PRIMER PREMIO EN RELATO BREVE (1º-2º ESO) – 2021

PRIMER PREMIO EN RELATO BREVE (1º-2º ESO) – 2021

Violeta Romero Baena (2º ESO A)

LA SOLUCIÓN ESTÁ EN LOS LIBROS

La vida es como un pañuelo, a veces la tratas con delicadeza y otra la usas y la destruyes por completo. Esta es la historia de cómo se reconstruyó nuestra vida

Me llamo Raquel y tengo 16 años. Me describo como perfeccionista. Siempre quiero que me salgan las cosas bien. Me junté con mi grupo de amigos para estar juntos pasara lo que pasara en circunstancias difíciles para nosotros. Mi mejor amigo se llama Austin, tiene la misma edad que yo. Es muy intrépido y valiente. Mi hermana pequeña se llama Melisa. Es la más pequeña del grupo, pues tiene tan solo 14 años. No puede estar quieta ni un solo segundo. A veces, me estresa. También está Marcus que tiene 17 años y es un ligón y un pasota en toda regla. A él le da igual que haya una pandemia mundial o que no pueda ver a sus padres, lo único que le interesa es poder tener a todas las mujeres del mundo a sus pies. Y, por último, está nuestro querido Saúl. Tiene 15 años. Es el que mejor sabe entendernos de todos. Aunque eso sí, es muy asustadizo. Pero le queremos igual.

Este es mi grupo de amigos. Lo sé. Somos muy diferentes, pero nos compaginamos muy bien, aunque seamos distintos.

Vivimos en Gilena, un pueblo de unos 3.700 habitantes. Además, conocemos muy bien a jóvenes de pueblos de nuestro alrededor.

Todo comenzó 5 meses después de que los adultos mayores de 18 años se vacunaran contra la desastrosa epidemia mundial llamada COVID-19. Esta pandemia estaba constituida por un virus en el que a la persona que le afectaba, sufría síntomas como fiebre, falta de respiración, tos, entre otras. Principalmente, afectaba mucho más grave a personas en la etapa de la vejez. Por eso, afortunadamente, nosotros, los adolescentes, no fuimos vacunados.

Después de que los adultos se vacunaran, vimos cambios en su comportamiento. Ya no eran como antes. Pensamos que, por culpa de la vacuna, sus capacidades mentales habían cambiado para peor. Se podría decir que eran como “zombies”. No se podía salir a la calle. Si salías, te atacaban.

Recuerdo que un día estábamos los cinco en mi casa, y de buenas a primeras, mis padres empezaron a golpearse la cabeza contra la pared. Melisa y yo intentamos que lo dejaran de hacer, pero ellos ponían todas sus fuerzas en ello. Marcus pensaba que era una broma, pero Saúl estaba empeñado en que no lo era y salió corriendo a que le diera un poco el aire. En la calle vio que todos los adultos que conducían empezaron a estrellar sus coches. Los adolescentes del vecindario estábamos estupefactos ya que eso no era normal, algo estaba pasando.

Todos empezaron a salir a la calle y nos empezaron a perseguir. No podíamos más. Y lo peor de todo es que cada vez venían más y más. Corriendo nos metimos dentro de mi casa. Austin empezó a gritar, con mucha preocupación, qué sería de los niños pequeños, que cómo se las apañarían con los adultos así…

En ese momento, le pregunté:

– ¿Y si somos el único pueblo en el que a los adolescentes no nos ha pasado nada? ¿Y si en el resto del planeta los jóvenes están igual que los adultos? – pregunté.

– Podríamos preguntarlo o mirar en alguna red social, por ejemplo, Instagram o Tiktok. Así veremos si somos el único pueblo o no. – exclamó Melisa.

Melisa cogió su móvil y empezó a mirar en Instagram. Todo el mundo estaba poniendo en sus historias: Descargarse la aplicación Faceflash para saber lo que está pasando en el resto del mundo. Nos quedamos asombrados, no sabíamos que era Faceflash. Nos descargamos la aplicación y… ¡No éramos los únicos del planeta!

Pudimos ver a jóvenes de todo el mundo contando anécdotas que les había pasado en las últimas 24 horas. ¡Imágenes muy fuertes! Gente de todo el mundo, de Australia, India, México… Quedamos paralizados. Y fue entonces cuando descubrimos algo que nos hizo respirar: Desde las nueve de la noche a las ocho de la mañana, adultos y ancianos paraban y descansaban. Sí, ¡a la hora de dormir! Así que aprovechamos para lanzar un mensaje a los jóvenes de nuestro pueblo:

Hola a todos. Hoy nos reuniremos en la plaza de la iglesia a las once de la noche. Intentaremos no hacer ruido para que no se despierten. Es recomendable que vengáis puesto que hablaremos de temas importantes. Por favor, intentar difundirlo lo máximo posible. PD: Este texto está escrito por Melisa, Marcus, Austin, Saúl y Raquel.

Llegamos a la plaza de la Iglesia un poco antes y nada más llegar vimos ya había gente esperándonos. Cada vez iban llegando más y más gente. Eran las once y decidimos comenzar a hablar. La primera fui yo.

– Buenas noches a todos. Creo que todos somos conscientes de lo que está pasando a nuestro alrededor.

