Excursión Almería Histórica

Excursión Almería Histórica: Refugios Guerra Civil, Convento de las Puras, Casco Histórico y Cable Inglés.
La estatua de Nicolás Salmerón en la plaza de nombre homónimo, fue el punto de partida a un día especial en el que la cultura, las risas y el sol de esta bella ciudad, dieron cobijo a un batiburrillo de sensaciones que dio mucho de si. Comenzamos la visita en los refugios construidos en la guerra civil para albergar a mas de 35 mil personas durante los bombardeos que asolaron la ciudad. Con la inestimable ayuda de Francisco Verdegay (Paco) tuvimos el placer y suerte de poder saciar todas las dudas respecto a aquella infraestructura. Siguiendo la ruta de lugares con un encanto especial, tuvimos la oportunidad, gracias a la mediación del párroco de prisión Manuel, de conversar con las monjas de clausura del convento de Las Puras. Una experiencia llena de similitudes ya que comparten rutinas con los alumnos que tuvieron la oportunidad de conocer el monasterio del siglo XVI. Para poner la guinda de un día tan constructivo, que mejor que un paseo por el Cable Ingles, una estructura rehabilitada que era usada para descargar el mineral traído de las lejanas minas de Alquife. Una jornada en la que alumnos, maestros y el presidente de la Asociación Amigos de La Alcazaba, pudimos disfrutar de los lugares con encanto que nos brinda esta ciudad.
Aquí os dejamos unas reflexiones de un alumno y su salida al exterior después de años privado de libertad. Leerla es un ejemplo de superación.
EXCURSIÓN A MI INTERIOR
Hay días que sabes que van a ser especiales porque tienen todos los ingredientes para ello, pero ni en los mejores planes, puedes llegar a imaginar que serán inolvidables. El simple hecho de salir de prisión ya es todo un acontecimiento festivo para nosotros. En mi caso, después de tantos años, tenía algo de traumático, un miedo a ver truncada la rutina en la que me he cobijado para sentirme seguro. Quizás pueda sonaros raro, pero salir es igual de impactante que entrar. La comodidad de saber quién nos iba a acompañar en la excursión, calmaba esa incertidumbre asfixiante. Dos profesores del Ceper Retamar, Doña Carmen y Don Francis, crearon un ambiente idóneo y amable para que nada fuera tormentoso. Don Juan, funcionario de vigilancia del módulo donde resido, se sumaba al grupo mostrando su lado más cercano y distendido. Horas antes, a las cinco de la mañana, mi cerebro y ojos decidieron que ya no se dormía mas. El tiempo parecía resistirse a avanzar inexorablemente como es su cometido.
– Pon la mano ahí.
Huellamos para identificarnos y se abre la primera puerta, esta ya la había cruzado otras veces para salir de diligencias, ahí es donde te espera la policía para engrilletarte y subirte al furgón, esta vez no era así. Primera puerta (Rejas) que no había cruzado nunca y las pulsaciones se disparan. Segunda puerta (Rejas) y entregan documentación. Muchos han salido ya de permiso y saben la ruta a seguir, me pego a mi compañero Jose Antonio (primer: “te quiero Jose” del día). Veo la puerta que esconde mi libertad. Gracias Mami, Tata, Nena (Hijas), Nelita, a todos los que habéis estado a mi lado, a los que no, también, así no os debo nada.
¿Qué esperamos?
- Vamos Don Juan por dios, cuéntaselo mañana.
Se ríe y se despide de su compañero que está en la garita. Afirma con la cabeza y ya puedo abrir. El aire es diferente, el sol brilla con un color que hacía tiempo no veía, los pájaros cantan con una bonita melodía. Me tiemblan las piernas, GRACIAS. No puedo evitarlo e hinco las rodillas al suelo y le doy mil besos, seguro que han escupido aquí y han meado perros, pero que bien sabe ese adoquinado. Lo he conseguido, mañana el mundo puede acabar, pero hoy lo conseguí.
Subimos al bus que llegó a los pocos minutos. Observo que por fin estoy a este lado del muro, miradas incrédulas de gente que me reconoce, sonrisas furtivas, abrazos reales.
-Hola buenos días chicos, soy Fran.
