“12 de octubre de 2005″
( a la muerte de un árbol)
El infierno era ruído
sonaba la máquina horripilante
de la matanza de Texas.
Vi brotar cientos de hectólitros de sangre
por la herida del Olmo.
Vi sus entrañas salpicando en mi alma.
El suspiro de cada una de sus hojas.
Me ahogaba con ellas.
Sólo podía respirar el oxígeno que ya no daba.
Que filtraba: se moría.
Estaba muerto.
Y me ahogaba.
Podía sentir mi agonía porque era su agonía.
Mi sangre no era roja, era blanca,
era su savia y mi llanto su clorofila.
Y sus ramas, mis brazos.
Y su corteza, mi piel
y su golpe, mi descalabro.
Vi brotar de su herida mortal
la sangre de los inmigrantes en las alambradas de Melilla
y sentí secarse las raíces
del olmo de la escuela
mientras los inmigrantes cruzaban el desierto
y sonaba en la radio, Serrano:
“Así yo canto para recordar
que sigues a mi lado
que aún sigues despierta
porque así, vencemos el cansancio”
y mi llanto se hicieron este poema
que ya recitaba mientras conducía
por la A-392.
Y allí me encontrarán
conduciendo petroleros malditos
con las ramas manchadas de negro
y esperando la respuesta.