«Viaje al Rincón de Ademuz», de Candel

Candel nació en Casas Altas, Rincón de Ademuz, en 1925; pero su familia marchó pronto a Barcelona en busca de trabajo, cuando él apenas tenía 2 años.

La obra está ambientada en septiembre de 1964, en pleno apogeo de emigración sobre todo a Valencia y Cataluña. Por ello, son recurrentes las alusiones al abandono en que se halla la comarca, emigración que ya había sufrido la familia del autor cuatro décadas antes, en 1925, precisamente a Barcelona, ciudad donde el libro comienza y termina.

Viaje al Rincón de Ademuz. Francisco Candel
Viaje al Rincón de Ademuz. Francisco Candel

Libro de viajes

En forma y esencia es un libro de viajes, una obra de experiencias y observaciones. El viaje lo realiza en compañía de dos amigos: Antonio Orihuela y Javier Fábregas, también catalanes, hacia la zona de Teruel. Javier Fábregas falleció en 1984, veinte años después de este periplo. Candel lo haría en 2007. Del otro hombre, Antonio Orihuela, no tengo datos.

Antes de comenzar el trayecto, Candel ya avisa de que lo suyo es un viaje “al” Rincón de Ademuz, no “por” el Rincón de Ademuz. No en vano, las páginas que dedica a las localidades turolenses ocupan tanto o más espacio, atención y detenimiento que la comarca valenciana que da título al libro.

De este modo, describe Alcañiz así como los pueblos que median entre dicha localidad turolense y la capital, Teruel. A esta dedica muchas páginas de su libro, centrada en ocasiones en detalles banales de borrachos. Hay uno que lanzó una dalia a unas damas y estas no se dieron por enteradas. Y otro que no lanzaba dalias sino escupitajos e improperios, pero esta vez hacia ellos. También una conversación algo más sustancial que mantienen con el dueño de un bar, bastante resentido por la situación penosa de Teruel.

También en la pequeña ciudad, Candel brinda bastantes hojas a la historia de Los Amantes, descritos con bastante sorna. Murieron de «puro amor». En vida nunca consiguieron lo que ya muertos lograron: estar unidos en cadáver perpetuo.

Viaje por los pueblos de Teruel

Dejan el coche en Teruel y a partir de aquí realizan el viaje a pie. Pasan por distintos pueblos de la provincia aragonesa: Castralvo, Aldehuela, Valacloche, Mas de Navarrete, Camarena de La Sierra y Riodeva, y al final del libro Forniche Alto.

En dichas localidades se repite, al igual que ocurrirá cuando lleguen a los pueblos valencianos del Rincón, un tema recurrente: la despoblación y muerte de los pueblos, sin posibilidad alguna de crear vida. Los describe a la manera en que se describiría un camposanto, por razones obvias:

“Muchas casas del pueblo están vacías. Pensamos que las casas viejas y vacías se deben de conseguir casi gratis. Su contribución anual es de catorce pesetas”.

“Comentando este despoblamiento general, el practicante, un muchacho joven, nos explica que un pueblo de la sierra ha quedado completamente abandonado. Este pueblo se llama La Carrasca”.

“El pueblo está desolado y desierto”.

Llega al Rincón de Ademuz

Cuando llega a la comarca valenciana escribe estas preguntas retóricas que concluyen de forma luctuosa: “¿Qué hace la gente en estos pueblos? ¿Languidecer? ¿Mustiarse? ¿Trabajar y aburrirse? Estos pueblos están muertos”.

Candel se sorprende y extraña de un escrito firmado por Luis B. Lluch García en el diario “Las Provincias”. Lluch describe una localidad del Rincón (La Puebla de San Miguel) de una manera lírica y poética, incluso encomiástica. Pero para Candel y sus amigos “es el pueblo que más pena nos da de los que hemos encontrado, el más aislado de los que hemos visto hasta ahora”.

De la Puebla de San Miguel pasa a Sesga y de ahí a Casas Bajas, sin mayor trascendencia.