El chofer se presenta amable, con un inconfundible acento argentino. Charlamos mientras disfruto del tráfico, quien lo diría que un atasco sonara tan bien. Pregunto todo, ¿Qué es ese edificio? ¿ese barrio como se llama? ¿los coches no vuelan? Las matrículas ya van por la M. Las veces que salí en el furgón policial se hacían eternas y en cambio, en un pestañeo, ya estábamos aparcados en pleno centro. Nos bajamos del bus y la vida continua donde la dejé aquel 21 de junio del 2018. La avenida rebosa de vida, se nos tiene que notar en la cara que somos “guiris”. Miro fijamente el escaparate con joyas diversas, cuando me doy cuenta me reflejo en el cristal y tengo la cara de uno que parece que va a atracar la joyería, debo cambiar el chip. Nos paramos en una plaza con una estatua de Nicolás Salmerón. Disfruto del bullicio, aunque considero que es una ciudad poco ruidosa. Patinetes por todos lados y una sensación de que conozco a todo el mundo. Llega Paco, el sí que se merece ser también un Don. Toda una eminencia en la historia de Almería que nos va a hacer, de forma privilegiada, de guía. Nos trae churros, del quiosco Amalia (no tengo ni idea, pero alguien lo menciona). Me deleito de esas deliciosas porras, le hecho la mano por encima a Nicolás y olvido todo lo que he pasado para llegar hasta aquí. ¡Qué bonito es vivir! Entramos al refugio y nos ponen un video con los testimonios de personas que vivieron los bombardeos, me emociona sus relatos, estoy más sensible de la cuenta. Voy asimilando lo que está ocurriendo, sonrió, presto atención y me dejo llevar. Todos los compañeros hacen que el clima sea relajado, curioseamos cada detalle, los dibujos de las paredes, “Como en los calabozos” pienso, Metros y metros de galería escavada en 18 meses, la de sufrimiento y miedos que deben albergar esas piedras. Paco rebate un argumento que nos da el guiar: “no hubo ningún refugio privado” Ese es mi Paco, datos objetivos, sin sesgos políticos.
Continuamos por ese bunker que se ramifica en diversas estancias, lo que parece haber sido un hospital de película de terror, una especie de cocina que nunca lo fue, unas escaleras que se pierden aún más abajo. Se escucha un ruido seco que sobresalta, parece que recrean las bombas que caían en la superficie. Son los coches y peatones que pisan una chapa metálica que cubre aquel hormiguero. Me imagino ahí con mis niñas y se me estremece el cuerpo. El ser humano no aprende, han pasado decenas de años y seguimos en las mismas. Salimos a una plaza donde hay mucha juventud, la escuela de bellas artes tendrá mucho que ver, me siento mayor al verlos y pensar: Cada uno que vaya como quiera, pero ¿esta gente que hace en pijama? La sociedad ha cambiado mucho, llevo mucho encerrado. Un compañero pregunta incrédulo:
– ¿Dónde vais todos en pijama?
– Hoy es el día (no sé si mundial) del pijama y venimos todos así.
Pues menos mal que no es el de la colonoscopia porque no estoy preparado para tanta información. Pedimos permiso para entrar a una exposición que hay dentro, es un edificio precioso, con un patio interior monumental, leo sobre el General Torrijos y como lo engañaron ¿cuándo me habría fijado en eso de no ser por esta circunstancia? Tengo el firme propósito de disfrutar más de esos pequeños momentos que te regala la vida, no se puede vivir tan rápido, al final te pierdes lo mejor. Callejeamos como unos turistas más disfrutando de lo que nos va contando Paco, ese hombre es Wikipedia con acento de Almería. Rodeamos la catedral que parece un fuerte pirata, la risa de Doña Carmen se escucha de fondo, nos guía hacia dónde vamos, que suerte de estar ahí, hace unos meses no podría ni imaginar que esto sucediera. Si no se nos da la oportunidad, no podemos demostrar que nos la merecemos, un nudo gordiano en el que vagamos sin posibilidad de romper el maleficio.
Llegamos al convento de Las Puras, vamos a tener la posibilidad de hablar con las monjas de clausura gracias a la mediación del capellán de la cárcel, Manuel. Nos van a recibir y explicar en primera persona los entresijos de aquel mundo con una pequeña semejanza al nuestro, viven en celdas, más chicas que las nuestras, comunican una vez a la semana por cristales con el exterior y tienen horarios más estrictos que los de prisión. Pasamos dentro, aquello parece que se construyó ayer y es del siglo dieciséis. El suelo brilla, la madera parece de estreno, hay un aroma a mármol frío y el sonido del agua corriendo, cuantas horas de trabajo hay en todo. Nos reciben con una cálida sonrisa las dos purísimas, son personas que desprenden una luz y energía que te hacen sentir en paz. Vivir apartado de esta sociedad por decisión propia, sin duda alguna, otorga una serenidad que se transmite sin tener que hablar. Le pregunto todas las dudas que se me apelotonan en la cabeza ¿Qué te lleva a recluirte voluntariamente? La más joven lleva allí 19 de sus 37 años ¿Cómo pueden aguantar esas vidas tan austeras (a mis ojos)? Rezan cinco veces al día, se levantan a las seis ¿para qué tanto y tan temprano? La misma respuesta vale para casi todas las preguntas, “sentí la llamada y es lo que me hace feliz”. Le digo a la abadesa que no soy creyente, pero que respeto mucho su elección.
