EL FRENTE DEL ESTE. HISTORIA Y MEMORIA DE LA GUERRA GERMANO-SOVIÉTICA (1941-1945) – Xosé M. Núñez Seixas

La confrontación germano-soviética fue de una especificidad pavorosa, con diferencia el frente más cruento y destructivo de la Segunda Guerra Mundial, marco además del mayor asesinato en masa de la historia; de punta a cabo una guerra total y de exterminio, librada por dos regímenes de terror que a la generalidad de las consideraciones solían anteponer las de jaez ideológico, con el consiguiente costo humano. En el contexto de la contienda global de 1939-1945, el nivel de brutalización de las tropas de uno y otro bando solo es comparable con el exhibido en Extremo Oriente por los soldados japoneses. Asimismo, la conducción de la guerra por los mandos de ambas potencias totalitarias no dejaba lugar a dudas sobre lo que estaba en juego: ni más ni menos que la supervivencia, tanto del Estado como de la sociedad misma. No había lugar para situaciones intermedias; un virtual empate o un triunfo sin concesiones resultaba inconcebible, la coexistencia de ambos regímenes era imposible.

El extremo encarnizamiento de la guerra, que se cebó sañudamente en la población civil, obliga quizá como nunca a una comprensión ampliada de la materia; comprensión que concilie las facetas a menudo cubiertas por la historia militar y la historia política con las que competen a la historia social y cultural, engarzando la incidencia de los factores estratégicos y los vericuetos de las operaciones militares con el impacto, por ejemplo, de los acontecimientos en la moral no solo de las tropas sino de las respectivas sociedades, o con los elementos ideológicos que intervienen en la gestión del consenso social en pos de objetivos bélicos. Atendido este enfoque, la dimensión de las mentalidades transita de la subsidiariedad a una situación de preeminencia temática. Un atisbo de lo que cabe esperar de semejante empeño nos lo depara el libro Una guerra de exterminio, de Laurence Rees (Crítica, 2006): apreciable visión compendiada del conflicto enriquecida por su aproximación a la perspectiva testimonial. Dicho sea de paso, no faltan las monografías en cuya nervadura esté presente alguna de las aristas colaterales a la historia militar tradicional, o en que estas aristas devengan, ya en derechura, la piedra angular o premisa fundante entera; es el caso de obras como El trasfondo humano de la guerra, de Michael Jones, Stalingrado, de Jochen Hellbeck, La guerra de la infantería alemana, de Jeff Rutherford, o La guerra de los Ivanes, de Catherine Merridale –por mencionar solo algunas-.

Por su parte, El frente del Este: historia y memoria de la guerra germano-soviética (1941-1945), del español Xosé M. Núñez Seixas, constituye un avance estimable en el camino hacia una visión conjunta y multifacética del tema. El libro es una edición revisada y ampliada de Imperios de muerte, publicado en 2007 por la misma editorial (Alianza). Se trata en lo medular de un trabajo de síntesis que procura aunar los aspectos estrictamente militares –a grandes rasgos- con los de naturaleza sociocultural, abarcando entre otras facetas las siguientes: los mecanismos ideológicos y de movilización social explotados por los dos regímenes en liza; la percepción del “otro” –los enemigos, deshumanizados de ambos lados- y los estados de ánimo tanto de combatientes como de civiles; la aprobación o distanciamiento de la población respecto del desempeño gubernamental en la coyuntura bélica; la inscripción del acontecimiento en la memoria de los pueblos, fluctuante y lastrada siempre de sesgos y mitos, etc. Esta última arista es la que aborda el capítulo que Núñez Seixas ha añadido a la nueva edición, mejorando notoriamente lo que ya era un trabajo interesante. Dada su moderada extensión, no es este un libro que aspire a la exhaustividad; pero responde bien al propósito de ofrecer una visión sinóptica solvente.

