La misión

La joven mujer mira al horizonte que tiene ante ella desde la proa. Respira profundamente, tratando de aclarar lo que siente en su pecho: miedo, determinación, le late fuerte el corazón, calor, cosquilleos…. 

-Hola, ¿eres tú Danielle? 

Mira hacia donde proviene la voz y ve un hombre fornido, de mediana edad, que se le acerca a zancadas, contrarrestando el empuje hacia atrás del movimiento de la embarcación.

-Soy Marcel, estoy en tu equipo, encantado- le dice alargándole la mano. 

-Hola Marcel, igualmente.

Él consigue situarse junto a ella, agarrándose también a la borda:

-¿Estrenándote en misión de ayuda?

-Bueno, no exactamente… en mi investigación sobre los Tontines ya colaboré en algunas misiones. Pero sí es la primera vez que salgo del continente. ¡Y no sé nadar! -exclama Danielle al notar una sacudida de la nave.

-¡Pues agárrate bien! -responde Marcel sin parecer muy preocupado- y no te preocupes, este viejo Towt es viejo, pero seguro y eficaz. Es pequeño y se mueve mucho, pero no temas -insiste mientras le salpica el agua salada. 

Danielle no abandona su posición en la proa. Agarrada con fuerza, mira ahora a su compañero:

– Desde luego parece una misión difícil ¿no es verdad? He leído el informe previo y lo que se ve es un escenario catastrófico, como en las series de los años veinte…

-Sí -responde Marcel-, el desarrollo y el bienestar que les prometieron apenas lo olieron y en pocos años todo se les ha venido abajo… Ahora son más pobres que la gente que veían huir de la guerra en sus pantallas, o que las de las historias de los años del hambre de sus tatarabuelos.

-Me han encantado los talleres que propone el proyecto: -continúa ella- recuperación de aparatos, minería de reciclaje, rehabilitación de solares, conservación de alimentos…

-Ya, bueno, poco a poco -dice Marcel con gesto escéptico-. La ruina que tienen no es sólo material. También es cultural. Han perdido las capacidades básicas de una sociedad para la supervivencia. Les cuesta imaginar soluciones propias para la alimentación, las sequías, la salud, la vivienda… 

-Entiendo. El informe también habla de poca cohesión en la comunidad…

-Si es que a eso se le puede llamar “comunidad”… -responde Marcel con voz ronca-. Apenas tienen noción de lo común, de la ayuda mutua. Su forma de vida les ha convertido en seres muy aislados.  

– Ya, justo lo contrario que en los sitios donde funcionan los Tontines que yo estudié…

– Claro, en los países que conoces la gente lleva siglos enfrentándose en común a las catástrofes que les suceden y generando sus propios recursos, a veces de los propios desperdicios -sigue Marcel en tono explicativo-. Pero donde vamos no saben organizarse ¡Ni siquiera saben tratarse entre sí!, ¡Se pasan todo el tiempo peleando!. Creían que eran libres y resultó que sólo eran individualistas, y ahora que necesitan al resto…no hay, no saben cómo.

-Es curioso -responde la muchacha fijando su mirada en las ondas que va abriendo el barco sobre el mar- una gente tan desamparada y la arrogancia con que nos trataban… -En el tono de su voz resuena un viejo rencor.

-Sí, han acabado encerrados por los muros que levantaron sus abuelos, y con toda la basura con la que creían que iban a ser felices…

Creo que en el fondo han sido víctimas de sus gobernantes -matiza Marcel en un tono compasivo, encogiendo los hombros y mirando también al agua-. Lo fueron convirtiendo todo en mercancía y, claro, su forma de vida acabó totalmente desconectada de la propia tierra, de sus propios cuerpos, incluso de sus propios sentimientos.

La embarcación gana velocidad y Danielle trata de no parecer demasiado asustada. Marcel sigue hablándole de la misión, encajando con naturalidad las sacudidas de la nave-. …Entonces, no es sólo ayudarles a que aprendan a ver sus necesidades reales sino que, además, respondan a ellas de forma justa, y también cuidadosa con el entorno. 

– ¿Por dónde vamos a comenzar, entonces?

– Ahora estamos sondeando espacios donde se crean vínculos. La comunidad empieza a reconstruirse en actividades sociales, cuando la gente participa en buscar solución a sus problemas comunes. Compartiendo ese intento… ¡Vamos a comer algo a la bodega! -invita Marcel repentino mientras aprovecha el impulso del barco para llegar en tres ágiles zancadas a la escotilla que da a la bodega. Danielle trata de seguirlo sin perder el equilibrio sobre la cubierta tambaleante. 

Una vez dentro se sientan en una de las mesas fijas que conforman el pequeño comedor de la bodega. Los vaivenes de la navegación se notan algo menos aquí abajo, aunque la espuma salpica el exterior de los ojos de buey. Marcel come ávidamente un pan de pita con frijoles y lechuga mientras Danielle sorbe un té de jengibre y mordisquea una galleta. Él, sentado a horcajadas en el banco, continúa con la conversación:

-Creo que la clave para tener esperanza es que deseen tener una vida sencilla. Que le den más valor a las relaciones entre las personas y menos importancia a las cosas.

-Tenemos diferentes culturas -dice Danielle- pero las necesidades son las mismas para todos los seres humanos. En cada sitio se resuelve de una manera, pero la necesidad es igual: alimento, refugio, que te cuiden cuando no puedas valerte por ti misma, también sentirte tú útil al resto, tener amor… Estoy segura de que, por mucho que hayan perdido sus raíces, aún pueden reconectar. Recuperarán cosas del pasado y saldrán otras nuevas.

– Bueno.- Responde Marcel con tono informativo- algo hay, seguro… ¡Mira! ¡la costa! 

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La patera avanza hacia la orilla a una considerable velocidad. La fuerte inercia de las olas y el viento hace que sea difícil controlar su rumbo. Es un momento de riesgo y tensión. Finalmente, la proa se clava en la arena de la orilla con relativa facilidad.

Pies africanos comienzan a bajar por la borda a la orilla de la playa de Santa María del Mar.

Tres figuras observan inmóviles desde el viejo y desvencijado paseo marítimo. Saludan con la mano abierta a las personas que avanzan desde la orilla hacia ellas. Les gritan:

-¡Bienvenidos! 

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