Comentario de un discurso de Robespierre (1794)

«La democracia es un Estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son de obra suya, actúa por sí mismo siempre que le es posible, y por sus delegados cuando no puede obrar por sí mismo. Es, pues, en los principios del gobierno democrático donde debéis buscar las reglas de vuestra conducta política.

Pero para fundar y consolidar entre nosotros la democracia, para llegar al reinado apacible de las leyes constitucionales, es preciso terminar la guerra de la libertad contra la tiranía y atravesar con éxito las tormentas de la Revolución; tal es el fin del sistema revolucionario que habéis organizado. Debéis aún regir vuestra conducta según las tormentosas circunstancias en que se encuentra la República, y el plan de vuestra administración debe ser el resultado del espíritu del gobierno revolucionario combinado con los principios generales de la democracia.

Pero ¿cuál es el principio fundamental del gobierno democrático o popular, es decir, el resorte esencial que lo sostiene y que le hace moverse? Es la virtud. Hablo de la virtud pública, que obró tantos prodigios en Grecia y Roma, y que producirá otros aún más asombrosos en la Francia republicana; de esa virtud que no es otra cosa que el amor a la Patria y a sus leyes. Pero como la esencia de la República o la democracia es la igualdad, el amor a la patria incluye necesariamente el amor a la igualdad.

En verdad, ese sentimiento sublime supone la preferencia del interés público ante todos los intereses particulares, de lo que resulta que el amor a la patria supone también o produce todas las virtudes, pues ¿acaso son éstas otra cosa sino la fuerza del alma, que se vuelve capaz de tales sacrificios? ¿Y cómo podría el esclavo de la avaricia o de la ambición, por ejemplo, inmolar su ídolo a la Patria? No sólo es la virtud el alma de la democracia, sino que, además, solamente puede existir con este tipo de gobierno.

En la monarquía, sólo conozco un individuo que pueda amar a la Patria, y que para ello no necesita siquiera virtud: el monarca. La causa de ello es que, de todos los habitantes de sus estados, el monarca es el único que tiene una patria. ¿Acaso no es el soberano, al menos de hecho. ¿No está en el lugar del Pueblo? ¿Y qué es la Patria sino el país del que se es ciudadano y partícipe de la soberanía? Por una consecuencia del mismo principio, en los Estados aristocráticos, la palabra «patria» sólo tiene algún significado para quienes han acaparado la soberanía.

Sólo en la democracia es el Estado verdaderamente la Patria de todos los individuos que lo componen, y puede contar con tantos defensores interesados en su causa como ciudadanos tenga. (…) Los franceses son el primer pueblo del mundo que ha establecido una verdadera democracia, llamando a todos los hombres a la igualdad y a la plenitud de los derechos de ciudadanía; ésta es, a mi juicio, la verdadera razón por la cual todos los tiranos coaligados contra la República serán vencidos.

Es el momento de sacar grandes consecuencias de los principios que acabamos de exponer. Puesto que el alma de la República es la virtud, la igualdad, y vuestra finalidad es fundar y consolidar la República, la primera regla de vuestra conducta política debe ser encaminar todas vuestras medidas al mantenimiento de la igualdad y al desarrollo de la virtud, pues el primer cuidado del legislador debe ser el fortalecimiento del principio del gobierno. Así, todo aquello que sirva para excitar el amor a la patria, purificar las costumbres, elevar los espíritus, dirigir las pasiones del corazón humano hacia el interés público, debe ser adoptado o establecido por vosotros; todo lo que tiende a concentrarlas en la abyección del yo personal, a despertar el gusto por las pequeñas cosas y el desprecio de las grandes, debéis eliminarlo o reprimirlo. En el sistema de la Revolución francesa, lo que es inmoral es impolítico, lo que es corruptor es contrarrevolucionario. La debilidad, los vicios, los prejuicios, son el camino de la monarquía.»

Maximilien Robespierre, 1794.

Este discurso político del líder jacobino Maximilien Robespierre corresponde al periodo de mayor radicalismo de la Revolución Francesa, cuando los jacobinos o montañeses lideran la Convención Republicana, se combate en el exterior y en el interior a los enemigos de la Revolución (el Terror) y Robespierre, conocido como «El Incorruptible», preside el Comité de Salvación Pública, principal y casi único órgano de dirección política de esta época.

