Comienzo de la vida pública de Jesús.
Cuando Jesús cumplió treinta años dejó la casa de sus padres y comenzó lo que llamamos su Vida pública. Antes de ir de pueblo en pueblo anunciando la Buena Noticia del Evangelio, Jesús quiso ser bautizado por Juan en el río Jordán, A continuación se retiró al desierto, donde fue tentado por el diablo y después eligió a los apóstoles para que le acompañaran en su misión. |
En aquel tiempo, Juan Bautista predicaba en el desierto de Judea donde decía: «Haced penitencia y cambiad de vida! ¡El reino de Dios se acerca!». Mucha gente acudía a Juan para confesar sus pecados y para que los bautizara en el río Jordán. Entre los que escuchaban sus palabras había también fariseos y saduceos, y Juan les advertía diciéndoles: «Mostrad que verdaderamente queréis cambiar y no penséis que basta con ser descendientes de Abraham para salvaros. Yo os bautizo con agua para que seáis mejores, pero detrás de mí viene uno que es más fuerte que yo. Yo no valgo ni para desatarle las sandalias. Él os bautizará con el Espíritu Santo y fuego».
Un día Jesús fue de Galilea al Jordán, a presentarse a Juan para que lo bautizara. Juan sabía que quien había venido no era un hombre pecador como los demás. Por eso no quería bautizarlo y le decía: «Eres Tú quien debería bautizarme, ¿cómo es que vienes a mí?». Jesús le respondió: «Ahora debemos cumplir lo que Dios manda». Entonces Juan lo bautizó en el río Jordán y mientras lo hacía, se abrió el cielo de repente y vio bajar al Espíritu de Dios y posarse sobre Él como lo haría una paloma. Y una voz del cielo decía: «Éste es mi Hijo amado, mi Elegido»
Después de esto, Jesús se retiró a la soledad del desierto, y estuvo mucho tiempo, casi cuarenta días haciendo ayuno y oración. Al fin Jesús tuvo hambre y entonces se le acercó el diablo y le tentó diciendo: «Si eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en pan». Pero Jesús respondió: «En la Sagrada Escritura está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Entonces el diablo lo llevó consigo a la ciudad santa de Jerusalén. Lo puso en el pináculo más alto del templo y le dijo: «Si realmente tú eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo. No te pasará nada, pues en la Sagrada Escritura está escrito: Dios mismo ha mandado a sus ángeles que te atiendan y te cuiden. Te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en ninguna piedra». Jesús le dijo: «También está escrito: No pondrás a prueba a Dios, tu Señor». Finalmente lo llevó el diablo a un monte muy alto. Le mostró todos los reinos del mundo con todas sus riquezas y su poder, y le dijo: «Te daré todo lo que ves, si te arrodillas y me adoras». Entonces Jesús contestó: «¡Apártate de mí, Satanás! En la Sagrada Escritura está escrito: Adorarás sólo a Dios, tu Señor, y sólo a Él servirás».
Entonces el diablo se fue y desapareció. A continuación, vinieron ángeles que servían y ayudaban a Jesús. |
Después de las tentaciones, comienza la Vida Pública de Jesús. Cuando Jesús volvió del desierto fue a Galilea y comenzó a recorrer pueblos y ciudades enseñando en las sinagogas, anunciando la Buena Noticia del Reino y curando a los enfermos.
Según dicen los Evangelios sinópticos Jesús va a Galilea donde comenzará su misión de anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios.El Evangelio de Juan, sin embargo, nos cuenta algunas cosas que Jesús hace antes de comenzar la misión para la que ha sido elegido. Parece que antes de comenzar a predicar el Evangelio, Jesús vuelve al río Jordán donde Juan el Bautista le reconoce como el Mesías esperado, y al verlo exclama: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». (Juan 1, 29)
Imaginamos que al oír el «título» que Juan le da, Jesús, que conocía perfectamente la Escritura como había demostrado en el momento de las tentaciones, se acordó de lo que Isaías había escrito y anunciado en el capítulo 53 de su libro sobre el Mesías que había de llegar: «Fue maltratado y se humilló y no dijo nada, fue llevado cual cordero al matadero, como una oveja que permanece muda cuando la esquilan».
