«Yo quise subir al cielo para ver, y bajar hasta el infierno para comprender qué motivo es, que nos impide ver» («Abre la puerta», TRIANA)
Porque no es de justicia, de verdad ni de reparación ningún 4 de diciembre (renombrado como Día de la bandera de Andalucía por la Junta de Andalucía desde el año 2022) sin tener presentes la Arbonaida y a Manuel José García Caparrós, más aún en las aulas. Hace unos días Desirée Medina, nieta de guadahortuneño represaliado por el franquismo, nos hacía llegar una reflexión personal que le agradecemos y que reproducimos a continuación.
Muchas gracias, Desirée.
Hace ya dos o tres años que, de la forma más casual del mundo, apareció José María en mi vida mientras yo estaba en plena investigación sobre mi tío abuelo, desaparecido en el Frente de Levante, y sobre mi abuelo, que también luchó en la guerra y fue represaliado por el franquismo. De ahí nació una amistad virtual que espero que pronto podamos llevar también al cara a cara.
Desde el principio, lo nuestro ha sido hablar de memoria histórica sin descanso. Él, compartiéndome los trabajos que prepara para y con sus alumnos y alumnas, los debates que les plantea, sus reflexiones sobre la Guerra Civil, el franquismo, la represión fascista; y yo contándole todo lo que voy encontrando: mis búsquedas, mis documentos, mis experiencias, las exhumaciones y mi implicación en la asociación de desaparecidos por la Guerra Civil y el Franquismo.
Y entre los dos, el deseo compartido y necesario de ser antifascistas, de no permitir que el silencio gane, de sostener la memoria de quienes no tuvieron ni tumba ni voz. Siempre hemos conectado por lo mismo: por la necesidad de recordar y de entender de dónde venimos. Creo que por eso admiro y valoro tanto su labor como profesor.
Uno de los momentos más emocionantes de todo este camino fue cuando me enseñó el mural del instituto con los nombres de los andaluces de los Montes Orientales que fueron obligados a trabajar como esclavos por el franquismo. Entre esos nombres estaba el de mi abuelo, Juan Medina García. Verlo allí, escrito, reconocido, fue una sacudida enorme, una especie de justicia simbólica que él nunca tuvo y que llegó gracias al trabajo y la sensibilidad de un profesor y de sus alumnos.
José María y yo somos de la tercera generación, nietos de la guerra. Pero sus alumnos ya son la cuarta y algunos incluso la quinta. Si no se habla, si no se enseña, si no se cuenta, la historia desaparece. Y cuando desaparece, otros la llenan de mentiras. Sobre todo ahora, con el auge del neofranquismo, con tanta gente intentando maquillar la dictadura o negar lo que pasó, se necesitan docentes como él que expliquen la historia real sin miedo. Por eso trabajos como el suyo y espacios como sus aulas tienen un valor incalculable. Porque mantienen viva una memoria que no sólo es del pasado, sino del presente.
Hace unos días, por WhatsApp, José María me mencionó el 4 de diciembre y a García Caparrós. Así, sin más. Y me dio curiosidad, porque yo lo desconocía y porque si él lo nombraba… algo tenía que haber ahí. Por parte paterna, mi familia es andaluza, aunque todos emigraron a Cataluña. Yo soy catalana, y aunque no crecí con un vínculo directo con Andalucía, sí crecí con alguna de sus costumbres, con sus palabras, con sus recetas… y su música. Recuerdo a mi padre tarareando a Triana en casa. Tengo grabado a fuego el “Abre la puerta, niña” cuando sonaba el timbre, como si esa canción significara algo importante que yo, entonces, no entendía, pero me gustaba.
Empecé a leer, a investigar, a preguntar, y entonces entendí la magnitud de lo que pasó aquel 4 de Diciembre de 1977: que Andalucía salió a la calle masivamente, que la gente pedía dignidad, autonomía real, igualdad con el resto de territorios. Un golpe sobre la mesa que la “transición” no supo encajar. Y que en medio de esa reivindicación asesinaron a Manuel José García Caparrós, un chaval de 19 años que sólo llevaba una bandera andaluza en la mano, la Arbonaida.