– No te preocupes, que nosotras rogamos por ti, vive tu vida sin hacer daño a nadie y haciendo todo el bien que puedas.
– Llego un poco tarde para eso.
– Nunca es tarde si lo haces con el corazón.
Su mirada serena, calmada y placida es la que busca cualquiera cuando el miedo, la rabia y la desesperación aparecen en nuestras vidas. Me recuerda a mi madre. No puedo evitar pensar si llevarán algo debajo de los hábitos, todos nos hacemos esa pregunta, pero no la expresamos. No es por nada sexual, si no por la curiosidad de hasta dónde llega la desconexión del mundo exterior. Son cuatro las religiosas que allí moran y creo que este día fue igual de especial para nosotros, que para ellas. Muchos tendríamos que haber conocido esa realidad mucho antes. Gracias por abrirnos vuestra casa.
Se va acercando la hora de la comida y caminamos por el caso histórico, una última parada en la plaza Campoamor. Allí van las parejas a sellar su amor poniendo un candado con sus nombres y la fecha, supongo que del día que estuvieron allí y aun creían en el amor. Alguno no entendió bien el concepto y puso el antirrobo del coche, cada uno ama a su manera. Entre charla, risas y divagaciones, llegamos a la cafetería donde vamos a comer, nos sentamos en una mesa con cubiertos, platos y servilleta, ¡ufffff que de tiempo! Con un hola y una sonrisa, nos recibe las camareras que nos cantan la carta. Quiero un plato de todo lo que tengas, pienso. Arroz con pulpo, medallones de cerdo con patatas y una porción de tarta de queso, que fácil es acostúmbrate a lo bueno. Comida distendida, miro a mis compañeros y todos sonreímos, cada cual a lo suyo, pero con la cara de felicidad. Comiendo, no puedo evitar acordarme de algunos compis que he dejado en el módulo, si me ha llegado a mí, les llegará a ellos. Nos sorprenden con una última escapada, vamos al cable inglés y allí nos recoge el autobús de vuelta. ¿Quién da más? La cosa se complica, Paco no recuerda que pagaba él y los profes no llevan suficiente para abonar la cuenta, miradas incrédulas, nerviosas. Las camareras ríen, pero por otro motivo ahora, ¿podemos estar a punto de ver el primer “sinpa” penitenciario de la historia? Me acerco la barra y pregunto:
– ¿Por qué Paco ha salido a correr calle abajo?
Hay veces que me merezco estar preso, lo sé. Creo que todos pensamos: “Al final acabamos en la cárcel” pero no llega la sangre al rio y Paco pega un tarjetazo. Ya tenemos tema de conversación para días (y bromas). Hay que admitir que ni en nuestros mejores planes, la cosa podía haber salido mejor. Paseamos, disfruto de cada paso, los coches circulan, paran en el semáforo, cruzamos la avenida, los pasajeros de un autobús nos mira, ¿sabrán que venimos de El Acebuche? Supongo que esa sensación es inevitable durante un tiempo. Por sorpresa se nos une otra de nuestras maestras, Doña Carmen también, que se alegra mucho de que por fin podamos vernos en otra circunstancia que no sea la de los últimos años.
Las vistas desde el cable ingles no son solo extraordinarias si miras al mar, atrás dejas la ciudad y su alcazaba que aparece y desaparece entre los edificios,
-Paco, ¿Alquife que es?
Jose Antonio me dice en voz baja que es un pueblo de Granada, pero deja que nuestro guía nos dé una explicación pormenorizada de las minas donde se extraía los minerales que venían a descargar las vagonetas a aquella mole de hierro y madera. Los acantilados de Aguadulce se asoman entre las brumas del mar disimulando lo abrupto de la costa, al fondo, como una pequeña isla, Roquetas. Nos hacen una foto que inmortaliza aquel momento inolvidable, pero una cámara jamás podrá captar las sensaciones y emociones que han recorrido mi cuerpo desde las 5 de la mañana que abrí los ojos. Como no podía ser de otra manera, el día acabo volviendo al Centro Penitenciario, aunque Fran “el argentinito” tuvo el detalle de tirar por el camino largo y enseñarnos como Almería tiene una Universidad casi en las orillas de la playa. A pesar de que volver es duro, la experiencia ha sobrepasado con mucho mis expectativas. Nunca olvidare el día que salí de excursión y me encontré de nuevo conmigo. GRACIAS