LA COLONIA TIRIA, SIERVO DE SAPAS – Juan Antonio Malo

La novela histórica pasa por un momento dulce, pero al mismo tiempo con signos de agotamiento. Quizá sea recurrente decirlo, pues siempre (y el adverbio aquí es relativo) parece que un género literario no tiene límites en cuanto a su plena aceptación social y puede, no obstante, que (hace tiempo que) haya tocado techo, se haya adocenado o directamente haya muerto (de éxito, claro está). Los que llevamos toda la vida leyendo novelas históricas a veces no podemos evitar ponernos en plan cascarrabias y llegar a la conclusión de que el género está en crisis; en recurrentes crisis, incluso. Pero la continua y constante publicación de títulos por parte de editoriales grandes, medianas y pequeñas, o el fenómeno complejo de la autopublicación (¿es lo mismo que autoedición?), desmienten los agoreros juicios de quienes a menudo anticipamos su enésimo agotamiento. Quizá es que el problema no es que el género esté liquidado, sino que lo que ya no aparecen son novelas que nos evoquen o nos hagan sentir como aquellas que leímos en nuestra juventud, y que fueron las culpables de que nos aficionáramos al género décadas atrás. Y quizá los que estén en crisis, o al borde de un frecuente ataque de nervios, puede que seamos algunos lectores exigentes que fruncimos el entrecejo ante una cierta deriva: aquella en la que priman las novelas prácticamente a peso, en la que el salgarismo es el pan nuestro de cada día y la  impronta literaria (y ficcional) un demérito, en la  que si no se añade una bibliografía (incluso académica) pues parece que no estamos ante una novela histórica de las buenas (ahondando en una confusión entre novela y obra de no ficción cada vez más habitual), o en la que, para más inri, tira el autor pa’lante y ofrece “verdaderas historias de” tal o cual personaje (de esas hemos visto y veremos unas cuantas) o una tesis más propia de una monografía académica que de un producto concebido para el entretenimiento y el disfrute literario, y ya.

Quizá es que la novela histórica, como ciertas revistas de quiosco, repiten tanto determinadas épocas y personajes que el empacho es casi inmediato. Otra novela de espartanos, qué pereza; otra novela con César a la cabeza, qué cansino; otra novela con emperadores locos, qué espanto. La reiterada incidencia en esos temas llega al punto de que si no se reincide el mundo podría entrar en syntax error. ¿Necesitamos tropecientas novelas sobre las guerras médicas, sobre Cleopatra o sobre las Cruzadas? ¿No hay más temas, épocas o personajes que tratar? Quizá sucede como con el vocabulario, cada vez más exiguo entre nuestros jóvenes (y los no tanto), y al final la variedad dentro de este género literario sea tan corta como la de las portadas de revistas de quiosco. Puede que también se busque en determinados personajes y períodos una simple evasión y que el sesgo al respecto sea como esos sobrecitos de glutamato sódico que da sabor a los de por sí sosos espaguetis calentados en tres minutos. Es más que probable que resulten más interesantes los combates de determinados personajes en batallas escritas en formato cinemascope o los amoríos de tal reina con alguien que está claro que no está a su nivel regio lo que las andanzas de unos campesinos en su día a día (o estación a estación) o las cuitas de unos mercaderes que sobreviven con lo que pueden. O quizá es que no se ha mostrado hasta ahora cómo la vida de ese sencillo campesino puede ser tan interesante como la del rumboso general de turno o cómo los cálculos de un comerciante pueden atraer la atención del público sobre el modo en que se hacían negocios en un determinado momento.

Puede, por ello, y basta ya de jeremiadas, que una novela como La colonia tiria, siervo de Sapas de Juan Antonio Malo lo tengo más complicado para encontrar su lugar en el género histórico actual (puede que el título «doble» tampoco sea muy especialmente sugerente). Es una primera novela y con lo que ello conlleva en cuanto a la pericia estilística: demasiadas comas innecesarias, muchos nombres mencionados enfáticamente en los diálogos, una cierta ingenuidad en la construcción de los personajes y una tendencia a alargarse en algunas secuencias marineras muestran que el texto necesitaba un pulido final y que el autor debe soltarse un poco. Pero eso llega(rá) con la experiencia y con batir(se) el cobre una y otra vez. Y en lo de batir el cobre, más allá de lo figurado, el autor muestra las cartas argumentales, pues estamos ante una novela que nos habla de metalurgia; o mejor dicho, de cierta metalurgia y su evolución, que en este caso es la del bronce y el paso a la del hierro en un siglo VIII a.C. anterior a las civilizaciones clásicas. Una novela protagonizada por artesanos metalúrgicos, marineros, colonos y hasta piratas fenicios, tirios para ser más específicos, y sus contactos con la población autóctona de cierta parte de la Península Ibérica, en concreto a lo largo de la costa levantina y adentrándose hacia la vega de Granada. Vaya, se podrá decir de entrada, esto sí parece algo diferente.

