El camino hacia la Segunda Guerra Mundial. Historia. 4º de ESO.

Los años que van de 1933, cuando Hitler y los nazis llegan al poder y convierten rápidamente Alemania en una dictadura totalitaria, a 1939, cuando se inicia la Segunda Guerra Mundial, marcan un periodo conocido como la antesala o la preparación de la guerra, que fue acompañado por una política exterior de las democracias con respecto a la expansión alemana e italiana, llamada “Política de apaciguamiento”, que vino paradójicamente a fortalecer y asegurar la política expansionista nazi y fascista.

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Reunión entre el premier birtánico, Neville Chamberlain, y Adolf HItler en 1938.

¿Cuáles fueron esas actuaciones que llevaron a la guerra y en qué consistió dicha política “de apaciguamiento”?

Al contrario de lo que se suele decir con respecto a la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial fue una guerra justa y necesaria, un enfrentamiento a vida o muerte contra unas potencias expansionistas y tremendamente agresivas cuyo éxito supondría el fin de la democracia en gran parte del mundo. No se trataba de una guerra por intereses meramente materiales o territoriales; era un conflicto entre las fuerzas democráticas y las nuevas dictaduras nazi y fascista.

Sin embargo, a pesar de que Hitler y Mussolini, así como el régimen dictatorial japonés de Tojo, nunca ocultaron su interés de dominar y conquistar gran parte del planeta e imponer un modelo político dictatorial y segregacionista, no hubo una respuesta conjunta adecuada y firme. Más bien las potencias democráticas (Gran Bretaña, Francia, EE.UU.,…) «dejaron hacer» a Hitler hasta que fue demasiado tarde.

Para empezar, la ideología nazi era firmemente expansionista. Desde un principio propugnaron la necesidad de que Alemania se expandiera más allá de las fronteras impuestas en el Tratado de Versalles. Este expansionismo tenía dos bases ideológicas principales: de un lado la teoría del Espacio Vital o Lebensraum. Según dicha concepción cada raza debía tener un espacio territorial adecuado a sus intereses y características. La raza aria, como raza supuestamente superior, debía ocupar y conquistar territorios a expensas de otras razas inferiores -judíos, eslavos, gitanos…- que deberían desplazarse hacia el oriente o, directamente, desaparecer. Por otro lado, la ideología nazi viene también marcada por el pangermanismo, es decir por la unión de todos los pueblos germánicos, es decir, de raza aria, bajo un mismo Estado fuerte. Esto suponía que los habitantes germanos existentes en países de Europa del Este: Austria, Checoslovaquia, Polonia, Ucrania, Rumanía, etc., debía formar parte de un nuevo Imperio Alemán gigantesco. Estas poblaciones germanas minoritarias en estos países dan pié a Hitler y los nazis a inventarse persecuciones de los nuevos Estados que justificarían la agresión alemana (como en Checoslovaquia o Polonia…).

El objetivo era, por tanto, conformar un gigantesco Imperio Pangermano, que ocuparía básicamente, el territorio que va desde el Rin hasta el Volga. La población no germana existente en esos países debería desplazarse hacia el Este (o desaparecer). De este modo, Alemania podría convertirse en una potencia imperialista a la altura de Gran Bretaña, Francia y EE.UU., con enormes posesiones agrícolas (Polonia, Ucrania), minerales e indsutriales (Bohemia, Silesia, Cuenca del Don) y petrolíferas (Caúcaso). Un Imperio capaz de sustentar la política autárquica planteada por los nazis.

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Territorio del ideal Tercer Reich propuesto por Hitler.

Por otro lado, la Italia fascista, también planteaba el sueño de conformar una «Gran Italia» o Imperio Italiano en el Mediterráneo, que emulara el Imperio Romano de la antigüedad.

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Posesiones italianas entre 1939 y 1941, incluyendo territorios enajenados al Imperio Británico y a Estados soberanos europeos (Grecia, Yugoslavia, Albania).