Me impacta pensar que un movimiento tan grande, tan potente, haya quedado tan escondido. Que no se hable más del 4-D, que no se enseñe más, que no esté tan presente como debería. Porque aquel día marcó un antes y un después en la historia andaluza.
También he entendido mejor el andalucismo: esa mezcla de identidad, dignidad, justicia social y cultura que no siempre se ha sabido explicar desde fuera. Entendí también el papel del rock andaluz, como el Triana que tanto tarareaba mi padre, o tantos otros grupos que alzaron la voz: Alameda, Lole y Manuel, Cai… Porque no era sólo música, era romper con el franquismo, era decir “somos nosotros”, era gritar libertad sin permiso. Y creo que el andalucismo debe seguir construyéndose desde la memoria, desde la educación, desde la cultura y desde la justicia social.
Y que profesores como José María son esenciales para que las nuevas generaciones entiendan que nada de lo conseguido fue gratis. Para que la cultura andaluza sea algo vivo, muy potente y llena de futuro.
Por eso quise escribir todo esto.
Para agradecer.
Para recordar.
Y para compartir que la memoria se construye así: con voces, con gestos, con nombres que recuperamos, con fechas que descubrimos y con personas que nos regalan la mirada que nos faltaba.
Y porque todo camino de memoria, como esta amistad, empieza igual: abriendo una puerta.
DESIRÉE MEDINA
Y para acabar, y para reflexionar un poco al respecto, reproducimos un fragmento del libro Venta del Rayo, de Encarna Castillo (Trampoline Editores, 2017):
Reflexionaba sobre cómo había cambiado la Andalucía de mis veranos en el pueblo de mis padres, cuando íbamos a visitar a mis abuelos maternos durante los años setenta y ochenta. En el 2014, las banderas españolas suplantaban a las banderas andaluzas de hacía tres décadas, me parecía que había habido un cambio de mentalidad, de identidad quizás, porque muchos se sentían sobre todo españoles, y en mi recuerdo de infancia aún resonaban las melodías de Triana, Medina Azahara y Lole y Manuel transmitiendo el sentimiento de orgullo andaluz. Me sobrevenía la sensación de encontrarme en un nuevo paisaje entre tantas banderas españolas: en los cinturones, en los cuellos de los polos, en los zapatos de cuero y en las pulseritas de tela que muchos se colocaban en las muñecas. El acoso y derribo político a Andalucía había llenado de prejuicios contra los andaluces a los propios andaluces, y cierta cantidad de ellos preferían ser primero español y después andaluz.
Me informé sobre Blas Infante y hablé con personas que investigaban el cambio de paradigma de la sociedad andaluza y me confirmaron que tanto a socialistas como a populares no les interesaba que el orgullo andaluz se transmutara en nacionalismo andaluz y, por ello, me explicaron, la Fundación Blas Infante languidecía abandonada económicamente por el gobierno regional. A otros andaluces, Blas Infante simplemente les parecía un pelma y un espeso. Y a otros, sobre todo de treinta años hacia atrás, el nombre comenzaba a sonarles a algún tío-abuelo lejano del que solo hubieran escuchado hablar pero de quien ya no sabían casi nada.
Como en todas partes, se mantenían las tradiciones más folclóricas, pero sobre todo las que atraían al turismo. Se hablaba de patrimonio, pero del patrimonio que visitaban los turistas y ayudaba a hacer caja en la ciudad. Llegué huyendo, cansada, de la autodestrucción en la que Barcelona llevaba inmersa desde hacía tiempo, asqueada por cómo mi ciudad había traicionado a sus habitantes y me encontré en la misma situación pero con la idiosincrasia andaluza. No me quedó más remedio que reconocer que mi identidad se alimentaba, exclusivamente, de mis recuerdos personales.




