Alejandro en Estocolmo

Cuando vas a trabajar a un país extranjero, una de las primeras cosas que se te ocurren es investigar sobre él. Y eso hice. Resulta que Suecia es una monarquía constitucional en la que el rey, S. M. Carl XVI Gustaf, tiene funciones meramente ceremoniales, y cuyas leyes se elaboran en un Parlamento (Riskdag) de una única cámara. Tiene una extensión de 528.447 kilómetros cuadrados, lo que la convierte en el quinto país más grande de Europa. Dos hechos impresionan más que el tamaño de este país escandinavo: lo primero es que un 63% de todo ese terreno es bosque, y lo segundo que sólo unos diez millones de personas lo habitan. La ciudad de Estocolmo, la capital, tiene alrededor de un millón de habitantes y cuenta con más de quince puentes que se alzan sobre multitud de lagos. En lo económico suecia tiene su propia moneda: la corona sueca, lo que quiere decir que no forma parte de la Eurozona. Sin embargo sí es un país miembro de la Unión Europea.

En lo que a datos estadísticos se refiere uno puede hacerse una idea de cómo es el país que presentó IKEA al mundo; datos que se complementan con la buena reputación que siempre ha precedido y precede a Suecia en los medios de comunicación. Todo ello puede llevar a pensar a cualquiera de que se trata de un lugar idílico. Por mera curiosidad escéptica traté de encontrar noticias que estuvieran relacionadas con una realidad un poco un poco más realista, más turbia. Sin resultado. Ningún titular catastrófico por parte de medios oficiales ni consolidados, ninguna noticia alarmante que no proviniera de un blog personal o un canal de YouTube perteneciente a un particular, ninguna fuente fiable que delate que algo vaya mal en el país. En algunos casos quienes denuncian situaciones que a su juicio son preocupantes son tildados de extremistas o paranoicos. Sin embargo, sí que hay un hecho, un asunto de envergadura con el que es complicado lidiar, que los suecos no pueden ocultar por tener su origen fuera de sus fronteras: se trata de la migración. Por poner un ejemplo, sólo en 2015 Suecia recibió a unos 200.000 migrantes (aproximadamente un 2% del total de la población).

Si tuviera que destacar otro de los principales quebraderos de cabeza de Suecia, sería el del cambio climático. Y es que desde mi llegada el 19 de marzo (escribo este artículo a principios de mayo) las ocasiones en las que ha precipitado pueden contarse con los dedos de ambas manos. Y no han sido precipitaciones que se hayan prolongado durante más de media hora. El frío tampoco es para tanto, con una camiseta y un abrigo vas sobrado. No me extraña que a Greta Thunberg se la considere embajadora de los intereses del país, porque hablamos de una situación que se agrava por momentos.

Pasando a temas menos serios, durante mi estancia resido en un pueblo que tiene nombre de chiste: Bromma, a 25 minutos en tren de Estocolmo. Y ya que hablamos de transporte público, quisiera añadir que el sueco no es para tanto. Es decir, es muy, muy puntual, pero está anticuado. Eso sí, caro es como si se tratara de uno de los sistemas de transporte más punteros del mundo (83€ cuesta la tarjeta mensual para coger el tren). Pero lo que resulta más sorprendente aún es que aquí no saben hacer colas y a veces para subir al autobús te ves en las mismas que esa marabunta de gente que se arremolina en torno a las puertas de los centros comerciales a primera hora de la mañana el día que comienzan las rebajas. Se ve que los suecos no tienen tiempo para determinadas cosas, como por ejemplo aprender a cocinar algo que no sea salmon marinado o albondigas con puré de patata y salsa de frutos rojos, los buques insignia de esta particular gastronomía.