LAS MEMORIAS DEL SARGENTO BOURGOGNE – Adrien Bourgogne

LAS MEMORIAS DEL SARGENTO BOURGOGNE - Adrien Bourgogne1812. Napoleón invade Rusia. Después de un accidentado periplo por territorio ruso y después de derrotar al ejército del Zar en Borodino, el ejército imperial francés entra en Moscú. Tras esperar en balde una capitulación de Alejandro I que nunca llegó, menos de un mes después, los franceses se vieron obligados a volver sobre sus pasos. A lo largo de dos larguísimos meses la Grand Armée no solo sufrió el continuo hostigamiento de los cosacos y las tropas rusas, sino que además fue devastada por el crudo y asesino invierno, que azotó sin piedad las largas columnas francesas.

Ediciones Salamina ha publicado las memorias de aquella retirada, escritas por el sargento de la Guardia Imperial Adrien Bourgogne. Veterano de las campañas francesas acometidas en media Europa, fue uno de los más de cuatrocientos mil soldados que acometieron la invasión de Rusia en junio de 1812 y de los pocos más de quince mil que regresaron con vida de aquel infierno blanco. Sus memorias describen con extremo detalle la llegada, estancia en Moscú y, sobre todo, la retirada de la Grand Armeé. Si bien el trascurso los meses de la invasión pasan veloces por las primeras páginas del libro, la estancia de las tropas imperiales en Moscú, toman importancia en sus relato. Tal como cuenta el Sargento Bourgogne, siempre hablando en primera persona, la situación de la capital fue absolutamente compleja y anárquica. Las tropas estaban mal estacionadas y en pocos días empezaron a propagarse los incendios por la ciudad, provocando que la estancia de las tropas fuera harto compleja. Los suministros escaseaban, mientras la rapiña y ocupación de las casas no tenían límite y los incendios se reproducían cercenando la libre circulación de los invasores.

Tras la decisión de Napoleón de salir de la capital y volver grupas hacia Francia, la debacle se cernió sobre las tropas sin remedio. La presión de los rusos en la batalla de Maloyaroslatev provocó que los franceses y sus aliados no pudieran tomar una ruta diferente a la que meses antes les había llevado a Moscú. Tuvieron que regresar sobre sus pasos reencontrándose con los campos y poblaciones destruidas y arrasadas por ellos mismos meses antes. La falta de víveres y refugio fue una constante. En más de una ocasión, la llegada del protagonista y sus compañeros a estos pueblos y villas solo les otorgaba cuatro paredes sin techo para albergarse y escasa comida. Pero sin duda el gran enemigo se personificó en forma de invierno. La estación se adelantó aquel año, y a mediados de octubre ya habían caído las primeras nieves. A partir de ese momento, el frío, hasta temperaturas de veinticinco grados bajo cero, las ventiscas y grandes tormentas de nieve, junto al continuo acoso de los cosacos y la artillería rusa, convirtió la experiencia de Bourgogne y sus camaradas en un auténtico hito de supervivencia y fortaleza. En sus memorias nos cuenta la sinrazón de las situaciones generadas por el hambre y el frío. El deseo de sobrevivir, tal como él nos narra, pasó por encima de sus semejantes, hasta llevarles en algunos casos extremos a esconder la escasa comida que atesoraban antes que ofrecérsela a sus compañeros y por tanto destinándolos a una muerte segura.

Tras la batalla de Krasnoi, la retirada se convirtió en una desbandada sin remedio. Es terrorífico como se cuenta que en algunas ocasiones los soldados perdían la senda de regreso, tras horas de desconcierto, y encontraban de nuevo el camino gracias a los moribundos y fallecidos tirados en los márgenes de los caminos. En contraposición a esta situación de inhumanidad, llama también la atención la fe y confianza casi mítica en el emperador y en el cuerpo de la Guardia Imperial, al que pertenecía. La idea de pertenencia a un regimiento, el sentimiento de servicio a Napoleón, fueron fuertes acicates a los que aferrarse para la supervivencia de quienes tuvieron la suerte de sobrevivir a aquel periplo. La carrera por sobrevivir pasaba por no dejar de andar, no dormir al raso, pertenecer a un grupo humano unido y, cómo no, superar el acoso continuo de las tropas irregulares rusas, formadas por tártaros y cosacos. En sus memorias se narran algunos trazos de auténtica pesadilla. Por ejemplo, cuando el protagonista no puede sostener el arma frente a la carga de un jinete a punto de ensartarle con su lanza, debido al estado de congelación de sus manos y, al huir, en pleno golpe de dolor debido a un cólico inoportuno, se hace sus necesidades encima en plena carrera frente al enemigo. O el momento en que muerto de hambre, es incapaz de hincar un mordisco en la carne de uno de los miles de caballos muertos o sacrificados en el camino, debido a su extremo estado de congelación. Estos son solo son algunos de los retazos narrados de primera mano por el vélite sargento Bourgogne, en unas memorias contadas con gran detalle y sobre todo con la humanidad y, a veces, con el sentimiento de culpabilidad del que fue testigo directo de una de las mayores debacles militares y humanitarias del siglo XIX.

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