Francisco Candel llega a Casas Altas: otra mirada

Su mirada cambia cuando llegan a Casas Altas, el pueblo de sus padres. Sus palabras se hacen más amables: “El aspecto de este pueblo no es desolado, como algunos de la sierra, sino todo lo contrario”. Anteriormente, Candel ya había hecho frecuentes menciones a sus padres, así como a su abuela hechicera la Quicana, y también a otros familiares de Casas Altas.

Al llegar a su pueblo inquiere por Abel Muñoz, familiar suyo. Pero le surgen bastantes más parientes y conocidos de los que imaginaba. Confiesa no acordarse de la mayoría, pero intenta disimularlo. Ciertamente, la localidad de Casas Altas despierta en él una simpatía que no había sentido por ningún otro pueblo de los mencionados en el libro.

Nosotros, mixtificada gente de ciudad

Candel se sentía catalán, así lo afirmaba al hablar de sí mismo: “No soy un catalán de nacimiento, sino de sentimiento”. Incluso en diversas partes de este libro: “Nosotros los catalanes”. “El pastor enciende los cigarros con chisquero, se suena con pañuelo azul de cuadriculado de blanco y lleva zurrón, algo que a nosotros, mixtificada gente de ciudad, nos pasma”.

Candel no se identifica con la tierra que pisa. Su mirada es, más que comprometida, curiosa y distante. La distancia en sentimiento y apego (es y se siente catalán), o no identificación por los pueblos por los que transita adquiere un matiz distinto en Casas Altas. En el pueblo de sus padres se siente a gusto. Llega a afirmar a modo de exclamación: “¡Lo que tira el paisanaje!”(…) “Esta buena gente no sabía lo que hacerse con nosotros”. Son frecuentes las referencias y comentarios de sus padres por las historias que le contaron de niño.

Ostentación de riqueza

Otro de los temas es el afán de notoriedad y apariencia de aquellos que marchaban a la ciudad. Los que marchaban a la ciudad utilizaban la estación del verano para ostentar riqueza. Y lo hacían ante los ojos de los que no quisieron o no supieron marchar. Son múltiples las referencias a lo largo del libro:

Además de los dos cafés, Casas Bajas tiene unos mil habitantes. Había tenido más. También está despoblándose, pero en el verano, muchos de los que se han ido, tornan a pasar una temporada y a presumir de gente que han prosperado”.

Ahora todos quieren irse a la capital. Y luego, cuando reúnen dinero vuelven y arreglan sus antiguas casas para pasar allí las vacaciones del verano, deslumbrando con su encumbramiento a los que quedaron en el pueblo, un encumbramiento falso a base de doce y catorce horas de trabajo. Y los que aún subsistían en el pueblo cogen envidia al verlos y también se van. Es una rueda imparable, ya, pensamos”.

Para completar un poco este libro de viajes un tanto deslavazado, Candel reflexiona sobre los miembros de la Iglesia. Reflexiona tanto de los que halla a su paso como de aquellos otros que recuerda. También de la institución en sí. Aunque la critica, lo cierto es que el clero adquiere un protagonismo importante a lo largo del libro. El más importante quizá sea el cura de Riodeva. Este cura libró de la muerte a algunos soldados republicanos, y de cada uno de ellos guardaba una fotografía. El libro de viajes tiene un carácter deslavazado y libre. Quizá por ello mismo no entrará en el canon de las lecturas obligatorias.

Conclusión de Viaje al Rincón de Ademuz

En definitiva, un libro que refleja con precisión el ambiente y sentimiento de la década de los años 60. Una década que se corresponde con el apogeo de huida y abandono, con la búsqueda de una mejor calidad de vida. Esta búsqueda era aplaudida por Candel, como lo refleja una de sus reflexiones más lúcidas y excelentes:

“El lirismo, el pintoresquismo, el folklore y el tipismo mueren, y tal vez sea irremediable el que sea así. Con muchos de estos conceptos pasa como con los toros: solo es grato contemplarlos desde la barrera. Mantener las cosas contra viento y marea para los pobres es perjudicial. Para los pudientes todo puede ser motivo de enaltecimiento y diversión”.

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