SEGUNDO PREMIO EN RELATO BREVE (1º-2º ESO) – 2021
Rocío Zayas Vaccaro (1º ESO B)
UN PUEBLO CURIOSO
Había una vez un niño llamado Pedro que odiaba tremendamente a las matemáticas e intentaba hacer los ejercicios lo más rápido posible aunque fuesen mal, lo importante era terminarlos pronto. En el colegio siempre lo castigaban y su madre siempre le regañaba y le decía que las matemáticas son importantes. Pero él, como si se tratase de una canción le contestaba: ¡Vale, vale mamá lo que tú digas! Un día se sentó en su escritorio para hacer un problema. Continuamente miraba la ventana y repetía una y otra vez: ¡Vaya aburrimiento! No entiendo para qué mandarán estos ejercicios tan tontos. Era tal su aburrimiento que se quedó dormido. De pronto abrió sus ojos y vio un enorme pueblo, tanto que no veía su fin. Sus calles tenían unas medidas perfectas y había un cartel con forma de hexágono en el que se podía leer: se encuentra en la calle rectángulo con un perímetro de 10 metros. Cada barrio tenía sus casas con las mismas formas geométricas y según esa forma se llamaba de un modo u otro. Se frotaba los ojos una y otra vez. No se podía creer lo que estaba viendo. De pronto se acercó uno de sus habitantes.
– ¡Hola!- le dijo.
– ¿Cómo? Pero si tú eres un número. ¿Cómo puedes estar hablándome? – Contestó el niño.
– ¿Por qué te extrañas tanto? Lo números somos muy inteligentes y nos encantan las cosas bien hechas.
– ¿Dónde estoy? – preguntaba con voz sorprendida.
– Estás en el pueblo de las “Matemáticas” y mi nombre es cero.
El niño empezó a reírse a carcajadas, tanto que el cero se llegó a sentir ofendido: No te rías, soy redondito y gordito pero soy amigo de todos los números y a ninguno les causo problemas. Pedro, al ver su cara, le dijo: Perdona. No me reía de ti. Pero este pueblo no existe. Es un invento de las personas mayores para hacer que los niños tengan una vida más complicada.
El cero no se podía creer lo que estaba escuchando: no, no, eso no es cierto. Mi pueblo es muy importante. Ven y te enseñaré cosas que aún no has aprendido.
A medida que caminaba, el niño se fijaba en el pueblo. Todo estaba curiosamente diseñado. Muchos números pasaban por su lado, todos hablaban alegremente y lo saludaban con mucha educación. El cero lo llevó a un gran edificio llamado Solución. Según le contó el cero allí se encontraban la multiplicación, la división, la suma y la resta que eran los encargados de mantener el orden en la ciudad y buscar solución a cualquier problema que pudiera surgir.
– ¡Hola don multiplicación! ¿Qué tal el día?- preguntó cero.
– Hombre cero, cuánto tiempo sin verte desde aquel día en el te resolvimos aquel problema que tenías con uno.
– Sí, la verdad que hace ya mucho tiempo. Ahora nos hemos hecho muy buenos amigos y ya entendió que juntos podemos hacer muchas cosas porque nuestro valor es mayor. Ahora te traigo un problema que no sé si podréis resolverlo. Es este niño llamado Pedro. Según me cuenta nuestro pueblo es un invento de las personas mayores y nosotros ni siquiera existimos.
Doña multiplicación, que traía un café en la mano, se sorprendió tanto que la taza se le cayó.
– ¿Cómo te atreves a decir eso? Nosotros tenemos un trabajo muy duro, chico.
– Perdone doña… multiplicación. Pero es que a mí nunca me han explicado para qué servís. De hecho yo siempre os confundo.
– ¿¿¿Quéée??? – Gritaron todos. ¿Cómo es posible eso? Somos diferentes y cada uno tiene una función.
En ese momento entró doña división, muy guapa por cierto y con el gesto muy orgulloso.
– ¿Cómo te llamas?
– Me llamo Pedro.
– Muy bien Pedro. ¿Sabes quién soy?
– Sí, eres una división. Pero no sé para qué sirves. Yo siempre te confundo con doña multiplicación.
– A ver hijo. Yo me encargo de repartir las cosas en partes iguales, para que no haya problemas y todos estén contentos. Doña multiplicación se encarga de indicar el número de veces que se repite algo. Por ejemplo: Imagina que tu padre te compra cien libros y lo quieres colocar en estanterías porque el orden es muy importante, a quién utilizarías, ¿a la multiplicación o a la división?
– Muy fácil –contestó el niño- a la multiplicación.
– ¿Quéee???- gritó doña división. A ver hijo, ven conmigo.
Don resta, don suma, doña multiplicación y doña división entraron en la sala pentagonal, donde los cuatro se reunían para resolver los problemas. Se sentaron en un gran círculo y llamaron al conserje; su nombre era Igual.
Este trajo una gran caja con objetos. Los sacaron todos y le dijeron al niño:
– Mira, aquí hay piezas heptagonales, octogonales y algún que otro triángulo. Ordénamelos en cajas.
El niño puso a todos los heptágonos juntos en una caja, en otra puso los octógonos y en otra los triángulos. Doña división le dijo: Muy bien, me acabas de utilizar porque has repartido los objetos en tres cajas. ¿Cuántos octógonos hay más que triángulos? El niño contó los octógonos y los triángulos y dijo: tres. Don resta dijo: muy bien, hijo mío. Acabas de usar mi nombre. Has visto la diferencia que hay entre uno y otro y de eso me encargo yo. En ese momento dijo don suma: ¿Cuántos hay entre los tres? El niño contó caja por caja y dijo: quince.
– ¡Perfecto!- contestó don suma. Has calculado el total y eso quiere decir que has realizado mi trabajo.
– Entiendo- dijo el niño- pero Multiplicación ¿para qué sirve?
En ese momento doña multiplicación y don suma se cogieron de la mano. Doña Multiplicación explicó: nosotros somos marido y mujer, por lo tanto nuestro trabajo es muy parecido lo que pasa que con mi trabajo vamos más rápido. ¿Cuántas cajas hay? El niño dijo: tres.
– Y, ¿cuántos heptágonos y octógonos había?- preguntó doña multiplicación.
– Seis- contó el niño
– Pues multiplica dos por seis y te da doce, súmale tres triángulos y te da los quince.
– Wauuu- respondió el niño.
De pronto, el despertador empezó a sonar. Miró el problema que tenía en su cuaderno, lo leyó e hizo las operaciones. Por fin había entendido el significado de las matemáticas. A partir de ese momento se convirtió en el niño que más sabía de matemáticas.