Dicha política expansionista, también se justificaba en proyectos e ideas anteriores, como el llamado «irredentismo«, planteado sobre territorios con población italiana de la costa de Dalmacia.

Por otro lado, Japón, también aspiraba a conseguir formar un enorme imperio en Asia, a expensas de China y otros países soberanos y de la gran potencia imperial de la zona del Pacífico, que era EE.UU.

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No en vano, el racismo japonés contra chinos y coreanos, se impuso con tanta virulencia como el alemán, y provocó a su vez, enormes genocidios de poblaciones en estos países invadidos.

Básicamente, las tres potencias de carácter fascista coincidían en buscar y conformar grandes imperios territoriales, con una ideología profundamente agresiva, racista y ultranacionalista. Dichos imperios estarían al menos en plano de igualdad con los grandes Imperios coloniales del siglo XIX (Británico, Francés, norteamericano). En cierto sentido, el fascismo es fruto de «Imperios frustrados». Japón, Alemania e Italia querían conquistar y formar los imperios coloniales que no habían podido hacer en el siglo XIX.

Para llevar a cabo dichas políticas expansionistas, las potencias fascistas llevaron a cabo una política de rearme que, en el caso alemán, alteraba y saltaba las claúsulas del Tratado de Versalles. Göering fue el encargado de formar un ejército potente y moderno, en relativamente poco tiempo, transformando a Alemania en una gran potencia militar. Japón, y, en menor medida, Italia, también relanzaron y modernizaron sus ejércitos.

Dicha política expansionista fue desarrollándose poco a poco, en sucesivas fases, y las potencias democráticas o los organismos internacionales, como la Sociedad de Naciones, fracasaron estrepitosamente a la hora de frenar las agresiones militares de las potencias fascistas.

En 1931, Japón invadió el norte de China (Manchuria), instalando un régimen títere, denominado protectorado de Manchukuo. La Sociedad de Naciones fue incapaz de impedir dicha invasión y solo pudo expulsar a Japón de la Sociedad dos años después.
Hitler, elegido ese mismo año 1933, comenzó a aplicar rápidamente su programa, rompiendo una a una todas las claúsulas del Tratado de Versalles: en octubre del 33 Alemania abandona la Sociedad de Naciones; en 1935 recuperaron el Sarre, previamente ocupado por Francia vía referéndum; en marzo de 1936 remilitarizaron la región de Renania, algo prohibido en el Tratado de Versalles. Ya habían superado también el número de militares máximo marcado por dicho tratado.
Italia, por su parte, había invadido Etiopía en 1935, lo que motivó la expulsión de Italia de la Sociedad de Naciones.

Sin embargo, frente a dicha política agresiva y expansionista, Gran Bretaña y el resto de potencias, adoptaron una política permisiva y no hicieron frente común frente a Hitler y los fascismos. Dicha política se enmarca en las directrtices de la llamada «política de apaciguamiento«, diseñada por el gobierno británico de Neville Chamberlain y seguida por Francia. Dicha política consistía en tratar de evitar por todos los medios una nueva guerra y calmar a Hitler y a Alemania con una serie de concesiones. Se pasó por tanto de una política tremendamente agresiva, que buscaba hundir a Alemania, en el Tratado de Versalles, a una política conciliatoria y pacifista, que permitía las distintas agresiones nazis e italianas y que fue vista por Hitler y Mussolini, como una clara señal de debilidad, lo que les permitía redoblar sus agresiones. Además, dichas potencias totalitarias fueron acercándose y llegando a acuerdos militares y políticos, como con el Eje Roma-Berlín o la firma del pacto Antikomintern, entre Alemania y Japón en contra de la URSS y una supuesta agresión soviética, pero al que después se adherirían las potencias ideológicamente cercanas, como Italia, Hungría, etc.

