Infancia de Jesús.

 

Se conoce como Evangelio de la Infancia, a los hechos que narran los evangelistas sobre la vida de Jesús, desde la Anunciación hasta que tenía doce años.
No conocemos nada de su vida desde su viaje a Jerusalén en la fiesta de Pascua, realizado a esa edad, hasta el comienzo de su vida pública, con el bautismo realizado por Juan Bautista

 

Desde la Creación y a lo largo de todo el Antiguo Testamento, Dios había prometido a los hombres que enviaría un Salvador. Nadie sabía cuando iba a suceder. Los profetas, por boca de Dios, habían ido dejando pistas que no eran fáciles de interpretar. Por medio de ellas, los judíos sabían que el Salvador nacería de una virgen de la familia de David, que nacería en el pueblo de Belén y que sufriría tormentos a su paso por la tierra.
Dios había ido mostrando a los hombres el camino que debían seguir para conseguir la felicidad. Dio a Moisés, escritas en piedra, las normas elementales de conducta para marcar este camino, pero los hombres se alejaban de él con facilidad y la paz no reinaba en sus corazones. Por eso, decidió hacerse hombre para enseñarles, de una manera definitiva, cual es la mejor manera de vivir.
Para poder llevar a cabo su plan necesitaba nacer como los hombres, necesitaba una madre.

En un pueblo muy pequeño de Palestina, en la región de Galilea, vivía la joven que más le agradaba para que fuera su madre. El pueblo se llamaba Nazaret y la joven María estaba casada con José, un artesano del pueblo.
Dios envió a Nazaret un ángel (significa «mensajero de Dios») para anunciar a María sus planes. Los cristianos a este acontecimiento le llamamos La Anunciación.

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LA ANUNCIACIÓN ( Lucas 1, 26-38)

El ángel tenía una misión difícil. El mensaje que iba a comunicar a María no era fácil de decir, ni de entender. Por eso, le dijo que necesitaba su ayuda para llevar a cabo su plan. Aceptar ser su madre, para poder nacer y vivir como un hombre enseñando el camino de una nueva vida.
María, aunque conocía muy bien las escrituras, no se sentía capaz de poder realizar el plan de Dios. Sin embargo, había prometido cumplir siempre la voluntad de Dios. Convencida, por tanto, de que su ayuda no le iba a faltar respondió al ángel: «HE AQUÍ LA ESCLAVA DEL SEÑOR, HÁGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA»
Los cristianos recordamos estas palabras de María en la oración del Ángelus, que tradicionalmente se reza a las doce del mediodía.

 

 

VISITA A ISABEL (Lucas 1, 39-56)

El ángel también dijo a María que su prima Isabel, mujer de avanzada edad, iba a tener un hijo. Sin dudarlo, se puso en camino para ayudarla en los últimos meses de su embarazo.
El saludo que se dirigieron María e Isabel cuando se vieron es recordado todos los días. Las palabras de Isabel forman parte del Ave María y la respuesta de María se conoce con el nombre de Magníficat.
Después de nacer el hijo de Isabel, al que llamaron Juan y nosotros conocemos como Juan Bautista, María volvió a Nazaret para preparar el nacimiento de su Hijo. ¡Con cuanto cariño prepararían la cuna, las ropas, los juguetes y el lugar que ocuparía el Niño!. Pero…

 

El emperador romano Cesar Augusto mandó pregoneros por todos los pueblos, pidiendo a sus habitantes que fueran al lugar de donde procedían sus antepasados, para que escribieran sus nombres en una lista (censo). De esta forma sabría cuántos súbditos tenía. También le interesaba tener controladas a las personas que debían pagar impuestos.

Los antepasados de María y José procedían de Belén, eran descendientes del rey David, de la tribu de Judá. así pues, se pusieron en camino. El viaje fue largo y lleno de incomodidades, pues a María le faltaba muy poco para que se cumpliera el tiempo de dar a luz.

Cuando llegaron a Belén, se encontraron el pueblo lleno de gente que había ido a inscribirse, las posadas estaban llenas y tuvieron que alojarse en un establo que había a las afueras del pueblo. El Niño que esperaba María podía nacer en cualquier momento.

El Niño nació y su madre le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre.

De esta forma tan sencilla narran los evangelios el acontecimiento más importante ocurrido en la historia de la humanidad. Tan importante, que la mayor parte de los calendarios del mundo, empiezan a contar el tiempo desde este momento. Solamente sus padres fueron testigos del hecho. Le pusieron por nombre Jesús, que significa “salvador“, como el ángel le había dicho a María.

Pero Dios no podía dejar de comunicárselo a los hombres. Por eso, envió un ángel a unos pastores que estaban cuidando sus rebaños muy cerca del establo, para anuncuándoles esta gran noticia. Los pastores fueron al establo y encontraron al Niño, como el ángel les había dicho.