– Un tema importante es la comida, las tiendas están cerradas y hay que cuidar a los más pequeños – exclamó Saul.

– Creemos que es mejor que durante el día no salgamos nadie de nuestras casas, así estaremos más seguros – saltó Melisa.

– ¿Y por qué se supone que os deberíamos haceros caso? – exclamó uno del fondo

– Esto va para largo. Si no llega a ser por nosotros no se habría hecho esta reunión. Además, si prefieres quedarte sin comida allá tú – Exclamó Marcus.

Eran las doce y media de la noche y la reunión había terminado. Nos fuimos los cinco a mi casa y tuvimos que repartir las habitaciones: Austin dormía con Saúl. Melisa dormía conmigo y Marcus dormía en el sofá. De pronto, Austin empezó a hablar con Saúl.

– ¡Ojalá volviera a ser todo como antes!, estaría todas las mañanas con vosotros por el campo o tal vez jugando un partido de fútbol.

– Yo lo que echo de menos es estar con mis padres. Ver películas con ellos por las noches, viajar…

– Sí, yo también. Ojalá pudiéramos encontrar alguna solución a todo esto. Me parece un fastidio que no sepamos qué hacer, la verdad.

Se creó un momento de silencio.

– Podemos ir al museo, allí hay muchos libros – dijo Austin.

– Si… mañana iremos. Se lo diremos a los demás.

El día siguiente estuvimos todo el día viendo las historias que colgaban en FaceFlash. Todo parecía una simulación o una película. Lo que estaba pasando era una locura. La comida se acababa…. Y nada tenía arreglo.  

Por la noche, cogimos linternas, comida, agua, palancas para abrir las puertas, etc. Todo lo que era necesario para realizar una misión suicida. Entrar en el museo.

Estuvimos todo el camino callados, sin hablar, demasiado asustados.

Cuando llegamos, Marcus y Austin intentaron abrir la enorme puerta de entrada. Era de hierro, y les costó mucho abrirla. Hicieron tanto ruido que de repente vimos un grupo de adultos hambrientos que se acercaban más y más rápido hacia nosotros. Intentamos cerrarla, pero al ser tantas las personas que estaban empujando no pudimos. Nos metimos en el laberinto de setos y allí los despistamos. Fuimos corriendo a la puerta del museo. Ya nadie nos seguía. No entiendo porque, pero la puerta estaba abierta.

Una vez dentro, la cerramos con sillas, una cadena y muebles para que no se pudiera abrir. Habíamos llegado al maravilloso museo de Gilena. En él se puede encontrar además de maquetas, libros y objetos romanos, la maravillosa obra de nuestro artista local Francisco Maireles. Restos del paleolítico, lanzas, escrituras de jeroglíficos, platos antiguos, etc. Nuestro museo era todo puro arte. Nos encantaba ir a visitarlo.

Nos separamos por salas para buscar algo que nos sirviera. Después de dos horas de investigación, Austin empezó a quitar cuadros y cuadros y cuando nos dimos cuenta, en el último, había una serie de dibujos. Sólo Marcus sabía lo que eran. ¡Quién lo iba a decir! Siempre le habíamos tomado como el más tonto por solo pensar en las chicas.

– ¡Es un jeroglífico! – exclamó. Lo sé porque a los once años me dio por la historia de Egipto, y recuerdo que cada dibujo expresaba un mensaje.

– ¡Mira quién habla! ¿Quién iba decir que lo ibas a saber campeón? – exclamó Austin.

– A ver chicos. No todo siempre es lo que se muestra por fuera.

Después de una intensa conversación sobre las cualidades inéditas de Marcus, nos dirigimos todos a la biblioteca y allí, como llamándonos, estaba “Historia de Egipto”, un libro que explicaba el significado de los dibujos. Melisa, con un papel y un boli, fue descifrando los dibujos.

“Sí la solución al problema deseas hallar, reflexiona en los pasos que acabas de dar y en una sala del museo, lo encontrarás”. Nos quedamos todos boquiabiertos. Entonces Saúl empezó a recordar los pasos:

– A ver chicos. Recordemos los pasos. Supongo que será otro jeroglífico. ¿No? – dije

– ¡Ya sé! – gritó Melisa. ¡El jeroglífico de la sala de expediciones!

Fuimos corriendo y en una enorme piedra caliza vimos otro jeroglífico: Si has llegado hasta aquí, he de decir que la pandemia llegará a su fin. Hace 100 años pasó igual y para que pase solo debéis decir “A veces el camino a la felicidad comienza con una gota de paz”. A las 16.00h gritad y gritad.

Eran las cuatro menos cuarto de la tarde. Tan solo nos quedaban quince minutos para llegar al pueblo y leerlo en la plaza de la Iglesia.

Corrimos y corrimos, perseguido por los adultos “zombies”. Cuando llegamos leí la frase alzando la voz todo lo que las fuerzas me dejaban: “A veces el camino a la felicidad comienza con una gota de paz”, y de repente, el mundo se vio de otro color. Todos los que nos estaban persiguiendo se cayeron al suelo. ¡Lo habíamos conseguido! La vida volvió a ser como antes. Los adultos estaban un tanto desorientados y aunque parezca una locura, acabaron creyéndonos. Ahora más que nunca entiendo la frase que dio solución a nuestro problema.

 

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