Vida de economistas

Los filósofos terrenales: Vida, tiempo e ideas de los grandes pensadores de la economía. R. Heilbroner

 


Adam Smith (1723-1790)

Cuando Smith tenía sólo cuatro años le ocurrió un curioso incidente: fue secuestrado por una cuadrilla de gitanos que pasaba por allí. Gracias a los esfuerzos de un tío suyo (el padre había muerto antes del nacimiento de Adam) se logró seguirles la pista y perseguirlos; entonces los gitanos abandonaron al niño a la vera del camino. A este respecto dice uno de sus biógrafos que Adam Smith hubiese hecho, probablemente, un pobre papel como gitano.

Thomas Robert Malthus (1776-1834)

Malthus fue un adversario decidido a la beneficencia pública. Sostenía que el Estado no debía reconocer a los pobres el derecho a recibir ayuda, y que debía abolir la Ley de Pobres. La caridad privada o pública, no era un remedio a la falta de previsión causante de la miseria de los pobres. Éstos habían producido su propia desgracia y la ayuda no era sino un incentivo para agravar el problema.

Kark Marx (1818-1883)

“Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones... sus objetivos solo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sean sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.”

Thorstein Veblen (1857-1929)

Norteamericano de nacimiento, pero ciudadano de ninguna parte por temperamento. Si el aislamiento es un síntoma propio de los enfermos, Veblen debió ser un neurótico. Eran muchos los que lo admiraban e incluso le querían; pero él no tenía amigos; a nadie llamó familiarmente por su nombre de pila y a ninguna mujer pudo amar del todo.

John Maynard Keynes (1883-1949)

Se casó con una hermosa bailarina de ballet, y describó su enlace con Lydia Lopokova como fruto de una decisión obnubilada por el alcohol: “si no hubiera bebido tanto champán”, comentaba. Hablando, en cierta ocasión, de las consecuencias que “a largo plazo” tendría cierto axioma económico, Keynes escribió secamente: “a largo plazo, todos estaremos muertos”. En otra ocasión afirmó que solo tenía un pesar: el de no haber bebido más champán en su vida.
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