Al día siguiente, le dije a Jaime que ya nos podíamos ir y él me dijo que sí. Ya estábamos en el aeropuerto por segunda vez. Cuando fuimos a montarnos en el avión, no teníamos suficiente dinero para el billete. Jaime me dijo que él tenía una barca que era de su padre y fuimos al embarcadero de la playa que estaba enfrente del Carrefour.
Era de noche cuando nos montamos en la barca, habíamos cogido comida y ropa, y remamos, remamos…