CUENTOS DE MIEDO PARA NIÑOS. Un esqueleto en el colegio.
Quique, el esqueleto, estaba acostumbrado a dar miedo a todo el mundo. Hiciera lo que hiciera y por más que sonriera, cada vez que se acercaba a un niño, un animal o un adulto todos se quedaban blancos y salían corriendo con un gran susto.
Quique y sus amigos solo salían de noche, pues era el único momento en el que podían pasear sin asustar a todo el que se cruzase en su camino.
Sin embargo, siempre ocurría algo. Algún niño los veía por la ventana o algún adulto se los encontraba… y ya os podéis imaginar el susto que se llevaban.
Poco a poco, los esqueletos dejaron de salir a pasear, pues no les gustaba que los niños se pudieran asustar.
Pero Quique necesitaba salir cada día. Le gustaba caminar y respirar aire fresco y si escuchaba música no podía parar de mover el esqueleto.
Una noche, no muy distinta a todas las demás, sucedió algo que Quique jamás se habría podido imaginar.
Mientras caminaba por la calle, vio a lo lejos a un señor.
Para no asustar al pobre hombre, Quique se tiró al suelo y se quedó muy quieto.
El hombre se acercó a Quique, lo miró por un lado, lo miró por el otro, revisó todos sus huesos y finalmente le dijo susurrándole al oído.
– Te vienes conmigo – y sin más, le puso su propio sombrero, lo metió en su coche y se lo llevo en medio de la noche.
A la mañana siguiente, Quique apareció en un lugar lleno de gente. Le habían puesto un jersey, un sobrero y hasta una corbata que colgaba de su delgado cuello.
Cuando el esqueleto miró a su alrededor, se dio cuenta de que quienes le rodeaban eran niños y de que el señor que lo había cogido no era más que un amable profesor.
– Chicos, os presento a Quique. Ha venido para ayudarnos a conocer mejor el cuerpo humano.
Todos los niños estaban encantados. Lo tocaron con mucho cuidado y aprendieron un montón de cosas sobre el esqueleto que su profesor les había llevado.
Nadie parecía tenerle miedo, lo cual era bastante extraño. El esqueleto Quique estaba entusiasmado. Nunca lo habían mirado sin asustarse y sin salir corriendo de su lado.
Y cuando nadie se lo esperaba, el amable profesor puso una divertida canción. Todos los niños se pusieron a saltar. Quique intentó contenerse hasta que no aguantó más y, de un salto, se mezcló con todos los demás que se quedaron asombrados de lo bien que sabía bailar.
Pero una niña se asustó bastante – ¡un esqueleto que baila! – comenzó a lamentarse.
Quique se puso muy triste – ¡Otra vez me ha vuelto a pasar! Yo no quería asustar a nadie – y se volvió a su sitio en silencio y sin hacer ningún movimiento.
El profesor amable intervino rápidamente – No debes tener miedo. Sólo porque sea distinto a los demás, no significa que no le guste bailar –
La pequeña se acercó a Quique, lo cogió de la mano y lo invitó a bailar.
Quique hizo una reverencia y bailaron los dos juntos como príncipe y princesa, sin importarles los huesos, la estatura o cualquier otra diferencia.
FIN