialmente por el hombre con la intención de suscitar una experiencia estética. Son objetos de este tipo: una pintura, una sinfonía o una representación teatral.
– Objeto natural: no es una creación humana. Está ahí y el hombre se lo encuentra. Pueden ser objetos de este tipo: una flor, una concentración de nubes sobre el mar o un bello rostro. Para algunos filósofos, la emoción ocasionada por una pintura es similar al sentimiento que nos puede producir un paisaje, una puesta de Sol en el mar o un desierto de dunas.
Así pues, lo que tienen en común estos objetos es el sentimiento que nos producen: nos afectan de forma distinta a como lo hacen los demás objetos “prosaicos” que nos rodean. Decimos que estos objetos son bellos porque nuestra personalidad se enriquece cuando los admiramos.
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