TODO LO QUE SE LLEVÓ EL DIABLO – Javier Pérez Andújar

«Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas como en otro tiempo. Porque el gobierno de la República que nos envía, nos ha dicho que vengamos, ante todo, a las aldeas, a las más pobres, a las más escondidas y abandonadas, y que vengamos a enseñaros algo, algo que no sabéis por estar siempre tan solos y tan lejos de donde otros lo aprenden, y porque nadie hasta ahora ha venido a enseñároslo; pero que vengamos también, y lo primero, a divertiros» (Manuel Bartolomé Cossío, 1931).

Fue como un rayo de sol que se cuela en mitad de la procelosa noche. La España que se encontró la Segunda República nada más llegar al poder en 1931 estaba atrasada culturalmente. La gran mayoría de la población vivía entonces en el campo siendo el 30% analfabeta. Cientos de años de olvido habían convertido a aquellas pobres gentes en perfectos borregos a los que llevar al matadero de los más ricos. Y si a eso añadimos que una gran parte de los maestros que vivían (o sobrevivían) en aquellos pueblos no recibían su jornal ni disponían de medios con que enseñar a sus pocos pupilos, es normal que tuvieran la moral por los suelos. Es por ello que el primer gobierno de la República quiso socorrer a esas gentes tendiendo puentes entre las ciudades y los pueblos enviándoles la cultura que estos últimos no tenían a través de las llamadas Misiones Pedagógicas las cuales estuvieron vigentes desde 1931 hasta el mismo momento del final de la Guerra Civil. Auspiciadas por Manuel Bartolomé Cossío, heredero de Francisco Giner de los Ríos, deseaba que lo que él denominaba como cultura difusa, es decir la cultura que por inercia existía en las ciudades importantes,  fuera llevada a los lugares más apartados de la geografía española para que todo el mundo pudiera ser instruido y tuviera las mismas oportunidades.

Pero ¿quiénes fueron los encargados de viajar a aquellos lugares? Esencialmente los llamados voluntarios de las Misiones Pedagógicas. Se calcula que hasta comienzos de la Guerra Civil hubo más de quinientos jóvenes entusiastas que se ofrecieron a recorrer los caminos para acercar la cultura y las bondades de la República a los pueblos y aldeas más recónditas. En su mayoría pertenecían a la Institución Libre de Enseñanza y a distintas universidades y estaban muy ilusionados por poder alumbrar las mentes dormidas de la gente. Deseaban abrir nuevas conciencias al mundo. Pero eso no quitaba que muchos de ellos también se tomaran esos viajes como una especie de aventura vital, de juventud. Así que, mezclando ambas sensaciones, es como muchos de ellos partieron hacia lo desconocido, hacia lo que creían un nuevo mañana. El libro que les presento a ustedes, Todo lo que se llevó el diablo, de Javier Pérez Andújar (Tusquets) trata sobre este tema y sobre como un grupo de maestros idealistas se convierten en misioneros y hacen un viaje que no olvidaran en la vida.

La acción se sitúa en 1935, un momento no tan propicio para el Patronato de las Misiones Pedagógicas ya que el gobierno conservador ha reducido de manera drástica la asignación que se daba a esta finalidad cultural. Los jóvenes anteriormente mencionados viajan con gran ilusión, en una tartana que casi se cae de vieja, a la llamada sierra de Culebra (Zamora) con la intención de llevar libros y material audiovisual a aquella zona tan apartada. Pero lo que no saben es que este periplo, en un principio tan emocionante, les llevara a una serie de pueblos en los que podrán ver con sus propios ojos la miseria en que viven muchos de ellos. Pasan de lo idílico a la verdadera realidad del momento. Además en algunos también encontraran la reticencia de algunas personas que creen que lo que hacen con sus libros y sus discos es soliviantar al pueblo como por ejemplo algunos curas o gente reaccionaria. Curiosamente, incluso, también existieron personajes del espectro izquierdista que desde el Congreso abogaban por eliminar las misiones al considerarlas fútiles ya que, según ellos, no aportaban nada práctico. Pero volviendo al argumento de la novela en cuestión junto a  la odisea de nuestros maestros también aparecen otras historias paralelas que la enriquecen como el periplo de un lobero que va buscando a un tío suyo y que en sus correrías se van encontrando todo tipo de gente como por ejemplo unos asesinos a sueldo, un grupo de feriantes en el que actúa un pedómano, un eremita muy cascarrabias, un muerto viviente que no se entera de que está muerto e incluso un par de vivarachos lingüistas (Tomás Navarro Tomás y Zamora Vicente) que recorren la provincia haciendo un mapa dialectal . Todo muy en la línea de un realismo mágico o de  los bellos capítulos que adoban El bosque encantado de Wenceslao Fernández Flórez. Diría más, hay personajes que parecen sacados de la misma película de Amanece que no es poco, de José Luis Cuerda.