Y este es el principal aliciente de la novela que reseñamos: que nos muestra algo diferente y eso se agradece. Adom es un joven metalúrgico que abandona su Tiro natal para dirigirse a una colonia de Ishapan (el nombre tirio de la futurísima Hispania romana) en busca de fortuna y de noticias sobre un padre desaparecido tiempo atrás. Con habilidades en el manejo de los metales y una cierta sensibilidad hacia lo divino (las imágenes que en sueños le inspira la diosa Sapas), Adom llega a esa colonia y deberá adaptarse al modo de hacer las cosas del lugar, a la jerarquía “política” local designada desde la casta sacerdotal de la metrópolis, personificada por el imponente Kahen; descubrirá también la complejidad de las relaciones de la colonia con los pueblos de la zona y cómo el establecimiento de una cierta convivencia entre los colonos fenicios y la población autóctona es de permanente fragilidad. Los autóctonos, en este caso un pueblo liderado por el ambicioso Bodilkas, toleran a estos colonos porque traen productos que ellos no tienen: vino, metales como el bronce, cuya forja desconocen, y productos elaborados con ellos que les otorga prestigio entre las élites y respecto a otros pueblos de la zona. Los colonos, a cambio, consiguen materias primas, oro y plata y la posibilidad de establecerse en una zona con un margen de autonomía respecto a la metrópolis; y más cuando el amenazante imperio asirio puede que acabe con la libertad (cuando no existencia) de las ciudades de Fenicia. Y es esta mirada a unos y otros, a cómo se ven mutuamente (cómo desconfían y cómo llegan a acuerdos entre sí), uno de los pilares de la novela. Una mirada “colonial”, en clave de mundo antiguo, y que por fechas inmediatamente posteriores desarrollarán los comerciantes griegos en otros puntos del Mediterráneo occidental.

Por otro lado, Malo muestra cómo se desarrollaba la metalurgia y la elaboración de productos que, en una época anterior al uso de la moneda acuñada (aún faltaría un siglo), era la base de una economía mercantil en la que trozos de cobre, bronce o hierro funcionaban como dinero fiduciario, junto al oro y plata, y en el que objetos realizados con esos metales, como colgantes, medallones o anillos otorgaban estatus social a una élite de jefes y caudillos militares que todavía no eran reyes. Cómo batir el cobre y añadirle el elemento que lo convertiré en el apreciado bronce, o cómo lograr el escaso hierro para forjar armas que puedan (y ya lo está haciendo) dejar atrás las panoplias de bronce, son aspectos que se trata en la novela, y con no poco detalle; del mismo modo que cómo gobernar una nave o cómo dirigir “ejércitos” se narra, con mayor o menos énfasis. Cómo eran las élites de las poblaciones autóctonas y como disputaban entre sí, cuando no lo hacían con los colonos que llegan de fuera; cómo funcionaba la propia colonia fenicia y cómo era la vida de hombres, mujeres y niños que habían dejado atrás la metrópolis y ahora ocupaban un territorio graciosamente otorgado por los pueblos de la zona a cambio de algo. Desde la ficción histórica se puede indagar en este tipo de dinámicas y esta novela lo hace con especial interés.

La novela, algo dilatada en el número de páginas, nos ubica en un momento histórico poco tratado, y con unos personajes que no son los habituales del género. Hay demasiados personajes, sí, algunos con escasa entidad y otros que parecían prometer más (y al margen de nombres que a menudo inducen a la confusión en un mismo párrafo, como «Baran» y «Boron»); y entre estos personajes los femeninos, con la fenicia Neleb y la autóctona Kilith, apenas van más allá de ciertos estereotipos (la enamorada frente a la femme fatale), aunque con ligeros matices. Hay algunas expresiones anacrónicas, como «un teatrero, eso es lo que es» (p. 60) o «sé que hay comerciantes muy nacionalistas en este sentido» (p. 119), borrones que pronto se olvidan; y un exceso de vocativos en los diálogos, también.

Pero, en conclusión, estamos ante una novela que fluye progresivamente: para cuando te das cuenta ya estás metido de lleno en una trama sólida sobre la existencia de una colonia fenicia a miles de kilómetros de su metrópolis y con un Mediterráneo de por medio, y con unos personajes que, aun perfilados con una cierta ingenuidad, quieres saber hacia dónde van. Y hay un autor, Juan Antonio Malo, que si sigue fogueándose y batiendo el cobre con perseverancia (y una última revisión), tendrá historias (muy) interesantes que contar en un género que las necesita para salir de un estado de casi permanente parálisis existencial.

Juan Antonio Malo Poyatos, La colonia tiria, siervo de Sapas. Marbella (Málaga), Ediciones Algorfa, 2021, 432 páginas.

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