Lunae dies

 

 

Lunae dies

Soy Selene, Luna para los romanos, y conmigo empieza la semana.

Soy diosa también, pero quizás vosotros conozcáis mejor a mis primos, los hijos de Cronos y Rea, y a sus descendientes.

Mis padres, al igual que Cronos, eran hijos de Urano y Gea y, a la vez, hermanos entre sí. Estoy hablando de mi padre Hiperión (el dios de la observación y de las primeras luces del día) y mi madre Tía (la diosa que regía la vista).

Mis padres tuvieron tres hijos: Helios (el Sol), Eos (la Aurora) y yo, Selene (la Luna).

Aunque entre los griegos acabaron fundiéndome con Artemisa o Diana, en realidad somos divinidades muy distintas.

Cada día mi hermano Helios inicia un viaje por toda la extensión del cielo, precedido por mi hermana Eos, que anuncia su inminente llegada.

Cuando Helios termina su viaje, sobreviene la oscuridad y, entonces, es el momento de que yo le releve, haciendo un viaje similar al suyo por la noche, porque yo soy la encargada de no dejar en la oscuridad a los mortales cuando mi hermano se oculta en el horizonte.

Tengo la tez pálida y tersa, y dicen que soy muy bella, aunque no quiero pecar de vanidad.

Algunas veces hago el viaje sentada sobre un toro, pero normalmente utilizo un carro de plata tirado por dos bueyes blancos o dos caballos alados, siempre vestida con una túnica blanca, portando una antorcha en la mano y una corona de media luna en la cabeza.

He tenido varios amantes. De hecho, con mi primo Zeus tuve a mi bella hija Paideia (la diosa de la luna llena y de la crianza de los bebés) y a Ersa (el Rocío matutino). Y con mi hermano Helios concebí a las cuatro Horas o estaciones. Pero mi gran amor ha sido, es y será para siempre mi bello Endimión.

Endimión es un mortal, un pastor del monte Latmos. Es el hombre más bello que mis ojos jamás contemplaron. Y es que una noche, cuando realizaba mis deberes, un poco cansada ya, vi desde el cielo al ser más maravilloso del mundo, sumido en un dulce sueño. Parecía también cansado, pero su semblante era tan sereno que rápidamente me inflamé de amor hacia él.

A partir de entonces, cada noche esperaba con ansias el momento de volver al mismo lugar para ver a mi amado. E, incluso, tuve la osadía de bajar a la tierra y, sin hacer ruido, tenderme a su lado para verlo mejor, respirando un amor intenso.

Una noche, mi bello Endimión se despertó, pues se había percatado de mi osada presencia.

Me asusté, pues desconocía cuál sería su reacción, si me rechazaría o no. ¡Oh, Felicidad completa! Pues Endimión tras la primera sorpresa, me confesó que, enamorado de mí, pasaba las noches fascinado, mirando al cielo, contemplándome fijamente hasta quedar dormido. Desde aquel momento nos amamos cada noche, jurándonos un amor terno.

Pero eterno no podría ser, pues Endimión era mortal y un día me pidió que, puesto que yo era diosa, le concediera la juventud eterna para poder amarnos siempre,

Yo también se lo pedí a Zeus, pero me dijo que aquello no podía ser, pues eso equivaldría a darle la categoría de un dios. Sin embargo, para contentarme, Zeus con la ayuda de Hypnos, el sueño, nos concedió que Endimión permaneciera joven mientras durmiese, y que solo envejecería cuando estuviese despierto.

Y así comprendí que, para poder estar juntos el mayor tiempo posible, Endimión debía dormir, y solo abriría los ojos cuando cada noche yo me encontrara con él.

De esta unión he tenido 50 hijas maravillosas.

 

 

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