A través de las páginas de Todo lo que se llevó el diablo podemos observar ciertas características de cómo eran las Misiones Pedagógicas. El Patronato recibía normalmente un buen número de peticiones por parte de los alcaldes de los pueblos (se cree que unos 7000) para que los misioneros acudieran allí con el fin de que sus conciudadanos recibieran algún tipo de educación. Ésta podía ser o bien a través de una biblioteca popular (se abrieron más de 5000), o bien mediante el llamado Teatro del Pueblo, acuérdese uno de La Barraca; distintos tipos de coro y música; cine; e incluso un Museo itinerante de pinturas en el que se exhibían copias de pintores que hubiera en el Museo del Prado para después colgarlas en dependencias municipales o si no hubiera suficiente sitio en el balcón del ayuntamiento para que todo el mundo pudiera verlas y escuchar a la vez la pertinente explicación. Eso sí, este último conducto solía ser llevado a cabo en pueblos grandes o de cabeza de partido. También hay que aclarar que la organización de cada sección de la Misiones estaba a cargo de una persona importante dentro de la intelectualidad del momento. Por ejemplo en el apartado de las bibliotecas populares los libros eran seleccionados por Matilde Moliner o Antonio Machado; Alejandro Casona se ocupaba del teatro; Eduardo Martínez Torner era el encargado de seleccionar las canciones de los coros y la música que se reproducía en los gramófonos portátiles;  y Rafael Dieste se ocupaba del cine que se proyectaba y que tanta admiración causaba entre los lugareños al ver cosas y costumbres que no sabían que había más allá del horizonte de su visión.

Esta novela es todo un homenaje a la intelectualidad de la República, en concreto a aquellos que colaboraron con las misiones. Y no solo a ellos sino a todas las personas anónimas que trabajaron en este bello proyecto. Mediante una prosa bellísima y prolífica, valleinclaniana a veces, Javier Pérez Andújar nos introduce en ese mundo de ilusiones y amor por la cultura, por la enseñanza y por el  prójimo. Nos inflaman las ganas con que aquellas gentes lo dejaban todo por llevar una luz de conocimiento  a sus semejantes, y nos enoja sobremanera como había personas a las que les daba miedo que los menos afortunados tuvieran una mínima educación. Como decía Manuel Bartolomé Cossío: «No comprendo por qué odian de esa manera a las Misiones. Las Misiones no hacen más que educar. Y a España la salvación ha de venirle por la educación.»

El mejor ejemplo  que se puede hacer de lo que sintieron los integrantes de las Misiones Pedagógicas y el amor que sintieron por la gente a las que llevaban un pedacito de su cultura lo encontré hace poco en un documental de la televisión. Habla Carmen Caamaño, misionera por aquellos años:

¿De qué mundo vienen estas personas? Estábamos tan lejos de su mundo que parecía que venías de otras galaxias. De sitios que no podían entrar en su imaginación que existieran. Ni como vestíamos, ni cómo llevábamos para comer, ni como hablábamos… éramos otra cosa. Tampoco éramos los titiriteros que iban por los pueblos, había otra relación. Era como si algo de pronto, que no se puede creer, llegara a ellos y dijera: “Pues sí, creedlo, estamos aquí y venimos a ayudaros”. Desgraciadamente fue tan poco tiempo que no sirvió de mucho.

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