Dicha política de apaciguamiento se observa claramente en la Guerra Civil Española, donde Gran Bretaña y Francia firman y acuerdan una política de «no intervención» en el conflicto -entendido como un conflicto puramente de ámbito hispano-, mientras Alemania e Italia colaboraban descaradamente con uno de los bandos, el franquista, con armamento (aviación, tanques, artillería, suministros, submarinos,…), soldados y apoyo diplomático. Dicha política de «no intervención» perjudicó claramente al gobierno democrático español, que se vio aislado internacionalmente, apenas pudo adquirir armamento y solo contó con el apoyo internacional de México y la URSS.

EE.UU. por su parte, estaba practicando una política «aislacionista», mediante la cual prefería no intervenir en asuntos que consideraba exclusivamente europeos, y que no le afectarían directamente (por ahora).

Fortalecida por los apoyos a los que se iba sumando su pacto Antikomintern y por la inacción de las potencias, Hitler y Mussolini seguirían con su política expansionista.
En marzo de 1938, tropas alemanas invadirían Austria, evento conocido como Anschluss, que se inscribía en el marco de la política pangermanista nazi y que estaba firmemente prohibido en el Tratado de Versalles.

Münchener Abkommen, Mussolini, Hitler, Chamberlain

Uno de los momentos de mayor desorientación de la política exterior británica y francesa ocurrió ese mismo año del 38 con el Tratado de Munich. Mediante dicha reunión, en la que participaron Chamberlain, por parte de Gran Bretaña y Daladier, por parte de Francia, así como Mussolini y Hitler, se cumplieron todas las exigencias alemanas de ocupación e invasión de un país soberano, como era Checoslovaquia. Con la excusa de la defensa y protección de la población alemana de la zona de los Sudetes, en el norte de Checoslovaquia, Francia y Gran Bretaña permitieron que la Alemania nazi invadiera y ocupara Checoslovaquia, convirtiendo dicho país en un régimen títere y persiguiendo y segregando a la población judía checoslovaca (gran parte de las víctimas del Holocausto vendrán de los países de Europa ocupados por los alemanes, no de Alemania, de donde fueron huyendo conforme Hitler se afianzaba en el poder). Solo la URSS planteó algún tipo de acción conjunta que permitiera mantener la soberanía checoslovaca. Ni Gran Bretaña ni Francia quisieron saber nada.

Pero dicha política de apaciguamiento se iba mostrando ya como un gran error en Gran Bretaña y Francia, así como en EE.UU., viendo que cada concesión que se le hacía a Hitler no hacía sino afianzar su expansionismo. Churchill planteaba ya de forma abierta su oposición a la política exterior de Chamberlain, declarando que era un gran error y una forma de cobardía que no les salvaría de la guerra. «Os dieron a elegir entre la guerra y el deshonor. Eligieron el deshonor y tendrán la guerra».

En 1939, Hitler planeaba ya su nuevo paso, la invasión de Polonia. Sabía que dicha invasión podría desencadenar ya una intervención abierta de Gran Bretaña (y Francia). Para asegurarse de que a Alemania no le ocurría lo mismo que en la Primera Guerra Mundial y se veía encajonada en dos frentes militares, firmó un pacto secreto con la URSS de Stalin -su principal enemigo-. Dicho pacto consistía en un acuerdo de no agresión, mediante el cual ambas potencias se repartían Polonia, y la URSS tenía luz verde para ocupar Finlandia y las repúblicas bálticas -y así alejar el frente de Leningrado y Moscú-. Dicho acuerdo no suponía una paz entre ambas potencias -ambos líderes sabían que el conflicto era inevitable-, sino una postergación de la guerra, que permitiría a cada uno organizarse mejor (a Alemania hacer frente solamente a la guerra en la zona occidental; y a la URSS rearmarse y ganar tiempo, llevando industrias vitales a la zona de los Urales).
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Cubierto con el pacto, Hitler exigió al gobierno polaco la entrega de Danzig. Ante la negativa polaca, el 1 de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia. Francia y Gran Bretaña pusieron en marcha sus alianzas con Polonia. La Segunda Guerra Mundial ya había empezado, pero con una clara ventaja estratégica alemana. Se iniciaba cuando ellos querían y estaban preparados.

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