Ingrediente decisivo en la exposición desarrollada por el autor es el de las responsabilidades en los crímenes masivos cometidos por los alemanes, uno de los temas que mayor atención han recibido por parte de los estudiosos de la SGM en las últimas décadas y que necesariamente debe figurar en un libro de esta índole. Al respecto, Núñez deja en claro que la leyenda de una “Wehrmacht limpia”, así como los mecanismos de exculpación a que echó mano la población alemana en la posguerra, han sido irreversiblemente desbaratados por las evidencias y por los análisis de los investigadores. Fuera de lo relativo al papel de la sociedad alemana en el ascenso y consolidación del Tercer Reich (el tema del consenso social y la aquiescencia generalizada), la propia historiografía germana se ha encargado de demostrar que la guerra emprendida por la Wehrmacht no fue en modo alguno honorable, puesto que sus tropas –en particular las del ejército- estuvieron directamente implicadas en los crímenes contra la humanidad cometidos por el régimen en territorio soviético, y que el postulado de que la imputabilidad de los mismos recae exclusivamente en los organismos de estricta impronta nazi (SS, Gestapo, SD, Einsatzgruppen) es por completo insostenible. Las fuerzas armadas alemanas estaban compenetradas de la retórica nazi acerca de los judíos y los eslavos, estos últimos concebidos un enemigo infrahumano, racial y culturalmente despreciable, controlado por una camarilla judeo-bolchevique que aspiraba a dominar el mundo; el sentido del poderío de la maquinaria de guerra germana estribaba en servir como instrumento privilegiado de una política de conquista territorial y sometimiento de pueblos alógenos, condenados a la extinción o a la esclavitud en beneficio de la “raza aria”. La guerra librada por la Wehrmacht era por definición una guerra sucia, ni siquiera excusable por el manido pretexto de una guerra preventiva.

Por contrapartida, el discurso oficial soviético sobre una Gran Guerra Patriótica en esencia defensiva y justa, enfrentada sin fisuras ni lealtades dudosas por la totalidad del país -inquebrantablemente unido bajo la conducción del partido-, también ha sido cuestionado por la historiografía reciente, que hace hincapié en la ambigüedad de la actuación de algunas nacionalidades oprimidas –ucranianos, bielorrusos- o en la perpetración de atrocidades a gran escala: matanza de Katyn, cruentos desplazamientos de minorías étnicas, represalias sobre la población alemana y de otros países -incluyendo el abominable acápite de las violaciones multitudinarias de mujeres-, el maltrato de prisioneros de guerra alemanes. Esto, sin contar la agresión imperialista contra países vecinos (Polonia, Finlandia, los estados bálticos), el violento trato deparado a los ciudadanos soviéticos –tanto civiles como soldados- que retornaron del cautiverio alemán, el recrudecimiento del régimen concentracionario (incremento de la población penal y mayor tasa de muertes en el Gulag), o el silenciamiento del genocidio de los judíos, escamoteado de manera sistemática en la narrativa soviética de la guerra por contradecir el paradigma de un país parejamente sometido a una amenaza externa, sin distingos de credo ni de etnicidad (los ciudadanos judíos asesinados eran contabilizados en el conjunto indiferenciado de las bajas soviéticas, como si no hubiesen sido el objetivo específico de una política de exterminio).

Con respecto a la motivación de las tropas alemanas, crucial en la excepcional combatividad de la Wehrmacht, el autor destaca además del adoctrinamiento nacionalsocialista el reforzamiento deliberado de la camaradería por medio de la conformación lo más homogénea posible de las unidades, atendiendo a la procedencia de sus integrantes; el sentimiento de vecindad regional –manifiesto en el hecho de comunicarse en dialecto- propiciaba la formación de grupos primarios que compartían experiencias y penurias, estimulando la disposición a solidarizar y sacrificarse por los compañeros de lucha. El propio ethos colectivista del nazismo, con su tendencia a un pretendido igualitarismo de raza y nación, robustecía la cohesión de las tropas, infundiéndoles un sentido de orgullo patriótico y de satisfacción por hacerse copartícipes de una empresa de engrandecimiento de la “comunidad nacional” (‘Volksgemeinschaft’). También incidía lo que Ian Kerhaw denominó el “mito de Hitler”, relacionado con el ‘Führerprinzip’ o el principio de liderazgo carismático y providencial encarnado en el canciller del Reich; la imagen de Hitler, a pesar de sufrir una merma en los años postreros del régimen, sedujo hasta el final a una importante proporción de alemanes, combatientes lo mismo que civiles. Según enfatiza Núñez Seixas, los valores, obsesiones y fobias del nazismo habían sido interiorizados por toda una generación de jóvenes educados en los años de gobierno hitleriano, jóvenes que, como soldados u oficiales de la jerarquía inferior, tuvieron ocasión de poner en práctica una formación militarista e intensamente ideologizada en cuanto se invistieron con el uniforme y las insignias alemanas. Es en definitiva una serie de factores concurrentes lo que se debe tener en cuenta: entre otros, la camaradería de grupos primarios; la asimilación de la cosmovisión racista, ultranacionalista y apocalíptica del nazismo; el liderazgo mitificado de Hitler; el adiestramiento y la severa disciplina militares, además del miedo a unas “hordas asiáticas e infrahumanas” dispuestas a tomarse desquite por lo obrado en suelo soviético. Considerando el conjunto es que podemos comprender el temple combativo de los alemanes en la SGM, pero también unos patrones de conducta que excedían los códigos tradicionales sobre la guerra honorable y, peor aun, los límites del más elemental sentido de la decencia y rectitud.

