Conversión de Saulo.

Después de la lapidación de Esteban, se declaró una persecución en Jerusalén contra los discípulos de Jesús. Sacaban a hombres y mujeres de sus casas y los llevaban a la cárcel. La mayor parte huyó y abandonó la ciudad, dispersándose por el país.

Saulo, el joven maestro de la Ley que había asistido a la lapidación de Esteban, estaba airado con aquella comunidad y perseguía y amenazaba de muerte a todos los que eran discípulos de Jesús. Pidió cartas y recomendaciones oficiales para hacer registros en todos los sitios y llevar presos ante el sanedrín a los seguidores del Crucificado. Reunió cartas para los judíos de Damasco, a fin de que le ayudasen a coger a los discípulos de aquella ciudad y se fue para allá con sus acompañantes.

Cuando iban de camino y poco antes de llegar a Damasco, vino sobre él una luz tan fuerte del cielo que lo cegó y cayó de su caballo, mientras una potente voz decía: «¡Saulo!, ¡Saulo!, ¿Por qué me persigues?». Saulo respondió: «Señor, ¿quién eres?» Y oyó que la voz le decía: «Soy Jesús, a quien tú persigues». Lleno de angustia, Saulo preguntó: «Señor, ¿qué debo hacer?». Y el Señor le dijo: «¡Levántate y vete a la ciudad! Allí se te dirá lo que has de hacer».

Los acompañantes de Saulo se quedaron espantados, pues ciertamente habían oído la voz de Jesús, pero no habían visto nada. Entonces Saulo se levantó del suelo. Tenia los ojos abiertos pero no podía ver. Lo tomaron de la mano como a un ciego, y lo llevaron a la ciudad. Durante tres días no pudo ver, y no comió ni bebió nada.

En Damasco había un discípulo llamado Ananías, que oyó de repente la voz de Jesús, que le decía: ¡Escucha, Ananías! Sal enseguida a la calle llamada Recta y ve a casa de Judas! Pregunta allí por un hombre de Tarso, de nombre Saulo. Está allí rezando y, en respuesta a su oración, te ha visto a ti, Ananías, que ibas hasta él y le ponías las manos para devolverle la vista». Ananás dijo: «Señor, he oído decir a mucha gente que este hombre persigue a la comunidad, y que ha hecho mucho mal contra ella en Jerusalén. Y ha venido aquí con la misma intención. Los príncipes de los sacerdotes le han dado poderes para arrestar a todos los que invocan tu Nombre». El Señor contestó: «Vete enseguida porque a este hombre quiero darle un encargo muy especial. Deberá llevar a los gentiles mi mensaje, y anunciar mi Nombre a los grandes del mundo y al pueblo de Israel. Y sufrirá mucho por esa causa».

Fue, Ananás y entró en la casa donde Saulo estaba arrodillado. Se acercó a él, e imponiéndole las manos, le dijo: «Saulo, hermano, el Señor que te salió al encuentro en el camino, me envía a ti para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo». En aquel momento cayeron como escamas de los ojos de Saulo y volvió a ver como antes. Saulo se levantó y se hizo bautizar. Luego tomó algo de alimento y se reestableció quedándose algún tiempo con los discípulos en Damasco.

Desde allí comenzó Saulo, que más tarde sería llamado Pablo, a predicar en muchos lugares, confesando ante judíos y paganos que «Jesucristo es el Hijo de Dios

 

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