Javier Paniagua: «Los email que nunca te envié»

«Desde aquel día en que te vi por el retrovisor de mi coche, mientras la lluvia no cesaba en su intensidad, intuí que eras un personaje literario que valía la pena novelar». Javier Paniagua en su novela «Los email que nunca te envié».

Foto de Javier Paniagua, catedrático de ciencias políticas en la UNED, historiador y autor de la novela Los email que nunca te envié
Javier Paniagua, autor de la novela

Literatura como sucedáneo

En esta frase logra compendiarse el principal argumento de la obra del catedrático y exdirector de la UNED en Valencia, D. Javier Paniagua:
la literatura como sucedáneo –droga intelectiva que se necesita para vivir-, literatura como recurso intelectual de posesión del objeto deseado, literatura como bisturí de cirujano para llegar a un fondo abstracto donde extirpar la espina de la imposibilidad.

Y esa imposibilidad se recubre de palabras, expresión de un sueño inteligible, como una mano distante intenta alcanzar la escurridiza y nebulosa esencia.

Javier Paniagua nos muestra esa esencia hecha de niebla, cuya textura podemos ver mediante el intelecto y la filosofía, pero cuya concreción pertenece al mundo más consuetudinario y práctico de la realidad. La literatura, como representación de esa realidad de relaciones humanas, es, sin duda, una representación galvanizada de subjetivismo, de platonismo, espejo donde se muestran los deseos, las esperanzas, las frustraciones.

Realidad escurridiza de Paniagua

Paniagua, logra con este libro, además, no sólo mostrar el decurso temporal de toda esta teoría, sino también su resultado. Finalmente, el autor de los e-mails, “Jonás Palermo”, contrariado por la reacción del objeto de su fascinación (“Azucena”) llega a decir a Azucena –apesadumbrado y golpeado por el trato real del que estaba siendo objeto- que era una niña mimada y que podía ser muy lista en las cuestiones académicas, pero poco en las sentimentales.

Es el ego golpeado en su teoría literaria, en su representación de la realidad, como medio de apresamiento de una realidad escurridiza, que termina volviéndose contra su creador.

Lirismo y fascinación por la mujer

El lirismo o fascinación por la mujer que presenta nuestro protagonista autodiegético y omnisciente, su carencia de practicidad, choca frontalmente, como una antítesis no solo estilística, sino también actitudinal, cuando, reunido con sus amigos (profesores universitarios como él) en una terraza, éstos, enterados de sus andanzas con aquella profesora universitaria, le reprochan su conducta tan poco práctica:

“Pero, tío, encima no te la has tirado. Eres gilipollas. Te estás volviendo un espiritualista. Pero, joder, ¿cómo puedes perder el tiempo de esa forma? No tienes solución. Dedícate a la literatura y abandona el mundo.”

Y, sobre todo, escucha de uno de sus amigos, la frase más práctica y quizá por ello menos comprometida con los sentimientos que puede proferir alguien en el campo de las relaciones humanas: “Polvo que no has de tener, déjalo correr”.

Los e-mails que nunca te envié, como mimesis, como representación mimética de la realidad, abarca varios campos temáticos, bajo el denominador común de las relaciones humanas, y, dentro de éstas, es el tema amoroso-sexual el que copa más espacio.

Mundo de apariencias

Evitar el comentario de todos los aspectos humanos y filosóficos de los que está dotada esta novela dejaría una visión manca, una visión a retazos de una complejidad que, de circunscribirse a un tema, sería -como ya apunté anteriormente- al genérico de las relaciones humanas, y por extensión, al mundo, muchas veces, huero, insustancial, de las apariencias.

Por ejemplo, el mundo de apariencias universitario, donde muchas de las carreras aparecen “ungidas por el dedo”, apadrinadas; el mundo de la política, que, si bien es tratado por el Profesor Javier Paniagua con tacto, sin estridencias, ello no imposibilita observar un fondo de denuncia: la política como un fin en sí mismo de medro social, como un “trabajo más” para quien, quizá, no tiene más interés –en última instancia- que su propio sustento y beneficio.

La muerte

También el tema de la muerte, de la fugacidad de las cosas, que aparecen reflejados en el microcarcinoma del protagonista, en el asesinato por parte de ETA de uno de sus amigos, en el tiempo fugaz que parece correr –impotente- ante sus ojos, en la referencia al suicidio, en la confesión del protagonista de que la seducción ante las mujeres –sin finalidad sexual- es una forma de seguir sintiéndose uno vivo, deseado, de no caer hundido en la decrepitud y humillación a la que somete el tiempo.

“… porque la vida no puedes preverla, es un accidente, y la muerte llega en cualquier momento” (pág. 119).

El anarquista Cipriano Mera

Y será dicha visión de la muerte, de la fugacidad del tiempo, de la vida como continua lucha la que aparecerá en todo su esplendor en la entrevista que realiza Javier Paniagua al anarquista Cipriano Mera.

Sus palabras, duras y firmes, curtidas en la dureza de la guerra, en el rigor de la albañilería y en la nebulosa de los años, resultan elocuentes al referirse a la Guerra Civil: “Mandé fusilar y lo hice con conciencia y a pleno rendimiento. La guerra tiene sus normas… es una cuestión de vida o muerte, o vives tú y muere el enemigo o mueres y es el otro el que subsiste…. La República era una causa justa para los que nada teníamos, para la libertad, para la revolución que podíamos hacer un día donde no existirán ni explotadores ni explotados…”.

La amistad

La amistad “no es verdad que elijamos a nuestros amigos, muchas veces es el azar y la necesidad lo que nos impulsa”, la violencia de género, el ejército dividido en castas de “chusqueros” y “nobles”, el encontronazo con la guardia civil una vez solventado su problema de cáncer, y ciertas referencias literarias como Robert Musil, Baltasar Gracián y “Epístola moral a Fabio”, terminan por completar esta novela psicológica, representativa, que pretende desentrañar con precisión de bisturí la esencia y la realidad de las relaciones humanas.

Relaciones humanas que son –más hoy en día- cambiantes, efímeras, sometidas al dictamen –muchas veces caprichoso e imprevisible- del tiempo, el mismo tiempo que nos sepulta lenta pero inexorablemente en su decurso, envejeciéndonos, golpeándonos; entonces, intentamos capturar la esencia y la realidad de la vida, escribimos a ella desde nuestra atalaya de deseos, pero ésta no escucha, termina devolviendo, al mismo punto de partida, las cartas –los emails- que un día enviaste para que tuvieran puerto y destinatario: el destino de tu comprensión, el puerto de tu esencia: Los emails que nunca te envié.

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