El autor se detiene también en la cuestión de la capacidad de resistencia y el empuje hacia la victoria de los soviéticos. Núñez Seixas considera insuficientes las teorías que hacen hincapié en la capacidad de movilización social combinada con la brutal coerción del estalinismo, o en las arduas condiciones geográficas del territorio soviético, la inmensidad de la retaguardia de la URSS y el aprovechamiento bestial de un material humano poco menos que inagotable, o en los fallos de la dirección estratégica alemana (atribuibles ante todo a un Hitler que se apropió de esta potestad) y el auxilio económico y material prestado a la URSS por el bloque anglo-estadounidense. Si bien es cierto que la sumatoria de estos factores influyó en el curso de la guerra germano-soviética, el cuadro resulta incompleto si se subestiman factores como la drástica mejora de las propiedades tácticas, tecnológicas y logísticas del ejército y la fuerza aérea soviéticas; la mayor profesionalización de la conducción estratégica de la guerra (a diferencia de Hitler, Stalin supo ver que sus generales del estado mayor necesitaban espacio para llevar a cabo su labor, además de suprimir el estorbo que suponían en el plano táctico los comisarios políticos); o la formidable expansión del rendimiento productivo de la industria militar soviética (un logro tanto más impresionante cuanto más se considera que la zona ocupada por las fuerzas del Eje era el emplazamiento original de hasta dos tercios de la industria soviética). En particular, la pujanza combativa de los “Ivanes”, que tanto sorprendió a los invasores, es por descontado un fenómeno complejo en que inciden diversas variables: las duras medidas coercitivas dispensadas por un régimen que no trepidaba en sacrificar muchedumbres ingentes (no olvidemos que se trataba de un Estado experto en la implementación de políticas represivas de vasto alcance); el temple de un pueblo eternamente vapuleado, curtido por tribulaciones de todo tipo (faceta que exige máxima cautela, precaviéndonos de repetir los estereotipos del imaginario occidental sobre un pueblo ruso primitivo y fatalista, por lo tanto más resistente); o el patriotismo, la querencia primordial por el terruño natal y sus habitantes, amenazados en grado nunca visto por un enemigo embebido de un ánimo destructivo sin parangón. La defensa de la patria, motivo ampliamente utilizado por la propaganda de un régimen que con suma astucia restauró símbolos y prácticas nacionales antes abolidos, tuvo en opinión del autor un poder cohesionador mayor que la idea de defender al régimen comunista o la de luchar en nombre de Stalin.

La memoria del conflicto, tema que el autor evalúa por separado (según los países que intervinieron, incluyendo los legionarios españoles), ha estado lejos de permanecer inalterable, aunque en su evolución pueden reconocerse algunas líneas de continuidad. Ha fluctuado por lo general entre el victimismo y la glorificación, entre la exaltación de una victoria que enaltece el espíritu de un pueblo capaz de sobreponerse a penalidades extremas, de un lado, y del otro el recuerdo de una derrota cuyos sacrificios fueron impuestos a una nación que se vio empujada a una agresión deseada solo por una banda de fanáticos desconectados de la sociedad. El consentimiento y complicidad por parte de la población y las tropas regulares alemanas, así como el mismo hecho de la perpetración de atrocidades por las fuerzas soviéticas -fenómenos por largo tiempo excluidos del discurso oficial y borrados del imaginario patrio-, muestran lo que hay de selectivo y de conveniente en la constitución de la memoria, con frecuencia instrumentalizada en favor de intereses no siempre encomiables. La identidad nacional se nutre en gran medida de la memoria y de los imaginarios exculpatorios y reconfortantes, y es por esto que la comprensión de un pasado tremebundo bajo una nueva luz resulta un proceso inevitablemente traumático.

– Xosé M. Núñez Seixas, El frente del Este. Historia y memoria de la guerra germano-soviética (1941-1945). Alianza, Madrid, 2018. 432 pp.

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