 

Cuando el Niño tenía cuarenta días, lo llevaron al Templo de Jerusalén para cumplir con una de las tradiciones judías: purificación de la madre y ofrecimiento del hijo a Dios, si era el primogénito. Para que los padres pudieran llevárselo a casa debían pagar un “rescate” al Templo. María y José ofrecieron un par de palomas.

En el Templo se encontraron con un anciano llamado Simeón. Cuando los vio tomó a Jesús en los brazos, reconociéndole como el Mesías y lleno de emoción les dijo que sería el Salvador del mundo. María y José se quedaron asombrados al oírle. Dirigiéndose a María dijo que el Niño iba a sufrir mucho, y que a ella una espada le traspasaría el corazón.

Se encontraba también en el Templo una anciana llamada Ana, que presenció el encuentro. Desde ese momento hablaba del Niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

Después de esto, María y José volvieron a Belén. No dejaban de pensar en las cosas que habían pasado y en lo que les habían dicho para intentar comprenderlo.

 

Lejos de Palestina, en Oriente, lugar por el que sale el sol, vivían unos sabios que se dedicaban al estudio de las estrellas.
Un día vieron una estrella desconocida para ellos y empezaron a estudiarla. Estudiaron los libros y descubrieron que por esas fechas en Palestina iba a nacer el nuevo rey de los judíos. La estrella se movía y decidieron seguirla para ver donde les conducía. De esta forma llegaron a Jerusalén pensando que el nuevo rey habría nacido en la capital del país.
La estrella desapareció y no sabiendo donde ir, empezaron a preguntar por el lugar en que se encontraba el Niño que había nacido. Toda Jerusalén se alborotó y el rey Herodes (gobernaba Palestina), cuando se enteró de la noticia, se enfadó mucho pensando que ese Niño podría quitarle el trono. Mandó a sus sabios que averiguaran dónde decían las Escrituras que iba a nacer el Mesías. Los sabios le dijeron que según las Escrituras el Mesías nacería en Belén.

El rey Herodes mandó llamar a los sabios de Oriente para darles la información, también les pidió que cuando encontraran al Niño volvieran y le dijeran el lugar exacto en el que se encontraba para ir a adorarle también.
Los sabios de Oriente se pusieron en camino hacia Belén, nada más salir de Jerusalén volvieron a ver la estrella en el cielo lo que les confirmó que estaban en el buen camino.
Cuando llegaron a Belén las estrella se detuvo sobre el lugar en el que vivían Jesús, María y José.
Nada más entrar en la casa, vieron a María con el Niño en los brazos, fue tanta su alegría que se pusieron de rodillas y lo adoraron. Le entregaron regalos que le habían traído: oro, incienso y mirra.


Cuando decidieron regresar a su país, pensaron que era mejor volver por otro camino para no tener que ver de nuevo al rey Herodes.

(Mateo 2, 1-12)

 

Después de que Jesús fuera presentado en el Templo y de cumplir con todo lo que ordenaba la Ley, sus padres volvieron a Galilea a su pueblo en Nazaret. Allí el niño Jesús crecía, y Dios le daba fuerza y sabiduría y su gracia estaba en Él.

Todos los años los padres de Jesús, iban a celebrar la Fiesta de la Pascua a Jerusalén. Y, cuando Jesús cumplió doce años fue con ellos por primera vez en peregrinación para cumplir así con la costumbre, pues los doce años era la edad en que los niños debían empezar a observar las normas religiosas de su pueblo. Así que llegaron a Jerusalén y aquel año celebraron la Pascua en familia.

 

 

Pasados los días de fiesta, cuando volvían a Nazaret, Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres se dieran cuenta. Ellos creían que viajaba con otros familiares o amigos en la larga caravana que iba en grupos por los caminos. Anduvieron todo un día, y preguntaban de grupo en grupo a los parientes y conocidos si se hallaba con ellos. Pero ninguno lo había visto. ¡Jesús se había perdido! Entonces sus padres volvieron a Jerusalén a buscarlo allí.

Lo estuvieron buscando durante tres días y cuando ya estaban más desesperados lo hallaron en el Templo. Estaba sentado entre los doctores y maestros de la Ley escuchando lo que decían y haciéndoles preguntas. Hablaba con ellos de la Palabra de Dios y eran tan sabias e inteligentes sus respuestas que se admiraban todos los que le oían.

Al verlo allí sus padres, se asustaron, y su madre corrió hacia Él y le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te buscamos muy preocupados desde hace días“. Él contestó: “¿Por qué me habéis buscado? ¿No sabíais que debo estar en la casa de mi Padre?” Pero ellos no entendían qué quería decir con aquello. Luego los siguió y regreso con sus padres a Nazaret, y les obedecía en todo.

Su madre conservaba todas estas cosas profundamente grabadas en su corazón, y Jesús, por su parte, crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres.

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