Esto serviría a Jesús para aceptar con profundidad la misión para la que había sido enviado al mundo: Morir en la Cruz para salvar a la Humanidad. Juan Bautista, volverá a repetir esta expresión al día siguiente, cuando con dos de sus discípulos, Andrés y Juan, estaban en el mismo lugar donde Jesús había sido bautizado. Dice Juan en su Evangelio que al verlo pasar, el Bautista dijo: «Ese es el Cordero de Dios». Al oír esto, los dos discípulos de Juan se fueron con Jesús y le siguieron. Esto les bastó para seguirle.
Andrés y Juan siguieron a Jesús y al verlos, éste les preguntó: «¿Qué queréis? ¿Qué buscáis?«. Ellos contestaron: «Maestro ¿dónde vives?». Jesús les dijo: «Venid y lo veréis». Suponemos que después, Jesús les contó todo aquello por lo que estaba dispuesto a dar la vida y Andrés, reconociendo en Jesús al Enviado de Dios, fue a buscar a su hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías».
Simón fue con su hermano a conocerlo y cuando Jesús lo vio, le dijo: «Tú eres Simón hijo de Juan, pero te llamarás Cefas» (que quiere decir Piedra).
Éstos fueron los tres primeros discípulos de Jesús que estuvieron con Él hasta que Juan Bautista fue encarcelado. En este tiempo, Jesús y sus discípulos, se encontraron con otros dos: Felipe y Natanael.
A Felipe, que era de la ciudad de Betsaida, le bastó una invitación de Jesús para seguirle y hacerse su discípulo. Jesús le dijo: «Sígueme» y Felipe le siguió inmediatamente. El mismo Felipe le dijo a Natanael: «Hemos encontrado a Aquel de quien escribió Moisés en la Ley (es decir, en el Pentateuco) y también los Profetas; a Jesús, hijo de José de Nazaret». A Natanael aquello no debió impresionarle mucho ya que contestó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe le dijo: «Ven y verás».
Cuando Jesús vio venir a Natanael dijo: «He aquí un verdadero israelita en el que no hay engaño». Él contestó: «¿Cómo es que me conoces?». Y Jesús le dijo: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas bajo la higuera, yo te vi». Natanael debía ser un maestro de la Ley que enseñaba religión a sus alumnos debajo de un árbol, como solían hacer los maestros y al oír lo que Jesús le había dicho contestó: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Natanael había reconocido a Jesús como el Hijo de Dios y el Rey de Israel e inmediatamente se hizo su discípulo y le siguió.
Después de esto, Jesús volvió a Galilea. Un día, paseaba por la orilla del lago y vió una pequeña barca en la que unos hombres echaban las redes para pescar, pues eran pescadores. En esa barca estaban dos hermanos que se llamaban Pedro y Andrés, a los que ya conocemos. Cuando volvieron a la orilla, Jesús pasó a su lado, se detuvo delante de ellos y contempló cómo limpiaban sus redes. Entonces les dijo: «Venid conmigo, y yo os haré pescadores de hombres. Seréis mis amigos, y me ayudaréis a contar a todos la Buena Nueva del Reino de Dios». Entonces ellos dejando las redes inmediatamente, se fueron con Jesús.
Un poco más allá, había otra barca amarrada a la orilla y en ella, tres hombres que también eran pescadores, arreglaban sus redes. Estos hombres eran Santiago y Juan que trabajaban con su padre. Jesús los llamó y les dijo: «Venid también vosotros conmigo y seréis mis discípulos». Ellos dejando la barca y a su padre se fueron con Jesús. Éstos no fueron los únicos a los que Jesús eligió para que fueran sus mejores amigos.
Pasado un tiempo, el número de discípulos aumentó. Jesús subió a un monte y pasó toda la noche en oración hablando con su Padre Dios. Al llegar el día llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los que llamó apóstoles: Simón, al que dio el nombre de Pedro, y su hermano Andrés; Santiago, y su hermano Juan; Felipe, Bartolomé, que al principio se llamaba Natanael; Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, al que llamaban Zelote; Judas, hermano de Santiago; y Judas Iscariote, el que traicionó a Jesús. Éstos fueron los doce apóstoles elegidos por Jesús para que fueran con Él a anunciar la Buena Nueva del Evangelio.