LA RESPONSABILIDAD DEL ARTISTA. LAS VANGUARDIAS ENTRE EL TERROR Y LA RAZÓN – Jean Clair.

La lectura de este escueto ensayo que Jean Clair publicó en 1997, de poco más de cien páginas, resucita la inquietud que me asaltó hace ya algunos años, cuando estudiaba la historia de los artistas que desarrollaron su obra durante la Segunda Guerra Mundial. Jean Clair, pseudónimo de Gérard Régnier, es un historiador del arte y escritor formado en La Sorbona. Conservador de los museos de Francia y miembro de la Academia francesa.

Mi curiosidad nace de la necesidad de entender porqué se asocia a un determinado artista o movimiento artístico, en detrimento de otros, con los regímenes totalitarios y sin el consentimiento del interesado. Incluso con muchos siglos de diferencia. Todos conocemos algún ejemplo. A lo largo de la relectura de la obra, vista con perspectiva y un poco más de conocimiento, sigo planteándome las mimas dudas. Este, como veréis, es un tema para echarle un rato.

Y para abrir boca reproduzco los interrogantes que el autor plantea en el prólogo: “¿Cómo ha reaccionado el artista a los grandes conflictos que lo han ensangrentado? ¿Hasta qué punto se ha hecho cómplice de las dictaduras que, del fascismo al comunismo, lo han marcado? ¿Cuál fue en conjunto la postura del movimiento moderno frente a doctrinas políticas que dejaron en él el cuño de su violencia?”

El librito se divide en tres grandes bloques de acertado título: El primero, El caballo y la runa, (La preguerra), Azul y Rojo, el segundo, (La postguerra) y La cara y la jeta, el tercero, (El tiempo presente). El punto de partida es una máxima: “El pintor de vanguardia es un investigador experimental”

Por si el tema no ha quedado suficientemente centrado, Clair expone un tema candente: “¿Será Durero responsable del nazismo?” Su grabado El caballero, la Muerte y el Diablo de 1513, fascinó a Nietzsche, que regaló la obra a Wagner y más tarde a Overbeck, como una suerte de emblema. Incluso lo utilizó como una ofrenda simbólica en la boda de su hermana. La devoción popular de la iconografía protestante fue manipulada por el nacionalsocialismo. El caballero de Durero se convertiría en el nuevo dios pagano, en Hitler en persona. ¿Debemos por tanto rechazar y condenar a Durero? ¿Alejarlo de los libros de texto y quemar sus obras? La verdad es que me cuesta evitar la comparativa con determinadas voces actuales que condenan indiscriminadamente obras y artistas. Tanto fanatismo me abruma, lo confieso.

En este ensayo, que Jean Clair publicó siendo director del Museo Picasso de París, puso en cuestión el prestigio de las vanguardias artísticas de principios del siglo XX por mantener una relación estrecha con las ideologías políticas totalitarias. Entiéndase estas tanto el nacionalsocialismo como el comunismo. El periodo que analiza comprende un antes y después de la II Guerra Mundial. El planteamiento pasa por esclarecer el lugar que ocupa el concepto de modernidad en el discurso cultural. Las vanguardias no son modernas.

Jean Clair analiza la vanguardia a partir de la naturaleza del expresionismo alemán. La premisa es que fueron las doctrinas políticas las que instrumentalizaron los movimientos artísticos, tergiversando su espíritu y apropiándose de su producción para fines propios. A poco que se estudie a los artistas de esta época vemos que gran parte de la vanguardia consintió, sin mayor resistencia, a que se realizara este uso o lo impulsó con entusiasmo. Hecho que se extiende a los medios de comunicación, incluida la fotografía. Desde 1910 hasta 1937, un periodo que abarca no solo la República de Weimar sino buena parte del periodo nacionalsocialista, el nazismo trató de asignar la esencia “pura” de la germanidad a una tradición artística diferente de la gótica. Hablamos del expresionismo. Un caso curioso fue la relación de Goebbles con esta corriente artística: “Nosotros, los nacionalsocialistas, nos consideramos sostén de la parte más avanzada de la modernidad en materia artística y valoramos la aportación artística del expresionismo y la abstracción a la revolución nacional”

La lengua, las costumbres, los gestos de la vida cotidiana, incluso de quienes no sentían simpatía por el régimen, se modificaron a conveniencia del nuevo poder. Se atrevieron a rodearse de intelectuales y artistas en principio adversarios. Para ejemplo las siglas por todos conocidas de las S.S., escritas con ángulos sinuosos como expresión pictórica del rayo. Una sencilla modificación que a todos nos sugiere peligro pero que, en origen, responde a la runa germánica de la victoria.

Figuras como Munch o Nolde se dejaron agasajar por el movimiento o lo apoyaron explícitamente. Goebbles favoreció a los artistas, profesores y críticos culturales afectos al movimiento, aunque en el seno del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán dos corrientes culturales contrapuestas se disputaron la entrada en la doctrina oficial. De una parte  Goebbles y de otra Alfred Rosenberg, en apoyo de la mitología nórdica en la que se afianzaba un sentimiento de poder superior. ¿Quién gano? Rosenberg alcanzó el corazoncito de Hitler calificando de “arte degenerado” al movimiento vanguardista. Munch y Nolde fueron los primeros en caer. (Me permito un inciso, ¿alguien más está un poco saturado de la continua exposición de El grito?)

Clair mantiene una actitud condescendiente en relación a las vanguardias. Lo que me lleva a la siguiente reflexión, ¿no ha sido así durante muchos siglos de historia en los que los artistas trabajaban vinculados política y financieramente a mecenas, reyes o jerarcas de diferentes religiones?

La relación del arte con el poder nunca ha sido fácil. Clair acepta un grado de responsabilidad social, político, religioso y cultural, porque el artista influye en cierta medida en la didáctica colectiva  y, por ello, está sujeto a responsabilidades. Todos sabemos que el arte ha sido visto con buenos ojos por el poder político por sus posibilidades de propaganda.      Lo fantástico es la vigencia del debate que plantea este ensayo unos cuántos años después. ¿Los artistas actuales son los únicos que no han sufrido la crítica que otros soportaron? Y Clair continúa: la estética, ¿es el último coto vedado de las ideologías?; los artistas, ¿deben seguir disfrutando de esa inmunidad? ¿Es posible un arte universal?, ¿globalizado?, diríamos hoy.

Una última reflexión: de todos los estilos de la vanguardia histórica solo uno perdura: el expresionismo. Y, una vez más: “¿Qué responsabilidad ha tenido la modernidad, fruto perverso del romanticismo y pervertido por el nacionalsocialismo? ¿Es teodicea del mal que hace perder el rostro, aniquila el nombre y vuelve impotente la palabra del hombre?”

 

Jean Clair. La responsabilidad del artista. Las vanguardias entre el terror y la razón. A. Machado libros, 2000. Colección La balsa de la medusa, 92. 128 pp.

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