La trampa de la educación obligatoria, universal y gratuita
Pedro García Olivo sostiene que la escuela moderna no solo domestica, sino que también coloniza y oprime. Considera que la educación institucionalizada anula la creatividad y la libertad del individuo, convirtiéndose en un instrumento de control social.
Por otra parte, como bien decía Sánchez Dragó, ¿debe realmente estudiar quien no tiene -por genes, por karma, por carácter o por lo que sea- vocación de estudio?
Este método resulta extremadamente eficaz para convertir a una persona que podría haber sido feliz en un desgraciado.
La enseñanza gratuita podría ser aceptable (únicamente para quienes, deseando estudiar, carecen de medios; aludo, obviamente, a los becarios), pero ¿universal y, sobre todo, obligatoria?
Es una cadena de disparates, una sucesión de errores. ¿Qué será de nosotros cuando todos los habitantes del planeta sean asnos con diploma y no sepan o no quieran escarbar unas patatas, levantar una pared, arreglar un grifo, pescar un besugo o enhebrar una aguja?
La catástrofe nos golpea, tanto al niño que existe como al niño que alguna vez fuimos, en el mismo instante en que nos llevan a la escuela. ¿A cualquier escuela? Sí, a cualquier escuela, especialmente a la resultante de la Revolución Francesa.
La educación obligatoria es una forma de violencia institucional que destruye el espíritu libre de los niños. En lugar de educar y orientar, la escuela moderna condiciona a los estudiantes como a la perra de Pávlov, preparándolos para que voten cada cuatro años, consuman, paguen religiosamente los impuestos y acaten sin rechistar las leyes de la comunidad, coincidan o no con lo que dicta la voz de su conciencia.
Al niño, dentro de ese bárbaro y despótico sistema de educación supuestamente progresista, no se le educa ni orienta, ni se le ayuda a descubrir sus recónditas inclinaciones y motivaciones, ni se le enseña a crecer y desarrollarse en armonía con el entorno, ya sea este natural o social. Simplemente, nos guste o no, se le domestica.
García Olivo comparte esta visión y va aún más allá al afirmar que la verdadera educación debería surgir de la vida misma, de la interacción con el entorno, del aprendizaje autónomo y del descubrimiento personal. La escuela, tal y como está concebida, es incompatible con una vida plena y auténtica.
La educación, incluso la gratuita y obligatoria, especialmente esta última, me parece una abominación, una abyección, una alienación, una usurpación, una castración.
Desde que cobré conciencia del instinto de paternidad, he soñado con tener un hijo que creciera al margen del Sistema sin convertirse nunca en su rehén, que no destruyera prematuramente su salud con la inoculación de los virus de mil vacunas, que no se viera obligado a ir todos los días al colegio, que aprendiera el sentido y los secretos de la vida en el dédalo de las calles de los pueblos, en los campos, en las playas, en las nubes y en la contemplación del firmamento, que volase libre y feliz, feliz y libre, sin derechos, sin diplomas, sin currículos, sin becas, sin seguridad social, sin tonterías, dichosa y libremente expuesto a la intemperie y a todos los gozos, disgustos, dolores, alegrías y peligros de la aventura del vivir y el navegar a bordo de esa frágil, pero marinerísima cáscara de nuez que es la condición humana.