En este texto Robespierre señala los principales requisitos del sistema político democrático que se está intentando establecer en Francia y apunta las principales diferencias entre este sistema y los antiguos modelos políticos (monarquía, estado aristocrático).

La principal idea que muestra el texto es la definición del sistema democrático según el ideario radical jacobino, como un sistema en el que «el pueblo soberano actúa por sí mismo (…) y por sus delegados«. Se entiende por pueblo soberano al conjunto de ciudadanos franceses, no importa cuál sea su posición social o económica.  Ahora bien, para que este sistema democrático pueda llevarse a cabo, resulta necesario para Robespierre por un lado, «terminar la guerra contra la tiranía«, es decir, asegurar la Revolución y triunfar en la Guerra contra el Imperio Austrohúngaro y Prusia y contra los contrarrevolucionarios en el interior; de ahí la frase «el plan de vuestra administración debe ser el resultado del espíritu del gobierno revolucionario combinado con los principios generales de la democracia», es decir,el gobierno de la convención deberá desarrollarse de estos dos principios: los principios generales y característicos de la democracia -que luego detallaremos-, y las necesidades extraordinarias del gobierno en lucha contra la contrarrevolución. En la lucha contra las potencias extranjeras y los grupos contrarrevolucionarios a Robespierre no le importará tomar medidas extremas, como las levas masivas, la concentración de todo el poder en el Comité de Salvación Pública o incluso, la implantación del Terror.En definitiva, lo que es contrario a los principios de la Revolución conducen de nuevo a la monarquía, a la corrupción y al crimen y es necesario eliminarlos sea como sea.

A su vez, los principios del gobierno democrático según Robespierre quedan claramente expuestos en el texto. La democracia necesita de virtud, entendida ésta como la preferencia del interés público y general sobre los intereses personales e individuales y plasmadas en el amor a la Patria, y la igualdad, concebida como la capacidad de todas las personas de Francia a opinar y participar en libertad, al margen de su posición económica. Para asegurar esta igualdad, el Estado revolucionario debería luchar por reducir las diferencias sociales entre ricos y pobres con medidas de auxilio social, como fueron las leyes de educación o de fijación de los precios de los productos de primera necesidad y de los salarios. Estos principios suponen una evolución progresista y popular de los principios del Liberalismo clásico: individualismo, libertades individuales, igualdad civil y de oportunidades. No era necesario sólo con la libre participación de los ciudadanos, también había que asegurarse que, en el plano personal éstos fueran virtuosos (se sacrificaran por el bien de la mayoría) y en el plano social, todos, incluso los más pobres pudieran beneficiarse y participar de esa participación política.

El texto también refleja la admiración que los jacobinos y los revolucionarios franceses sentían por el pasado grecorromano (no en vano, Saint-Just se consideraba un émulo de Bruto) y, el desprecio que sienten por la Edad Media y el Antiguo Régimen (entendido como un periodo antinatural, en el que la humanidad dejó de ser ilustrada al estar dominada por la Iglesia y los reyes). A su vez, también se pueden distinguir las diferencias que se establecen entre la monarquía y los estados aristocráticos, por un lado, y la democracia por otro, según «El Incorruptible». Para Robespierre, sólo es posible el amor a la Patria en una sociedad democrática, de ciudadanos iguales y virtuosos; allí donde sólo manda uno o unos pocos, no puede haber virtud (sino sólo interés personal y egoísta) ni amor a la Patria.

El texto se encuadra en la fase más álgida de la Revolución Francesa, en el periodo de la Convención jacobina, en el que Robespierre dirige el Comité con mano de hierro, luchando por asegurar el futuro de la Revolución, mediante la implantación del Terror o la persecución de los enemigos de la revolución (en numerosas ocasiones de forma extrema y hasta injusta), el desarrollo de medidas sociales que le granjearan el apoyo de los sans-culottes y las masas de París y del campo, y el diseño de un sistema político completamente nuevo, basado en la participación activa de todos los ciudadanos.

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