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Un ejemplo de cuento.
Tomás y las fresas mágicas
Era primavera y hacía mucho calor al sol, pero Tomás estaba a la sombra del olivo que plantó su abuelo junto a la puerta principal del caserío hace mucho tiempo. En ese lugar, junto a los matorrales de fresas que su madre acababa de regar, hacía una brisa fresca que ayudaba a dormir durante la hora de la siesta.
El olor a fresas hizo que a Tomás se le apeteciera arrancar y comer una, pero estaba demasiado cansado. Pensó que sería mejor esperar a que se hiciera más tarde porque si dejaba la sombra del olivo para acercarse al fresal pasaría calor. Y pensando esto se durmió.
Cuando despertó, el sol estaba detrás del caserío y se había levantado un poco de fresco porque toda la parte delantera de la casa estaba a la sombra. Tomás entró en casa para coger algo de abrigo, porque solo con la camiseta de manga corta pasaría mucho frío. Cuando volvió a la puerta se dio cuenta de que las fresas estaban un poco brillantes, como si tuvieran una bombilla muy poco potente dentro. Pero a medida que iba anocheciendo el color de las fresas era cada vez más brillante.
El tenía ganas de fresas y un poco asustado cogió una fresa y le dio un mordisco. Entonces le pareció ver como los matorrales crecían y crecían, pero pronto se dio cuenta de que era él el que estaba encogiendo. Cada vez más y más pequeño, hasta que paró cuando era del tamaño de una hormiga. Enterrado en su ropa no sabía si encontraría la salida. Pero finalmente veía un poco de luz y se dirigió hasta el puño del jersey verde que había cogido. Se miró de arriba a abajo. ¡Era una hormiga!, ¡él era una hormiga!, ¡qué miedo!, ¿qué iba a hacer?
Tan pequeño no podía hacer nada y además alguien podía aplastarlo por accidente. Ser hormiga era verdaderamente peligroso. Entonces buscó desesperado por todos lados la fresa que había mordido para ver si volviendo a morderla se transformaría otra vez en el niño de 9 años que era. Cuando la divisó, vio que unas hormigas la arrastraban hacia su hormiguero. Debía tener cuidado si no quería que lo descubrieran y pelearan con él al darse cuenta de que no era hermano de ellas. Pero era demasiado tarde, una hormiga le había sorprendido por detrás y ahora estaba chocando las antenas con las suyas para olerle y comprobar si era o no hermano suyo.
Pasado un rato, la hormiga continuó su camino y le dejó allí, pensando. Probablemente se había transformado en una hormiga de las de ese hormiguero, pero ¿por qué precisamente de ese hormiguero? ¿Todas las fresas le transformarían en lo mismo?
Tenía que averiguarlo, tenía que trepar rápidamente a alguno de los matorrales para pegarle un diminuto mordisco de hormiga a otra fresa y ver que ocurría.
Al ser hormiga no tardó casi nada en llegar a otra fresa rojo fosforescente. Y ansioso le pego un mordisquito bien grande. Entonces vio ilusionado como la fresa se hacia más pequeña, lo que significaba que él estaba creciendo, pero de pronto todo paró. Cuando se miró, vio que seguía sin ser el niño de 9 años que tenia que ser, sino… ¡un saltamontes! ¿Por qué se ha transformado ahora en un saltamontes? Tenía que probar con otra fresa, y rápido, porque a esta hora los pájaros se agrupaban para dormir y a alguno se le podía antojar un saltamontes de cena.
Volando tras haberse impulsado con un gran salto. Llegó hasta el tallo de otra fresa que casualmente no estaba de ese color fosforescente del que estaban las demás. Claro que, cuando una despistada mariquita se poso en ella, calló asustada al ver la fresa encendida. Tomás pensó que la fresa se encendió al tocarla la mariquita, le pegó un mordisco y entonces le sucedió lo que él esperaba; se transformó en mariquita.
Según había podido ver los animales que tocaban las fresas eran los responsables de que las fresas se volvieran brillantes, lo que indicaba que esa fresa le transformaría en algo si la comía.
Buscó rápidamente fresas encendidas y comenzó a morderlas una tras otra comprobando en lo que lo transformaban: gorrión, escarabajo, insecto palo, araña, mosca, avispa, conejo, mirlo, su perro Marcos y en su mamá. Se quedó tal que así, porque según él era lo más parecido a lo que quería volver a ser. Y durante un tiempo pensó si él había tocado alguna de aquellas fresas alguna vez sin arrancarla y comérsela. El problema es que nunca las había regado, y no había tocado ninguna si no era para comérsela.
De repente apareció su madre llamándolo para cenar, pero al verse a ella misma junto a las fresas se desmayó de la impresión. Tomás estaba muy asustado y no sabía que hacer. Se acercó todo lo rápido que pudo y comenzó a darle tortacitos en la cara llamandola: ¡mamá!, ¡mamá, despierta! Pero su llamada se confundía poco a poco con otra. ¡Mamá, Tamá!, ¡despierta! ¡Tomá, Tomás!, ¡despierta! ¡Tomás!, ¡despierta ya, que la cena está lista!
Tomás se despertó y vio que era un niño de 9 años. ¡Qué contento estaba! ¡Menuda pesadilla! Todo había sido muy divertido, pero si hubiera sido real nunca habría podido volver a ser Tomás.
Contento de ser Tomás fue a cenar con su familia para contarles a todos el extraño sueño de las fresas mágicas.
FIN
1.- ¿Hacía dónde está orientada la casa en la que vive Tomás: Norte, Sur, Este u Oeste?
2.- ¿Cuántas fresas comió Tomás?
3.- Si pudieras elegir un animal de los qué aparecen en el texto, ¿cuál elegirías?, ¿por qué?
4.- Enumera los animales en los que se transforma Tomás y tradúcelos al Inglés.
5.- Contesta verdadero o falso a la siguiente afirmación dando una explicación a tu respuesta: Tomás ha tomado fresas para merendar.
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